VIOLETA DELFÍN ES VIOLETA CERECEDA
Por Natalia Stipo | Curadora
La identidad artística de Violeta Delfín se ubica en la intersección de la espontaneidad y la emotividad. Su seudónimo encarna la misma lógica que irriga su obra: un alias sugerente pero caprichoso, es decir, con significado, pero, sobre todo, libre y espontáneo. La exposición Violeta Delfín: Crónica de emociones, que se presenta en Local Arte Contemporáneo, es un testimonio de sentimientos, naturaleza y literalidad. Por lo tanto, resulta imposible hablar de esta exposición y sus componentes sin pensar, e incluso divagar un poco, en torno a la figura de la artista.
En el corazón del trabajo artístico de Violeta se encuentra la sensibilidad que emerge de sus propios procesos emocionales y vivenciales, pilar fundamental en la interpretación de su trayectoria como artista. Al explorar sus obras, nos encontramos con una suerte de crónica que retrata sus estados más profundos a través de simbolismos; un relato autoficcional que entrelaza la intimidad de la artista con la experiencia colectiva del espacio público.
Aquí, el autoconocimiento es el protagonista, pero no desde la perspectiva tradicional de los principios fundacionales occidentales. En su lugar, se aborda desde un enfoque mucho más cercano a lo que plantea Carla Cordua en Cabos sueltos: “Lo mejor sería que ‘conócete a ti mismo’ quisiera decir algo indirectamente. Como, por ejemplo, ‘no hay que dejarse decir por otros lo que somos’. ‘Conócete’ significaría en tal caso ‘piensa por ti mismo cuando se trate de ti’. Y lo encomendado consistiría en pensarse en una circunstancia o situación determinada, y no en establecer una identidad fija y aislada”.
Es decir, la aceptación de las emociones fluctuantes desde un enfoque honesto y desprovisto de pretensiones es una característica distintiva que atraviesa toda la obra de la artista y, particularmente, esta exposición. Aquí, el arte se convierte en un medio de autenticidad, donde Violeta enfrenta sus propios desafíos personales sin disfraces. Esto finalmente se traduce en un medio para que conectemos con las experiencias humanas cotidianas, aquellas que por ser las más personales son, a la vez, universales.
Vista de la exposición «Crónica de emociones», de Violeta Cereceda, en Local Arte Contemporáneo, Santiago de Chile, 2024. Foto cortesía de la artista y Local
Violeta Delfín es también mar
La antropóloga feminista Sherry Ortner sostiene que las mujeres han sido simbólicamente asociadas con la naturaleza, consideradas más cercanas a ella debido a su papel en la reproducción biológica, mientras que los hombres han sido asociados con la cultura, entendida como el ámbito de la sociedad que implica la creación y el mantenimiento de símbolos, valores y sistemas complejos.
Ortner argumenta que esta dicotomía contribuye a la construcción de la feminidad como «otra», como algo diferente y, en ciertos casos, inferior. La asociación de las mujeres con la naturaleza no solo las coloca en una posición subordinada, sino que también las presenta como diferentes y, por ende, sujetas a normas y expectativas sociales específicas.
Ahora bien, en la narrativa de Violeta, la rigidez de las categorías culturales predefinidas es socavada, abriendo espacios donde la naturaleza deja de ser un argumento de debilidad y se convierte en una herramienta de autoexploración y descubrimiento.
La sensualidad que impregna las evocaciones en las obras de la artista adquiere una dimensión particularmente interesante que refuerza esta dinámica de redefinir y explorar. Desde la perspectiva de Sarah Ahmed, la sensualidad se presenta como una forma de encarnar las emociones y experiencias femeninas en un lenguaje sensorial y estético. Este acto, a su vez, puede entenderse como una resistencia a las limitaciones impuestas históricamente sobre la expresión de la sexualidad femenina.
A través de la reconfiguración artística de la relación entre la mujer y la naturaleza, Violeta ofrece no solo una historia personal, sino también una contribución significativa a la narrativa colectiva de la feminidad entrelazada con la cultura popular de sus tiempos. Su obra se presenta como un acto de resistencia creativa, desafiando y complejizando las estructuras patriarcales y culturales, y abriendo un espacio para la multiplicidad de experiencias femeninas.
