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Jan Fabre o la Insoportable Levedad del Ser

[et_pb_section admin_label=»section»][et_pb_row admin_label=»row»][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text admin_label=»Texto» background_layout=»light» text_orientation=»left» use_border_color=»off» border_color=»#ffffff» border_style=»solid»]

En la época del capitalismo burgués en su versión neoliberal-corporativista el museo ha dado paso a la feria y la bienal como espacios temporales de concentración artística y comunión estética. Y aunque la experiencia intelectual y estética no se ejerza en las condiciones más ejemplares, la acumulación de capital social unida al espectáculo demuestra ser una mezcla ganadora.

En Venecia, en apenas tres días, las multitudes se apiñaron ansiosas a las puertas de los Giardini y el Arsenale. El who-is-who del mundillo del arte internacional estaba allí.

La discursividad actual del arte y su significación se ejemplifica aquí de manera meridiana en esta articulación y recorrido de espectáculo y multitudes: la cincuentena de exposiciones paralelas que se organizan coincidiendo con la muestra principal y los pabellones nacionales de la Bienal de Venecia.

Entre ellas figuraba la no menos espectacular de Damien Hirst Treasures of the Wreck and the Unbelievable, dotada de una sugerente narrativa pero, desgraciadamente, muy mal ejecutada en lo que respecta al acabado de las esculturas, o sea, poco artesanales y mal hechas. Y mastodóntica: con el Palazzo Grassi la propuesta artística quedaba meridianamente clara, mas la réplica en la Punta della Dogana solo contribuye a desmerecer la muestra y a generar la sensación de-más-de-lo-mismo.

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Pero también entre toda esta amplia oferta de exposiciones paralelas, encontramos la bella retrospectiva del artista belga Jan Fabre (Amberes, 1958), Jan Fabre. Glass and Bone Sculptures 1977-2017, que se podrá visitar hasta el 26 de noviembre.

Un artista modestamente publicitado en Latinoamérica, pues si hacemos un repaso su presencia se limita a la exposición individual Umbraculum para Santiago de Chile, que se pudo ver en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Parque Forestal en el año 2008, y que luego itineraría al Museo Municipal Tambo Quirquincho en La Paz (2009), el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) en el 2010, para acabar ese mismo año en el Instituto Tomie Ohtake de Sao Paulo. En 1991 participa en la vigésima primera edición de la Bienal de Sao Paulo; posteriormente, en el año 2009, en la exposición Extramuros: Después del arte, en el Centro Wilfredo Lam de La Habana; y ya en el año 2015 reseñamos su presencia en la exposición colectiva La importancia de Ser en el MACBA de Buenos Aires. Todo ello se me antoja a todas luces una presencia testimonial de uno de las artistas belgas —conjuntamente con Luc Tuymans y Wim Delvoye— más originales y conocidos internacionalmente.

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Ubicada en la poética y discreta Abadía de San Gregorio, que está de camino a Punta della Dogana, la muestra retrospectiva ofrece 40 años de obras realizadas en cristal y hueso entre los años 1977 y 2017, revelando lo que son las claves e intereses de la amplia trayectoria de Jan Fabre.

La exposición corre a cargo de tres comisarios y ha sido co-producida por tres instituciones, respectivamente: Katerina Koskina del Museo Nacional de Arte Contemporáneo (EMST) de Atenas, Dmitri Ozerkov del Museo Hermitage de San Petersburgo y Giacinto Di Pietrantonio del Gamec de Bergamo.

Una trayectoria no solo interdisciplinaria sino que también interartística, dado que Fabre ha sido también muy prolífico dentro del campo del teatro, el cine y la escritura. Y de hecho, una de las características de su obra artística es el sentido del espacio y la escenografía, elementos poco habituales dentro del arte contemporáneo, que sigue respondiendo como autómata a la ortodoxa y aburrida estética del cubo blanco con la que Alfred Barr Jr. nos sigue importunando desde la tumba.

