CARÁCTER 2017. ¿QUIÉNES SON LOS EGRESADOS DE LA ESCUELA DE ARTE UDP?
La Escuela de Arte de la Universidad Diego Portales (UDP) presenta hasta el 17 de enero la muestra CARÁCTER, que como cada fin de año académico reúne en el estacionamiento subterráneo de la Biblioteca Nicanor Parra los trabajos de título de los egresados de la carrera. Este año, la muestra incluye obras en distintos formatos, escalas y soportes, como la gráfica, la fotografía, la pintura, la escultura, el video y la intervención en espacios públicos. A través de la investigación de los materiales –desde los más tradicionales como el metal y la piedra, a otros menos convencionales como la masa de pan- esta nueva generación de artistas aborda temas sociales, de memoria, trauma y territorio contingentes.
“Las obras que componen esta muestra no son neutras ni apolíticas. Tienen la fuerza de dialogar con las preocupaciones y tópicos de los actuales debates sobre la visualidad. A través de estas obras veremos que se cuestiona el canon del arte contemporáneo y sus modos de circulación, transgrediendo muchas veces las categorías de alta y baja cultura”, señala el director de la Escuela de Arte de la UDP, Ramón Castillo.
Mujeres con Carácter
La promoción de este año, conformada por 13 alumnos, se distingue por una alta presencia de egresadas mujeres. Entre ellas, Leslie Núñez, quien presenta una investigación basada en la fotocopia como un medio de reproducción técnica que revela un problema inminente de la sociedad tecnológica: el futuro de la pintura sin la pintura.
El proyecto consiste en la transcripción o traslado de la imagen fotocopiada a los soportes del video y la fotografía –medios que, como la fotocopia, se prestan para la reproducción ilimitada-, abordando así tensiones instauradas por la historia del arte, como el original versus la copia, o la pieza única versus el objeto en serie. Al mismo tiempo, el proyecto pone en evidencia el error del traspaso gráfico y mecánico de la máquina fotocopiadora.
Valentina Morales presenta sobre una larga mesa una colección de objetos hechos a partir de metal y masa de pan, a la que titula Tensión equilibrada, y que devela su fascinación por la materialidad y el azar, toda vez que estos objetos están destinados a perecer. De hecho, la artista señala que, además de la masa cocida y el hierro, un tercer elemento cohabita en el conjunto escultórico: el fagocitar del hongo producido por la humedad de la masa. “La obra interroga los cánones de la escultura clásica y su afán de trascendencia, centrándose en la belleza de lo perecedero”, señala.
Catalina Escobedo convierte al barrio La Chimba en su objeto de investigación. La trama urbana es activada a través de las fachadas continuas y tapiadas (como imbunches) convertidas en la antifachada del rostro de una comuna que ha venido desapareciendo del imaginario fundacional. A cambio, quedan espacios sobrepoblados y negados al exterior, silenciados en sus puertas y fachadas por temor a un exterior cada vez más hostil, permitiéndonos reflexionar en torno a la violencia simbólica y real que rodea nuestro mundo familiar.
Para María Valeria Muñoz, la memoria puede ser sostenida en el tiempo a través del cuerpo. Así, valiéndose de una serie de imágenes de un archivo familiar que es testimonio de un pasado de cuerpos ausentes, que ya no están, elabora un video en mapping compuesto por secuencias excretoras de emocionalidad y “memoria dermo-cartográfica”, que se proyecta sobre un volumen geométrico.
La obra de Isidora Bravo, Serigrafía Pelúa, parte de la relación imagen/espectador propia de la pornografía. La artista reconstruye imágenes pornográficas mediante una trama de puntos de pelo humano, adherido al papel con tinta serigráfica adhesiva. La técnica empleada propicia un acertijo para el ojo: de lejos, aparece la imagen pornográfica desprovista de una densidad material específica; de cerca, desaparece la imagen y aparece su materialidad. Así, esta serie de trabajos vuelve tangible el carácter pornográfico de las imágenes, generándose así una tautología.
“Es gracioso ver que el pene de la imagen es peludo de verdad, sin ocultar nada, sin dobles lecturas. Es pornografía, y la pornografía no nos oculta nada ni de la imagen ni de la materia. Me interesa sobre todo la sensación que la obra puede provocar, sea de asco, placer, deseo o molestia, a través de lo pelúo y lo cochino”, dice.
