LUCÍA PIZZANI: LA ADORADORA DE MARIPOSAS
En sus más recientes trabajos, Mariposario (2013) y El adorador de la imagen (2013), Lucía Pizzani explora la obsesión y la apariencia (o la obsesión con la apariencia) a través de dos figuras que parecerían serles consubstanciales: las mariposas y el cuerpo femenino. Desplegando estas figuras en múltiples registros (cerámicas, dibujos, ferrotipos, videos, esculturas, telas, jarrones de barro y hasta mariposas muertas), Pizzani produce una serie de variaciones sobre el mismo tema, en una especie de frenesí donde la artista misma juega un rol performático.
Así, a las mariposas compuestas en ciclos o en solitario, a su estado de orugas representadas en esculturas hechas con telas africanas, o al de crisálidas en cerámicas de gres esmaltadas, Pizzani añade videos en los que, cual versión «vitalista» de Ana Mendieta, en lugar de inmolarse ritualmente en la materia orgánica se transforma ella misma en la figura principal de su estudio, emergiendo de cuencos de barro, replicando el movimiento lento y torpe de las orugas, o desplegando las alas de una mariposa nocturna en su homenaje a Loie Fuller, pionera de la danza moderna.
A primera vista, y dada la importancia de la figura femenina en su De la desconocida del Sena y otras Ofelias (2012) ganadora del XII Premio Eugenio Mendoza y punto de partida de Mariposario y El adorador de la imagen, la obra de Pizzani sería una reflexión, no tanto sobre la mujer, sino sobre la femineidad, ese atributo intangible que otorgaría a sus portadoras/es el encanto enigmático de lo fugaz e inaccesible, siendo declarado por el mismísimo Sigmund Freud como un misterio insondable. Una reflexión, pues, de esa famosa femineidad que tantas «bendiciones mixtas» nos da a las mujeres, ya que provoca tanto deseo como envidia en los hombres, quienes se postran ante ella, tratan de erradicarla violentamente o, en algunos casos, la reivindican para sí mismos buscando trascender las limitaciones de una masculinidad igualmente problemática.
La obra de Lucía Pizzani, sin embargo, aborda este femenino, representado en el arte y la cultura como inestable, caprichoso y traicionero, a través de una serie de apariencias, mutaciones y partes orgánicas (capullos, alas, fragmentos corporales), subrayando tanto el esplendor de su apariencia como el juego constante que entabla con la muerte. La artista enfatiza así el doble aspecto mortal que subyace al fetiche femenino: muerte del sujeto al transformarse en objeto de deseo, desapareciendo como persona, pero asimismo muerte que repotencia al deseo al convertir a su objeto en un imposible, alimentando su fuego. Las claves de esta muerte están dadas por las referencias victorianas que enmarcan esta obra, anclaje histórico que le brinda el peso y la perspectiva de un imaginario genérico aún sorprendentemente vigente.
La era victoriana es fetichista por definición: Victoria, quien llenaba álbumes con fotos de sus innumerables colecciones, inaugura el reinado de las cosas en la era industrial, constituyendo al palacio/hogar en el lugar privilegiado donde exhibirlas, y a la mujer como su accesorio principal. Frente a esta agresión monumental hay sólo dos salidas: el grito, articulado por el psicoanálisis que no por casualidad aparece en este momento, o la huída, total o parcial. Es esto último lo que Lucía Pizzani escenifica una y otra vez. En los suicidios de La ahogada del Sena, inspirada en El adorador de la imagen (novela escrita por Richard Le Gallienne en 1900, en la cual la máscara mortuoria de una ahogada se convierte en objeto de fascinación del protagonista), Pizzani nos muestra cómo hasta en la muerte la mujer es sujeta al deseo. En la libertad del vuelo de Nocturna II, el magnífico batir de alas de Loie Fuller es proyectado sobre la artista, quien se alza sobre la bailarina como una vampira, permitiéndole danzar entre sus pliegues como una araña a un insecto atrapado en sus redes.
El vuelo, en particular el desarrollo de las mariposas, insecto ultra-feminizado por su gracia y fragilidad, constituye el segundo eje de la obra de Pizzani, quien trabajó por muchos años como ambientalista en Provita. Así, al hipnótico aleteo de Nocturna II se contrapone el video cuasi-científico Cronógrafo Monarca (9 nacimientos, 2 muertes y una desaparición), el cual muestra el ciclo morfológico de vida de las mariposas, desde el movimiento torpe de las crisálidas hasta el despegue liberador. La fascinación de la artista con esta metamorfosis se reitera en Cáscaras, video en el cual varias figuras cubiertas en tubos de telas africanas imitan los movimientos de las crisálidas, ejercicio performático osado en el que la vivacidad de los colores contrasta con la semejanza de estos atuendos a las burkas, en particular por mostrar apenas partes de la cara, creando un paisaje exótico poblado de «mujeres-crisálidas».
Plasmadas igualmente en una delicada serie de ferrotipos, Annie, Paola, Julia, Patricia y Katherine evocan las imágenes del «continente oscuro» que invadieron Europa durante el siglo XIX, propiciando un imaginario fantástico cuya realidad no podía ser más distinta de la «civilización» que las recibía fascinada, y con la cual estas culturas aún se debaten. Dos mundos con muy poco en común como no sea, precisamente, la obsesión con ocultar o mostrar, alternativamente, el cuerpo femenino, supuesta fuente de males.
Es en Mariposario donde el trabajo de Pizzani produce sus manifestaciones más interesantes. Aquí la artista deja de lado la forma humana para entrar de lleno en la morfología animal, creando dos series complementarias pero muy diferentes entre sí, pues una se aproxima tanto al tacto como la otra se aleja de él. Así, Capullos, literal cristalización de las crisálidas en cerámica de gres, recuerda en sus colores y formas la sinuosidad de ciertas formas primarias, criaturas extrañas que invitan a ser tocadas y manipuladas. Lepidópteros, en cambio, monotipos hechos con transferencias de tinta sobre papel, remite a los primeros fotogramas de plantas terrenas y marinas, en los que la calidad borrosa de la imagen pareciera replicar la evanescencia del mundo natural frente al aparato moderno. Etéreos y sutiles, son tan inaprehensibles como la técnica que los crea, indirecta y oblicua. Es en estas series más ambigüas, cuyas referencias son meramente sugeridas, donde el trabajo de Lucía Pizzani cobra más fuerza, pues ya no se trata de convencer a los espectadores, sino de cautivarlos a través del poder infinito de la imagen hecha materia.
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