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PIEL DE SERPIENTE

Me encantaría partir esta reseña sin remitir al contexto mundial que, cuando parece que se está suavizando, vuelve. Un telón de fondo pandémico que está absolutamente más allá de la pandemia en sí, incluso hoy, cuando parecemos acostumbrarnos a los contagios, barbijos y vacunas. Cuando el virus parece reducido a una serie de trámites que se sumaron a la vida humana en el planeta, este se supera mezclando la economía, la empleabilidad y las diferencias distributivas (problemas radicalizados tras este fenómeno natural). Ahora bien, la propuesta de Noelia Portela (Persona Curada) va por ahí, pero tampoco tanto; nace de esa inquietud que germinó y que avanzó tan contagiosamente como el mismo virus, que es una suerte de optimismo por un futuro de bondad, solidaridad, de generosidad, de atención al prójimo y una serie de etcéteras.

Este “cambio de paradigma” que suponía en la vida de cada uno el terror microscópico y, por supuesto, el confinamiento, cobraba forma en un auge del mindfulness que era no sólo bastante insoportable, sino como se comprobó de inmediato, no tenía ningún asidero en la realidad. Portela propone eso, una pregunta por dónde quedaron esas proclamas de cambio humanitario (y por qué no decir humanista). Si en el mundo Occidental se nos sumaron las tediosas tareas pandémicas, en el sistema de relaciones laborales y creativas sigue como si nada.

La curadora plantea que las dinámicas de trabajo deben darse en un espacio de conversación y creación en conjunto, que realmente abra los espacios a la reflexión crítica de los sistemas de vida a los que nos sometemos. Pensar desde nuestras prácticas y cómo ellas se enhebran en una escala de valores es empezar a cuestionar jerarquías disciplinares, morales, sociales y económicas que afectan, por supuesto, al sistema del arte. Por ello, sin tener una fundamentación ambiciosa, Portela convoca a artistas de América Latina y Francia a colaborar en un espacio sin relación previa, donde inclusive la idea de cubo blanco y espacio aurático de la obra se acabe para, por qué no, pensar las exposiciones como creaciones colectivas.

Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz

Así, la exposición Piel de serpiente refiere a aquella capa celular que queda cuando este animal supera un estadio de vida, y su especie de crisálida de réptil subsiste como documento de un espacio pasado, habitado y dejado como documento. Testimonio de un tiempo corporal y también de un lugar habitado. Piel de serpiente puede ser leído como una manera de entender las obras como testimonios de la vida individual de las artistas con distintas experiencias sociales, educacionales y geográficas, sin embargo, prefiero pensarlo desde el conjunto: como un montaje que aunó esas formas de vida y generaron una piel para Shmorévaz, en el barrio de Saint-Germain-des-Prés en Paris. Un residuo orgánico que durante una semana nos invita a vivirlo, a encontrarnos allí con esas experiencias de historias ajenas o colectivas, que nos interpelan o que creíamos que no nos interpelaban. Salir de la expectativa de cambio epocal para que, en una escala cotidiana, amorosa y sincera con nuestras condiciones materiales, podamos reconocer la capacidad creativa de la otra o el otro.

Este espacio propuesto por Portela va armándose por piezas diversas tanto material como procedimentalmente hablando. Nos encontramos primero que todo con un cuerpo blando que atraviesa una repisa, parte de Perdón por ser tan sensual, proyecto de Constanza Giuliani y Liv Schulman, que llevan años desarrollando. Una masa acogedora que se adapta a su hábitat y que dentro de su autonomía sirve para abrigar otras obras. También de Giuliani, una serie de impresos digitales que provienen de su imaginario caricaturesco que mezcla una fauna pequeña (gusanos, ratitas y arañas) con los problemas humanos habituales, la costumbre militante de fumar y de quejarnos (fumar y quejarnos deben ser de los mejores placeres de la vida).

Nicole con sus pasteles y Chalisée Naamani con sus indumentarias incorporan el espacio que las recibe con astucia; esta arquitectura de tienda abandonada es casi como si hubiese sido diseñada para ellas. La obra de Nicole se ve aún más seductora entre el brillo de los espejos en el lugar, la modelación erótica de su propio cuerpo se expande por el espacio, dialogando a su vez con otras formas más sutiles de placer en la misma sala. Con sus piezas de indumentaria ensambladas, Naamani sigue su investigación sobre la historia de la sociedad que representa su primera identidad en el patrón contemporáneo de la moda. Su relevancia está en comprender el momento actual desde la imagen cotidiana, de aquella gente que vemos en nuestros recorridos habituales o su propia representación en redes. Ambas artistas vuelven nuevamente el espacio expositivo a ser una vitrina, que te enrostra la finalidad mercantil del arte sin ninguna ingenuidad.

Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz
Vista de la exposición Piel de serpiente, en Shmorévaz, Paris, 2022. Foto: Lucas Charrier. Cortesía: Persona Curada & Shmorévaz

En el centro de la sala despunta una escultura de Sofía Salazar, quien mediante un volumen hueco de asfalto y otros materiales genera un cuerpo que linda entre un homenaje a la negritud y una vivienda a medio camino (entre la esperanza de expandirse y el fin de las condiciones materiales). Dicha escultura está rodeada, como lo está toda la exposición, por una instalación de Isadora Soares, donde en una tela arrugada –con geografías impensadas– se despliegan un sinnúmero de pepitas de pimienta roja, propia de Brasil, una planta que depreda el suelo del que bebe y, al mismo tiempo, genera uno de los aromas más exquisitos de la variedad de especias.

Cada pieza, en distintos grados, apela a una experiencia seductiva con el espectador. El conjunto de materiales, técnicas y colores configura una exposición que invita, no sólo a mirar de múltiples maneras, sino también a tocar, oler, inclusive saborear (pasteles, pepitas, cócteles).

Y, entonces, si el mundo fuese un espacio de innumerables activos sensitivos, donde las jerarquías y las autorías estuviesen un poco más disueltas, o –por lo menos– valorizadas en su justa medida, este sería un mejor lugar. Pero no, nuestra generación ha quedado bajo el yugo de los temas liberales esperando que se desate la próxima guerra. Sin embargo, Piel de serpiente, curada por Noelia Portela, es ante todo una aspiración refrescante fuera de cualquier particularismo, es un conjunto de obras que se abrazan, contaminan, se potencian, conversan, se tocan, exudan deseo por la otra, fortaleciendo la experiencia en los minutos de encuentro.


Piel de serpiente se presentó entre el 27 de enero y el 2 de febrero de 2022 en Shmorévaz, 8 rue Perronet, Paris

Constanza Giuliani/ Nicole/ Chalisée Naamani/ Isadora Soares Belletti/ Sofía Salazar Rosales/ Liv Schulman

Matias Allende Contador

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