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ALMUDENA LOBERA. UNA REVELACIÓN LATENTE

Una obra de arte, concebida dinámicamente, consiste en ese proceso de ordenar imágenes en los sentimientos y en la mente del espectador

Sergei Eisenstein, El sentido del cine

En torno a 1918/1919 Duchamp creó una obra, tan frágil como misteriosa, titulada Diapositiva estereoscópica, hecha a mano —trabajo que contemplado ahora considero que fue de especial importancia para que el artista holandés Jan Dibbets creara sus famosas Correcciones Perspectivas en la década de los sesenta. En la obra de Duchamp el espectador contempla con una cierta dificultad dos prismas dibujados, con el mar y el cielo actuando como “fondo de representación”, o si se quiere, incluso, como profundo “backstage” en el escenario donde en primer plano únicamente vemos los solitarios y estáticos prismas. Comentando este trabajo, ciertamente muy duchampiano, Rosalind E. Krauss en El inconsciente óptico, y en concreto en el capítulo que lleva el mismo título del ensayo, explica, siguiendo una opinión de Lyotard sobre esta misma obra y que ella, aún estando de acuerdo, corrige ligeramente que: «Lyotard ve esta “Diapositiva…” como un síntoma más del creciente interés de Duchamp por la fisiología del acto visual, un interés que fructificaría en los quince años de producción dedicada a la Óptica de Precisión». «Los historiadores del arte, prosigue, que quieren situar a Duchamp en la perspectiva renacentista vía cámara oscura imaginan ver los prismas por un estereoscopio y el efecto misteriosamente dramático que produce. La sensación de volumen resultante que otorgará a esta figura inestable la majestuosidad formal de un sólido platónico, afirman, no será obra del arte del pintor; tendrá lugar en el cerebro del espectador». Pido disculpas por la relativa largueza de la cita pero me parece muy oportuna para situar la muestra de Almudena Lobera en la galería Max Estrella, Una revelación latente, dentro de unos parámetros en los que se “exige” al espectador, y como invitación creativa a la mirada de quien observa las obras de la artista, un continuo reajuste de su propia perspectiva visual, o una “corrección” de los sistemas perceptivos del “ver”.

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Diego Santa María, Borde costero, 2016, cemento, piedras, plantas y tierra sobre estructura metálica. Medidas variables. Cortesía del artista y Galería NAC

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Diego Santa María, Borde costero, 2016, cemento, piedras, plantas y tierra sobre estructura metálica. Medidas variables. Cortesía del artista y Galería NAC

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Diego Santa María, Borde costero, 2016, cemento, piedras, plantas y tierra sobre estructura metálica. Medidas variables. Cortesía del artista y Galería NAC

Durante el pasado año nuestra artista vivió medio año, quizás algo más, en Roma, becada en la Academia de España. Hay palabras, así “Roma”, que están tan densamente cargadas de significado, tan dotadas de semántica narrativa, que el hecho mismo de escribirlas ya nos obliga a un incontrolado desvío interpretativo, con el riesgo añadido de no decir lo que realmente queremos, o decirlo siempre con el eco y la resonancia que la misma palabra nos impone. Por otra parte, no podemos dejar de considerar, o reducirla a una tan falsa como interesada anécdota, que una estancia en Roma no le “afecta” a ese ocasional visitante, mucho menos tratándose de una artista como Almudena Lobera para la que la Historia del Arte es esencial, imprescindible, para conseguir la absoluta contemporaneidad —radical, extrema, libre— de su producción artística. Digamos entonces que Roma fue para ella, sobre todo, “un peligro en su caminar”, apropiándonos del estupendo poemario de Rafael Alberti allí escrito. Es decir, hubo contingencia, riesgo y aventura. Gran parte de las obras ahora mostradas fueron y no fueron realizadas en Roma, pero sí podemos afirmar que en no pocas de ellas su autora ha secuestrado una luz, no necesariamente “romana”, pero sí la irradiación que se produjo en ese maravillado y peligroso caminar. Luz, naturalmente, muy trabajada y matizada, argumentada de historia y pasión, y sin por ello caer en narración alguna. Hablo de claridad también, efectivamente, y sin duda me gusta más que “luz”, cualidad que tan alto protagonismo posee en la obra de Almudena Lobera, en la medida que son obras que invitan al espectador a una lectura de las mismas donde la iluminación posee el mismo protagonismo que su contrario, al igual que en ellas lo táctil es una forma de ver otra, quizás más receptiva y participativa. Para decirlo en corto: nos encontramos de frente al cómo solucionar, o al menos presentar con la claridad necesaria, “el agujero perpetuo de las apariencias”, así define Deleuze lo que para él es la película de Dreyer “Gertrud”, cuando paradójicamente se trata probablemente de la obra más “pura” y “cristalina” (es muy necesario el entrecomillado) del extraordinario director danés.

