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33° BIENAL DE SÃO PAULO. ENSAYOS CURATORIALES PARA RESCATAR LA AFECTIVIDAD PERDIDA

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La 33° Bienal de São Paulo, que abrió sus puertas el pasado 7 de septiembre en el Pabellón Ciccillo Matarazzo del Parque Ibirapuera, fue propuesta por su curador general, Gabriel Pérez-Barreiro (España, 1970), como un ejercicio que apunta a desmontar el papel ‘estrella’ que ha cobrado el curador en exposiciones mundiales de gran envergadura. Para ello, invitó a siete artistas de generaciones y trayectorias diversas a ejercer el rol de curadores, dejándoles total libertad de acción.

En varias ocasiones, desde que anunciara esta metodología de trabajo para la 33° Bienal, Pérez-Barreiro ha afirmado que esta provocación busca reflexionar sobre los desafíos y contribuciones de una bienal de arte hoy en día, algo que, a su juicio, implicaba eludir el tradicional eje temático y sustituir la jerarquía curador/artista por una polifonía de voces curatoriales orientada, en el caso de esta edición, por la carga sugestiva de su título, Afinidades Afectivas [1]. Incitados por esta frase enunciativa, que Pérez-Barreiro desarrolla a profundidad en su texto curatorial, Antonio Ballester Moreno, Sofia Borges, Alejandro Cesarco, Claudia Fontes, Wura-Natasha Ogunji, Mamma Andersson y Waltercio Caldas presentan en esta Bienal una serie de exposiciones con temáticas, obras y artistas cercanos a sus modos de pensar, hacer, y vivir el arte.

No hubo por parte de Pérez-Barreiro lineamientos específicos para que cada artista-curador desarrollara su propia metodología curatorial, salvo que cada uno incluyera su propio trabajo. Tampoco hubo comunicación entre ellos durante la conceptualización y montaje de sus proyectos. El resultado es una constelación de ensayos curatoriales definidos por los intereses personales de cada invitado, a los que se suman otras doce presentaciones individuales de artistas poco conocidos o dejados de lado por el canon de la historia del arte, escogidos por el mismo curador general: Aníbal López, Feliciano Centurión y Lucia Nogueira, con sendos homenajes póstumos;  el brasileño Siron Franco, con una selección de pinturas de su serie Césio/Rua 57 (1987); y Alejandro Corujeira, Bruno Moreschi, Denise Milan, Luiza Crosman, Maria Laet, Nelson Felix, Tamar Guimarães y Vânia Mignone, con nuevas obras comisionadas por la Bienal.

Este amplio espectro de proposiciones hace que el recorrido por la 33° Bienal sea fragmentado y a ratos confuso. Entre rampa y rampa, nos movemos desde un laberinto abrumador que alude a la tragedia hasta un montaje pulcro de outsider art y arte para la introspección; de una experiencia de la poética y la naturaleza de las formas a habitaciones con pulsiones más bien minimalistas y conceptuales. Salimos de un denso repaso histórico de la modernidad para ver pocas propuestas pensadas para el complejo contexto político y social del mundo en que vivimos. Cada artista se encuentra a sí mismo en su propia curaduría, y como espectadores de este gran ensayo somos llevados a encontrarnos con ellos y con sus propuestas. Es entregándonos a la especificidad y experimentalidad de cada idioma inserto en esta conversación curatorial desde donde somos invitados a abordar la 33° Bienal de São Paulo.

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La noción de afectividad perdida en la cotidianeidad de un mundo acelerado, automatizado y virtual es aproximada de manera asertiva por el artista-curador español Antonio Ballester Moreno en su propuesta titulada Sentido/Comum (Sentido/Común). Dotado de un sensible acercamiento a la naturaleza, la espiritualidad, la abstracción y la pedagogía como un todo, Ballester Moreno despliega en plena entrada al pabellón un montaje impecable compuesto por obras tanto contemporáneas como históricas en perfecto diálogo. En su espacio conviven pedagogos, biólogos, artistas y su propio abuelo, José Moreno Cascales -con una serie de pequeñas esculturas de figuras femeninas modeladas a partir de sus cuatro hijas-, bajo una premisa de pensamiento y práctica holísticos que se echan de menos en el arte contemporáneo.

Ballester Moreno nos regala maravillosas sorpresas, como los juguetes educativos revolucionarios del pedagogo alemán Friedrich Fröbel quien, siendo un autodidacta, rompió con el paradigma de la educación artística de su época, o piezas rarísimas de la Escuela de Vallecas (Alberto Sánchez y Benjamín Palencia), un movimiento de la vanguardia española que ha inspirado las muestras recientes de este artista-curador. De hecho, ejemplos de estas últimas producciones –pinturas analíticas de elementos naturales: el sol, la lluvia, los árboles- se presentan acá en la bienal colgadas contra los cristales del pabellón –integrándose así con el frondoso Parque Ibirapuera-, junto con una nueva instalación de miles de setas hechas de barro por escolares que viven en las periferias de São Paulo. Un llamado a la participación comunitaria y a la integración con el contexto arquitectónico y natural de la bienal que se replica en la proposición del artista estadounidense Mark Dion, conocido por explorar el mundo natural a través de presentaciones inspiradas en la museografía científica. Dion se involucra con lo local mediante un taller que se desarrolla a lo largo de la bienal, en el que invita a un grupo de acuarelistas a realizar caminatas por Ibirapuera –expediciones ‘a lo Vallecas’- para recolectar material tanto natural como cultural que es dibujado y luego devuelto a su entorno original.

