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MAGALI LARA: “LA INFANCIA MARCA UN DESTINO”

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Primero, en el año 2004, presentó la muestra Los ojos no en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. Ahora, en ocasión de su segunda exposición en la capital argentina, Magali Lara (México, 1956) comparte a través de más de treinta piezas un fragmento de historia personal, específicamente de su infancia. Para ello, en el espacio de la galería WALDEN, despliega una serie de dibujos, cerámicas intervenidas, fotografías y un libro de artista producidos entre los años setenta, ochenta y noventa; soportes que responden a su interés por salir del plano pictórico. Obras frágiles en apariencia que, desde trazos infantiles e imprecisos, traman un relato sobre la intimidad mediante su exhibición en la muestra Infancia y eso. En la siguiente conversación, la artista mexicana habla de los procesos y afectividades tras su producción.

Pamela Ballesteros: En su conjunto, la muestra se articula como un mapa biográfico trazado por numerosas piezas individuales, pero, ¿hay un patrón que las hila?

Magali Lara: Aunque las piezas están situadas dentro de una relación de imagen y texto, ésta no es siempre paralela, incluso algunas son hasta contradictorias. Cada una pertenece a diferentes series y tocan temas distintos, pero lo que me interesa es que existan dos o más voces.

P.B: Con la palabra «infancia» me vienen ideas como ingenuidad, expectativa u obediencia. ¿Qué conceptos prevalecen entre las piezas?

M. L: La infancia parece que marca un destino. En mi trabajo es una especie de impronta, no necesariamente están basadas en hechos reales pero sí es una manera de construir una identidad a partir de esa primera imagen que se recibe en la experiencia corporal. La exposición tiene momentos de felicidad y muchos otros de rupturas u obstáculos, pero sobre todo se trata de la construcción de una personalidad contradictoria. Pienso que ésta no está definida totalmente por cuestiones de género; es decir, los hombres también pasan por esos mismos problemas y creo que así son las familias en general, un vaivén entre sus mitos y la desmitificación de los mismos.

También incluyo el humor como una tercera voz porque me parece que siempre hay una cuestión agridulce alrededor de la infancia, evidente cuando se eligen los momentos más tristes o más alegres que permiten estructurar el relato de nuestra importancia personal.

[/et_pb_text][et_pb_image admin_label=»Imagen» src=»https://artishockrevista.com/wp-content/uploads/2016/08/1.-Huellas.jpg» alt=»Magali Lara, Huellas, 1977, acuarela y tinta china sobre papel. Fotografía: Albano García. Cortesía WALDEN, Buenos Aires, Argentina, De la muestra: Infancia y eso, 2016. » title_text=»Magali Lara, Huellas, 1977, acuarela y tinta china sobre papel. Fotografía: Albano García. Cortesía WALDEN, Buenos Aires, Argentina, De la muestra: Infancia y eso, 2016. » show_in_lightbox=»on» url_new_window=»off» use_overlay=»off» animation=»off» sticky=»off» align=»center» force_fullwidth=»off» always_center_on_mobile=»on» use_border_color=»off» border_color=»#ffffff» border_style=»solid»] [/et_pb_image][et_pb_text admin_label=»Texto» background_layout=»light» text_orientation=»left» use_border_color=»off» border_color=»#ffffff» border_style=»solid»]

P.B: Cuéntame un poco sobre la producción de este trabajo, tengo entendido que son obras independientes que desarrollaste en distintas épocas.

M.L: Varias de las series son parte del inicio de mi carrera, que va del año 77 al ’83, y vienen de mi interés por la poesía visual de esos años y por el incluir estructuras del cómic en esos dibujos. Las otras series, producidas en los noventa, son sobre la construcción del carácter y particularmente por mi deseo de ser otro.

Vengo de una familia muy grande y, con el tiempo, he podido comprobar que compartimos variantes de una misma locura. Eso es lo que me interesa, suponer el «Yo» como algo muy fluctuante: es una preocupación, a veces un deseo y a veces una imposibilidad.

P.B: Volver a este material se convierte en un ejercicio de reconocimiento, en el que creo te pones en perspectiva con respecto a un pasado que ahora te conforma. ¿Cómo sucede este proceso?

M.L: Fue fuerte, primero porque abarca cuarenta años de mi vida. Empecé a hacer estas piezas cuando tenía 19 años y ahora tengo 59. Hoy hay una serenidad al mirarlas, tal vez porque he sido maestra por muchos años y eso me permite verlas con cierta distancia, pero también reconozco una energía que tiene que ver con la juventud y con la exageración, de hecho me sigue gustando esa intensidad.

Al mismo tiempo me he dado cuenta de que quizá esta energía es lo que hace del arte joven algo tan fantástico. Mi pregunta es: ¿a esta edad se puede hacer algo tan interesante ya sin esa energía? o ¿puedo crear nuevas experiencias y posibilidades para construir desde otro lugar que no sea la infancia? Porque no he cambiado tanto, incluso me siento más cercana a este trabajo del que he hecho recientemente. Es como si la edad me hubiera regresado a esa joven que fui, no soy la misma, pero puedo reconocer de dónde provienen esas imágenes y sigo sin poder resolverlas.

