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AURORA CURSINO DOS SANTOS: UN SALVAJE DESEO DE PINTAR EL DELIRIO

Las prostitutas tienen ciertamente cosas muy interesantes para enseñarnos. Estoy convencido de que estudiando toda esa micropolítica de la prostitución se podría esclarecer, bajo una nueva luz, pedazos enteros de micropolítica conyugal y familiar en relación con el dinero, entre marido y mujer, padres e hijos, e inclusive entre el psicoanalista y su cliente.

Guattari


En la última Bienal de São Paulo, una de las artistas que más me sorprendió fue Aurora Cursino dos Santos. Aurora, nacida a fines del siglo XIX en un pueblo rural cerca de São Paulo, sufrió abuso infantil y fue raptada por un pariente que la llevó a trabajar en los extramuros de la gran ciudad, en donde se vio obligada a casarse. Aurora decidió romper con ese destino de mujer y madre sumisa y empezó a trabajar como prostituta en Río de Janeiro y São Paulo (y probablemente Europa) en plena época de la explosión modernista.

Amiga de compositores y artistas de la dulce bohemia carioca y paulista, Aurora de alguna manera asimiló este universo artístico que después se manifestaría en los óleos sobre papel cartón que pintó en el sanatorio de Juquery, donde fue internada bajo el múltiple diagnóstico de esquizofrenia, psicosis y autismo severo.

Si la historia del arte ha marginado históricamente a las mujeres, el caso de Aurora debe ser uno de los más extremos, porque estamos ante una artista que tenía que enfrentar además la marginalidad de ser loca y puta a la vez.

Portada del libro Aurora. Memórias e Delírios de uma mulher da vida. Silvana Jeha y Joel Birman Eds.

En el estupendo y reciente libro catálogo, Aurora: memorias y delirios de una mujer de la vida, la historiadora Silvana Jeha y el psicoanalista Joel Birman realizan una reivindicación múltiple de la persona y obra de Aurora. Desde un feminismo radical, argumentan la prostitución como una opción de la artista, analizan el cuestionamiento a los poderes establecidos desde su inestable estado mental pero crítica memoria, y reclaman su lugar en la historia del arte.

La radicalidad de la obra de Aurora es mayor aún si consideramos el momento histórico en que la realizó: mediados del siglo XX. Las pinturas de Aurora nos muestran escenas de prostitución, orgías, genitalias desgarradas, tratamientos médicos, sesiones de electroshock. Creo que no hay parangón a esa visión ruda y sin concesiones en el arte latinoamericano (y quizás mundial) de la época.

La obra de Aurora es sorprendente por su experimentalismo formal, por su figuración que se descompone de manera casi vanguardista, pero sobre todo por su tremendismo temático, por su delirante yuxtaposición entre alucinación y autobiografía, normatividad y transgresión, sexualidad y religiosidad. 

Aurora Cursino dos Santos, Sin título, sin fecha. Óleo sobre papel, 50 x 40,5 cm. Colección: Museo de Arte Osório Cesar. Cortesía: Complejo Hospitalario Juquery y Ayuntamiento de Franco da Rocha. Fotografía: Gisele Ottoboni/ Ayuntamiento de Franco da Rocha

En uno de sus óleos más enigmáticos y de áspera crudeza, Aurora nos muestra el primer plano de la genitalidad de una mujer que se encuentra echada con las piernas entreabiertas en una posición muy similar a la de un parto. Una representación pictórica desgarradora de su propia identidad y sexualidad fracturadas, desde las pinceladas de trazos gruesos y casi amorfos, las manchas de color siempre desbordadas, una des/figuración expresionista que es una constante en artistas al borde de la “sanidad”.

En el cuadro además observamos un rostro al parecer también femenino contemplando la vulva y leyendo los distintos textos escritos alrededor del cuadro, “pictografías” inscritas a pluma y pincelada con leyendas como “mandaron a Eloy Alvim y dos malandrines para anestesiar y rasgar mi ano y mi coño y coser mi boca”, o “la garra de Juquery me ata a sacrificios en la vida…”, que son alusivas a los tratamientos médicos recibidos en el sanatorio.

Para Aurora la autoridad sanitaria y la policial son más violentas y viciosas que las disidencias que quieren controlar: “La policía es sucia, más yo, Aurora, tengo esperanza”. Es por ello que busca consuelo y protección en la religiosidad: “Por el Padre, el Hijo y el E. Santo”; pero a la vez con una fuerte aversión por la institución religiosa: “Fui allá (Italia) a matar al Papa”.

Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo
Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo
Aurora Cursino dos Santos, Sin título, sin fecha. Óleo sobre papel (anverso y reverso de envoltorio de chicle), 49,6 × 44,8 cm. Colección del Museo de Arte Osório Cesar, Franco da Rocha. Foto: Everton Ballardin / Fundação Bienal de São Paulo
Aurora Cursino dos Santos, Sin título, sin fecha. Óleo sobre papel (anverso y reverso de envoltorio de chicle), 49,6 × 44,8 cm. Colección del Museo de Arte Osório Cesar, Franco da Rocha. Foto: Everton Ballardin / Fundação Bienal de São Paulo

Aurora se enfrenta de manera dispersa pero directa a todos los poderes que la oprimen, mostrando su sexualidad con una sinceridad revulsiva, siendo pionera del feminismo más transgresor. Sin duda, esta obra, al igual que otras más explícitas y sexuales, estaba demasiado adelantada a su época y debió permanecer archivada durante mucho tiempo, aunque en 1950 Aurora tuviera la primera oportunidad de exhibir parte de su obra en la Exposición Internacional de Arte Psicopatológico realizada en Francia.

Aurora fue parte del atelier artístico fundado en 1949 por el psiquiatra, crítico de arte y militante comunista César Osorio. Influenciado por las práctica pioneras de Morgenthaler y Prinzhorn en terapias de arte para los pacientes mentales, Osorio se encargó de crear la Sección de Artes Plásticas de Juquery, cuya labor duraría hasta 1964, cuando la dictadura lo perseguiría por sus tendencias políticas.

Actualmente, el legado de Osorio se encuentra en un museo que lleva su nombre y resguarda los 200 óleos sobre papel que conforman la obra de Aurora, así como la de otros internos. Es importante recordar que en la década de los 60, Juquery era casi una pequeña ciudad con alrededor de 10.000 internos. Aunque Osorio fuera uno de los médicos más avanzados, la enorme estructura del sanatorio era en sí muy conservadora, y los métodos de tratamiento de la época hoy serían considerados más punitivos que terapéuticos.

Aurora padecería de sometimientos corporales, electroshocks y hasta de una lobotomía. Esta opresión de Juquery se manifiesta en varios de sus cuadros, como aquel en que la encontramos aparentemente atada a una cama del sanatorio, mientras dos médicos con bata y una enfermera la observan escrutadoramente. Arriba, se lee: “La acción internacional ignora la prostitución cocaína venéreas hijos y tuberculosis molestias mentales y cerebrales”.

Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo
Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo
Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo

No solo el orden social patriarcal sino el orden de la vigilancia psiquiátrica castiga a las prostitutas con sus tratamientos, por lo cual Aurora habla en colectivo y a nombre de todas ellas: “¿Por qué tenemos que pagar y otros no?”. Esta enunciación colectiva hace de Aurora una “puta feminista” de avanzada, una vocera de las más marginadas por ser mujeres y más aún por ser prostitutas, la primera pintora en Brasil y quizás en Sudamérica en reivindicarlas desde una primera persona que es siempre un “nosotras”.

Los límites entre realidad y fantasía se encuentran difuminados en la obra de Aurora. El tema de la maternidad se encuentra presente y, en algunos cuadros, nos muestra a sus supuestos hijos (se mencionan hasta nueve distintos). Pero el cuadro más alucinante es aquel en el cual se autorretrata con un feto en su propio vientre; lo inusual es que el bebé se encuentra alimentado por cordones que salen de los senos de la madre como “glándulas mamarias de vaca y baronesa egipcia”.

En las pictografías se anuncia también que la justicia amenaza la relación con sus hijos, mientras “jeringas intrauterinas estropean mi útero vagina y me envejecen”, mezclando así la vigilancia política con la clínica. Las jeringas hacen referencia a las inyecciones de cardiazol e insulina que se aplicaban en los tratamientos posteriores a los electrochoques.

Aurora Cursino dos Santos, Sin título, sin fecha. Óleo sobre papel. Colección del Museo de Arte Osório Cesar.

Uno de eso cuadros donde sexualidad, bohemia, ilusión y tratamiento médico se confunden es aquel que nos lleva a un cuarto de hotel en el centro de São Paulo en cuya parte inferior se observa una pareja acostada. Al parecer, son la misma Aurora y el compositor Zequinha de Abreu (quien le había dedicado su valse A noite desce) teniendo un encuentro sexual.