Más allá del espacio físico expositivo, la propuesta de Ballester Moreno se extiende a la publicación educativa de la Bienal -donde el artista español Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, integrante del colectivo Atenta, escribe sobre las prácticas de atención en el campo del arte- y al catálogo mismo de la Bienal, incluyendo un texto titulado El origen de la vida y el origen de vivir, del biólogo Humberto Maturana y la socióloga Ximena Dávila, fundadores de la escuela de pensamiento chilena Matríztica. Ballester Moreno plantea así una muestra que invita a descubrir nuestros orígenes, sean relacionados con aspectos naturales, sociales o subjetivos.

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Trazar los orígenes de las “afinidades afectivas”, o las correspondencias artísticas con otros pares contemporáneos e históricos, son el leitmotiv de las propuestas de los artistas-curadores. Esto lo desarrolla de forma muy estimulante la artista Mamma Andersson (Luleå, Suecia, 1964) en su muestra Stargazer II que, con un montaje museístico tradicional, pero efectivo en cuanto a recorrido y correlaciones, reúne a representantes de la figuración pictórica, sobre todo nórdica, para muchos poco conocidos. Artistas outsiders o con desórdenes mentales, con vidas complejas, perturbadas o marcadas por la violencia conforman su selección. Junto a nombres conocidos como Henry Darger, encontramos a otros como Miroslav Tichý (1926-2011), un fotógrafo checo atormentado que vagaba por la ciudad con una cámara fabricada por él mismo, fotografiando a mujeres a escondidas o sin su consentimiento. Imágenes desprolijas, desenfocadas, resultado del alcance de su aparato fotográfico casero, pero también fruto de una deliberada intención –dirían después los críticos- de representar un alma, un momento, sin artilugios técnicos. Tichý fue “descubierto” por su propio psiquiatra –y además artista- Roman Buxbaum a finales de los años 80, y desde entonces su obra se ha insertado en exposiciones de importantes instituciones internacionales, como la Kunsthaus de Zúrich y el Centre Pompidou de París.

Andersson incluye en la muestra varias de sus magistrales pinturas, intercaladas con las de otros artistas que le han inspirado por su figuración expresiva, como los suecos Dick Bengtsson (1936-1989) y Ernst Josephson (1851-1906). Dos incorporaciones notables son las de la cineasta experimental Gunvor Nelson (Suecia, 1931) y el piloto de caza y artista sonoro Åke Hodell (Suecia, 1919-2000), este último con Mr. Smith in Rhodesia (1970), una pieza sonora que inunda una de las salas de la exposición, y que fuera controvertida e incluso censurada en su época por la radio sueca, dada su fuerte carga política.

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Los doce proyectos individuales organizados por Gabriel Pérez-Barreiro abarcan un amplio rango de reflexiones artísticas e intenciones curatoriales. Por un lado, están los homenajes a tres artistas latinoamericanos que, pese a esfuerzos recientes por su revalorización histórica, aún no gozan de la suficiente exposición en la región: el guatemalteco Aníbal López (1964-2014), el paraguayo Feliciano Centurión (1962-1996) y la brasileña Lucia Nogueira (1950-1998). Tres artistas aún no consagrados, con producciones y sensibilidades muy distintas, pero que comparten el haber desarrollado buena parte de su obra durante los años 90, además del hecho de haber fallecido precozmente. López y Centurión –así como el brasileño Siron Franco (1950)- aportan, mediante la contingencia temática de sus trabajos, esa mirada crítica y el compromiso político que en estos convulsionados tiempos se espera de cualquier bienal.

La exposición de Aníbal López, quien usaba el alias A-153167, el número de su cédula de identidad, es en este sentido un absoluto acierto curatorial. Sus aportes a la historia reciente del arte latinoamericano están aún en proceso de profunda investigación y son pocas las oportunidades en las que se ve en conjunto buena parte de su obra (en la Bienal, algunos de sus performances, live acts e intervenciones urbanas se presentan a través de copias de exhibición en una serie de paneles).

La obra de Aníbal López tiene un fuerte carácter político –incluso subversivo- y atiende a cuestiones relacionadas con disputas entre fronteras nacionales, culturas indígenas, abusos militares y hasta el mercado del arte, todo esto atravesado por un profundo compromiso con la ética y el deseo de desenmascarar cualquier tipo de hipocresía. Muchos de sus trabajos han sido considerados verdaderos escándalos, incluso dentro del mismo mundillo del arte, que ya parece escandalizarse muy poco.

Se incluyen aquí algunas de sus pinturas –tanto representaciones grotescas de cuerpos violentados como aquellas que ironizan, bajo la forma de carteles conceptuales, sobre la especulación en el mundo del arte-, así como varias figuras modeladas en arcilla de su serie Antología de la violencia en Guatemala (2012), “artesanías” tipo souvenir que resultan ser representaciones de mutilaciones, abortos, linchamientos o suicidios.

