Habitar en el Espacio de Kuitca
Como parte de las celebraciones de su Trigésimo Aniversario, la Fondation Cartier pour l’art Contemporaine presenta hasta el 22 de febrero del 2015 Les Habitants, un proyecto concebido por Guillermo Kuitca (Buenos Aires, 1961) que juega constantemente con desvanecer los límites y conceptos preestablecidos, generando un espacio donde las preguntas resultan en nuevas y más preguntas. El recorrido de esta exposición conduce literal y psicológicamente hacia una espiral que desciende.
Kuitca se asigna el multi-papel de artista-curador-orquestador, interrogando la idea misma del creador: ¿cuál es el rol de un artista y hasta dónde se extiende su función?; ¿cuáles son las posibilidades de colaboración, qué significa ésta y cuándo uno cruza ya el terreno de la apropiación?. El título mismo de este ejercicio curatorial lo toma prestado de la película de Artavazd Pelechian, presente en la exposición. Kuitca traza líneas de relación y establece vínculos formales y conceptuales con piezas de otros creadores. Es una reunión de artistas atrevida y potente. Juega con la idea de reinterpretación, desde puntos de encuentro, a veces evidentes, otras subjetivos y arbitrarios.
La idea parte de la experiencia que tuvo Kuitca al ver la pieza de David Lynch The Air is on Fire, en la que el cineasta materializa un dibujo suyo en un espacio tridimensional en la Fondation Cartier en el año 2007. Kuitca también se inspira en un concierto de Lynch y Patti Smith realizado en la misma Fondation Cartier en 2011, en el marco de la exposición Mathematics, A Beautiful Elsewhere, en el que Smith pone melodía a un texto de Lynch narrando la historia de un antílope que visita una ciudad, y va describiendo sus impresiones mientras observa a sus habitantes de forma juiciosa. Este personaje le sirve a Kuitca de metáfora, anticipándose a la posibilidad de que su creación será juzgada por el visitante, aunque también le sugiere la alternativa de ser un personaje que habita el espacio, como los ciudadanos del relato de Lynch. Kuitca describe que al mirar la instalación The Air is on Fire se sintió perdido, desorientado y, de alguna manera, buscó lograr algo similar en Les Habitants.
Al descender a la planta subterránea de Fondation Cartier, uno se sumerge en un ambiente que transmite una sensación de inseguridad. El espacio es oscuro y lentamente uno comienza a escuchar una dulce melodía de música clásica que sincroniza con el rítmico tintinear de reflejos luminosos sobre un muro recubierto en vinilo. Kuitca titula esta pieza Pelechian’s mirror (2014), contornos curvos en claroscuro, en forma de ubres de vaca (formas que aparecen en el filme). El ojo comienza a descubrir al dilatarse la pupila y acostumbrarse a la oscuridad.
Existen narrativas pre-existentes que sirven de guía en este recorrido. Sin embargo, lo que prevalece es un continuo divagar, sensorial, mental y emocional. El espacio se activa con muros diagonales que articulan y subdividen, invitando al acceso. Al centro, una hilera de tumbonas se alternan en direcciones opuesta para que los visitantes se posen cómodos a observar, ya bien la proyección de Pelechian’s mirror o un óleo de Lynch de 2003 titulado Well… I can dream, can’t I?.
La proyección comienza con los Milagros de la creación, paisajes y animales que existen en armonía, imágenes poéticas en blanco y negro, aves al vuelo, el viento que mueve la hierba, la belleza natural que avanza y que, progresivamente, respondiendo al crescendo sonoro, se desfiguran y transforman agitadas en ansiedad, confusión, caos, hasta llegar en última instancia al horror, un grito desesperado de la presa que huye por su supervivencia. Animales a la fuga, alaridos, aleteos, la huida. El sonido ahora es cacofónico: gemidos de las bestias en yuxtaposición con continuos disparos de escopeta. Sabemos de la presencia humana, a pesar de no verla… es el depredador. Y esa ausencia es la que ocupa cada uno como testigo delante del hecho. La música anticipa el gran final: voces de mujeres anunciando la desesperanza. Negro total.
Tras un breve silencio sonoro y visual, la proyección comienza de nuevo. La cíclica historia de la humanidad que se repite una y otra vez.
Lynch nos muestra la representación grotesca de una mujer desnuda, posada también en una tumbona, masturbándose con una mano y con la otra sosteniendo una pistola. El cuadro esta revestido de una caja de acrílico transparente que refleja la proyección del muro frente a él. Continuamente se generan estos reflejos. La experiencia de estar acostado ahí obliga a una intimidad que muchas veces se comparte con extraños. El encuentro forzado con el otro nos obliga a mirarnos. ¿Cuáles son las implicaciones del observar?; ¿a quién se observa?. Y es que, al ver al otro a su vez observando, ¿pudiéramos vernos a nosotros mismos?; ¿qué es lo que vemos?; ¿la destrucción?; ¿el reflejo de uno mismo en los demás?; ¿quizás lo que ofrece Kuitca es meramente un espejo del ser?
