Gran Sur
La Bienal de Venecia del año 1993 fue memorable. Se presentó como una gran panorámica interdisciplinaria, con 45 participaciones nacionales a las que se agregaron homenajes a Francis Bacon, John Cage y Peter Greenaway. Bajo la magnífica pretensión de un título como Puntos Cardinales del arte, fue posible articular un conjunto de 15 muestras suplementarias que fijaban las coordenadas de la escena artística de entonces. Cabe destacar en este contexto la importancia que tuvo el Pabellón de Alemania, cuyo pavimento fue completamente convertido en escombros por Hans Haacke.
Ese año, la Bienal, dirigida por Achille Bonito Oliva, significó dar un salto trascendental en la historia de las grandes reseñas, que en vez de imponer la visión de un único curador o de un team curatorial, propuso un modelo abierto, en el que distintos puntos de vista pusieron en evidencia la necesidad de una situación en que coexisten y conviven fragmentos culturales de diversa procedencia. Todo esto contribuyó al desarrollo de un pensamiento móvil, que permitió el estudio de complejas relaciones entre representación política y migración del deseo, en formatos que pusieron en valor prácticas fronterizas que revelaron ser decisivas en los años venideros.
Ese año, también, marcó a muchos de nosotros.
El arte chileno había tenido una presencia esporádica en diversas ediciones de la bienal, siendo huésped del Pabellón del Instituto Italo Latino-Americano. A excepción de Alfredo Jaar, artista, arquitecto y cineasta, que había sido invitado a participar en la sección Aperto en la versión de 1986, nuestra participación no estuvo exenta de indecisiones y obstrucciones institucionales.
En esa ocasión, Alfredo Jaar interrogó las posibles interacciones entre arte y contexto socio-político, abordando cuestiones relacionadas con las emergencias humanitarias, la migración, la exclusión social y la violación de los derechos humanos y civiles. Su obra se concentró sobre todo en situaciones que la conciencia tiende a ignorar, poniendo en crisis la retórica con que los medios tienden de manipular y transmitir la información. Su obra era una pieza de convicción para la correlación entre ética y estética, exigiendo de las prácticas de arte un rol activo y socialmente responsable en la crítica de la cultura.
A diferencia de Brasil, Uruguay y Venezuela, Chile nunca tuvo un pabellón propio. Sin embargo, la necesidad de disponer de un pabellón autónomo orientó el pensamiento de nuestras autoridades culturales, pudiendo en el año 2001 montar una hipótesis cuyos efectos fueron decisivos para las decisiones que posteriormente deberíamos tomar.
Harald Szeemann dirigió esta edición trayendo una mayor representación de artistas de Asia y Europa del Este, favoreciendo la presencia de un gran número de artistas jóvenes, expandiendo el programa en varios espacios del recién restaurado edificio del Arsenal. En esa 49° edición de Bienal de Arte de Venecia, nuestro país participó por primera vez con un espacio propio frente a los Arsenales (la Tethis, hoy sede de prestigiosas muestras). Allí tuvimos el privilegio de presentar About cages, la emblemática video instalación de Juan Downey (Santiago, 1940 – Nueva York, 1993).
Desde sus inicios como artista, Juan Downey nos aportó el discurso de una arquitectura flexible y transcultural, que lo ubica como un importante artista de la vanguardia neoyorquina de los años setenta, amigo entrañable de Gordon Matta-Clark. Promotor de un pensamiento lúcido sobre las transmigraciones técnicas de los medios y de los efectos conceptuales de sus materialidades, desarrolló una reflexión de valor inestimable acerca de nuestra propia construcción de lugar en el arte contemporáneo. Esto le valió (post mortem) una mención de honor de parte del jurado internacional.
Ahora bien, resulta significativo que en 2009, para la 53ª versión de la Bienal nos haya representado un artista como Iván Navarro, que pertenece a una generación de artistas nacidos en los años setenta y cuya formación se iniciara en los noventa, en el marco de una densa y compleja transición de regreso a la democracia. En este sentido, habiendo atravesado su infancia por la dictadura militar, Iván Navarro es un digno heredero de la erudición artística y del método de trabajo elaborado tanto por Juan Downey como por Alfredo Jaar. Continuidad de un claro hilo conductor, donde la ritualidad cotidiana que convive con el “shock cultural” de una sociedad tardo-capitalista de contradicciones extremadamente comprimidas, logra sublimar la inmediatez y forjar un idioma ético.
