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Valentina Soto e Ignacio Gatica Sobre su Residencia en Flora

Hace unos meses, la Galería Gabriela Mistral del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) y la Unidad Internacional de la institución abrieron una convocatoria para jóvenes artistas en Chile que quisieran participar en una residencia en el extranjero. Se trataba de viajar unos meses a Flora ars+natura, un espacio en Bogotá enfocado hacia el diálogo entre arte y naturaleza.

Cuatro artistas fueron seleccionados para desarrollar sus propuestas bajo la tutoría del director de Flora, el curador colombiano José RocaIgnacio Gatica y Valentina Soto, en un primer grupo, y Alejandro Leonhardt y Rosa Apablaza, como segunda dupla.

«Como espacios profesionales donde los artistas tienen la posibilidad de desarrollar y experimentar con nuevos procesos, sin tener que mostrar los resultados en un espacio expositivo convencional, las residencias se han vuelto vitales como lugares de exhibición alternativos, fuera de las instituciones artísticas tradicionales», dice la directora de la GGM, Florencia Loewenthal.

Hablamos con Valentina Soto e Ignacio Gatica sobre su experiencia en esta residencia.

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Verónica Soto en su taller en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

Julia Roldán: ¿Por qué aplicar a una residencia en Flora?

Valentina Soto: Ya sea en Flora o en cualquier parte, creo que las residencias son instancias necesarias y muy enriquecedoras para la práctica artística. Es una forma de desarrollar el trabajo personal, de ponerse en contacto con artistas de distintos lugares y de conocer la escena local de cada país. Específicamente, Flora no sólo ofrece un espacio para poder investigar las relaciones entre arte y naturaleza, sino también una variedad de proyectos artísticos. A su vez, es un lugar que se interesa por establecer redes entre sus trabajadores, los artistas y la comunidad de San Felipe (barrio en el que se ubica). La gente vinculada a Flora es muy generosa en cuanto a sus conocimientos, y se pueden dar proyectos interesantes en un ambiente que se siente muy fresco, y donde suceden muchas cosas en el ámbito artístico en Bogotá (galerías, exposiciones, colectivos, espacios independientes).

Ignacio Gatica: Cuando apliqué a la residencia ya tenía una idea de lo que era y me atraía de Flora. Sabía que por Flora habían pasado artistas que me gustaban mucho, como Marjetica Potrč, Antonio Caro o Patricia Domínguez. Además, quería conocer Colombia; nunca había estado aquí. Por eso todo el viaje me parecía atractivo. De alguna manera iba a poder aproximarme a un nuevo país desde el turismo y el trabajo. Es recorrer una ciudad de otra manera. También, en general, creo que es importante viajar porque abre nuevas nociones del mundo y uno puede llegar a conocer cosas nuevas. Por un lado, amplías tu experiencia, y además te permite conocer gente que te aporta nuevos conocimientos.

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Ignacio Gatica en su taller en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

J.R: Ignacio, ¿y qué te parece Bogotá?

I.G: Me gusta. Yo siento que Bogotá es una ciudad con mucha personalidad. Tiene una identidad urbana muy distinta a Santiago y eso es entretenido ir conociéndolo. Lo que más me sorprende es el contraste que hay entre la arquitectura de ladrillo con los cerros. Y los edificios no son muy altos; eso también me agrada porque de alguna manera la ciudad tiene un orden particular, ¡y es enorme!

J.R: ¿Qué proyecto tenían en mente antes de llegar a Bogotá? ¿Cómo evolucionó?

V.S: En primera instancia, mi proyecto consistía en investigar la figura del Chupacabras como este ser mitológico que se disemina a través de Latinoamérica, y cómo poder generar una ficción de esta criatura a través del modelado de texturas que realizo inspiradas en la naturaleza. Al llegar a Bogotá, el proyecto comenzó a “liberarse” mucho más y fui dejando de lado la figura del Chupacabras para centrarme más en la investigación de morfologías de la naturaleza local. Visité parques naturales, jardines botánicos y averigüé sobre las expediciones botánicas que se realizaron en el reino de Nueva Granada (Colombia) durante el siglo XVIII. Las ilustraciones producidas en estas expediciones son un gran referente visual en cuanto a la descripción de la naturaleza en Colombia.

Paralelamente, también pude experimentar con otros materiales, como la arcilla, la porcelana en frío y el alginato, que me permitieron profundizar en el modelado de texturas. Además mezclé materiales de origen vegetal con materiales que ya había utilizado.

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Taller de Valentina Soto en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

 

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Taller de Valentina Soto en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

 

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Valentina Soto. Obra en proceso. Taller en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

 

 

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Valentina Soto. Obras producidas durante la residencia en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

I.G: La relación más próxima que yo tenía con Colombia y con la que yo sentía una posible conversación era a través de la música. Quería un proyecto que pudiese involucrarla. Me fijé en las carátulas de las portadas de los discos y vi que las canciones tenían mucha influencia de lo afrocolombiano, indígena o folclórico. Unas mezclas increíbles que generaban un sonido con su propia identidad, pero aquello contrastaba con unas carátulas donde salían mujeres rubias o imágenes violentas. Sentí que se narraba, de manera inocente, la historia del país. Me pareció un buen registro histórico. Así que en principio mandé un proyecto que se llamó Cañonazos bailables, que viene del nombre 14 cañonazos bailables, una recopilación de canciones para fin de año.

