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GABRIEL CHAILE: “ME GUSTA PENSAR LA ANTROPOLOGÍA DE LA IMAGEN”

Gabriel Chaile (1985) es uno de los artistas argentinos vivos con mayor representación internacional. Con menos de cuarenta años ha logrado presentar su obra en ferias, muestras y proyectos como Art Basel (Basilea) o la última Triennial del New Museum de Nueva York. La reacción frente a su obra ha sido tan positiva que, si ingresan a la web del museo, lo primero que verán es una imagen de Mamá Luchona, su imponente y enigmática escultura que asombra a personas de todas partes del mundo.

Gabriel también es un chico de un pequeño barrio de Tucumán, una provincia al norte de la Argentina, que siempre supo que quería ser artista y emprendió un camino repleto de ingenio y astucia, donde aprendió a exprimir al máximo sus posibilidades. El menor de ocho hermanos, que gracias a la contención que su familia le brindó, se percibe como un privilegiado en un contexto en el que no todos pueden decir lo mismo. 

Gabriel Chaile, Mamá Luchona, 2021. Foto: Dario Lasagni / New Museum

Melisa Boratyn: Me gustaría hablar acerca de tus comienzos en Tucumán y las primeras experiencias por el camino del arte.   

Gabriel Chaile: Cuando era muy chico decidí que quería ser artista. A la vuelta de mí casa había una escultora que fomentó mucho mí curiosidad. Ella era una mujer libre, que era vista como una extraña, pero a mí me llamaba la atención, así que un día me abrió las puertas de su casa y me mostró lo que hacía. La siguiente experiencia fue en la facultad de arte, donde me pasaba horas en la biblioteca copiando dibujos de maestros. Estudiaba biografías de artistas y leía, exprimiendo todas mis posibilidades y cultivando un anhelo por viajar y mostrar mis proyectos. Me formé en muchas disciplinas y de hecho la escultura me decepcionó un poco, porque la enseñanza en Tucumán era muy chata. Hasta que descubrí el Taller C, un cubo blanco donde se discutía acerca de la imagen, nuestros gustos e inquietudes. Encontré nuevas producciones de las cuales no sabía nada, pero que me daban mucha curiosidad. Finalmente me enteré del lanzamiento de la primera convocatoria de la Beca Di Tella para el programa de artistas, donde quedé seleccionado. Esa oportunidad fue mi puerta de entrada a Buenos Aires. 

M.B: Tú obra contiene mucha información, gestos y particularidades que resaltan la idiosincrasia e historia de nuestro país y continente. Me pregunto cómo pasas del proceso de investigación a la materialización, creando algo tan singular, preciso y a la vez universal, como los hornos o las ollas populares que presentaste en Art Basel, un lugar tan alejado de la realidad de nuestro país. 

G.Ch: Creo que las imágenes son producto de la investigación que cultivé durante años. Llegué a cierta información porque me formé en un contexto muy específico, un barrio de Tucumán y en la Facultad de Artes de esa ciudad, donde descubrí las imposibilidades del contexto, que tenían que ver con la falta de recursos económicos y la necesidad por conseguir buenos promedios para intentar acceder a becas y comprar materiales sin tener que trabajar de otra cosa. Me la pasaba pensando de manera creativa, por lo que en realidad lo que estaba haciendo era estudiar la historia de la creatividad. Ese contexto jamás fue ajeno a mi trabajo, sino que es una cuestión de autorreferencialidad, que muta a medida que me muevo por distintos lugares y soy más consciente de que pertenezco a un determinado contexto social con un montón de limitaciones, luchas y cuestiones amables.

Gabriel Chaile en la exposición «Pés de barro», Galería Municipal do Porto, Portugal, 2021. Foto: Dinis Santos
Gabriel Chaile en la exposición «Pés de barro», Galería Municipal do Porto, Portugal, 2021. Foto: Dinis Santos

M.B: ¿Cómo es tu proceso de trabajo ahora que estás comprometido con tantos proyectos internacionales? ¿Siempre trabajás en el mismo espacio y con el mismo equipo o te adaptás al lugar dónde la obra se va a exhibir? 

