
Marcelo Pombo, un Artista del Pueblo
La Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat presenta la muestra Marcelo Pombo, un artista del pueblo, que reúne un conjunto de obras del artista argentino desde sus inicios en la década de los 80 hasta la actualidad, seleccionadas por la curadora Inés Katzenstein.
La producción de Marcelo Pombo es recorrida en esta exhibición a través de siete núcleos basados en los distintos lenguajes que el artista adoptó en su carrera: las mujeres y sus técnicas de bricolaje, los niños y niñas alienados por la seducción de la publicidad, los pobres y sus ilusiones, los artesanos, los jóvenes rebeldes y sus fetiches, y los artistas conservadores o provincianos.
En palabras de Katzenstein, «éstas han sido las comunidades con las que Pombo eligió identificarse y establecer alianzas, y que fueron configurando tanto su lenguaje artístico como su política. Y son estas alianzas las que han transformado a Pombo en lo que aquí denominamos ‘un artista del pueblo’, entendiendo al ‘pueblo’ no en su acepción heroica (pueblo masculino, trabajador y militante), sino como un pueblo femenino o infantil, sin representación pública y sin horizonte de cambio o emancipación«.

Marcelo Pombo, Bodhisatva joven y náufrago, 2006. Cortesía: Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat
La obra que viene desarrollando Marcelo Pombo desde mediados de la década de 1980, cuando empezó a exponer en el Centro Cultural Ricardo Rojas, propone una comunión estética y emocional con los procedimientos, lenguajes y materiales de las llamadas «artes menores» y de los grupos sociales que están más devaluados en las jerarquías sociales y estéticas.
La exposición incluye, además, obras de artistas invitados que participaron de un mismo grupo de intereses con Pombo: Benito Laren, Fernanda Laguna, Alfredo Londaibere, Miguel Harte, Jorge Gumier Maier, Pablo Suárez, Alberto Goldenstein y Omar Schiliro.
Para la exhibición se editó un catálogo con textos de Inés Katzenstein, Mariana Cerviño, Claudio Iglesias, Marcelo Pombo y Florencia Qualina. A continuación, reproducimos un breve fragmento del texto curatorial de Katzenstein.

Marcelo Pombo, Navidad en San Francisco Solano, 1991. Cortesía: Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat
Marcelo Pombo, un artista del pueblo
Por Inés Katzenstein
En la obra de Marcelo Pombo funciona, primero, la seducción; la sorpresa de una visualidad fulgurante. Pero, a la vez, aparece siempre una dificultad, una paradoja; pensándolo bien, allí nada es enteramente lo que parece. Aquí, como ejemplos, tres movimientos fundamentales en la obra de este artista: durante casi una década, Pombo adoptó la misión de “resacralizar el arte”, pero la puso en práctica usando códigos bajos, de las llamadas artes menores; cuando emprendió procedimientos de apropiación típicos del arte conceptual, lo hizo confundiéndolos, rebajándolos a través de procedimientos artesanales y decorativos; cada vez que se entregó a la imaginería de los desdichados, fue para instaurar una nueva y provocativa imagen de lo precioso y hasta de lo feliz. Por esto mismo, entonces, por toda esta deliberada complejidad puesta en funcionamiento en sus decisiones artísticas más relevantes, su obra es tan difícil de categorizar; ha generado malentendidos una y otra vez y ha quedado asociada a una suerte de nuevo esteticismo cuando en realidad encarna, como veremos, lo contrario al ensimismamiento, y por esto mismo, no podemos pensar a Pombo por fuera de una discusión eminentemente política [1]
Veremos cómo, en primer lugar, las paradojas en Pombo son en sí mismas máquinas críticas; fuerzas que actúan para sacudir los clichés hacia un lado y hacia el otro. Lo bello gestará monstruosidades, lo barroco será discreto, lo político será confuso y caprichoso, la sofisticación se fundirá con la candidez. Todo se encuentra en una situación de fricción, lo cual tiende a frustrar las percepciones facilistas. “Si uno usa la vieja acepción de la palabra ‘perversión’, darle a algo un fin distinto del normal, uno podría decir que la obra de Marcelo es perversa”, sostiene el curador y artista Jorge Gumier Maier, gran conocedor de la producción de este artista.
Eso es, creo, lo que pasa con muchos de sus elementos: tienen originalmente un destino distinto al que él les da. ¿Te muestra algo lindo o feo? ¿Algo seductor o vomitivo? Marcelo es capaz de descubrir en lo abyecto algo casi sacro y en lo estéticamente irrecuperable algo encantador. Sus cuadros más abstractos y mainstream terminan siendo siempre otra cosa. Lo decorativo entra en una hipérbole que lo transforma en lo contrario, como en las cajitas de Cepita: algunas tienen apenas unos flequitos –los elementos decorativos son demasiado escasos–, y en otras son demasiado excesivos. Esa elasticidad de los márgenes es la gran provocación de Pombo, además de cómo trastoca las jerarquías, como cuando ostenta de idéntica manera una caja común y corriente de Bayaspirinas y una de perfume francés. Creo que su punto es provocar la incomodidad del espectador [2].

Marcelo Pombo, Mantel, 1990, apliques de plástico cosidos sobre mantel de algodón, latas de arvejas y flecos de nylon, 180 x 180 cm. Cortesía: Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

Marcelo Pombo, Noche estrellada con casas en las montañas, 2012, esmalte, acrílico, stickers, papel, madera, algodón, billeteras sobre panel, 76, 5 x 112,5 x 6 cm. Cortesía: Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat
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[1] No solamente la seducción de la obra y su relación con lo ornamental desataron esos malentendidos. También Pombo se ocupó de sembrar la confusión desde el discurso, cuando señaló que lo único que le interesaba era lo que se encontraba en el metro cuadrado alrededor de él.
[2] Jorge Gumier Maier, entrevista con la autora, Tigre, diciembre de 2014.
Marcelo Pombo, un artista del pueblo
Curadora: Inés Katzenstein
Asistencia de curaduría: Florencia Qualina
Museografía: Estudio Clusellas
Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Buenos Aires
Del 28 de mayo al 16 de agosto de 2015
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