Aproximaciones al Tiempo Como Materia:dos Muestras de Gianfranco Foschino
El Universo manifestado es un vasto campo de fenómenos sensibles que se despliegan ante nosotros en múltiples formas, escalas y temporalidades. Es a través de la visión como sentido privilegiado en la relación de la conciencia individual con el mundo circundante que dichos fenómenos cobran presencia y adquieren el estatus de representaciones. Pues la visión es el sentido mas “próximo” a la conciencia, un vector de apertura volitivo que se proyecta en lo circundante, buscando “descorrer el velo”, incesantemente. “El organo con el que he comprendido el mundo, es el ojo”, en palabras de Goethe. Y esta pareciera ser la premisa fundamental que caracteriza la obra de Gianfranco Foschino (Santiago, 1983), quien presenta actualmente su obra más reciente en dos muestras individuales: Eclipse, here and now, en Christopher Grimes Gallery, Los Angeles, hasta el 2 de enero del 2016, y Hidden Stories, en Stadtgallerie Saarbrücken, Alemania, hasta el 31 de enero. Ambas muestras son una perfecta síntesis del lenguaje formal que constituye el sello distintivo de su obra: videos en cámara fija y formato “silent loop” de situaciones específicas registradas en contextos naturales y urbanos.
En términos formales, su característica distintiva se basa ante todo en una cuidada estrategia de selección y encuadre. Del vasto conjunto de potenciales situaciones registrables en video, Foschino elige aquellas que presentan un mayor grado de “pregnancia visual”, no sólo en términos de equilibrio compositivo, sino más bien en su cualidad de desplegar una sutil tensión entre estaticidad y movimiento, entre quietud y dinamismo, y por extensión entre espacio y tiempo entendidos como las dimensiones fundamentales de toda experiencia sensible. Esta tensión se traduce a su vez en un cierto grado de indefinición respecto al soporte material de las obras, las cuales se debaten entre la fijeza de lo fotográfico y el dinamismo temporal inherente al formato video. Se trata entonces de obras pregnantes por su condición “liminal”, tanto en términos de contenido como por su formato de representación, y que hacen referencia directa al campo de experimentación abierto por los pioneros de la cinematografía (Etienne Jules Marey, Hermanos Lumière, Muybridge, etc), en su fascinación inaugural por la posibilidad de representación del movimiento. Todas estas características hacen de la obra de Foschino un caso ciertamente particular dentro del amplio espectro de la producción de video arte contemporáneo.
En términos personales, mi primer encuentro con su trabajo se dio en el contexto de la Bienal de Nuevos Medios realizada en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago a principios del año 2012. Evidentemente, el común denominador de la mayoría de las obras expuestas estaba caracterizado por una voluntad exacerbada de interacción físico-sensorial, una suerte de “museo interactivo-artístico”, conformado por una gran cantidad de instalaciones y dispositivos semi-maquinales que ofrecían la posibilidad de modificar parámetros formales mediante la acción concreta del cuerpo del observador, el cual podía transformarse -por algunos minutos y con algo de suerte- en el actor de una “performance” personalizada. Dentro de este universo de ingeniosos y estimulantes dispositivos, una obra sobresalía por su aparente disociación respecto al patrón interactivo: se trataba de la instalación de video La Fenetre (2008), de Foschino.
