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DERMIS LEÓN SOBRE “LOS DOMINIOS PERDIDOS” Y LOS ARTISTAS DE LA «REVUELTA VITALISTA»

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Desde el 2 de marzo y hasta el 5 de mayo, el Museo de Artes Visuales (MAVI) es ocupado en su totalidad por la obra de 25 artistas que constituyen una generación clave para entender el arte chileno post-dictadura, reunidos en la muestra Los Dominios Perdidos. Este proyecto con años de preparación, que ha sido curado por la cubana Dermis León con la coordinación y colaboración del artista Jorge “Coco” González, incluye una primera oleada de artistas de finales de los años 80 vinculados a la pintura neo-expresionista de influencia europea, como Omar Gatica o Samy Benmayor, junto a los que forman parte de la Revuelta Vitalista, término acuñado por León para referirse a una segunda oleada de artistas formados en aulas universitarias durante la década de los 90, como Marcela Trujillo o Klaudia Kemper.

El primer grupo de artistas tomó forma tras la consolidación de la Escena de Avanzada, una generación de artistas que abandonó la pintura y se centró en la lucha política como punto focal de sus obras, para luego dar paso a los artistas de la Revuelta Vitalista, quienes se vinculan en instancias puntuales pero luego se apartan de esta escena para fijar su propia narrativa ligada a expresiones esteticistas heterogéneas que sacan su inspiración del punk y el rock, el cómic, la moda, el new wave y el neo-hippie. Este linaje underground se define de manera diversa y no corresponde a una pequeña élite que responde a preceptos específicos, sino que a un movimiento cultural con diferentes elementos que se unen en una época.

“Nosotros abrimos otro diálogo. Se rescata la Escena de Avanzada y el arte de los 70, pero toda esa escena de los 80 no se conecta con el arte post-dictadura. Ella responde a otros preceptos conceptuales, a otra experiencia. Estos artistas no son fantasmas, son artistas que están creando hoy día y aportando a la escena actual como protagonistas; esa conexión faltaba”, cuenta Dermis León.

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Los ocultos Vitalistas no eran combatientes armados; su lucha artística era contra el silencio, la nulidad y la ausencia de un pasado al cual dar continuidad. Su protesta comenzó alrededor del año 83 cuando grupos muralistas como la Contingencia Psicodélica se tomaron las calles, y sesiones de discusión abierta sucedieron en el taller de grabado del maestro Eduardo Vilches. Grupos de música como los Electrodomésticos o los Pinochet Boys iniciaron su carrera y los colectivos artísticos como el de Rodrigo Cabezas, Sebastián Leyton y Bruna Truffa comenzaron a resurgir. Empezaron las intervenciones de abierta oposición a la dictadura, las tocatas, las experiencias en La Casa de la Luna en el barrio Lastarria, noches en el Bar Jaque Mate en Alameda 99.

“Con mi generación nos reímos irónicamente que éramos en blanco y negro, pero en verdad estábamos en un país y en una región muy rara. La estética nos han marcado mucho más de lo que hemos entendido, muchas veces por sobre los cambios sociales. Ahora vas a Bellavista y hay puro carrete, pero los primeros en estar ahí éramos nosotros, comprando vino blanco en caja o arrollados primavera y te ibas a tomar al Bella. Eso era real y era una inocencia; si te pillaban te ibas preso. Nos echaban de las fiestas del partido comunista; para los de derecha éramos rojos y para los rojos éramos de derecha. Entremedio lo pasabas bien, había mucha risa y desorden. Siempre pienso en La Casa de la Luna que quedaba en Villavicencio, los primeros viajes en LSD fueron ahí, había un cruce entre la ropa, la moda, la danza, el teatro… Al frente estaba el galpón, el Cabaret Místico de Jodorowsky. Te das cuenta de que ese Santiago surrealista que hablaban Lihn y Jodorowsky también de alguna manera uno lo vivió a su forma. No podías ir en línea recta hacia un lugar como hacían ellos, pero uno jugaba mucho, un juego peligroso”, cuenta Coco Gonzalez.

