Skip to content

FRACASO DE UNA BIENAL. CONTRA LOS FLORECIMIENTOS EN UNA ÉPOCA

[et_pb_section bb_built=»1″][et_pb_row][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text _builder_version=»3.2.2″]

Tras la clausura de la Xlll Bienal de La Habana me apresuro a comentar sobre sus desavenencias, girando sobre sus desventajas con respecto a los avances que pudo tener en sus inicios en los años 80 en Cuba. El texto que nos facilitara Gerardo Mosquera para el evento teórico de la #00 Bienal de La Habana (bienal independiente que se realizó en mayo del 2018), Utopía de La Habana, teoriza sobre la idea de utopía para la creación de la Bienal. Mosquera había sido uno de los fundadores de la Bienal de La Habana, fue el organizador de los tres primeros encuentros teóricos de las bienales celebradas en 1984, 1986 y 1989, y desde entonces la Bienal no lo volvió a invitar a participar.

Mosquera acierta sobre el idealismo con que obran los curadores en la realización de cada Bienal. “Aunque ahora vivimos tiempos más cínicos”, reflexiona, “es cierto que alrededor de cada bienal se cierne una sensación como de cuento de hadas acerca de que el evento contribuye positivamente al espíritu, incluso a hacer mejor este mundo”. No podía ser más ilustrativa esta Bienal con ese pensamiento. Un año después, Mosquera nunca se hubiese imaginado que bajos esos mismos preceptos, y de una forma hasta desesperada, declarada a gritos, la Xlll Bienal de La Habana se promovía, si es que apenas supo promoverse, bajo el eslogan La construcción de lo posible. He aquí un sintagma tan manido en la era revolucionaria: construcción + posible. A lo largo de todos estos años la Revolución ha utilizado estos vocablos para la realización de un ideal: la construcción (mental y física) de una Revolución, ladrillo sobre ladrillo, batalla (muro) de ideas, posibles resultados, posible empoderamiento y fuerza. Lo cierto es que llevamos en proceso de construcción hace seis décadas con una posible idea de que el edificio de Hormigón Armado algún día ya terminado de sus primeros frutos.

La Xlll Bienal de La Habana vino a reforzar ese ideal revolucionario así como las primeras ediciones involucraban los fines ideológicos y políticos “en el contexto utópico de la Revolución Cubana”, siguiendo a Mosquera, “a raíz de la voluntad de transformar las relaciones de poder con respecto a la circulación y legitimación del arte”. Su concepto hiperbólico y megalómano fue a donde han ido a parar los pensamientos idealistas del Socialismo: a lo “posible” sobre lo realmente necesario.

Si bien la Bienal de La Habana estaba dirigida sobre la base de la creación de un espacio común para los artistas del Tercer Mundo, con sus propias redes, valores y epistemes, y proyectarlas hacia el mundo como parte de una estrategia del gobierno cubano “con el fin de promover su mesianismo político y la construcción de una buena imagen”, esta XIII Bienal no está excepta de suplir las preocupaciones de la institución que se vio afectada recientemente con la campaña de un gran número de artistas contemporáneos en contra del Decreto 349 que penalizaba muchos aspectos de la libre creación, distribución y promoción del arte. Los objetivos actuales, pues, dirigidos con un fin práctico socio-cultual a la inclusión y posibilidades de desarrollo del arte contemporáneo, bien pudieron caer en un uso estratégico a raíz de su centralización y manipulación para la conveniencia política.

No obstante, y volviendo a los inicios, más allá de los objetivos políticos del gobierno cubano, el alcance y relevancia artística internacional de las primeras bienales de La Habana situó a Cuba en una importante mira cultural, ahora enlazada con la riquísima gama cultural latinoamericana y caribeña. 

Entonces pasaron los años, y lo que en un tiempo fue una fiebre liberal, juvenil, de renovación cultural, ahora quedó paralizada en la inmovilidad de la apatía, en el control y represión de los viejos funcionarios y la censura. Esa Bienal de la que nos cuenta Mosquera de “un ambiente pleno de animación y energía”, “un festival urbano”, “una pachanga que involucró a toda la ciudad”, pasó a ser 35 años después el colmo del aburrimiento. Exposiciones inauguradas a las 10:00 am para evitar la muchedumbre, sin el emblemático “bar utópico” para las fiestas nocturnas de socialización; de lo gigantesco y caótico a la escasez y el control. Si bien el entusiasmo de aquellos y el avance de la Bienal se configuraba en los deseos de globalización e internacionalización del arte contemporáneo, para esta Bienal esos intereses casi se diluyeron con la pobre muestra de artistas invitados extranjeros.

No puedo especificar sobre aspectos mejores o peores de la Xlll Bienal. Sería calar muy hondo en algo que apenas procuró tener vida. La Bienal se mostró en un tipo de environment grisáceo, empequeñecido y oficialista, curada por los organizadores de antaño. Incluso los espacios independientes acallaban con respecto a otras ediciones, como en una especie de peste extendida, por la falta de iniciativas y motivaciones en tal funesto “festival del arte”. “La Bienal” oficial pasó a un segundo plano eclipsada totalmente por las exposiciones colaterales que correspondían a proporcionar un mercadeo internacional, devenido en el sector privado hacía ya más de una década. Decir que la Bienal estaba en todas partes es una aberración total; yo la definiría mejor por la pregunta que nos hacíamos los espectadores a diario: ¿Hay algo hoy en la Bienal? Tal vez, si a diferencia de una construcción de lo posible, de esa empresa insegura e irreal, nos anticipáramos a los sueños, a un futuro inmediato, tal vez pudiéramos obtener un cambio real.

 


*Este texto forma parte de una entrevista a la autora por la artista, escritora y curadora interdisciplinaria cubanoamericana Coco Fusco, y que será publicada próximamente en el sitio especializado Hyperallergic.

**Imagen destacada: Dagoberto Rodríguez, Patria o muerte (de la serie Emblemas), 2018, bronce cromado. Expuesto en la muestra «Intersections», en Factoría Habana, en el marco de la XIII Bienal de La Habana. Cortesía del artista.

[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]

Katherine Bisquet

Nace en Ciudad Nuclear, Cuba, en 1992. Graduada de Letras en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Tiene publicado el libro de poesía “Algo aquí se descompone”, Colección Sur Editores, La Habana, 2014. Mención del Premio Pinos Nuevos, Cuba, 2015 y 2018. Mención del Premio Hermanos Loynaz, Cuba (2015) y Calendario, Cuba (2018). Editora en la sección de poesía en la Editorial Unión. Organizadora de la #00Bienal de La Habana, 2018. Colabora actualmente para Diario de Cuba.

Más publicaciones

También te puede interesar