Se proyecta también el crudo video Testimonio (2012), en el que el artista entrevista a un sicario guatemalteco frente a una audiencia en Alemania, país donde se presentó originalmente este performance, como parte de dOCUMENTA13. Los oyentes también tienen la oportunidad de hacerle preguntas al sicario: “¿Puedes dormir tranquilo sabiendo que has matado a tanta gente?”; “¿Si tuvieras la opción de comenzar de nuevo y tener otro tipo de trabajo, lo harías?”. Las respuestas del sicario –que se mantiene bajo el anonimato detrás de una pantalla que solo deja ver su silueta- son desgarradoras. En medio del inmenso pabellón modernista diseñado por Niemeyer, ver esta obra mordaz y definitivamente atemporal nos ancla en la realidad, resituándonos por breves minutos en la verdadera tragedia que ocurre allá afuera. López es un artista que, a pesar de su prematura muerte hace cuatro años, nos sigue recordando de manera frontal y aguda los irresolutos conflictos de poder, la violencia y el terror que se viven en mayor o menor grado en todo el mundo.

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La 33° Bienal de São Paulo no es una exposición sino varias exposiciones dentro de un mismo espacio, un repertorio de sensibilidades y “afectos” que se revelan como espejos de un grupo de artistas y curadores llamados a construir genealogías de sus propias prácticas. Lo que ha apostado aquí el curador general Gabriel Pérez-Barreiro no es menor, tratándose de la segunda mayor cita del arte internacional, después de la Bienal de Venecia, y tomando en cuenta la relevancia histórica de este evento en la inserción de modelos precisamente alternativos, como aquella “bienal vacía” de Ivo Mesquita en el 2008.

Invocar a los afectos es sin duda un llamado necesario y urgente en los tiempos que corren, y en el contexto en que se inauguró esta bienal, se volvió más pertinente aún. Los afectos más profundos, esos que afloran en momentos claves de la vida, como el nacimiento o la muerte de un ser querido, cobraron un denso espesor emocional los días previos y durante la apertura de la bienal, cuando se conoció la noticia de que el Museo Nacional de Río de Janeiro –un edificio de 200 años- había sido consumido por un voraz incendio, destruyendo a su paso más de 20 millones de piezas científicas, arqueológicas y etnográficas de incalculable valor histórico y patrimonial. Expresaron su dolor por la tragedia, con voz quebrada, los representantes oficiales a cargo de los discursos de inauguración de la bienal, un asombro y tristeza inconmesurables que se replicaba en los pasillos del pabellón, en cada encuentro profesional, en las redes sociales y los medios de comunicación de todo el mundo. Así, la 33° Bienal de São Paulo se presentaba de pronto ante el mundo como un acto de resistencia y de construcción de memoria.

Al pensar en la proposición de Pérez-Barreiro como un gesto precisamente de resistencia, como un accionar democrático, transversal y revolucionario de delegación y confianza curatorial, también salta la pregunta de cuántas 33° bienales diferentes habrían emergido bajo esta misma metodología, pero al comando de otros artistas-curadores. Es una pregunta provocadora, que viene al caso no por desmerecer las propuestas ‘afectivamente’ investigadas por cada artista invitado, sino porque en este modelo curatorial flexible están implícitas todas las posibilidades. Sea como sea, lo que esta bienal nos constata es que, al igual que la producción artística, la curaduría es también un ejercicio de experimentación, de ensayo y error, con resultados abiertos a múltiples lecturas, susceptibles tanto a la empatía de unos como a la indiferencia de otros. Cualquier propuesta curatorial, sea cuidadosamente orquestada siguiendo una temática o las pautas convencionales de lo que conoce como “hacer exposiciones”, o bien puesta al destino de la libertad de acción y los riesgos implícitos en ello –que, por cierto, caracterizan cualquier acto creativo- tendrá, indefectiblemente para cada quien, solo algunos momentos de revelación.

 


[1] El título de la 33° Bienal de São Paulo, Afinidades Afectivas, nace de la asociación de una novela de Goethe, Afinidades electivas (1809) con el pensamiento de Mário Pedrosa en su tesis De la naturaleza afectiva de la forma en la obra de arte (1949).

*Imagen destacada: Vista parcial de la obra de Antonio Ballester Moreno dentro de su proyecto «sentido/comum» para la 33° Bienal de Sao Paulo, 2018. Foto: © Pedro Ivo Trasferetti / Fundação Bienal de São Paulo

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Alejandra Villasmil

Nace en Maracaibo (Venezuela) en 1972. Es directora y fundadora de Artishock, revista online especializada en arte contemporáneo. Licenciada en Comunicación Social, mención audiovisual, por la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), con formación libre en arte contemporáneo (teoría y práctica) en Hunter College, School of Visual Arts y The Art Students League, Nueva York. Es editora y traductora inglés/español de contenidos sobre arte, trabaja en campañas de difusión y escribe regularmente para publicaciones, galerías y artistas de América Latina y El Caribe.

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