¿SÓLO ES REAL LO QUE SENTIMOS, LO QUE NOS DUELE? EL INSTITUTO DE LA TELENOVELA DE PABLO HELGUERA
El artista, investigador y educador Pablo Helguera ha buscado reformular su papel en la sociedad como una figura capaz de observar la realidad desde una perspectiva crítica y analizar el impacto social que tiene la cultura contemporánea. Su más reciente exposición en el Museo Jumex, El Instituto de la Telenovela, presentó por primera vez en México su investigación sobre la telenovela como fenómeno cultural y económico. Con motivo del cierre de esta muestra, curada por Julieta González y que forma parte de Dramatis Personæ, la exhibición antológica del artista que se extenderá hasta el 2018, se dieron cita expertos en el tema de las telenovelas para discutir el proyecto: Verónica Castro, Aldo Sánchez, Alberto Barrera Tyszka y Tomás López Pumarejo.
Al inicio de la conversación, Helguera dio una breve introducción a las narrativas dramáticas de la televisión y cómo afectan la percepción que se tiene de América Latina en el resto del mundo. Habló sobre la idea inicial para la pieza, que nació al descubrir el furor que causaban las telenovelas mexicanas en Europa del Este. Decidió crear el Instituto de la Telenovela, una entidad ficticia dedicada al estudio y análisis de la cultura televisiva en América Latina. La exposición se presentó por primera vez en Eslovenia en 2002 y desde entonces ha viajado a distintas ciudades como Liubliana, Zagreb, Londres, la Habana y Nueva York. La obra pone a disposición del público un Centro de recursos con publicaciones y videos relacionados a la telenovela, incluyendo monitores donde se muestran clips de clásicos del género –“Chispita”, “Corazón salvaje”, “Esmeralda” y “El Carruaje” –, así como extractos de Verónica Castro en sus papeles más famosos, doblada en diferentes idiomas: francés, tagalo (idioma hablado en las Filipinas), italiano, portugués y ruso.
Según cifras del Instituto, la industria de las telenovelas está valuada en 200 millones de dólares a nivel internacional, con producciones en su mayoría venezolanas, mexicanas y brasileñas que llegan a un público tan diverso como el de Ghana, Ucrania, Italia, Polonia, Eslovenia, Filipinas y el Medio Oriente. Las historias de sufrimiento y eventual justicia y redención conectan con públicos en todo el mundo; según Helguera, los doblajes ayudan a trasmitir los detalles de la trama, pero es en la actuación y el melodrama donde radica la universalidad de las telenovelas y su potencial para conectar con las vidas de otras culturas.
Sin importar dónde se presente, los colores de las paredes y el logo –rosa mexicano, azul pastel y un amarillo radiante, tomados de la arquitectura de Luis Barragán y Ricardo Legorreta– sirven para dar una identidad distintiva y un toque de exotismo a las instalaciones del Instituto. En la sala se exhibe parafernalia relacionada a las telenovelas, en su mayoría elementos decorativos de los sets de filmación sacados de contexto, que quizás hayan resultado familiares para algún espectador fanático. Las paredes tienen extractos de la investigación llevada a cabo por el Instituto, con datos como el día de la primera transmisión de una telenovela en América Latina – el 9 de junio de 1958–, y los resultados de encuestas con preguntas como ¿las telenovelas tratan temas irreales?, ¿nos ayudan las telenovelas a resolver nuestros problemas?
El espacio de la muestra invita a ver el material de investigación y reflexionar sobre los datos que provee la obra, pero sólo se activa su potencial completo a través del diálogo. Cómo parte del proyecto, cada vez que se exhibe Helguera presenta Theatrum Anatomicum (or, how to Dissect a Melodrama) [Teatro anatómico (o, cómo diseccionar un melodrama)], un performance donde, junto a una actriz profesional, presentan dos conferencias sobre temas aparentemente absurdos. Esta acción termina de dar cohesión a la muestra, al igual que la mesa redonda organizada para el cierre de la exposición.
El moderador del panel fue Aldo Sánchez, curador y gestor cultural que habló de su investigación en curso sobre la telenovela mexicana Los ricos también lloran, y sus repercusiones en Rusia. Habló como en 1992, trece años después de que se transmitiera en México, la historia de un amor imposible entre Mariana y Luis Alberto logró cautivar los corazones del público ruso; llegó para subsanar un panorama de incertidumbre, de carencias y precios cada vez más altos después de la caída del bloque comunista. La presentación de Sánchez estuvo repleta de datos insólitos, como que la telenovela haya sido vista por el 70% de la población rusa, aproximadamente 200 millones de espectadores, y que los encabezados de los periódicos hayan compartido el duelo nacional el día en que se acabaron de transmitir los programas. Por su parte, el escritor y guionista venezolano Alberto Barrera Tyszka habló brevemente sobre los nuevos medios y cómo han cambiado el consumo de la televisión, con públicos que prefieren ver contenidos digitales en las pantallas de sus celulares, y producciones independientes que sólo se encuentran disponibles online.
La participación de Verónica Castro dio al panel un aire relajado, lleno de risas y anécdotas tras bambalinas de producciones como Los ricos también lloran. La historia de Castro, según la cuenta ella misma, no dista mucho de una telenovela, con un origen humilde y una vida llena de sacrificios y condiciones de trabajo muy castigadas, pero que han tenido un final feliz: una carrera que a sus 65 años sigue dando frutos. La actriz reiteró que las telenovelas son educativas, que ayudan y enseñan al público, aunque no ahondó en el tipo de roles de género y conductas sociales que normaliza. Casi al final de la conversación, Castro pidió a los guionistas y productores de telenovelas que le regresaran al público “la posibilidad de soñar”, sin ahondar en las aspiraciones específicas que cultivan las telenovelas, pero su intervención fue recibida con aplausos del público.
Sin embargo, el análisis más contundente de todo el encuentro vino de parte de Tomás López Pumarejo, teórico y académico nacido en Puerto Rico. Con dos doctorados bajo el brazo, el experto en la telenovela explicó este fenómeno televisivo como una forma de entender nuestra relación con el sufrimiento. Con cariño por el género y un sentido del humor sagaz, Pumarejo cuestionó el cliché de las tramas, que parecen un inventario de obstáculos, de calamidades fuera de proporción en una narrativa que garantiza aquello que la vida real jamás puede entregar: un final feliz. El desenlace es conocido por todos, pero se sintoniza puntualmente cada emisión no sólo para observar el sufrimiento de los protagonistas, sino para sufrir con ellos. Porque sólo es real lo que siente, lo que duele, y a nadie le importa la verosimilitud de los guiones. En contraste con las vidas de los personajes, la vida real parece insípida, y cualquier amor se vuelve deshonesto si no viene acompañado de sacrificios y torturas. López Pumarejo terminó su intervención con el futuro de las telenovelas: “el melodrama no se acaba; la cursilería es la estética de la telenovela y sólo se actualiza, se transforma… en el fondo lo que queremos es sentirnos acompañados en nuestro sufrimiento”.
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