Lo que me interesaba en esa época me sigue intrigando: lo que llamo mi cuerpo, la experiencia de serlo. Cuando comencé a dibujar, si hablabas en femenino significaba referirse a un cuerpo que estaba subestimado, criticado y ridiculizado. No sé si eso ha cambiado, creo que no.

P.B: Por otro lado, aquí te desprendes del lienzo y haces uso de distintos objetos como medio y registro de representación. ¿Qué valor tienen éstos como fragmentos de tu historia?

M.L: Siempre he querido ser otras personas, además tengo un carácter muy contrastante. Para mí trabajar en un taller y en colaboración, por ejemplo con las piezas de cerámica, ha sido una de las experiencias más felices que he tenido.

Todo este trabajo estuvo acompañado por colaboraciones con otros artistas, en su mayoría mujeres. Es una estética basada en los secretos, en la que las experiencias personales se volvían experiencias de género y de generación.

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P.B: También hablan de un sentido familiar. Por ejemplo, en las piezas de cerámica —platos, tazas, utensilios que tienen que ver con el orden de una mesa—, ¿qué sucede con las burbujas de diálogo en ellas? Parece un juego de mensajes ocultos, platícame de lo que ellas manifiestan.

M.L: Vengo de una familia yucateca que, como la mayoría de las familias mexicanas, celebra todo con una comida. Mis papás eran particularmente adictos a la mesa. Éramos nueve hermanos reunidos alrededor de una gran mesa en la que todo era elegido con esmero: la vajilla, la comida y la bebida. Todo era exagerado.

Siempre sentí que ese exceso de decoración era para no decir las cosas, por alguna razón mis papás no podían comunicarse con nosotros de una forma más directa.  Y así fue la costumbre entre nosotros, todos los sentimientos y odios estaban puestos y sometidos en esta especie de estética de placer. En este comer y no comer uno entendía que pasaban otras cosas, pero que no había espacio para decirlas.

También está la otra parte en la que, como en la película El festín de Babette, con la comida y bebida la gente dice, se abre y empieza a contar indiscreciones. Lo que rescato es un grado de placer que permite que esta cuestión negativa aflore. En una comida no se resuelven los problemas familiares, pero salen a la luz.

P.B: Con esto pienso en unas líneas que leí hace poco. Señalaba a grandes rasgos que crecer bajo una educación “tradicional” —en la que aprendemos y adoptamos creencias, valores, ideales, etc. —, en determinado momento nos detonará una crisis personal que nos llevará al autoconocimiento. ¿Qué piensas? ¿En qué momento surgió en ti esta confrontación?

M.L: Creo que sí sucede así, pero diría que bajo cualquier educación y particularmente en el momento de la adolescencia; la hora del despertar sexual diría Freud, las cosas cambian. Hay un momento en el crecimiento personal en el que tienes que ser desleal a tus valores familiares.

En mi caso pasó una situación extraña, porque provengo de unos padres muy convencionales, pero que, a su vez, por sus propias biografías y en palabras de mi padre, querían «respetar el carácter de sus hijos»; cosa inusitada en mi época, porque nadie hablaba así. Mi mamá viene de una familia con antecedentes que podríamos considerar feministas, y aunque fue ama de casa convencional, tenía claro que una mujer que no tiene su propia autonomía económica no puede decidir sobre su vida emocional.

Nos educaron, sobre todo a las mujeres, con esa especie de tesis. Pero la idea de educación profesional para ellos era la de convertirnos en secretarias. Cuando resultamos profesionistas, no supieron qué hacer con nosotras. Fue un choque porque no nos interesaba el matrimonio ni la maternidad de la manera en la que ellos creían que la teníamos que cumplir. Fuimos una desilusión. Al final estaban orgullosos de nuestros logros, pero no tenían la menor idea de lo que hacíamos. Entonces sí, sí creo que hay que romper con lo tradicional.

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P.B: Finalmente, en este momento personal y profesional. ¿Qué significación tiene Infancia y eso?

M.L: Me ha gustado que a partir de este trabajo en la galería pude darle un primer título a esta producción. Ya había presentado trabajos similares en exposiciones a las que les fue muy bien, pero —de la mano de Ricardo Ocampo e Ixchel Ledesma— esta es la primera vez que hilo una narrativa en la que trato de conjuntar toda la parte biográfica.

Hay que pensar que en esa época (la década de los ochenta) las mujeres llevaban unos cuantos años, sobre todo en la literatura, tratando de escribir desde otro lugar. El «Yo» era uno de los más citados, y desde el arte feminista fue el cuerpo de la mujer. La cuestión autobiográfica era una estrategia de trabajo.

Con los años me di cuenta de que esa elección refleja una determinada época. Dejé de hacer este tipo de trabajos e intenté cambiar cuando se convirtió en una estrategia muy utilizada, que dio lugar a narraciones particularmente melosas sobre las mujeres y sus deseos. Y lo que a mí y a mi generación nos gustaba era la parte grosera, la ruptura con el gusto pomposo y rígido del arte de ese momento, en la que todo tenía que estar perfectamente acabado y sobresaturado como parte de una identidad nacional incuestionable.

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Pamela Ballesteros

Nace en México, en 1990. Es periodista y gestora cultural. Ha colaborado en las áreas de comunicación y difusión en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, así como en el Museo Universitario del Chopo. Actualmente escribe en diversas publicaciones digitales e impresas y se desempeña como editora de la revista digital de arte contemporáneo GASTV.

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