Todas las referencias de este grupo formaron parte de la escena underground de la ciudad de Santiago, una guerrilla contracultural que se alimentaba por alusión a escenarios culturales fuera de Chile, en la estética punk o el new wave y muchos otros con modo de protesta. Los Dominios Perdidos se presenta así como parte del cuestionamiento del arte de finales del siglo XX en Chile.

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El interés de la curadora Dermis León por la revisión de la escena artística chilena data de principios del 2000, cuando vivió tres años en el país y se codeó con los vitalistas, pero su interés por este proyecto no es sólo humano, sino bastante conceptual. Existe un imaginario latinoamericano común de la época de los 80 y 90 en toda la región que siempre le ha llamado la atención.

La investigación de este grupo fue expandiéndose en todos sus contextos. León, a través de la documentación de pequeños resquicios, habla de la arqueología del presente, cosas que encontrarías luego de una explosión tratando de constituir un discurso. Se crea intrínsecamente una conexión entre las obras del pasado junto con las que hoy se están creando y tienen una continuidad y una presencia en la escena actual.

Por su nacionalidad cubana, León tiene una filiación explícita con Latinoamérica, pero considera que la energía de cada país se manifiesta de distintas maneras. Junto a Coco González han descifrado lo que la Revuelta Vitalista aporta al escenario chileno. La exhibición combina estas dos partes tomando como material documentación y entrevistas de video, registros de la televisión, testimonios, fotografía y performance que crean una especie de contexto visual de la época, para terminar con obras actuales e intervenciones site-specific.

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Belén Rojas: ¿Qué caracteriza la obra de la Los Dominios Perdidos?

Dermis León: Si pudiéramos hablar de un factor común en esta diversidad es lo que he denominado como la Revuelta Vitalista, un movimiento que comienza en los 80 y cuyos actores compartieron una realidad histórica a la que respondieron con una actitud vitalista, de “revuelta” en su modo de vida, en sus conductas irrelevantes y en crear obras que, si bien muchas de ellas no eran obviamente políticas, desafiaban en su irreverencia y vitalismo toda una estética imperante. La postura que asumen ante el arte es la de integrarse con la vida, como una vivencia fundamental que, diría, rayan en lo visceral, desprejuiciada e irreverente, al mismo tiempo que personalísima. Las estéticas se vinculan al movimiento contracultural del momento, a la música, a la cultura popular, al cómic, la moda, la ropa reciclada, el New Wave, la estética punk, los neo-hippies y sus colores.

Ahora, las obras presentadas en Los Dominios Perdidos, no las de la colección del MAVI que son una referencia histórica aquí, sino de aquellos artistas que constituyen el núcleo duro de la exhibición, en su mayoría han sido producidas recientemente. Este grupo de artistas, hoy activos participantes de la escena, que en sus inicios partían de la referencia a la pintura de comienzos y mediados de los 80 en Chile, propone obras más deconstructivas y críticas, llevando la pintura a otros territorios, expandiendo no sólo su sentido semántico, sino a la estructura formal y matérica. De ese modo, integran otros territorios pertenecientes a otros géneros, con materiales ajenos a la pintura y más cercanos a las manualidades, o que  se expanden como obra a la arquitectura. Las referencias son a la cultura popular, a la fragilidad y lo efímero. Cada artista propone una estética y lenguaje muy definido, de ahí su heterogeneidad, que incluye la fotografía manipulada, el cómic, la instalación y apropiación del espacio, etc.

BR: La muestra se desvincula entonces de una apreciación nostálgica de la época…

DL: Totalmente, aunque existe una referencia histórica, contextual, formativa. Lo que existe es un «guiño» hacia el pasado. Las obras que son la fuerte de la exhibición son respuestas al contexto actual, muestran el desarrollo de obra de artistas activos por casi 30 años, artistas sólidos y fuertes en sus obras. No son «cabros» recién salidos de los programas de arte de las universidades actuales, sino artistas con gran recorrido nacional e internacional. Por esa razón, no tiene cabida ni sentido la nostalgia aquí.