De hecho, tuve la oportunidad de ser uno de los curadores invitados, junto con Omar Pascual-Castillo, de la exposición ideada por Javier Panera, entonces director del Domus Artium (DA2) de Salamanca, Barrocos y neo-barrocos. El infierno de lo bello (2004-2005) dentro de la cual mostramos una sala entera dedicada a Jan Fabre bajo el título Umbraculum/ A Place in the Shadow Away from the World to Think a Work, en la Sala de Santo Domingo de la Cruz. En esa instalación inmersiva se reunían las claves de una propuesta artística que a lo largo de estos años se ha venido cimentando con gran coherencia y consistencia.

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CUANDO EL MEMENTO MORI SE TIÑE DE AZUL…

Podríamos afirmar grosso modo que la obra de Jan Fabre es un gran memento mori o naturaleza muerta (es interesante la diferenciación semántica con el inglés que prefiere still life en vez de death life, o sea, naturaleza quieta o detenida). Si bien el memento mori no es necesariamente una naturaleza muerta, dentro del ars moriendi se hallan inseparablemente unidas, siendo este género el que más prevalece a la hora de representar a aquél.

De hecho, su mirada y su discurso nos remiten irremediablemente a la pintura flamenca, esa pintura realizada durante los siglos XV al XVII en la región de Flandes, que coincide aproximadamente con la actual Bélgica, y que nos deparó grandes artistas como Jan Gossaert, Hyeronimus Bosch, conocido como El Bosco, y en particular los hermanos Brueghel, El Viejo y El Joven. Fabre enlaza con sus ‘paisanos’ por la imaginación, tono irónico-metafórico y desmitificación del sino del ser humano. Asimismo, sus obras también comparten un fuerte componente lingüístico. Pero también hallamos similitudes temáticas con los pintores del Norte de la escuela holandesa, los especialistas con el advenimiento del mercado de las naturalezas muertas, las marinas y los retratos que habrían de abastecer y reproducir los gustos de los mercaderes y la nueva floreciente burguesía. Estoy pensando en artistas como Pieter Claesz., Willem Claesz. Heda, Adriaen Coorte o Gerard Dou.

En las obras de Fabre —desde la temprana El pacificador (1977), Escucha (1992) o Monje (París) (2004) hasta la más reciente Calavera con ardilla (2017)— encontramos una sugerente mezcla de elementos que nos recuerdan una y otra vez la mortalidad, la vanidad y la insoportable levedad del ser —como diría Milan Kundera—, articulados en torno a binomios como vida-muerte, mente-cuerpo, fragilidad-rigidez, belleza-perennidad o trascendencia-decadencia.

En todas las obras reunidas en la retrospectiva hay una presencia permanente y constante de huesos humanos y animales, cristal y el uso del bolígrafo azul Bic. El propio Fabre aclara en el catálogo de la exposición el porqué de esta predilección: “Mi razón filosófica y poética para reunir cristal y huesos humanos y animales procede de la memoria de ver a mi hermana jugando con pequeños objetos de cristal cuando era niña. Ello me hizo pensar en la flexibilidad inherentes tanto al hueso humano como al cristal. Algunos animales, pero también todos los seres humanos, salen del útero como si fuera cristal fundido recién salido de un horno. Cada uno puede ser moldeado, doblado y conformado con un grado de libertad increíble”.

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Nada más acceder al patio interior de la abadía uno se encuentra con un gigantesco escarabajo —tan típico y simbólico en la obra de Fabre— ubicado sobre una peana y atravesado por un árbol de laurel, realizado en cristal de murano: Escarabajo estercolero santo con laurel (2017). Una obra que recuerda en particular a Escarabajo estercolero dorado, realizada en 2011 en bronce y bañada en oro, donde percibimos un escarabajo atravesado por una gran cruz rematada con el nombre Le Scarabée Sacrée, y, más en sentido general, a las sillas de ruedas, calaveras, vestidos y un sinfín de objetos realizados a partir de cientos de pequeños escarabajos iridiscentes de color verde (principalmente). Estos escarabajos suelen ser muy habituales en las vanitas flamencas, en particular en Brueghel, y para Fabre representan una relación positiva con la muerte: la muerte como energía positiva que hace que el ser humano busque la perfección.  

