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Alicia Villarreal.los Mapas Borrados de un Territorio Imaginado

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Los mapas son una idea de mundo, una representación que pretende ser científica y que en realidad responde a determinados cánones ideológicos, políticos y sociales. La cartografía ha cambiado constantemente desde su nacimiento. Los primeros mapas arqueológicos, entre los cuales se encuentran el mural de Çatalhöyük en Anatolia (7000 a.C.) y el primer mapa de la tierra hecha por los Babilonios, en exposición en el British Museum (500 a.C.), son referencias de lugares próximos, lugares para cazar y para establecerse en comunidad, o de coordenadas estelares, como en las civilizaciones Maya y mesoamericanas.

Posteriormente la mirada se amplía en constitución de un territorio expandido, colonizado, imperial. De esta época son los mapamundi griegos y romanos (siglo 4  a.C. – siglo 8 d.C.), donde todo lo que aparece es parte de una posesión política, símbolo del imperio que corresponde a los límites del mundo. A este elenco se podrían añadir la cartografía ptolemaica, donde la tierra es plana, la copernicana, que la reconoce esférica, la revolución de Galileo, que quitó la tierra del centro del universo, los continuos cambios de asignación política de un territorio a través de las guerras y del cesar de algunas ideologías, como el comunismo soviético y la caída del muro de Berlín. Cada mapa se basa sobre un cambio de paradigma y sobre procesos de profunda inestabilidad. Hay que borrar mapas para volverlos a hacer.

Mapear un territorio entonces significa determinar su lugar dentro de una jerarquía local y mundial, establecer referencias específicas de significación: situarlo en un espacio ordenado por coordenadas preestablecidas en un plano cartesiano -el norte y el sur, el este y el oeste; reconocer las pertenencias nacionales, bordes, valores económicos, límites y alcances de una nación. Borrar estos códigos implica repensar el territorio y buscar en la cercanía de los lugares conocidos huellas de significación propias y comunitarias.

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El trabajo de Alicia Villareal se interroga sobre lo vulnerable que puede ser un territorio y su representación. Su investigación se basa sobre dos gestos previos de de-construcción: borrar imágenes cartográficas, no intencionalmente, a través de la usura del tiempo, utilizando una publicación de mapas antiguos, desgastada y encontrada en su librero, y eliminando intencionalmente de las páginas los trazos residuales, quitando las capas de color para ordenarlo en un archivo cromático a través de su gesto artístico. La otra sustracción es utilizar la madera y el carbón derivado por la quemadura de unos árboles en una reserva natural en el sur de Chile. Esta mirada casi arqueológica, de clasificación de materiales inorgánicos y orgánicos, los mapas y la madera residual de un bosque quemado, son el archivo desde donde ella se interroga sobre la representación del territorio y finalmente su identidad.

En este momento histórico de cambio de paradigma hay diferentes tensiones que comprometen la idea de mundo moderno y contemporáneo. Un ciclo que es parte del pensamiento occidental, y que empieza con la revolución francesa (1789) y el delineamiento de la idea de democracia, se establece a finales del siglo XIX con la tercera revolución industrial, donde surge además el concepto de los estados-naciones, y se implementa en el siglo XX a través de las guerras mundiales y fría, reforzando la idea de territorios políticos. Desde este contexto de quiebre provocado por las migraciones actuales, el Antropoceno como resultado de la sobreproducción constante del hombre sobre la naturaleza y el exceso del modelo económico capitalista, la interrogación sobre la identidad territorial y nacional se hace imprescindible. Eric Hobsbawm en su libro Naciones y Nacionalismos escribe:

“La mayor parte de esta literatura ha girado en tomo a este interrogante: ¿Qué es una nación (o la nación)? Porque la característica principal de esta forma de clasificar a los grupos de seres humanos es que, a pesar de que los que pertenecen a ella dicen que en cierto modo es básica y fundamental para la existencia social de sus miembros, o incluso para su identificación individual, no es posible descubrir ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades humanas debería etiquetarse de esta manera. Esto no es sorprendente en sí mismo, porque si consideramos «la nación» como una novedad muy reciente en la historia humana, así como fruto de coyunturas históricas concretas, e inevitablemente localizadas o regionales, sería de esperar que apareciese inicialmente, por así decirlo, en unas cuantas colonias de asentamiento en vez de en una población distribuida de forma general por el territorio del mundo. Pero el problema es que no hay forma de decirle al observador cómo se distingue una nación de otras entidades a priori, del mismo modo que no podemos decirle cómo se reconoce un pájaro o cómo se distingue un ratón de un lagarto. Observar naciones resultaría sencillo si pudiera ser como observar a los pájaros.”[1]

Esta correlación entre la imposibilidad de encerrar un espacio físico y natural, o cualquier ser humano, en una definición estática cual idea de nación en un territorio específico, significa entonces recurrir a la eliminación de capas de significación para pensar de otra manera, abrir miradas no inmediatas sobre las cosas. Esto es lo que hace Alicia Villareal a través de la representación como herramienta propia del arte para incidir en la realidad.