Su condición singular se veía reforzada por su emplazamiento. Ubicada al fondo de una de las salas, centrada en un muro, a cierta distancia del resto de las obras, aparecía rodeada por una suerte de aura de silencio, tanto acústico como visual. Pues, curiosamente, esta obra no hablaba, no gritaba ni “interactuaba”. Simplemente se manifestaba a través de la pura visualidad. Esto es, constituía una forma de la presencia, entendida como la simple ecuación entre obra y espectador, mediados por la visión como dispositivo de intelección privilegiado. El contenido del video, expuesto en un formato vertical, era congruente con esta forma de disposición contemplativa: se trataba del registro documental de una ventana de una casa (¿un asilo de ancianos?) ubicada en un pueblo del sur de Chile. Ante ella, la cámara fija, por espacio de unos 10 o 12 minutos, registraba el aparecer y desaparecer de un anónimo habitante de la casa, quien se asomaba a ratos por la ventana. Era una anciana. En un ritmo lento, se asomaba, miraba, y se volvía al interior. Quizá esperaba la llegada de alguien. O simplemente buscaba la luz y el aire de un cielo diáfano, como un respiro vital. Y esto era todo. Nada más. ¿Se necesitaba algo más? No. El resultado era notable en términos narrativos y visuales. Una lección de silencio e introspección, que lograba retener la mirada del espectador con medios formales muy simples. Sin apelar a argumentos ominosos, discursos de denuncia político-social desplazados al ámbito de la estética o narrativas emocionales empalagosas, y tampoco sin recurrir a efectismos ingeniosos o a la astucia del mecanismo interactivo, esta obra se situaba en un “más allá”, constituido por la puesta en valor de ciertas dimensiones esenciales de la experiencia humana, en términos fenomenológicos. Pues según lo ya expuesto, la visión, a través de la mirada como su acto volitivo, constituye una forma de experiencia primaria y distintiva de lo Humano[1]. Y todo ello, detonado a través de la imagen, íntegra, impoluta en su condición de documento, recogida por el acto primordial de la contemplación en silencio.
Ante ella, el despliegue de ingeniosos artefactos artísticos expuestos en el resto de la sala tendía a adquirir el matiz propio de los juegos infantiles, cuya característica esencial es fomentar la curiosidad y mantener un estatus de estímulo sensorial permanente en los niños, a través de lo táctil, sobre todo en los más pequeños. La analogía es dura, pero pertinente: en el contexto de la hiperpostmodernidad, caracterizada por una sobreabundancia de recursos de información, el observador requiere nuevas formas de estimulación para “apaciguar su tedio”, transformándose idealmente en actor interactivo. Junto a ello, y desde una pespectiva histórica más esencial, en la ausencia de metarrelatos dadores de sentido, en la carencia de un horizonte de realización trascendental, el ojo “se vuelve a lo próximo”, y tiende a ser reemplazado por la experiencia sensorial háptica como forma privilegiada de conocimiento del mundo. Es la pérdida de la distancia, del “pathos de la distancia” de Nietzsche, lo que conlleva también la pérdida del estatus de la mirada como forma primaria de intelección del hombre respecto a su contexto. En términos paradigmáticos, el modelo “óptico-idealizante” propio de la Modernidad ha dado paso a un modelo experiencial, “matérico-sensorial”, en el cual las dimensiones efímeras del aquí y el ahora se imponen por sobre la conciencia de las distancias y los horizontes lejanos, tanto en términos espaciales como temporales.
Foschino ha permanecido fiel a la intuición que lo ha llevado por este camino de silencio e introspección contemplativa, desplegando su mirada tanto en el ámbito natural como en el entorno urbano, este último entendido como una “segunda naturaleza”, un territorio de análisis escópico. Respectivamente, las obras que conforman la muestra Eclipse, here and now se orientan más a contextos naturales, locaciones geográficas remotas de Chile (Isla de Pascua, Cordillera de los Andes, Estrecho de Magallanes), con una impronta casi pictórica, mientras que Hidden Places posee un carácter urbano y “cosmopolita”, enmarcado en un tono más bien cinematográfico. Ambas muestras son el anverso y el reverso de una misma estrategia. Conceptualmente, Eclipse… es un discurso visual en torno a lo sublime como categoría estética en su forma más esencial, pero en clave contemporánea, estableciendo un cruce fecundo entre una aproximación romántica al medio natural y los medios de representación propios de nuestra época (si Caspar David Friedrich hubiera podido cambiar los pinceles y el óleo por una cámara de video, probablemente habría llegado a resultados muy similares). La muestra en su conjunto se inscribe dentro de una cierta narrativa de identidad latinoamericana asociada al imaginario de lo sublime y maravillloso, pero en clave “fría”. Es la noción de finisterra, recogida en situaciones geográficas extremas cuya característica en común es la sensación de ilimitada vastedad, desmesura y soledad. Dentro de ellas, destaca el video titulado Sierra Nevada. En plena Cordillera de los Andes, aquello que podría ser un simple registro documental se torna una verdadera experiencia de visualidad. Tres temporalidades distintas convergen en una misma escena: la levedad casi inmaterial de las nubes y su rápido transcurso, el flujo de las aguas que caen entre las quebradas, y la piedra como el sustrato fijo, pétreo, cuya lenta germinación es imperceptible al ojo humano. Tres tiempos, tres materias, una visión de unidad convergente -lograda a través del Arte-. Según Heráclito, “la naturaleza ama ocultarse”, pero aquí es revelada y celebrada mediante la puesta en valor de lo que le es más propio: el movimiento y las transformaciones cíclicas en distintos ritmos.
