Moneda de Cambio.un Recorrido por «la Tragedia de los Comunes», de Claudio Correa
Money, it’s a crime
Share it fairly but don’t take a slice of my pie
Money, de Pink Floyd, es una referencia inmediata cuando se ingresa a La tragedia de los comunes, la actual muestra de Claudio Correa en Metales Pesados Visual. Si bien hay mucho de la canción en esta exhibición, también hay un condicionamiento televisivo en esta referencia, ya que cada vez que en los noticieros pasan alguna nota sobre economía, inflación, o incluso el precio del dólar, ésta es la banda sonora ineludible. Así como la muestra nos permite tararearla, propongo que sea la música que acompañe la lectura de este texto.
Para empezar el recorrido es necesario mencionar que Metales Pesados Visual tiene una particular característica, ya que su fachada -cerrada por mamparas de vidrio- permite tener una visión general del primer piso de la propuesta expositiva. Lo primero que llama la atención son las dos esculturas, una a la entrada y otra al fondo de la galería, en un sector que podríamos pensar que ya no es parte del recorrido, pero sí lo es. Se trata de dos representaciones a gran escala de monedas Nuevo Peso y que fueron creadas en Uruguay y México con el fin de subsanar los procesos inflacionarios aparentemente propios de economías en vías de desarrollo. La moneda mexicana tiene en su base muchas monedas pequeñas, que dan cuenta de cómo opera el cambio, mediante el cual la gran moneda contiene el valor de las pequeñas. Así, los gobiernos generan una representación visual más coherente con respecto al valor del dinero, puesto que cuando hay una alta inflación, es usual usar muchas monedas para comprar elementos básicos.
Es pertinente recordar que esta escultura tiene otro valor: aquél que le asigna ser una obra de arte y encontrarse en una galería comercial. Así, una muestra como La tragedia de los comunes instala una aguda reflexión respecto a las condiciones del mercado artístico; es, entonces, una construcción de obra consciente de su contexto inmediato. Entendiendo que no hay un afuera del sistema, la exhibición nos expone las distintas capas del mercado y los estatutos de valoración del objeto artístico, que son tan simbólicos como el sentido del mismo. Así como el campo del arte tiene sus condiciones, en las cuales el valor simbólico cumple un rol fundamental, podemos ver que en la muestra de Claudio Correa estas convenciones muchas veces inexplicables para personas ajenas al campo, en el sistema económico operan de un modo similar. La mano invisible propuesta por Adam Smith (absolutamente metafórica) encargada de regular el sistema, se desvanece; las monedas se devalúan y la demanda se mantiene, el poder adquisitivo se pierde, haciendo necesario el diseño de nuevas monedas que controlen dicha situación.
La muestra continúa con una serie de obras bidimensionales. Se trata de collages cuyos materiales principales son los billetes, los que ahora cambian nuevamente de valor al ser transados ya no como dinero, sino que como obra. A lo largo del muro de la izquierda vemos siete trabajos que están elaborados con billetes extranjeros (los de más alta denominación en la historia), los que al igual que las monedas aluden a momentos en que su poder adquisitivo disminuye. Los billetes están enmarcados entre vidrios y al observarlos podemos ver lentes fotográficos que tienen el efecto de delimitar segmentos, agrandando o reduciendo alguno de los muchos símbolos que están grabados en el diseño del papel moneda. En un cuadro vemos cómo se aumenta el rostro de lo que parece ser un indígena en un billete peruano, el cual está alterado por agujeros de perforadora y superposiciones del mismo papel. En otro cuadro es posible observar cómo un lente disminuye lo que parece ser la cámara del Senado en un billete del mismo país. Al hacerlo, pareciera que Correa le resta utilidad a una institución política esencial a cualquier república.