Coco González: En tono más personal, he estado ligado por obras y por la revisión e investigación de la pintura chilena de los últimos años. Siempre en este cuento de mirar hacia atrás te ronda el fantasma de la nostalgia, de que todo tiempo pasado fue mejor. Revuelta Vitalista, esa energía que está contenida en esas dos palabras, nos representaba muy bien y nos representa muy bien ahora. Los guiños que dice Dermis de esta arqueología del presente te dan los tips, la guía para poder tu tomar ese hilván e ir a las fuentes, pero no es una exposición reivindicativa gremialista.

BR: ¿Como queda en la memoria colectiva esta exposición?

DL: Me gustaría que no fuera sólo parte de la memoria, sino un hito de revisión y reposicionamiento de un grupo de artistas que no han sabido darle una posición en la historia del arte chileno. Esta revisión que propongo la hago para que se comience una reflexión y valoración de época, sin nostalgia, pues todos los artistas, insisto, siguen produciendo y creando obras fuertes, que responden al contexto actual del Chile que vivimos hoy.

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BR: El proyecto tiene un componente editorial, una publicación bilingüe de 200 páginas coeditada por tí y Coco González. Cuéntame del libro.

DL: El proyecto editorial es una parte importante del proyecto. Valoramos la idea de hacer más que un catálogo; nos decidimos mejor por un libro bilingüe que pudiese circular fuera del contexto de la exhibición de manera independiente. En ese sentido, Coco González invitó a Vicente Vargas a hacer el diseño, y a un grupo de fotógrafos a contribuir con la fotografía (Jorge Brantmayer, González Donoso, Hugo Pineda, Luis Weinstein, Yerko Yancovic). Hicimos que los artistas destacasen de manera histriónica en su retrato. Quisimos hacer algo diferente. Mi texto no se refiere a la exhibición como tal, sino que inicia la investigación hacia lo que he llamado la Revuelta Vitalista, un término cuya profundización espero seguir. También tenemos la contribución de Nadinne Canto y Claudio Guerrero en la investigación histórica con un texto independiente a la exhibición.

CG: El libro tiene un diseño de Vicente Vargas, un personaje clásico de la época que trabajó en Anteparaíso, el libro de Raúl Zurita, y tuvo su propia agencia de diseño. Es un personaje con el que compartimos la misma energía. Por esas cosas de la vida, hemos buscado trabajar en este proyecto con estos compañeros de viaje. La fotografía de los retratos del libro es de Gonzalo Donoso. De alguna forma todos estos grandes contactos que arman el proyecto son personajes que tienen una historia, como también los invitados a las mesas de diálogo.

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LAS SALAS DE LOS DOMINIOS PERDIDOS

A partir del juego y la imagen evocativa, la exhibición se divide en áreas de confluencias relacionales, que juntan conceptos de época, testimonios, material gráfico, audiovisual y obras. Al ingresar al MAVI, nos encontramos con la sala Arqueología en blanco, en la que se escucha a Los Prisioneros y se proyecta al muro un videoclip-collage de Luis Navarro que incluye fragmentos tomados de documentales, conciertos, películas, fotos y programas de televisión de los años 80. Una vitrina contiene una serie de objetos que conforman una arqueología del pasado reciente, como ropa, radios, antiguos discos de Warema KK, Pinochet Boys y cassettes de Deep Purple o Depeche Mode, memorabilia de los años 80 y 90 que quizás hoy no tenga hoy un valor museal per se, pero que contextualizan la movida artística y cultural de esos años. Por otro lado, la serie de documentales de Klaudia Kemper en los que entrevista a 14 de los artistas de Los Dominios Perdidos dan cuenta de su profunda filiación de origen y de sus contribuciones a la escena artística de hoy.