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Almudena Lobera, Manos que exploran / Exploring Hands, 2015. Cortesía de la artista y Max Extrella

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Almudena Lobera, Manos que exploran / Exploring Hands, 2015. Cortesía de la artista y Max Extrella

Pero volvamos de nuevo a nuestra artista y a ese “agujero perpetuo de las apariencias” que de una forma tan magnífica se nos presenta en esta muestra. No ha de extrañarnos que el grado de intensidad acumulado por el objeto de arte durante el pasado siglo (no hay ningún lapsus en lo escrito: me interesa alargar el siglo XX para lo que pretendo decir, y con más razón escribiendo sobre la obra de Almudena Lobera, tan sofisticadamente “vanguardista”) estuviera en relación proporcional con la proliferación exhaustiva, acumulativa, metastásica, de los millones de “agujeros negros” que incluso se tragan la idea misma del arte como práctica, pensamiento y acción. Estaría esta posibilidad muy cercana a las tesis de Thierry De Duve, que se basan en la afirmación de que la modernidad habría vivido siempre del proyecto de su propio final, para luego repensar dicha posibilidad con un sesgo diferente, que no hay término histórico para la empresa moderna, solamente hay rupturas, aperturas inauditas, “agujeros negros” en definitiva.

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Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella

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Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella

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Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella

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Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella Almudena Lobera, Haz de oscuridad / Beam of Darkness, 2015. Cortesía de la artista y Max Estrella

No ha de asombrarnos entonces que la violencia con que el objeto post-duchampiano irrumpe en el escenario de lo visual fuera consecuencia de la imparable desintegración, no ya de las estructuras generadoras del arte como pura visibilidad, sino más en concreto de la cancelación de las coordenadas temporales, o de la suspensión sine die de la conquista de los horizontes utópicos con que la propia Vanguardia medía la intensidad y eficacia de su proyecto. Ahora bien, nos interesa, y mucho, el perpetuo agujero negro de las apariencias (quiero decir, la interpretación que Almudena Lobera hace de esta compleja realidad y del muy interesante “montaje”, en su sentido cinematográfico, que enlaza clasicismo y contemporaneidad), así como los continuos ajustes y reajustes con la idea de imagen representacional (uno de los ítems que más le interesan a la artista), la que se hace visible a través de una impresión analógica, que se teoriza y analiza a sí misma hasta la desesperación, consciente de que su poder de seducción está en función de lo abultada, cuanto más mejor, que sea la cantidad de analogía capaz de auto-proyectarse en términos de “verdad artística” desde nuestro presente, y con ello la conquista de un significado visual (y mental) de tan rica como compleja y fértil representación. Nada de ello sería posible sin la contradictoria afirmación de que en arte todo es, en verdad, una revelación latente.

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Almudena Lobera, La prueba / The Proof, 2015-2016. Cortesía de la artista y Max Estrella

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Almudena Lobera, La prueba / The Proof, 2015-2016. Cortesía de la artista y Max Estrella

Luis Francisco Perez

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