Pablo Helguera:»todo Arte es Experiencia Social»
¿Qué es el “arte de interacción social”? ¿Cómo se inserta esta noción en el mundo del arte contemporáneo? En este diálogo, además de dar respuesta a estas preguntas, Pablo Helguera construye un argumento encaminado a defender una idea: para que algo sea determinado como artístico sólo hace falta un marco discursivo.
En el mundo del arte, el valor de las obras se da por una construcción discursiva surgida de la interacción de sus actores, quienes a su vez asumen un rol determinado por lo social. Este es el argumento de Helguera en el libro Art scenes. The social scripts of art world (2012) que publicó durante el año pasado e inauguró el campo de los Art World Studies.
En esta conversación, el artista explica qué es lo que está en juego en el campo del arte, cómo se construye el valor artístico en la actualidad y hace una crítica al mundo del arte, que describe como un espacio de ritualización de roles sociales.
Pierre Bourdieu escribió que el campo del arte existe porque hay algo que está en juego y que va cambiando de acuerdo a la época. ¿Qué es lo que está en juego, qué mantiene vivo al campo del arte hoy en día?
La anomalía del territorio de lo artístico es que se redefine constantemente. El arte es aquello que siempre puede ser otra cosa, porque todo puede de repente llamarse arte. Hay un territorio de juego que valora cierto tipo de acciones para percibirlas dentro de un marco discursivo. No siempre fue así. En algún momento el arte fue algo que tenía que estar en un salón de exhibiciones. Tuvimos que inventar la noción del museo, que viene de la Revolución Francesa. Luego en el modernismo inventamos el cubo blanco, que básicamente es otro marco, un entorno en el cual entran varias cosas. Rueda de bicicleta (1913) de Marcel Duchamp es arte porque está dentro de ese cubo blanco, si la saca a la calle sólo es una rueda. Y luego llega un momento donde estamos prescindiendo inclusive del cubo blanco, que es el momento más fascinante: ahora. Ya sin el espacio físico, el marco que nos queda es básicamente discursivo: siempre y cuando esté ese discurso del arte algo podrá ser arte. Está el ejemplo del artista David Horvitz, quien ilustró varios artículos de Wikipedia sobre playas de California con fotos de dichos lugares insertándose a sí mismo, a lo lejos, en ellas. La foto en sí funciona como ilustración de la playa, pero a la vez es una intervención artística. En este caso, la percepción de esta obra como obra radicaba en la posibilidad de que alguien supiera que Horvitz, el artista, le había dado esa intención, pero de otra forma la obra pasaría desapercibida. Es arte porque se hace una cosa y algunas personas sabemos que es una obra y ya. Ese es el único contexto que necesitamos. Eso es lo que nos queda. Lo maravilloso de este momento es que el territorio de la discursividad es intangible y manipulable por cualquiera. No importa cuánto dinero tengas y qué tan poderoso seas: no tienes mayor control que otros sobre la fuerza de gravedad de la discursividad.
En Art Scenes. The social scripts of the art world escribes que el arte es un juego de interacciones sociales donde a partir de cómo se relacionan las personas se conforma un mundo del arte, y que éste puede determinar qué objetos y situaciones pueden ser consideradas artísticas. Aquí pareciera que estas interacciones del mundo del arte se conforman como valor. ¿Dónde quedan los valores artísticos cuando el arte es determinado por interacciones sociales?
El libro lo comienzo con un capítulo que habla sobre la noción de valor. En la filosofía hay dos maneras de entenderlo: el valor intrínseco y el extrínseco. La noción de valor intrínseco es complicada porque es casi como tratar de probar que algo contiene un alma, es decir, una especie de esencia contenida dentro de la obra. El problema es que resulta imposible probar la existencia de esta esencia, así como describirla de forma objetiva fuera de los atributos físicos del objeto. Cuando vemos la Mona Lisa (1503-1506) podemos estar de acuerdo en que hay algo inherente en ella que la vuelve valiosa, pero no lo podemos describir de manera definitiva. El valor extrínseco, por otra parte, se conforma por las respuestas concretas y explícitas que una obra de arte provoca, que sí nos pueden ayudar a entender qué es la valoración. Lo artístico se conforma de una combinación de valores extrínsecos basados en conversaciones que estamos teniendo. Una de ellas es la valoración económica. Los que son muy ingenuos creen que las galerías y los coleccionistas controlan el mundo del arte, o que un curador del MoMA llega y dice “Gabriel Orozco es lo máximo”, y ya; eso no es verdad. Es cierto que hay algunas conversaciones que influyen más que otras en el proceso de establecer valores artísticos, pero el tipo de valoración que se va dando sobre una obra que fluye en una sociedad es mucho más compleja que eso. En lo que tenemos que enfocarnos no es en cuestiones del mercado, que según yo son secundarias, sino en entender la interacción social misma en torno al arte. Eso incluye mediación, el diálogo crítico, las conversaciones, que van construyendo la valoración de un momento. Curiosamente estamos muy atrasados en la tarea de entender la dinámica de estos procesos de valoración.