La proyección ilumina con su reflejo los recovecos del recinto, pero en los límites de la ficción de la imagen en movimiento regresamos en fracciones de segundo a la oscuridad total, la vacuidad. Armonía versus horror; vida versus devastación; disfrute versus terror. El espectáculo.
Podemos observar que la construcción de los muros, a modo de escenografía, refuerza la noción de ficción y montaje. Kuitca trabaja únicamente con dos colores: rojo y negro, colores que responden a su habitual paleta reducida a la hora de pintar. El diseño en los muros no es precisamente un patrón; el artista limita el rango de las formas y figuras que utiliza, pero construye variaciones siguiendo un ritmo, como si fueran notaciones musicales; esto le permite libertad a la improvisación y variaciones que activan el dinamismo pictórico, más allá de la mera repetición.
En contraparte a su limitada paleta, el ambiente está lleno de influencias artísticas de todo tipo, desde el futurismo y el concretismo hasta el cubismo y el expresionismo, lo que permite moverse en múltiples direcciones estéticas. Kuitca no las recrea o imita. Considera estas influencias como lenguajes que comunican con su propia voz.
Los muros laterales sostienen pinturas de Tarsila do Amaral, un óleo de un huevo sostenido por un tentáculo (Urutu, 1928), y de Francis Bacon (Head [Man in Blue], 1961), el rostro desfigurado de un hombre. Bacon ha sido una gran influencia para el trabajo de Lynch, según relata Kuitca en una entrevista, por lo que incluir esta obra fue importante en la concepción de Les Habitants.
Un gran lienzo monocromático, Untitled (1996), representa una escena urbana inundada, desolada; hay muebles que flotan, entre ellos las tumbonas del centro del salón. Los muebles aparecen en bocetos en un lienzo en la pared, materializados para ser ocupados por los espectadores. El transportar el plano a la tridimensionalidad son características presentes en la práctica de Kuitca.
En la sala contigua el espacio se hace aún más lúgubre. Es la sala que construye Lynch a partir de su dibujo Untitled (drawing for an interior) [Sin título (dibujo para un interior)], sin fecha. ¿Qué implica la recreación a partir de un cuadro?; ¿cuál es la función de la representación?
Los espectadores se reúnen en un círculo, a modo de ritual, alrededor de un sillón vacío, como esperando al invitado de honor que nunca ha de llegar. La dicotomía, reunirnos en torno a la ausencia. El vacío esta vez lo llena la voz de Patti Smith, que declama con sentimiento profundo su poesía, encarna la voz del antílope. Fantasía versus realidad.
Al fondo de la sala, hay un túnel que te lleva en un semicírculo, para terminar donde empezaste. Sin fin de metáforas y simbolismos en el recorrido del espacio. La idea de refugio, el interior, la protección, para finalmente encontrar el horror, la desolación… ¿Qué llevamos en nuestro interior?; ¿somos nosotros los habitantes de este mundo?
La textura empieza a ser un tema constante. Los gestos reunidos apelan a distintos sentidos y, al notarlo, se alerta la sensibilidad incluso táctil. Los muros rojos parecen haberse derramado de la pintura en acrílico de Lynch Sun is gone (2014). Los materiales en esta sala imitan pieles de animales. Lo natural versus lo artificial.
Al avanzar a la última de las galerías este ejercicio comparativo continúa: las pinturas de Vija Celmins Night Sky #11 (1994), Night sky #10 (1994-1995) y Night sky#18 (2000-2001) imitan la textura en el piso de la sala. Pero se abre una ventana, miramos afuera, más allá del planeta, hacia el cosmos.
Frente a nosotros, una vitrina como dispositivo para exhibir, pero tantas veces también para vender, y dentro, To Fix the Image in Memory, XIII (1977-1982), dos esculturas: una en piedra, la otra en bronce pintado. Parecen iguales, pero su interior es distinto. Semejan minerales y sugieren la idea de tiempo; del tiempo infinito, lo más valioso que creemos tener, y la imposibilidad de adquirirlo.
La posición que adquiere el cuerpo en los diferentes espacios contribuye al divagar sensorial y al erosionar los limites de las funciones del contexto. ¿Estamos en una sala expositiva? ¿En un museo que por lo general se entiende como frío y estéril, o en la sala de algún excéntrico amigo? Y ese entrar y salir de un espacio psicológico es la acción constante. Guillermo Kuitca, más que una instalación, construye territorios emocionales y nos propone una profunda reflexión sobre nuestra forma de habitarnos a nosotros mismos.
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