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FERNANDO PRATS: AÚN TENDRÍA QUE HABER LUCIÉRNAGAS

Por Varinia Brodsky Zimmermann | Curadora


Cuando una persona muere en el territorio, se hace el entierro y luego se les reza nueve noches. Se colocan algunos objetos que le gustaban al difunto. Se dice que el alma de esa persona así se despide.

Si el mar hablara, diría cuántos son los desaparecidos. Pero también si la tierra, le escucháramos el quejido de ella, porque el quejido de la tierra también es el quejido de parto de una mujer, también sabríamos cuántos son los cementerios clandestinos que existen.

A nosotras nos duele el vientre, donde nace la vida, donde se procrea, y por eso a nosotras las mujeres, cuando nos desaparecen un ser querido, es aquí, aquí donde nos matan.

Fragmentos de testimonios de víctimas

Buenaventura, Colombia, 2021


Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

Somos parte de un territorio que padece. Desde los pueblos originarios, o primeras naciones, hasta las sociedades contemporáneas, la esclavitud, el desigual orden social y económico, la explotación de la tierra, las violencias de Estado, la discriminación contra los cuerpos racializados y los pueblos migratorios, las violencias de género y la segregación socioeconómica han cruzado la historia del continente latinoamericano generando muerte, dolor y vulneración de los derechos fundamentales. Es desde ese lugar, desde las problemáticas de un mismo territorio vejado y desde el sufrimiento de sus comunidades, que nos situamos.

Uno de los dramas profundos que atraviesa Latinoamérica tiene que ver con el gran número de personas desparecidas por diversos conflictos armados y violencias estatales. Argentina, Guatemala, Perú, El Salvador, Colombia y Chile, junto con Irak, Sri Lanka, Argelia y Pakistán, hacen parte de los países con mayor cantidad de desapariciones forzadas en los últimos cuarenta años (ONU, 2020). Solo Colombia cuenta con más de 80.000 desaparecidos (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2018), entre adultos y niños, cuyo recuerdo permanece en la memoria de sus familiares y seres queridos, quienes son apoyados por organizaciones humanitarias y, asimismo, resisten al abandono de la justicia, la negación de la verdad y la inexistencia de las correspondientes políticas de reparación. Estos crímenes de lesa humanidad no solo trasgreden a la víctima, sino que afectan a sus familiares cercanos y a toda una comunidad de la cual forman parte, quebrantan el tejido social y generan una serie de consecuencias de difícil resarcimiento colectivo.

Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

¿Cómo resistir a la barbarie?

La relación organizacional de las comunidades ancestrales da lugar a prácticas constituidas de manera integral, de acuerdo con su forma de estar en el mundo y su visión de este. El acceso a las tierras y a los bienes naturales que provee el territorio, relaciones sociales horizontales, el valor de los vínculos familiares y el respeto a la experiencia de las y los ancianos, reconocidos como matriarcas y patriarcas que guían a la colectividad, responde a un sistema comunalista, esto es, a un entramado social inherente a los pueblos originarios pero que nos sirve para definir un sistema de convivencia en el que la comunidad, así como el territorio, son tan fundamentales como la identidad cultural que los determina. En el caso de los afrodescendientes, por tratarse de personas desplazadas de su territorio original, esta territorialidad comunitaria adquiere un fuerte sentido espiritual, como conector con su ancestralidad y modos de trascender:

Cuando nos ombligan, nos dotan de unas habilidades que no tiene otra población. Y nos dotan, nos pueden ombligar con animales, con plantas, con árboles, con la misma agua, porque ellos nos regalan un don. Y ese regalar don es la conexión espiritual que hay entre nosotros, el territorio y quienes somos comunidad. (DFP, 2021)

¿Qué ocurre entonces con la comunidad cuando es transgredida en su esencia, al ser amenazada su permanencia en el territorio, fracturadas las relaciones entre “hermanos”, quebrantadas familias y destrozado el tejido social?

Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.
Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.
Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

La ciudad de Buenaventura, ubicada en el valle del Cauca, a orillas del Pacífico colombiano, es actualmente el puerto principal de Colombia y uno de los diez más importantes de América Latina. Su ubicación estratégica lo ha convertido en uno de los focos de mayor interés comercial y progreso económico en el país. Sin embargo, lejos de ser esta situación un beneficio para la comunidad que allí habita desde hace siglos –cuando se ubicaron en este espacio las poblaciones africanas esclavizadas–, esta es víctima de las más horrorosas vejaciones que la humanidad podría vivenciar. La población resiste a los zarpazos más vehementes del capitalismo salvaje: el empobrecimiento dirigido, el desplazamiento territorial y la desaparición de sus seres queridos. Así, esta comunidad que limita con el estero de San Antonio y ha convivido en otras épocas más felices con sus bondades naturales, hoy ve sus aguas transformadas en cementerio clandestino.