Residente en Nueva York hace ocho años, este artista es un importante referente de la generación de los 90 que ha logrado consolidar una carrera internacional a pasos agigantados. Conocido por sus instalaciones con luces fluorescentes, transformando muebles y objetos de uso doméstico en dispositivos formales de significación diversa, Navarro es reconocido mundialmente por interpelar a los discursos oficiales y recrear aspectos que contribuyen a reflexionar sobre nuestra historia reciente.
Cada vez más se ha hecho evidente que Chile se ha puesto como objetivo impulsar una política que proyecte con fuerza a sus artistas visuales favoreciendo su reconocimiento en la escena internacional. Se hizo evidente al cabo de un tiempo la necesidad de contar con un pabellón autónomo.
Esta es una de las razones por la que hoy todos los esfuerzos han sido puestos a disposición del artista chileno radicado en Barcelona Fernando Prats, para que instale con el máximo de rigor su obra en la Bienal de Venecia. Como bien sostiene la curadora general de la bienal, Bice Curiger, Venecia es uno de los foros más importantes para la difusión y la reflexión sobre el desarrollo actual del arte. No podíamos, entonces, asistir sin tomar decisiones de gran compromiso. ILUMInacion pone literalmente el acento en la importancia de esta función de faro que irradia señales de autoreflexión y de autocrítica del propio mundo del arte en la construcción de las nuevas coordenadas mundiales. Las cuestiones ligadas a la defensa de identidades frente a la manifestación de crisis migratorias ponen en tensión las consideraciones acerca de qué puede ser entendido como patrimonio, en una época en que la geografía ha adquirido una importancia capital en la cultura. Fernando Prats es un artista que ha hecho del territorio y de la producción de paisaje una superficie de intervención decisiva, recuperando las huellas catastróficas de la naturaleza, moldeando el carácter y modelando las esperanzas diferidas de comunidades severamente perturbadas.
Con el nombre de Gran Sur, Fernando Prats exhibe los inquietantes indicios de la potente realidad de nuestra geografía, como es el caso de un terremoto y la erupción de un volcán, sobre soportes que abren caminos a una superación de los instrumentos de la pintura. Trabajar las superficies de humo implica regresar a la edad de las cenizas. Fernando Prats se define como un artista-sismógrafo, que recoge en sus acciones el registro de los movimientos invisibles de las capas subterráneas del deseo. Cada una de las manifestaciones telúricas de las que hizo registros, provocó enormes modificaciones en el territorio del país, obligando al desplazamiento de centenares de personas. Pero además, sella el montaje con una sorprendente instalación en que reproduce un texto en neón, que despliega el anuncio que el explorador irlandés Ernest Shackleton habría publicado, alrededor de 1911, buscando el enganche de hombres para su expedición a la Antártica. Es una propuesta extrema para una empresa extrema, que no solo revela los alcances del espíritu de aventura, sino que define también la dimensión metafórica del artista como viajero y expedicionario que entiende el territorio como reserva poética:
“Se buscan hombres para viaje arriesgado, poco sueldo, frío extremo, largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso a salvo dudoso, honor y reconocimiento en caso de éxito”.
Este texto, montado en la fachada del Pabellón Nacional de Chile en la 54ª Bienal de Venecia, expone –como un augurio-, nuestra necesidad de seguirle hablando al mundo.
También te puede interesar
GERARDO PULIDO: “DE MANERA ESQUIZOFRÉNICA, EL ARTE SE PROMUEVE COMO BIEN SOCIAL”
[...] La denominada "mano de obra" no es una simple herramienta sino una co-autoría que modela creativamente un trabajo, sobre todo un trabajo de arte. Y, por supuesto, no hay arte sin pasado y...
FAMILIAR/OMINOSA. UNA CONVERSACIÓN CON RITA FERRER Y DIEGO ARGOTE
A través de su recorrido, "Familiar/Ominosa" propone una exploración de la fotografía contemporánea como un campo expandido de interacciones estéticas, técnicas e ideológicas. El rango de piezas presentes va desde el registro documental mediante...
ROSARIO MONTERO: EN RELACIÓN A SUS IGUALES
Interesada en la permanente pregunta sobre la representación de identidad en la fotografía contemporánea, Rosario Montero derivó a la antropología. Hace un año creó el grupo Conversaciones de Campo, una instancia donde junto a…