METAFÍSICA SEXY: LAS OBRAS RARAS DE ADRIANA MINOLITI
Adriana Minoliti es pintora. Su trabajo explora las múltiples relaciones entre lenguaje(s), sexualidad, erotismo, geometría, figuración, arquitectura, diseño y decoración, desafiando los lugares comunes y las lecturas unívocas. Interpela el género pictórico, mezclando los valores espirituales, la apreciación histórica, estéticas y estilos para generar una «metafísica sexy», como dice la artista Diana Aisenberg. Este año, ganó el Premio de Pintura ArteBA/Arcos Dorados. Minoliti vive y trabaja en Buenos Aires.
Empecemos por el principio. ¿Cómo decidiste ser artista?
Voy a decir el cliché, pero siempre dibujaba. Primero quise ser veterinaria: a la perra de mi abuela la golpeó un auto, era una pequinés y se le salió el ojo. Mi abuela me contaba la escena en la que el veterinario le cortó el ojo y pensé, «yo no puedo hacer eso, no puedo ser veterinaria»… casi me desmayo. Ese fue el primer fallido vocacional. Después quise ser arquitecta; mi primo era arquitecto. Él se había diseñado su propia casa, y para mi eso era algo «wow». Después, en el secundario, en segundo o tercer año, me enteré que existía una escuela en la que se podía estudiar arte. Yo sabía que quería estudiar después del secundario, para mi era importante y siempre fui una “buena alumna”. Tuve una charla con mi viejo, le dije que quería estudiar el profesorado de pintura y mi viejo muy sabio me dijo: «Mirá, en este país podés ser arquitecto, médico o abogado y estar manejando un taxi, así que es mejor que si pasa eso sea haciendo algo que te gusta. Y me metí en la Pueyrredón. Antes, a los 14 o 15 años, estudiaba con Diana (Aisenberg); eso para mi era importante, un re taller. La primera vez que mostré fue en el Rojas, en los 90, con una muestra del taller de Diana. Ella eligió a algunos de su taller y me convocó; fue sin inauguración porque se cortó la luz. Fui con mis papás. Me reencontré con Diana en el 2002 y volví con sus clínicas hasta el 2008.
¿Cómo fueron los años en la Pueyrredón?
Los dos primeros años eran de perseguir a los profesores para aprender, armando grupos con mis compañeros para armar muestras acá en Flores, juntarnos a leer, a ver la obra de cada uno, a hablar… después entendí que eso era parecido a hacer clínica. Fue la última camada del llamado «plan residual»; después ya directamente entrabas al IUNA. Había gente que negaba a Duchamp.
¿Cómo era el programa de estudio?
Eran cinco años… sin sentido que fuera tan largo… Tenías dos años del curso de enlace. Si no habías hecho la Belgrano o el Fader -el colegio secundario de orientación artística- tenías que tener dos años para igualarte y después tres años del profesorado. Los dos años tenías grabado, dibujo, escultura, pintura y los otros tres años te especializabas. Igual dibujo tenías en todas las carreras, tenías materias teóricas; historia del arte llegaba hasta el Impresionismo. Participé de varias tomas contra el programa del IUNA, pidiendo concursos y todas esas cosas.
¿Había muchas diferencias entre lo que pasaba en la escuela y en el taller de Diana Aisenberg, lo que se discutía en cada lado, lo que aprendías?
Si. El primer año y medio en la Pueyrredón me di cuenta que ahí había un vacío importante. Empecé a buscar talleres, volví a lo de Diana, pasé por lo de Miguel Harte, hice cursos en la Fundación Start… Tenía la idea que había algo ahí arriba que tenía que aprender. Después con Diana aprendí muchas más cosas, que esos prejuicios son todos estereotipos.
Te relacionas con la docencia, ¿te interesa?
Di clases, sobre todo en el interior. Hice clínica de obra con Paola Vega y Marcela Sinclair, en Neuquén, con Marcela en Cañada de Gómez, Santa Fé. Con Diana, los últimos años era una especie de asistente, si ella no podía dar la clase, dábamos ejercicios con Maxi Bellman. Hice talleres para chicos y cursos en CIA (Centro de Investigaciones Artísticas, Buenos Aires). En México hice unos talleres intensivos. Me encantaría dar clases, me parece super interesante. Si son cosas puntuales está bueno; me cuesta la parte administrativa.
Cuando das clases, ¿qué le propones a tus alumnos, cuáles son los núcleos de trabajo y aprendizaje, en qué te interesa hacer hincapié?