¿En dónde rastreas un posible origen del “arte de interacción social”?
En los sesenta hubo una verdadera aceleración en la desmaterialización de la obra, un proceso que fue iniciado por Duchamp medio siglo antes. Desde ahí se origina el conceptualismo, el arte procesual, el no-objetualismo y toda aquella tendencia en la que la obra como objeto físico ya no es tan importante. Cuando se empieza a dar esto resulta que hay una migración del valor: se vuelve la interacción social misma. Hay una anécdota que menciono en Art scenes: Warhol tuvo una exposición en Filadelfia en 1965. Ya era ya muy famoso y asistió una cantidad impresionante de gente a la inauguración, a niveles ya peligrosos, tan peligroso que el museo tuvo que quitar los cuadros porque la muchedumbre los iba a dañar, no porque quisieran sino porque eso era un rave impresionante. Warhol, en su autobiografía, retoma este momento increíble en el que llega con sus amigos y no está la obra pero todo mundo está ahí. Un opening sin obra. “Nosotros somos el arte”, pensó Warhol. Ese es un momento crucial en el que ya se cumple completamente esa migración de pasar del objeto a la persona y aún hoy estamos lidiando todavía con qué significa que la valorización sea el resultado de un ritual social, que puede ser una conversación, una inauguración, una subasta o un crítico influyente que le dé importancia a una obra.
Vinculas con frecuencia la valoración del arte con los guiones y rituales sociales, ¿podrías explicar más esta relación?
A pesar de que vivimos en un medio que se precie de ser tan radical y que supuestamente cuestiona todos los paradigmas, cuando llegamos al punto de lo social nos comportamos de manera increíblemente conservadora. En el Manual de estilo del arte contemporáneo (2005) lo que hago es una taxonomía social de cómo se comporta el artista, el curador, el crítico… Evidentemente tenía un dejo de ironía pero también era completamente en serio. Para mí era una manera de utilizar el lenguaje del manual de etiqueta para señalar que asumimos estos papeles sociales. Nos cuesta trabajo romperlos. Lo sorpresivo es que cuando pensamos que estamos siendo más radicales es cuando más estamos apegados a un guión. Hay una larga tradición de la sociología, que incluye a Erving Goffman y a Clifford Geertz, que entiende a la sociedad a través de metáforas dramatúrgicas, a los seres humanos en relación a cómo cumplimos los guiones sociales que nos han asignado. Hay ciertas expectativas morales y éticas en torno a nuestro comportamiento dentro de lo social. Lo mismo es con el arte. Según yo, para entender lo que es la valoración de una obra es absolutamente fundamental entender lo que son las funciones sociales dentro del arte, articularlas y luego pensar cómo se pueden desarticular o rearticular. Hay que hacer esto si queremos entender el proceso del valor.
Recientemente se ha hablado mucho de la noción del “arte socialmente comprometido”. ¿Cómo convive este concepto con el de “arte de interacción social”?
Estos términos son muy complicados porque cada quien entiende una cosa diferente. Existe el término “social practice” que yo he tratado de reemplazar por “social engaged art”. Lo percibo en relación con un tipo de obra que surgió a principios de la década pasada en respuesta a lo relacional y a la crítica institucional. La crítica institucional es una manera demasiado vinculada a un cuerpo existente, que es la institución; su problema es que ataca al museo pero si éste no existiera no se sostendría. El problema de lo relacional es que también necesita que el museo, o el marco de la galería, existan, porque es muy dependiente de este contexto artístico. En este sentido, lo que llamo “arte de interacción social” ahonda en la relación misma, afecta tanto al instigador como al que participa, es a largo plazo, tiene una larga vida. Yo el “arte socialmente comprometido” lo veo como una categoría mucho más amplia que realmente podría tener que ver con el marxismo; realmente es arte sobre política. En Education for socially engaged art (2011), traté de exponer la manera en que el “arte de interacción social” se involucra con lo social. Todo arte es experiencia social. Estamos hablando de un arte donde la interacción social es la obra. Que hubo una vivencia y que esta vivencia no fue externa a la obra. Hoy los artistas están interesados en este proceso interactivo como obra.
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