La sala Diagramas introduce la idea en el espacio expositivo del sentido y significación que tiene el diseño de diagramas en la producción de obra, y la matriz conceptual que existe en la articulación del discurso visual y de significación para los artistas. Acá se encuentran las contribuciones de Arturo Duclos, Mario Soro y Alicia Villarreal, considerados como “bisagras” de las décadas de los 70 y 80, ubicados entre la Escena de Avanzada y el movimiento de la Revuelta Vitalista de los 80, así como la primera instalación de Ciro Beltrán, reivindicador de la pintura que en esta ocasión realiza una intervención en los cielos del acceso para minusválidos de la galería.

Postmodernidad Vintage presenta un espacio donde dialogan la pintura producida por los protagonistas representativos de la década de 1980, pertenecientes a la primera oleada, con artistas del movimiento de la Revuelta Vitalista, algunos de los cuales constituyeron también figuras centrales en los 80. La primera oleada, iniciada principalmente por la generación que se tituló o egresó a mediados o finales de los 70 de la Universidad de Chile, está representada en la colección del MAVI por obras de Carlos Maturana (Bororo), Samy Benmayor, Pablo Domínguez, Omar Gatica, Gonzalo Díaz, Jorge Tacla y Francisco Smythe (colección privada), dialogando con obras recientes de Jorge González Lohse, Rodrigo Cabezas, Bruna Truffa y Sebastián Leyton.

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Bajando por las escaleras nos encontramos con la Arquitectura de la abstracción, donde la pintura se convierte en objeto de investigación, partiendo por las pinturas-instalación de Ciro Beltrán que se imponen en las paredes junto a las de Paula Zegers y Malu Stewart. De fondo, rompiendo la estructura formal de la galería, se instala un políptico de Carlos Araya “Carlanga” que cobija en profundidad a las grandes dimensiones del zoomorfismo en la instalación de Víctor Hugo Bravo, ocupando la totalidad del espacio interior de la sala con este objeto-mueble de grandes proporciones.

Luego, en Gabinete de ediciones, volvemos a recordar los inicios de la Revuelta Vitalista con sus objetos y fotografías de los 80 y principios de los 90, publicaciones editoriales con títulos como Sudaca, Enola Gay y Comicasario, entre otras. En la pared se encuentran obras de autores de la Cooperativa de Artistas y, en un rincón, parte del documental de Klaudia Kemper, que aparece nuevamente para dialogar sobre este grupo, en las voces de Coco González y Dermis León. Este espacio de consulta se caracteriza por registros de la escena underground gráfica de la época; se exhiben materiales de tipo documental, vitrinas arqueológicas y ediciones para interactuar, terminando con los grabados inspirados en la serie Ecuatorial, de Vicente Huidobro, del trío Cabezas-Leyton-Trufa.

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En la sala más oculta de la muestra, Voces y susurros, cuelga la obra de Klaudia Kemper, 286 acetatos de una serie de 4.000 ejemplares y, a su costado, una video animación de su autoría. Del otro lado volvemos al paisaje urbano-periférico bajo el acrílico de Sebastián Leyton y las imágenes intervenidas de Enrique Zamudio de su serie Herbario, para completar así esta sala que nos susurra sobre la visualidad geográfica e histórica de Chile.

Por último, la sala ¿Quién le teme a Virginia Wolf? cuestiona la existencia en el contexto chileno de un feminismo no-expresado o el temor a declarar abiertamente una pertenencia. Acá destaca el mural in situ de Marcela Trujillo, que de manera inédita abarca todos los pisos del museo con sus hilarantes cómics en blanco y negro, llevando así al cómic -visto como un género menor o ajeno a las bellas artes- a un sitial de monumentalidad. La sala también alberga los vigías de tela y madera de Francisca Núñez y óleos sobre tela de Claudia Peña.

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Belén Rojas

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