Después mi proyecto evolucionó a Romboy. El clima en Colombia es muy particular porque cambia radicalmente. Se comparte una línea, que yo creo que es lo tropical, donde el tiempo se concibe de una manera circular, no tiene mucho cambio, no tiene estaciones. De esa noción de tiempo surgió la idea de sacar unos loops de los discos que conseguí y realizar un video. Con Gonzalo Angarita, artista, encontramos una glorieta a medio terminar e innecesaria, era ridícula. Nunca había hecho un video para un proyecto, entonces esta experiencia nueva me parecía interesante. Acudir a un lenguaje nuevo, en un país nuevo. Con ayuda de unos amigos hicimos la producción de este video, que ahora sigue en postproducción. Allí aparece la noción de la glorieta, el loop, el disco, el tiempo circular y la experiencia urbana. El contraste con lo impuesto como esa glorieta con algo más orgánico e improvisado como los vendedores de la calle. En el video aparece un vendedor de mango con un altoparlante, que va dando vueltas a la glorieta, como haciendo una especie de exorcismo a este círculo modernista.

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Ignacio Gatica en su taller en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

J.R: ¿Cómo resumen su experiencia en esta residencia?

V.S: Esta fue mi primera residencia, por lo que no iba con ninguna idea preconcebida ni nada con qué compararla. Fue una experiencia muy estimulante y enriquecedora, que sumó nuevos conceptos y modelos a mi imaginario como artista. En este sentido, toda la residencia se volvió una gran experimentación de materiales y de recopilación de información. La estadía en Flora me ofreció un ambiente bastante libre en cuanto a la producción, ya que José Roca, director artístico de Flora, siempre incentivó una búsqueda así no llegara a resultados concretos. Del mismo modo, las relaciones interpersonales con otros artistas residentes y trabajadores de Flora fueron muy positivas, con intercambios que me hicieron reflexionar sobre mi trabajo desde otras perspectivas.

J.R: Cuando hagan tu exposición en Santiago el próximo año, ¿cómo la imaginas?

V.S: Mi principal objetivo es que la exposición logre decantar toda la investigación realizada en Colombia. Espero también trabajar con nuevos materiales que permitan nuevas soluciones plásticas a las cuestiones que he estado planteando conceptualmente durante el último tiempo. A su vez, confío en que las miradas de Rosa, Ignacio, Alejandro y la mía sean distintas pero que logren dialogar entre sí.

I.G: Cómo mostrar ese proyecto que ahora estará en otro contexto, esa es mi pregunta ahora. Cómo unificar mi trabajo con un contexto de Santiago para que no se quede sólo en lo exótico.

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Presentación de obras de Valentina Soto en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

 

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Presentación de obras de Ignacio Gatica en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

 

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Ignacio Gatica. Obra producida durante la residencia en Flora ars + natura, Bogotá, 2015. Foto: Gonzalo Angarita/Flora

J.R: ¿Cuál la diferencia entre el ambiente puramente académico y el de una residencia?

V.S: Desde una perspectiva muy personal, que no pretendo sea la misma para todos, el ambiente puramente académico me provocó mucho rechazo este último año, tras finalizar un programa de magíster y sentirme estancada en mi producción. Antes de partir a Flora defendí mi tesis, por lo que el contraste entre ambos entornos fue radical. Durante el magíster, pese a estar trabajando e investigando acerca de mi producción, nunca sentí el estímulo o la libertad de producción que sí estuvieron presentes durante la residencia. En Flora, uno entra en contacto con artistas locales al compartir taller y con artistas de otras partes que van a exponer, entonces, todo el ambiente es mucho más dinámico. Se van formando redes, entre pares y con curadores o teóricos que visitan Flora. No me sucedió lo mismo en el ambiente académico, que si bien promueve una reflexión y profundización del quehacer, se estanca un poco en cuanto a la producción y a la realidad de moverse en el mundo profesional. Sin embargo, creo que en ambos casos la principal riqueza es la posibilidad de conocer a otros artistas, establecer diálogos, e intercambiar materiales e ideas.

I.G: Yo creo que la diferencia está en el compartir con otro. En un ambiente académico uno comparte pero de alguna forma hay una estructura que te separa por un sistema, normas o plazos. Mientras que en una residencia es todo más orgánico. Por lo menos acá en Flora, el trato es súper horizontal entre todos. Tanto como con la gente que trabaja como con el montaje de una exposición, con José, Adriana o los artistas, de alguna manera se forma una familia. Es un lazo que te hace sentir cómodo y que te hace entrar en conversaciones íntimas que quizás en un ambiente académico uno esté más acorazado o más sugestionado a los plazos o a una información propuesta por un profesor. En cambio aquí son muchas informaciones, uno puede elegir, uno es libre.

Julia Roldan

Nace en Bogotá, Colombia. Es comunicadora social con énfasis en periodismo. Se inclina hacia proyectos sociales y culturales en donde pueda ser gestora, mediadora o productora de actividades y contenidos.

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