Carolina Mora indaga sobre la adicción a la que nos conduce el fenómeno de Internet. En vez de crear nuevas imágenes en un contexto por demás saturado de éstas, organiza otras narrativas a partir del reciclaje de fragmentos de videos de orígenes diversos, buscando recomponer un guión en el que los diferentes planos compiten por el protagonismo y en el que el tiempo es un soporte dinámico.
Magdalena Quijano presenta un conjunto de obras que hablan sobre la insuficiencia de los sistemas de representación –tanto de la imagen como del lenguaje- para remitir a un significado. En una serie de trabajos en papel inscribe –a través de la insistencia y desgaste del grafito- frases como “Imagen Incapaz” o “Imagen Insatisfecha”, para evidenciar la imposibilidad de una imagen de representarlo y comunicarlo “todo”.
En otro trabajo, la montaña de un paisaje de Chile es desmaterializada por efecto de la borradura con goma, quedando convertida en un espectro/ruina que nos remite al paso del tiempo, al desgaste de la imagen y al impacto de la huella del hombre en el equilibrio ecológico. Con la borra (la imagen residual), la artista ha reconstruido la montaña en versión escultórica, la que sitúa junto a la imagen original.
La fragilidad de la memoria queda representada en las planchas de metal troquelado que Sebastián Leal llevó a los bosques o a la orilla del mar en Valdivia. Las planchas, corroídas por el óxido, llevan frases recortadas -“Lo recuerdo”, “Tu primera imagen”- que hablan del paso del tiempo como factor transmutador y como elemento constitutivo de nuestra experiencia en el mundo.
La obra Para no olvidarnos sobre cómo perdimos nuestra casa, de Daniela Veliz, presenta diez maletas que contienen información de algunas personas de su familia materna. Distintas voces que dejan testimonio sobre un mismo hecho violento ocurrido en una casa: Av. Pedro Aguirre Cerda #3741. Entre un sujeto y otro se manifiestan variaciones acerca de lo que se recuerda: distintos grados de información y cercanía respecto al suceso, y distintas formas de trazar un mismo espacio.
Las maletas están rellenas de cemento, al que se le adhieren distintos objetos que aluden a esta casa, y con los que dichas personas establecen hoy algún vínculo afectivo. Junto a los objetos se exhiben relatos, plantas arquitectónicas y retratos borrosos. Un gesto de arqueología contemporánea a partir de la reconstrucción –y, a la vez, reparación simbólica- de su hogar y las memorias de sus habitantes.
Leonardo Sandoval muestra vestigios de un viaje realizado a la zona afectada por la erupción del volcán Chaitén. Se trata de mapas desenterrados, cuyos límites topográficos originales fueron modificados por la naturaleza; por efectos de la lluvia y la ceniza, se crean sobre estas cartografías territorios inexistentes, desarticulando, en algunos casos, los márgenes creados por el hombre.
Estas modificaciones las encapsula en resina para su preservación. Sandoval descubre así en medio de la ruina, en tanto símbolo, la oportunidad para reimaginar el territorio y preguntarse por la poética del andar y del hallazgo.
Otros tres artistas abandonan lo personal y se instalan en la contingencia, en el efecto de lo real. Javiera Ibarra dispone una sala oscura para que el espectador tenga que encender su teléfono móvil e iluminar una serie de planchas de vidrio grabadas que, al acercarnos con la luz, revelan textos e imágenes que se duplican como sombras en la superficie del muro.
La gráfica urgente de Aldo López intenta borrar los límites entre alta y baja cultura, desde el momento en que sus dibujos retratan la historias de barrios marginales, periféricos o en situación de riesgo social. Aquí, el dibujo aparece como testimonio contra el olvido y, al mismo tiempo, recupera el sentido de la novela gráfica, del grafitti o del mural callejero que los familiares encargan tras el fallecimiento violento de un ser querido.
En este mismo límite de las imágenes traumáticas, Fernanda Ponce de León representa en sus pinturas altamente matéricas cuerpos desmembrados, convertidos en fragmentos, así como diagramas de una investigación forense. Es la pintura y el collage a través de sus distintas capas que revelan, al tiempo que ocultan, el delito.
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