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ANDRÉS PEREIRA: ROOMATE

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Por Rodrigo Quijano, curador.

Desde hace un tiempo, Andrés Pereira (La Paz, 1986) se encuentra indagando en los territorios del discurso colonial y sus diversas texturas y representaciones dentro del entramado boliviano. Asumiendo en cierto modo las ambivalencias y superposiciones de la violenta hibridación de las tierras andinas con Occidente, las piezas de Pereira parecen poner en evidencia no una, sino varias estructuras del deseo y sus respectivos fantasmas.

Pereira, en ese sentido, retoma imaginerías que van desde la instrumentalización de la arqueología como discurso fundacional boliviano (y andino en general, incluyendo sus desarrollos más esotéricos, chirriantes y populares o comerciales), hasta la reutilización del registro ancestral en aquel perfil contemporáneo que apuntaría a una refundación de lo nacional.

Precisamente en este último aspecto, Pereira le otorga un énfasis particular al giro por el cual el discurso de lo ancestral relativiza su autoridad y poder de convocatoria, ni bien es tocado por el halo penetrante de una modernidad que no puede ser librada de su carácter colonial. Es en este giro en que las piezas textiles, por ejemplo, hacen emerger las contradicciones que habitan todo discurso colonial, produciendo a la vez una desestabilización en el estatuto de la imagen.

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Esa oscilación de la mirada, entre la forma en cómo lo ancestral se ve en el tejido y la forma en que otros ojos (tanto azules como ahumados, tanto propios como ajenos) ven lo ancestral, sintetiza en parte el gesto que persigue Pereira en sus détournements, es decir, en las desconcertantes aplicaciones formales y en las superposiciones de elementos culturalmente contradictorios, si bien fusionados en su fantasía y su deseo por resolver estos extremos en conflicto.

Así, de esos extremos y de esas extremidades sueltas se desarrolla también la reinterpretación de la línea del dibujo anticolonial de Guamán Poma, el discurso (que aquí aparece fragmentado) de la famosa comunicación rebelde dirigida en el siglo XVII al rey Felipe III, que nunca llegó a destino. Pero que de manera parecida a la huella de una estrella distante, llega ahora hasta nosotros hecha pedazos, desestructurada por el tiempo y esperando su reintegración. O si se prefiere: esperando la conversión unitaria en símbolo, huella histórica del primer sujeto indio colonial que nos legara, en 1615 y de manera subversiva y casi efímera, su propio autorretrato entrampado pero emancipado en su Nueva Crónica y Buen Gobierno.

En medio de estos encuentros, lo mismo tiernos que violentos, superpuestos y mestizados de los orígenes y sus símbolos, Pereira casi parece poner en perspectiva la célebre noción de Benedict Anderson acerca de las comunidades imaginadas como definición de nación. Como si hubiera que agregarle (a contrapelo de la propuesta ideal del académico) la precisión del hecho de ser comunidades imaginadas “por otros”. Es decir, el hecho de ser depositarias de la idealización y la oficialización a través del estado de diversas premisas y atributos, o incluso esencialidades, que definirían lo nacional. En la experiencia histórica sudamericana, esta es más o menos la idea contenida en los términos de la nación criolla surgida en el estado por y para la élite. Sobre esa experiencia, Pereira “ficciona” estas pequeñas disidencias, expresa con humor sus contradicciones, pero señala sobre todo, por encima de los deseos, la brecha aún existente de una fractura que demorará en soldar.

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ANDRÉS PEREIRA: ROOMATE

Kiosko Galería, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia

Hasta el 20 de agosto de 2016

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