La artista busca en los residuos de un incendio, los árboles quemados, materiales para constituir un nuevo mapeo. El fuego remite a una serie de significados simbólicos: la quemadura como forma de purificación de un lugar, como olvido, como transformación de una materialidad a otra, como proceso de transmutación y de utilidad geológica. La artista recoge estas piezas libres de sus significaciones previas: tamaños, líneas y fragmentos que no se ajustan al concepto de huella, que no quieren remitir al árbol del cual eran parte, son materia libre, que es reorganizada en un estética personal, relacionada a sus estudios artísticos y a una memoria visual que asocia épocas y estilos diferentes, así como en el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg (1866-1929), que implica una cosmovisión susceptible de recomponerse una y otra vez a través del juego de las asociaciones de los referentes artísticos seleccionados. El historiador alemán trabajó a lo largo de su vida sobre esta cartografía imaginaria que es el Atlas y que define como “una máquina para pensar las imágenes, un artefacto diseñado para hacer saltar correspondencias, para evocar analogías”[2].

La artista, del mismo modo, inscribe en los mapas desgastados, que son lienzos en blanco, geometrías lejanas, acciones como el viento, que otra vez remite a la idea de cambio, y que aluden a las pinturas de los paisajes japoneses del siglo XIX, constituyendo un Atlas propio de referencias estéticas para evocar otras posibles miradas, manteniendo abierto el juego de las asociaciones.

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El territorio en la obra de Alicia Villarreal no es un referente inmediatamente político, entendido en su significado de estado-nación contingente, o literal, como lugar geográfico específico, como paisaje; lo que ella muestra es una cartografía propia, de asociaciones libres, de vivencias íntimas que, en el gesto de borrar huella y transformar materia, abre diferentes posibilidades de lectura, anclando a esto su acción política.

Hay un trabajo de investigación que empieza por la catalogación y la archivación de páginas y piezas orgánicas que son cargadas de sobre-estructuras, por su historia ideológica, como los mapas, o por los accidentes debidos a la ocurrencia del tiempo, en el caso de los árboles quemados en los incendios de las reservas naturales en el sur de Chile. Sin embargo, el gesto de sustracción, de eliminación de estas primeras capas de entendimiento, llevan a un núcleo que resume una postura ética antes que estética: el territorio es de quien lo habita y no debería ser una construcción social o cultural y las naciones se borran de los mapas en un ciclo temporal más rápido que la tinta sobre el papel.

Esta muestra de Alicia Villarreal en la Galería Patricia Ready responde a una primera etapa de investigación de la artista a la cual seguirá una serie de laboratorios con estudiantes donde se propondrá el mismo ejercicio: de-construir, borrar y quemar las sobre-estructuras culturales que son parte del imaginario colectivo para imaginar otros mapas, otros territorios, otras identidades posibles.

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[1] Eric Hobsbawm “Naciones y Nacionalismo desde 1870”, Ediciones Crítica, Buenos Aires, 2012, p. 46.

[2] George Didi-Huberman “Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?” Catálogo Museo Reina Sofía, 2010 p.68.

*Imagen destacada: Vista de la exposición Factor Viento, de Alicia Villarreal, en la Galería Patricia Ready, Santiago de Chile, 2018. Foto: Vinka Quintana

**La exposición Factor Viento, de Alicia Villarreal, permanecerá abierta hasta el 5 de octubre de 2018 en Galería Patricia Ready, Espoz 3125, Vitacura, Santiago de Chile.

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Mariagrazia Muscatello

Crítica de arte, Licenciada en Filosofía por la Universidad de Parma (Italia), Magister en Comunicación y Crítica de Arte (Gerona-España). Ha sido responsable de prensa para la firma de diseño industrial Kartell en Milán, y asistente editorial para Gustavo Gili, en Barcelona. Ha publicado para diversos catálogos y revistas nacionales e internacionales, como “Flash Art”, “Artribune” y “Etapes”, entre otras.

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