Junto a ella, la secuencia A new landscape, filmada en Isla de Pascua, permite re-significar un contexto paisajístico habitualmente asociado al formato de la postal turística y su consecuente banalización. La forma en que se nos representan estos paisajes desolados nos permite experimentar la forma en que, quizá, fueron contemplados por primera vez por sus antiguos habitantes, esto es, con una mezcla de asombro, conmoción y respeto devocional. Ver a través de la cámara de Foschino es ver a través de sus ojos, recuperando ese estado de admiración primigenia.
Las obras expuestas en Saarbrucken son el contrapunto a esta exaltación de lo sublime romántico, pues poseen un carácter más documental basado en registros urbanos. Consecuentemente, el espacio de exhibición posee un formato de “caja negra”, haciendo de la visita a la galería una verdadera experiencia cinematográfica. Cada una de las obras puede ser entendida como el germen de una historia, un indicio de un relato, un fragmento de guión con potencial de desarrollo argumental a cargo ya no del artista, sino del observador. Los videos han sido complementados en esta muestra con una serie fotográfica de retratos realizados en Tokio (The first sequence), muy interesante por su condición tipológico-documental (el habitante urbano en contexto, sin edición, evitando el típico lugar común del “retrato frontal” y trabajando más bien escorzos, perfiles y contra-vistas).
Entre los videos, destacan las secuencias realizadas en la Plaza del Patriarca en São Paulo. Aquí, los montes son las edificaciones, y las nubes, sus habitantes. La plaza es abordada desde una posición intermedia entre una vista aérea en planta y un zoom en proximidad a escala humana, lo cual evoca la mirada del ángel de Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders, esa mirada proyectada desde el umbral entre la pura abstracción en distancia y la inmersión en el vértigo de la experiencia sensible. Desde esta posición, el suelo urbano se transmuta en un escenario teatral, activado por la presencia de anónimos habitantes que, ignorantes de su condición de “actores”, despliegan sus habituales rutinas nocturnas. La estrategia de encuadre y tensión espacio-temporal de Foschino permite singularizar cada movimiento, cada leve desplazamiento de los cuerpos a la manera de un limpio trazo sobre una tela inmaculada. Así, leves gestos efímeros adquieren el status de “signos”, sublimando su cotidianeidad en el aura de lo singular e irrepetible. La instalación multicanal nos sitúa a su vez como observadores panópticos con capacidad de observar simultáneamente un mismo acontecimiento desde múltiples temporalidades desfasadas.
A través de su obra, Foschino logra dar “cuerpo” al tiempo y transformarlo en materia sensible, pero cuidando su inherente levedad, al modo de los granos que fluyen en un reloj de arena. Cada una de sus videoinstalaciones materializa como una sublime epifanía esa dimensión propia de la existencia humana, tan elusiva y aparentemente “invisible”, y es en esa capacidad de materialización –ese “esculpir en el tiempo”, de Tarkovsky- que su obra esplende con sobria elegancia, precisión y claridad.
Gianfranco Foschino, Praca do Patriarca, 2014, instalación de video en cuatro canales, duración variable, color, silente, loop
[1] La posibilidad del acto de la pura contemplación viene a afirmar aquel estado en el cual el espíritu se ha impuesto sobre las pulsiones de la vida elemental. La contemplación es la expresión de la forma autoreflexiva de un complejo anímico-espiritual que se “encuentra a sí mismo”, liberado de la pulsión de lo meramente fisiológico-instintivo. De allí su vinculación a la mirada como vehículo, pues, del conjunto de los sentidos, la visión es el mas “inmaterial” de todos. Es por ello que la elegancia es un atributo esencialmente óptico, visual. Que se expresa y resuelve en forma mas plena a través de la mirada.
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