Hay una pregunta básica: ¿es un hobby o te querés dedicar en serio?. Si te querés dedicar, rigor. Aunque sea tu propia clase de rigor, ese me parece el mejor consejo. Dedicación, de la misma forma si querés ser médico. Siempre lo comparo con la medicina; no es que te graduás y sos médico, ellos tienen que estar formándose todo el tiempo, actualizarse, yendo a simposios…. es algo de laburo constante. Todas las pavadas de los prejuicios de la bohemia, no. “Ay, la teoría es muy dura, yo quiero expresarme”… no me gusta…
Esa percepción tiene mucho de las malas interpretaciones que se hicieron de las vanguardias. El arte viene a ser una experiencia catártica, expresiones del Yo…
Sino existe el arte-terapia. El “yo me quiero expresar” puede ser un cúmulo de clichés … El rigor es eso: estudiar, leer, investigar, ir a muestras, salirse de uno mismo, aunque sea por internet, no hay excusas. Tenés que cometer errores y capitalizarlos. Hay métodos para romperlos también, el lenguaje plástico, la historia del arte son cosas concretas. No hay que quedarse con fórmulas. Hay profesores que son de decirte: «Bueno, tienen que descifrar ustedes su fórmula, su estilo». Esa es una bajada muy capitalista, tener que tener un estilo, una marca. Si tengo una investigación, eso ya es mucho. Horacio D’Alessandro decía de aprender en vez de la cabeza a la mano, de la mano a la cabeza. La mano te enseña a pensar con la cabeza, eso es muy de pintura. La otra era “ver la obra en los zapatos de otro”, despojar toda la proyección personal y forzada de uno.
¿Cómo es tu método de trabajo, tu procedimiento? ¿Cuáles son los disparadores de tus imágenes?
Sobre todo con ella acá (señala a Saori, su gata), y venir todo lo posible al taller. Si no tuviera esto quizás estaría poniendo bombas. Hay muchos disparadores. Por ejemplo, cuando vi la muestra de Matisse en París con Claudia Del Río, lo vi muy ochentoso, como un referente de Memphis, que es uno de mis referentes. Mi mente funciona como un collage, mezclo cosas de diferentes tiempos y connotaciones… geometría y sexualidad devinieron como síntesis de esto. Decorativo/minimalista, hacer un collage con las dos cosas. Encuentros posibles de opuestos que no son tan opuestos: bueno/malo, hombre/mujer, naturaleza/espíritu, que si, terminan siendo clichés y los clichés son formas de control.
Categorías disciplinarias, normalizadoras…
Si, lo mejor para mi obra es que me digan “qué raro es”. Me acuerdo cuando hice Metafísica Sexy… una amiga me decía: «No se si me molesta, pero no se si me gustan, son raras». Ahí me dí cuenta que quería que me digan eso, que era raro, anormal. Cuando conocí la teoría Queer pensé: «Es perfecto»… encontré hecho teoría lo que buscaba del arte.
¿Cuándo empezaste a trabajar a gran escala?
Antes de la muestra de la galería Abate –Playroom, 2012- no había pasado de los tres metros. Necesitaba una fecha y el lugar para resolver las cuestiones técnicas. Así, un año antes, y con la beca del Fondo Nacional de las Artes, pude trabajar en la muestra como instalación pictórica. Hice todo: maquetas, bocetos. Quería que tuviera algo escenográfico, y jugando con la maqueta recordé cuando quería ser arquitecta. Después leí Pornotopia [1] y pensé que ya estaba todo hecho.
¿Te imaginas trabajando en cine o teatro?
Me encantaría. En esta edición de ArteBA me encontré con un actor/dramaturgo/galerista mexicano que vive en Madrid, y quiere unir a un dramaturgo y un artista visual para que trabajen juntos en cuatro obras. Sería el sueño del pibe (o de la piba).
Hablemos de PintorAs…
PintorAs empezó charlando con Paola Vega, en el 2009. Empezamos a pensar una muestra ideal, hicimos una lista y eran todas minas. Nunca van a hacer una muestra así, pensamos. Roberto Etchen nos dio el lugar en el MACRO, en Rosario, tres pisos para la exposición. De ahí surgieron otros lugares.
¿Y el fanzine de PintorAs?
Con el fanzine, queríamos hacer un impreso, un documento que se pueda usar, que permanezca. Así como nosotras usamos el catálogo de la exposición Juego de Damas [2], fue importante para nosotras ver textos, encontrar que existía el documento. El fanzine se puede bajar del blog. Para mi lo genial del fanzine es que es un cachivache de textos, muy libre, casi crudo. La diversidad de esos textos refleja el espíritu del proyecto.
[1] Pornotopia, Arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la guerra fría, de Beatriz Preciado, es un libro que traza el perfil prácticamente desconocido de Hugh Heffner como ideólogo del proyecto de convertir el espacio doméstico como hábitat para placer sexual.
[2] Juego de Damas es el título de una serie de exposiciones de Magdalena Jitrik, Graciela Hasper, Diana Aisenberg, Margarita Paksa y Liliana Porter curada por Adriana Lauria, realizadas en 1995 y 1996 en instituciones de Rosario, Mar del Plata y Buenos Aires.
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