En este mismo sentido, hallamos varios de los conocidos monjes hechos de huesos humanos y animales: Monk (Umbraculum) y Monk (París) de 2001 y 2004, respectivamente. Y también la famosa barca hecha con huesos y rematada con unos remos de cristal en los extremos que simulan manos y que están también pintadas con Bic: Canoa (1991), una ácida crítica en su momento a la relación colonial de Bélgica con su antigua colonia del Congo. También estos monjes oníricos, fantasmales, sin rostro, hechos a base de delgados huesos cosidos como si se tratara del fino encaje de Brujas, sugieren de manera metafórica la búsqueda del hombre ante la falta de espiritualidad en la sociedad contemporánea.

Entre sus obras más llamativas figuran sin duda las hileras de calaveras realizadas en cristal de murano y pintadas de azul, ubicadas en los pasillos de la abadía sobre pedestales grises, que muerden con la mandíbula el esqueleto de un animal: desde ardillas y topos hasta pájaros carpinteros, guacamayos y ratones. En estas atractivas obras la idea de vida y muerte, fragilidad y vanidad y nuestra relación con el mundo animal se imponen de manera irremediable. La transparencia del cristal unido al color azul del Bic les confiere una aire extrañamente onírico.  

Mencionemos por último, y a modo de cierre dentro de este breve recorrido, la instalación Catacumbas de perros callejeros muertos (2009-2017): una barroca y carnavalesca instalación hecha de tiras de coloridos confeti de cristal de murano, esqueletos de perros muertos que bien yacen en el suelo o cuelgan del techo con cables de acero inoxidable bañados en luces escenográficas. La instalación resume los grandes dotes de narrador de Jan Fabre y refleja una vez más esa idea de metamorfosis que atraviesa toda su obra.   

Pienso que Fabre se asemeja a un monje medieval en su búsqueda de misticismo y verdad interior, y eso es lo que hace que su obra tenga una voz, espíritu y originalidad muy característicos.

Bien podríamos entonces despedirnos del polifacético Jan Fabre con una cita de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera:  

Pero el hombre, dado que vive sólo una vida, nunca tiene la posibilidad de comprobar una hipótesis mediante un experimento y por eso nunca llega a averiguar si debía haber prestado oído a su sentimiento o no.

 


Imagen destacada: Jan Fabre, Canoa (1991) vista panorámica de la instalación, cristal de Murano, huesos humanos y animales, tinta de bolígrafo Bic, polímeros, 177,5 x 638,3 x 220 cm. Fotografía: Pat Verbruggen. Cortesía del artista/Abadía San Gregorio, Venecia

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Paco Barragán

Tiene un doctorado internacional por la Universidad de Salamanca (USAL) con residencia en la Universidad Alvar Aalto de Helsinki. Ha obtenido el Premio Extraordinario al doctorado en el año 2019-2020 por su tesis "La narratividad como discurso, la credibilidad como condición: arte, política y medios hoy." Es colaborador habitual de la revista norteamericana Artpulse. Entre 2015 y 2017 dirigió la sección de Artes Visuales del Centro Cultural Matucana 100 en Santiago de Chile. Prolífico curador, Barragán ha comisariado 91 exposiciones internacionales entre las que figuran "No lo llames Performance" en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia (2003), "¡Patria o Libertad! On Patriotism, Nationalism and Populism" en el Museo COBRA de Ámsterdam (2010), "Erwin Olaf: el imperio de la ilusión" en el MACRO-Castagnino de Rosario (2015) y "Juan Dávila: Pintura y Ambigüedad" en el MUSAC de León (2018). Barragán es autor de "From Roman Feria to Global Art Fair, From Olympia Festival to Neo-Liberal Biennial: On the 'BIennialization' of Art Fairs and the 'Fairization' of Biennials" (ARTPULSE Editions), publicado en noviembre de 2020.

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