Ello convirtió a Buenaventura en 2016 en el municipio con más casos de desaparición forzada de Colombia (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 2017). Estos crímenes pluriofensivos y de ejecución continua (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016) son mecanismos que mantienen a la colectividad en la desinformación absoluta acerca del paradero y destino de las víctimas directas, así como de la autoría de los perpetradores. Tales formas de violencia responden a una estrategia de eliminación de un supuesto “enemigo interno”, lo cual sume a las comunidades en la tortura permanente del terror. Frente a esta barbarie, la posibilidad de supervivencia solo es posible en cuanto que colectivo que arraiga una resistencia común, tal como ocurrió en el paro cívico del 2017, que puso a esta comunidad en el centro del debate, en busca de la verdad y una transformación del poder político.

Cabe señalar que, junto con la devastación del territorio, la pérdida sistemática de familiares, el desconocimiento de su destino y la imposibilidad del rito de despedida, se constituye un duelo pendiente, el cual se convierte en un suplicio latente, es decir, en “una temporalidad no sellada, inconclusa: abierta, entonces, a la posibilidad de ser reexplorada en sus capas superpuestas por una memoria activa y disconforme” (Richard, 2013, p. 109). Así pues, desde la fortaleza de las comunidades y el arraigo ancestral a un sistema solidario y espiritual es posible encontrar el ímpetu de la lucha sostenida sobre la mínima esperanza de encontrar los rastros de los seres queridos desaparecidos.

Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

Quiero simplemente que mires a tu alrededor y tomes conciencia de la tragedia. ¿Y cuál es la tragedia? La tragedia es que no existen ya seres humanos. No se ven más que artefactos singulares que se lanzan unos contra otros.

Pier Paolo Pasolini


En torno al problema de la representación del horror después de Auschwitz –y de otras atrocidades ejecutadas por la institucionalidad deshumanizada y los totalitarismos–, nos hacemos la pregunta acerca de si el arte es capaz de representar lo inenarrable. ¿Puede el arte ayudar a contener el horror? ¿Para qué nos trasladamos a un mensaje simbólico, qué queremos representar o es la representación en sí una idea obsoleta y tan solo –que ya es mucho– una vía, un intento para transmutar el dolor?

La agonía se expresa desde la fragilidad humana, pero también desde la resistencia de los pueblos que hacen frente a la barbarie. La desaparición de las luciérnagas, debida al desarrollo progresivo de nuestras sociedades, es una buena metáfora para aludir a la inminente extinción de la especie como resultado de un sistema de vida con excesos de toda índole. Las luciérnagas en extinción, como cuerpo poético, aluden a la “desaparición” del ser y de las comunidades, y también evocan el fin de la esperanza o, en contraposición, su redención. Con ello, esta imagen nos interpela desde el debate entre la luz y la sombra, las tinieblas y la luminiscencia. Así, el aún nos permite mantener la dignidad de los pueblos supervivientes. Esta sobrevivencia resiste desde el poder de la palabra y se levanta en su esencia pudiendo subsistir al olvido. En el permanente debate de la vida como resistencia, la resignificación de las posibilidades de nuestro devenir y las lecturas para la reconstrucción de la memoria son un pilar que contribuye a la cultura de los derechos humanos. En este sentido, el arte es un canal imprescindible.

Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

Fundada en la constante investigación de contextos críticos que refieren a la relación, desde una perspectiva contemporánea, poética y política, entre memoria, humanidad y territorio, la obra de Fernando Prats aborda esta compleja realidad. La exposición Aún tendría que haber luciérnagas se propone como una oportunidad para la visibilización de una comunidad que resiste ante la tragedia. Fragmentos, como espacio para el arte, es un lugar que puede aportar a la comprensión de una realidad. Tal experiencia de comprensión nos obliga a enfrentarnos a los grandes dilemas que debemos plantearnos como humanidad. Buenaventura reúne el racismo, el abandono de la justicia, la barbarie, el irrespeto profundo a los derechos humanos y la dignidad de las comunidades, así como la lucha y resistencia de una población que defiende el valor del pueblo afrodescendiente y las culturas del Pacífico colombiano como riqueza cultural fundamental en el país. La muestra plantea una ruta poética en la que podemos transitar por los distintos elementos que confluyen en el conflicto.

El territorio es rememorado a través del rasgamiento de sus capas. Se trata de un territorio urdido, tajeado y vejado (serie Territorio silenciado, 2022), que a su vez inmortaliza el gesto de la recuperación del suelo frente al desplazamiento. La acumulación de la galemba, para hacer suyo un nuevo suelo como horizonte de vida, es contrarrestado por el cordón umbilical (Buenaventura ombligada, 2022) que evoca la tradición del vínculo con la vida. Ombligarse es una práctica ancestralde la comunidad, en la que la tierra recibe como ofrenda los dones que la conectan espiritualmente con la colectividad y su modo de habitar el territorio, haciéndose parte del ecosistema que encarnan.