En la parte superior encontramos a un doctor observándolos y manipulando una máquina de electroshock que parece también un enorme aparato musical del cual salen distintos cables que se conectan al cuerpo de la artista: los cables de abajo para los órganos internos como corazón, estómago, pulmones, hígado, sexo, y los cables superiores para cabeza, cuello, senos, vientre, cadera, pierna y pies. Pero lo más extraño, y perturbador, es que en la parte inferior una pictografía dice: “Sensual por la electricidad”, sugiriendo que a mayor tratamiento eléctrico mayor deseo y lujuria.

Este deseo y lujuria atraviesan los tiempos históricos, las geografías y las autoridades. Por momentos, la fantasía de Aurora nos transporta a la época de la Corte de Luis XVI o del emperador Pedro II; por otros, nos lleva a los lugares bohemios de Río, São Paulo y Europa. También nos muestra encuentros sexuales con autoridades como alcaldes, jefes policiales y empresarios, entremezclándolo todo como en un cuadro que parece rememorar una orgía en un barco. “El señor director de contrabando italiano de Juquery mide bien su responsabilidad con Aurora Cursino dos Santos”, dice una pictografía, mientras se observa directamente una escena de penetración, así como a tres mujeres dispersas en un barco de contrabando y negocio sexual.

Aurora, Electricidad Sensual. Sin fecha ni título. Colección del Museo de Arte Osório Cesar, Franco da Rocha.
Aurora, Electricidad Sensual. Sin fecha ni título. Colección del Museo de Arte Osório Cesar, Franco da Rocha.
Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo
Vista de obras de Aurora Cursino dos Santos en la 35ª Bienal de São Paulo – Coreografias do impossível © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo

En la obra de Aurora, todo parece enfebrecido y delirante, desde las brumosas y salvajes pinceladas hasta la figuración siempre titubeante y de colores desparramados que se niegan a asumir una línea de contorno, un límite pictórico. Esta ausencia de bordes se puede observar en una obra donde se han pintado tres rostros que son borroneados con pinceladas oscuras. Este ‘tachismo’ parece aludir a un momento en el que el delirio no quería reconciliarse con la memoria. Sin embargo, a pesar de las figuras tachadas, podemos entre leer algunas letras que no han podido ser borradas del todo: “Naná/ France e Zola”. En realidad, el cuadro fue un intento de representar al famoso personaje literario creado por el escritor francés decimonónico.

¿Qué habrá sentido Aurora al arrepentirse o tachar esta obra, pero a su vez no descartarla? ¿Fue un arrebato de molestia en el delirio, la incomodidad de verse reflejada en un rostro, o una historia, demasiado similar? Los rostros «borroneados» y el mismo gesto de tacharlos crean un cuadro donde los significados se vuelven evanescentes y cualquier interpretación iconográfica se desvanece. El discurso de la locura finalmente se nos oculta en la falta de significado, pero este consternado silencio también podría representar una liberación.

En uno de sus cuadros más extraños y singulares, vemos a Aurora en medio de un campo de batalla, elevándose con un fusil como una guerrera, una luchadora antipatriarcal, sobre un ejército de soldados, curas y burgueses. Solo una niña nos da la espalda, porque ve a su heroína revolucionaria con los cabellos rojos perderse en un cielo de colores encarnados: ella es la aurora de una revolución que surge del deseo de utopía y delirio, de dar la vuelta a la historia para rescatar a las mujeres marginadas por locas, por putas, por ser simplemente mujeres. Aurora, golpeada, segregada, lobotomizada, se alza y por fin con su pincel domina, a través del ensueño del arte, ese mal sueño que puede ser la realidad.

Alfredo Villar

Lima, Perú, 1971. Estudió Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú e Historia del Arte en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha sido becario de la fundación Rockefeller para investigar el conflicto armado interno y realizar el guión de la novela gráfica Rupay. Ha publicado distintos libros y realizado diversas exposiciones de arte amazónico como “El milagro verde” (junto a Christian Bendayán) y “Usko Ayar: la escuela de las visiones”. Asimismo, como investigador del arte popular chicha, ha presentado las muestras “A mí qué chicha”, “Neón Chicha”, “Chicha Land” (Berlín) y “El pueblo es una nostalgia que algún día vencerá” del fotógrafo vernacular Nicolás Torres. Además, ha curado muestras de historieta, humor gráfico y dibujo como “Bumm! historieta y humor gráfico en el Perú: 1978-1992” y “La niña no mirada” (junto a Jorge Villacorta) de la pionera del arte feminista en el Perú Marisa Godínez. El 2022 realizó la muestra “Yuyay Lima” donde reunió artistas populares amazónicos, andinos y urbanos, como Olinda Silvano con quien actualmente trabaja el proyecto “Koshi Kené”. Es también escritor y DJ.

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