G.Ch: Las esculturas cada vez tienen más desafíos, desde la escala hasta la ingeniería que necesitan, por lo que recurro a otras personas que ponen sus cabezas y cuerpos. En Buenos Aires trabajaba con un equipo de amigos en el barrio de La Boca y en base al proyecto que surgía buscábamos un taller. Ahora que vivo en Lisboa el contexto es diferente, ya que por primera vez alquilo un taller, lo que es curioso porque viajé por una residencia, me terminé quedando por la pandemia y después decidí diseñar un plan a 10 años, entendiendo que estaba en una ciudad estratégica, donde por suerte me hice amigos y formamos equipo. El plan es producir desde ahí y viajar. Así fue como con Santiago Delfino armamos la pieza para la Triennial, que se pensó como un rompecabezas para que pudiera ser trasladada en avión. 

M.B: Hay artistas, y pienso en alguien como Federico Manuel Peralta Ramos, que a pesar de haber creado un cuerpo de obra repleta de referencias personales y profundamente ligada a nuestra cultura, lograron crear mensajes universales. Tus obras también contienen tu historia al igual que la nuestra, con sus múltiples tintes políticos, poéticos y críticos. Te pregunto entonces cuáles son las búsquedas detrás de tú trabajo y cómo imaginas que se percibe.

G.Ch: Me interesa descubrir y acumular imágenes para sintetizarlas en una. Es la postura del curioso, que no sabe pero quiere entender, y que tiene un puñado de decisiones claras. Esas decisiones son mi visión política con respecto a las imágenes que traduzco en un lenguaje poético y hasta humorístico. Me acerco a mundos cercanos y ajenos, entendiendo que todos tenemos una historia que muta. Esos son los lugares que me interesan, porque me gusta pensar la antropología de la imagen. Creo que las personas que ven mI trabajo entran con facilidad ya que la forma es simple, a pesar de que esconde información compleja y rebuscada. Cuando expongo en un museo me gusta conectarme con el personal, que maneja un lenguaje imaginario que está en mí porque mI familia pertenece a la clase obrera y yo me crie con esos modos. Entiendo los chistes que hacen, sus gustos musicales o los programas de televisión que miran. Son un canal de comunicación familiar y me gusta saber qué piensan de mi trabajo.

Gabriel Chaile, Lluvia , vapor y velocidad, 2019, 178 × 84 × 78 cm. Vista de la exhibición en ChertLüdde, Berlín. Foto: Andrea Rossetti.
Gabriel Chaile, La Malinche, 2019, 186 × 103 × 104 cm. Foto: Andrea Rossetti.
Gabriel Chaile, La Malinche, 2019, 186 × 103 × 104 cm. Foto: Andrea Rossetti.

M.B: En pocos años concretaste proyectos impensados para la mayoría de los artistas en Argentina. ¿Sentís que estás representando a tu país? ¿Es una idea con la que te sentís cómodo?

G.Ch: Por momentos me gusta representar a mí país y por otros no, ya que me encuentro con las contradicciones de lo que yo considero es mi país. Pasé diez años de mi vida en Buenos Aires y sin embargo durante los primeros cuatro me sentí como un extranjero. Fue ahí cuando apareció esa pregunta, si acaso eso también era mío. Como nación, padecemos una gran crisis de identidad, algo que expongo mucho a través de mis obras, de las cuales hoy muchos están orgullosos pero que durante mucho tiempo no fue así, sino que representaban algo que más bien se escondía debajo de la alfombra.

M.B: ¿Con alguno de tus proyectos recientes sentís que cumpliste todos tus sueños y objetivos? 

G.Ch: Tengo la sensación de que me estoy acercando. Es como cuando estás construyendo tu casa y todavía falta el techo, pero vas bien. Sé que todavía hay mucho por hacer, pero al mismo tiempo ese proyecto ideal ya está en mi mente y mi corazón. Todo lo que hice hasta ahora de alguna manera se aproxima, desde el horno en la escuela Fiorito o dar clases en Villa Soldati, el proyecto curatorial que hicimos con Andrei Fernández, las entrevistas en los comedores del barrio de La Boca y Tucumán o las esculturas en sí, que son mi trabajo más personal y cuentan todas esas historias.