La palabra se levanta en la sala como manifiesto, desde la voz de sus líderes, lideresas y activistas que nombran la verdad insoslayable. “Las palabras más sombrías no sean las palabras de la desaparición absoluta, sino de la supervivencia pese a todo cuando han sido escritas desde el fondo del infierno” (Didi-Huberman, 2009, p.101). Así, el gesto de la palabra queda declarada en la obra inundando la sala. La condensación de los testimonios tensa el espacio entre el dolor, el canto ancestral y la poesía urbana. La muerte expresada desde los vientres de las madres busca hacer visible lo invisible, lo innombrable, los muertos silenciados, desmembrados. Sus voces son “testimonios de muertos errantes anclados en los sobrevivientes” (Abraham-Torok, 1985), que habitan como luciérnagas y quieren ser encontradas, no más extinguidas. Las lenguas de los activistas son selladas por Prats (Palabra caminada, 2021), en reconocimiento a esa lucha e imprime una memoria que, de forma colectiva, conforma un bloque que enfrenta el abandono desde la valentía.

Fernando Prats, Aún tendría que haber luciérnagas, 2022. Vista de la exposición en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, Bogotá. Foto: Gregory Alonso.

Este sello plasmado en el humo, utilizado desde siempre por las culturas en el mundo, evoca la memoria ancestral, lo ritual, lo insurrecto, así como también anuncia las más terribles catástrofes. Este humo, que cruza la obra de Fernando Prats, permite generar un relato político-simbólico, invocando la energía destructora, por un lado, y la luz trasformadora, por el otro. Esta energía se contrapone –o dialoga– aquí con el documento (Acta #1) del encuentro clandestino que permite nombrar la calle San Francisco (Puente Nayero) como zona humanitaria, como una acción reivindicativa pero también de protección, lo que marca un momento inédito de la comunidad.

El pan ácimo, por su parte, es desplazado por el artista, en cuanto que cuerpo ausente, resituándose en el suelo, en el centro de la sala, para compartir una horizontalidad y trenzar, en un manto, un nexo entre el dolor de las víctimas y la esperanza que habitan los sobrevivientes. El suelo común que se forja queda, ante esta ausencia y la posibilidad de trascendencia, enfrentado a una búsqueda de la verdad, como resultado del fracaso de instituciones como el Estado y la Iglesia. El debate entre la vida y la muerte, las tinieblas del horror y la luz de las luciérnagas, entre el silencio y la palabra, se levanta para sobrevivir al olvido, edificando una memoria que persiste y perdura como poética del desamparo y como espacio para la supervivencia.

Esa posibilidad de trascendencia es la que se levanta y nos invita a mirar un cosmos compartido (Cosmovisión, 2016). El cielo negro y sus luces, el suelo negro y el pan, aquí existe un conector que nos sitúa en la realidad que enfrenta Buenaventura, una de las zonas más controversiales y violentas del país. Como humanidad debemos enfrentar y hacer resistencia a la oscuridad, “las ‘imágenes –luciérnagas– puedan ser vistas no solo como testimonios, sino también como profecías, previsiones, sobre la historia en devenir” (Didi-Huberman, 2009, p.107). No visibilizar esta problemática conduce a caer en el desconsuelo de un mutismo que da la espalda a la población. El duelo colectivo es una tribulación que afecta a la comunidad espiritualmente. Por tal razón, no solo se deben encontrar los restos y la verdad para dar una sepultura adecuada, sino también para que esta comunidad descanse, pueda con ello reparar su existencia y plantear un futuro posible a las nuevas generaciones.


Bibliografía

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2016). Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia.
CNMH.
Centro Nacional de Memoria Histórica. (2018). Desaparición forzada. Balance de la contribución del CNMH al
esclarecimiento histórico
. CNMH.
Didi-Huberman, G. (2012). Supervivencia de las luciérnagas. Abada Editores.
Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. (2017). Forensis 2016: Datos para la vida, 18 (1). ONU. (2020). Informe del Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias. ONU.
Richard, N. (2013). Fracturas de la memoria, arte y pensamiento crítico. Siglo veintiuno editores.


Aún tendría que haber luciérnagas, de Fernando Prats, se presenta del 21 de abril al 14 de julio de 2022 en Fragmentos. Espacio de Arte y Memoria, Carrera 7 N. 6B – 30 Bogotá, Colombia.

El proyecto fue ganador de la tercera edición de la convocatoria de Fragmentos. Las propuestas fueron seleccionadas por un jurado integrado por Julieta González, curadora e investigadora (Venezuela); Nelly Richard, teórica cultural y crítica (Chile); y Daniel Castro Benítez, director del Museo Nacional de Colombia desde el 2015 al 2021 (Colombia).

Fragmentos se presenta simultáneamente como una obra de arte viva, un lugar de memoria y un espacio de creación artística. La obra consiste en una construcción cuyo piso se elaboró con las armas fundidas de las FARC-EP y contó en su creación con la participación de mujeres víctimas de la violencia sexual durante el conflicto armado en Colombia, un proyecto de la artista colombiana Doris Salcedo.

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