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EL DÍA DE LA PANDEMIA PATRIMONIAL

Hoy, en que padecemos los temores y sufrimos los rigores de una pandemia que amenaza el horizonte del futuro con la incertidumbre del presente, pareciera que celebrar el Día del Patrimonio no es más que una acción voluntarista para darle forma a la contención de una enfermedad. Desde estas enfermedades y sus metáforas, parafraseando a Susan Sontag, podríamos recordar algunos síntomas y configurar el cuadro que nos presentan los hechos patrimoniales del último año, ciertamente no como una serie de certezas, sino que más bien con la tarea de indagar sobre nuevas preguntas.

Hace más de veinte años venimos corroborando que todos los días son el Día del Patrimonio. Hay patrimonio en todas partes. De mano en mano y de boca en boca se ha diseminado el contagio patrimonial. El patrimonio parece no rendirse a su condición de concepto en movimiento. Más bien, esa expansión respecto de su significado lo ha hecho viral. Y cuando en tiempos de virus pareciera que la única certeza es la muerte, al pensar en el patrimonio esa certeza se confirma desde la evidencia: nunca antes en la historia el concepto de patrimonio había sido más rápidamente obsolescente que su propia materialidad. Lo que las sociedades esperan de la palabra patrimonio cambia más rápidamente que la naturaleza material que puede tener éste, sobre todo cuando invocamos vetustas palabras como reliquias, vestigios y monumentos.

El patrimonio está muerto antes de que sepamos qué hacer con él.

Y si hasta hace poco estábamos habituados a que los hechos impacten el patrimonio, muchos se sorprendieron en los meses pasados cuando el patrimonio impactó a los hechos. Ya que si los objetos no recuerdan ni tienen memoria, lo que es privativo de los sujetos, los hechos del patrimonio son siempre prácticas. Unas que no sólo permiten identificarlo y representarlo, sino que también permiten apropiarlo y resignificarlo.

Y como los virus mutan, el patrimonio también.

El problema con las inesperadas y rápidas mutaciones de los virus, es que al no tener anticuerpos, dependemos de una vacuna que siempre llega después. Muchos padecen y mueren en esa espera. El recurso profiláctico del confinamiento en recintos impermeables siempre termina por ceder tomando por sorpresa nuestras pequeñas metafísicas cotidianas.

De un modo análogo vivimos en una pandemia patrimonial y no lo sabíamos. Los efectos de la pandemia sobre el patrimonio cultural son de diversa magnitud según las expectativas de cada cual. Innumerables imágenes y la circulación de sus registros dan cuenta de ello. ¿Qué hay detrás de la resignificacion, alteración o intervención del patrimonio? ¿Sólo destrucción sin sentido? ¿Aceleración de los procesos de obsolescencia? ¿Opciones en disputa por el poder ejercido en los territorios?

La expectativa por una “Nueva Normalidad Patrimonial” se basa en la competencia por el poder simbólico, donde el patrimonio resultante levanta relatos unidireccionales, autorizando información a partir de una certeza jurídica. Pero si la pandemia es un contexto para la organización social directa, ¿será posible que comencemos a poner en operación un “Patrimonio Post Pandémico” basado en la cooperación? Para que sepamos que hacer antes de la época de su desaparición, debemos ponernos a trabajar hoy, otro día más del Patrimonio.

José de Nordenflycht Concha

Nace en Chile en 1970. Es Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Granada y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina. Director del Departamento de Artes Integradas de la Universidad de Playa Ancha (Chile). Investigador formal, curador ocasional y autor disciplinar, donde destacan sus libros "Patrimonio Local" (2004), "Post Patrimonio" (2012), "Patrimonial" (2017) y “Variaciones Patrimoniales” (2022).

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