Así, su obra se revela como una exploración de la relación entre la mujer y la naturaleza, específicamente encarnada en la figura del océano. Este se fusiona con los componentes esenciales de su identidad como mujer sintiente, convirtiéndose en una analogía de sus vicisitudes. Violeta Delfín es también el mar.
Violeta Delfín es calle
La obra de Violeta es una manifestación artística que hunde sus raíces en los muros de la calle y en las complejidades de lo íntimo. Como señala Nelly Richard, el arte no se encuentra desconectado de su contexto sociopolítico y cultural, y en el caso de Violeta, esta premisa se manifiesta en la materialidad de la configuración de su discurso.
Su obra, en sus propias palabras, está directamente influenciada por la estética de la calle y sus dinámicas, tanto familiares e íntimas como públicas y colectivas. La feria y el comercio libre, con sus elementos y relaciones, son un referente fundamental en las propuestas visuales de la artista.
Dentro de este mismo universo, la rebeldía y la libertad contenidas en el graffiti –narrativa que se articula en las paredes de la ciudad– entrañan virtudes y emociones que, para Violeta, se presentan muchas veces como el motor de sus creaciones.
Entre estos mundos, sobre todo, se teje una figura de admirable osadía, en la medida en que su trazo nos traslada al imaginario de nuestros diarios de vida, es decir, a un escenario de vulnerabilidad histórica para las mujeres. La imagen en su estado más crudo, «inocente» y antojadizo, crea un relato de irreverencia y resistencia frente a una escena reglada, juiciosa y masculinizada. Es así como el trabajo callejero de Violeta Delfín se vuelve tan sutil como poderoso y vinculante.
Por otro lado, es importante destacar cómo cada obra suya es un fragmento del tejido cultural de su tiempo, un testimonio visual de las complejidades y los matices de la experiencia humana en la era moderna. En sintonía con la perspectiva de Andrea Giunta, el repertorio artístico de Violeta nos invita a explorar las profundidades de la cultura iconográfica pop y a reflexionar sobre la juventud y la efervescencia como motores de la creación artística en el siglo XXI, sumergiéndonos en un remolino de referencias y significados que remiten a nuestro tiempo.
Así, la artista construye una especie de arqueología visual que desentierra las capas profundas de la cultura contemporánea que inundan la vida de las generaciones «jóvenes» en constante reconfiguración. Sus creaciones se asemejan a un rito de paso, un viaje de autodescubrimiento en el que la artista capta la energía, la rebeldía y la búsqueda de identidad propias de esta etapa de la vida, cada vez más vertiginosamente difusa.
Volvamos a Giunta, quien nos recuerda que la cultura pop no es simplemente un conjunto de productos de consumo, sino un sistema de significados que influye y moldea la identidad de las personas. En el caso de Violeta, su obra es un testimonio visual de la manera en que la cultura popular impregna nuestra psique colectiva. Desde los íconos de la estética urbana, hasta los símbolos de la moda y la tecnología, cada obra suya es una especie de collage de elementos culturales que capturan la esencia de una era marcada por la sobreexposición mediática y la globalización cultural.
Violeta Cereceda es Violeta Delfín
Esta exposición con aroma a cuarto propio nos invita a explorar las complejidades de la psicología humana y las emociones, en el contexto de una búsqueda que parece imposible: vivir del arte siendo una misma. Esta apertura hacia la vulnerabilidad y la autenticidad encarnadas en el relato visual es un testimonio sobre el arte como un espacio para la expresión sincera y la conexión emocional.
Al situar estas dimensiones en el centro de su obra, Violeta no solo desafía las construcciones culturales que determinan nuestra autopercepción y el orden de los imaginarios colectivos, sino que además resulta en un cuerpo de obra transgresor de las normas implícitas del arte predominantemente formalista e higienizado que ha protagonizado las galerías de nuestro país en las últimas décadas.
Crónica de emociones da rienda suelta a intuiciones profundamente reales que se vuelven verdades, llena de cabos sueltos y arbitrariedades como la vida misma y el desorden natural de un alma creativa.En esta antología, se exhibe el entramado de imágenes y objetos que integran este registro de afectos, relaciones, experiencias vividas y experiencias anheladas; una habitación sin cajones y sin catre; pedazos de alguien y pedazos de calle.
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