En la pared de enfrente hay dos cuadros similares a los anteriores, sin embargo, éstos añaden pequeñas monedas (reales), y si bien no vemos su valor, reconocemos que son de uno y cinco pesos, las que conforman una suerte de gráficos de barras. Una de estas obras podría considerarse la antesala de lo que veremos abajo, puesto que aparece por primera vez en el recorrido la plata chilena. En el mismo trabajo, también son usados billetes locales; vemos a un Ignacio Carrera Pinto de un billete de mil anamorfoseado que nos conduce a un libreta del Banco Estado, propia del imaginario de los noventa y promesa para todas las familias chilenas de clase media emergente. Esta última era utilizada como regalo idóneo para los hijos, para enseñarles la importancia del ahorro, consecuencia del esfuerzo en la naciente sociedad democrática y de libertad económica que nos heredó la dictadura.
Al bajar nos reciben dos videos que registran el procedimiento que hubo detrás de toda la propuesta elaborada para el piso inferior. De acuerdo al Artículo 32 de la Ley Orgánica del Banco Central de Chile -documento que conforma, junto con otros materiales, un nuevo collage- es posible cambiar billetes que se encuentren dañados por unos nuevos (de igual valor), siempre y cuando estos posean el 50% +1 de su superficie. Así es como el artista logró hacer una serie de obras en las que vemos nuestros billetes mutilados que conforman intrincadas composiciones o exponen sus sellos y mecanismos que demuestran su originalidad, cuestión que también alude a la originalidad exigida a las obras de arte.
Las composiciones que se acompañan también de billetes destruidos, de monedas, de billeteras y lentes fotográficos, muestran a través de la repetición de fragmentos la pérdida de valor adquisitivo del dinero ya que, como sabemos, la devaluación de la moneda es un proceso inevitable en cualquier país, al mismo tiempo que esa repetición exhibe como trofeo el sello de su legitimidad. En el caso de los billetes de diez mil el lente se encuentra sobre la representación de Arturo Prat, lo vemos disminuido, mientras que inmediatamente abajo el rostro anamorfoseado del mismo se expande al máximo manteniendo la legibilidad de su retrato. En la pared del final vemos otra pantalla que proyecta uno de los registros que Claudio Correa realizó en sus constantes viajes al banco con el fin de renovar los billetes cortados estratégicamente para nunca perder más del 49% de los mismos y que dan cuerpo a cada una de las obras expuestas.
Finalmente, nos encontramos con otra escultura de una moneda, pero a diferencia de las del primer piso, vemos que ésta está derrumbada y cortada en un cuarto, que continúa poniendo en cuestión el estatuto representacional del dinero y la obra de arte, planteando así diversas preguntas sobre la situación económica actual.
La exposición de Claudio Correa construye una trama compleja y es el resultado de una investigación extensa que excede a la exposición misma. Es por esto que una vez visitada nos motiva una búsqueda por encontrar todo lo que ésta pueda contener. La tragedia de los comunes es también el nombre de un artículo aparecido en el año 1968 en la revista Science (que se dedica a la publicación de investigaciones recientes en temas científicos y sociales), escrito por Garrett Hardin, ecologista estadounidense, que alerta sobre el inevitable fracaso al que nos conducirá la excesiva libertad individual vinculada directamente con las ideas de progreso y que va en detrimento de la naturaleza como el recurso común finito y primordial. El enunciado completo que se condensa en el título es La tragedia de la libertad sobre los recursos comunes y que podríamos plantear de un modo sencillo como «la individualidad por sobre el bien de todos terminará por acabarnos y ésta es uno de los fundamentos del sistema neoliberal».
La tragedia de los comunes, de Claudio Correa, busca desnaturalizar parte de nuestro sistema económico a través de su representación más literal pero al mismo tiempo simbólica: el dinero. Esta crítica va más allá del sistema neoliberal, ya que se refiere también a la construcción de comunidad y a las convenciones que, si bien son aceptadas por todos, van en detrimento de algunos. Aquí yace uno de los potenciales del arte contemporáneo: la capacidad de instalar reflexiones sin la necesidad de dar con una solución o respuesta efectiva. Para eso se requiere mucho más que un artista.
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