Vista de la exposición "Genealogía de la forma", de Gabriel Chaile, en Barro, Buenos Aires, 2019. Foto: Santiago Ortí
Vista de la exposición «Genealogía de la forma», de Gabriel Chaile, en Barro, Buenos Aires, 2019. Foto: Santiago Ortí
Vista de la exposición «Genealogía de la forma», de Gabriel Chaile, en Barro, Buenos Aires, 2019. Foto: Santiago Ortí
Vista de la exposición "Genealogía de la forma", de Gabriel Chaile, en Barro, Buenos Aires, 2019. Foto: Santiago Ortí
Vista de la exposición «Genealogía de la forma», de Gabriel Chaile, en Barro, Buenos Aires, 2019. Foto: Santiago Ortí

M.B: Leí que NVS, tú nuevo proyecto colectivo, fue pensado por un grupo de amigos y colegas artistas que buscan crear un espacio más horizontal y cuidadoso dentro del mercado, algo que me generó mucha ilusión. ¿Cómo surge y cuáles son sus objetivos?

G.Ch: NVS es una plataforma estratégica que nació entre mensajes y video-llamadas, porque estábamos lejos y nos extrañábamos. Queremos usarla a nuestro antojo y en función de cuestiones cooperativas que no sólo construyen carreras personales, sino que fomenten la posibilidad de pensar proyectos con otras disciplinas y saberes. Creemos no tenerle miedo al mercado y es por eso que nos animamos a hacerle frente sin dejar de cuidarnos entre nosotros. Somos todos artistas y amigos que, aunque pensamos diferente y nos peleamos, también nos reconciliamos. Como objetivo a largo plazo no gustaría crear una fundación que sostenga las posibilidades de la diversidad, pero hoy estamos acá llenos de planes y entusiasmo. 

M.B: Por último, me gustaría saber que piensa tu familia acerca de todo lo que estás haciendo, teniendo en cuenta que venís de un lugar pequeño con muchas limitaciones, como decías antes, y con esa historia tan presente en tus obras.

G.Ch: Mi investigación siempre estuvo ligada a mi familia y las personas que crean imágenes a mi alrededor. Mi padre falleció hace mucho, pero me pregunto qué pensaría, ya que él me dio las herramientas para que aprendiera a hacer escultura. Mi madre siempre está muy contenta, pero las mamás son así, ella estaría conforme con cualquier cosa que eligiera. Sin embargo, también creo que es importante saber abstraerse y pensar de manera creativa más allá de la emoción, porque sino es muy fuerte. Cuando te va mal la gente te da los mejores consejos, pero cuando las cosas salen muy bien también se genera estrés y muchas veces no sabes qué hacer. No quiero que suene a queja, ya que estoy muy contento, pero me obligo a marcar distancia y no perder la cordura, que es lo que te da curiosidad y posibilidades creativas.

Gabriel Chaile, 70 veces 7, 2018, hierros y ladrillos, 300 x 330 x 300 cm. MARCO – Colección Fundación Tres Pinos. Buenos Aires
Gabriel Chaile, de la serie «Pequeños grandes personajes», 2008, foto-performance, 180 x 120 cm. Ed. 5 por cada personaje
Gabriel Chaile en la Residencia Melides Art, Portugal, 2020, junto a los asistentes Jony (hijo de Miguel), Gustavo, Antonio, Baniuso, Joaquin, Selso y los herreros Mauricio y Maicol.

Melisa Mara Boratyn

Argentina, 1987. Es Licenciada en Curaduría y Gestión de Arte (ESEADE) y tiene una Diplomatura en Género y Movimientos Feministas (FILO / UBA). Entre 2011 y 2018 trabajó en las áreas de producción y coordinación de ferias y muestras en las galerías Del Infinito y Elsi del Río. Desde 2008 se desempeña como curadora independiente y dicta cursos de curaduría, mercado y arte argentino en instituciones como MALBA, MAMBA, MACBA, Usina del Arte y Espacio Dos Puntos. Escribe para la revista online Maleva Mag y anteriormente para La Curandera. Desde 2017 dirige el proyecto “Homenajes Urbanos” junto al artista Ale Giorgga, con quien también gestiona proyectos para festivales. Edita y publica libros, entre los que se encuentran “Andrés Sobrino” y “Femininjas”, de Fatima Pecci Carou. Desde 2021 es co-directora de Quorum, una tienda de arte en San Telmo. Vive y trabaja en Buenos Aires.

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