LIGHT SHOW: EL PODER DE LA LUZ Y EL ESPECTÁCULO DE LA MIRADA
Cuando hacia 1963 Dan Flavin (1933-1996) montó sobre la pared de su estudio un tubo fluorescente de 244 centímetros no sólo estaba abandonando el Minimalismo más puro al desmaterializar el objeto escultórico y reemplazarlo por halos de luz artificial, sino que, a la vez, estaba abriendo un campo infinito de posibilidades para la escultura y para el arte en general, al concebir la luz como materia. El trabajo con tubos de neón serializados nacía como una idea elemental que levantó una serie de instalaciones que desde 1969 sitúan a este artista como uno de los precursores, sino el más relevante, del arte con la luz.
La óptica, el contraste y la temperatura del color comenzaron a ser abordados también por sus contemporáneos, como el artista francés François Morellet (1926-2016), el venezolano Carlos Cruz-Diez (1923) y el estadounidense James Turrell (1943), para conformar obras donde los colores se mezclan sutilmente y los ángulos de las salas se diluyen, desdibujando los límites del espacio y, especialmente, de lo que hasta el momento se conocía como arte.
Estos y otros artistas relevantes en el arte lumínico forman parte de Light Show, una muestra internacional curada por el británico Cliff Lauson y organizada por Hayward Gallery de Londres que se presenta por primera vez en Chile en asociación con la Fundación CorpArtes. La muestra, en el Centro de las Artes 660 / CA660 de CorpArtes, conforma un recorrido retrospectivo desde los años 60 hasta nuestros días por obras de artistas internacionales -incluido el chileno Iván Navarro (1972)- que mediante el uso de luces de neón, LEDs y sistemas computacionales -entre otros medios- se apropian del poder visual de la luz y la tecnología.
Abre esta exposición el artista estadounidense Jim Campbell (1956) con un volumen compuesto por cientos de luces LEDs blancas intermitentes. La mirada se pone en tensión frente a esta obra: a medida que el ojo se adapta a la intermitencia de las luces comienza a visualizarse una serie de figuras humanas en movimiento que aparecen y desaparecen dependiendo de la posición desde donde se mire, estableciendo así un juego con la percepción del espectador al mostrarse con mayor nitidez en la medida en que éste se aleja.
Esta primera experiencia constituye un preludio a lo que será la lógica de esta exposición: un espectáculo visual conformado por una serie de obras tridimensionales que a través de diversos estímulos sensoriales se internan en el fenómeno perceptual. A partir del uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, del cine y la computación, las obras aquí expuestas invitan a interactuar al espectador, alterando sus sentidos visuales, táctiles y sonoros y gatillando, en algunos casos, efectos psicológicos en la percepción. En este sentido, la envergadura de la muestra no sólo radica en la renombrada selección de artistas internacionales -algunos de extrema contingencia, como es el caso del artista danés Olafur Eliasson– sino en el carácter lúdico, el poder visual y sensorial que tienen sus obras para atraer a un gran público. En su paso por la Hayward Gallery, Light Show fue visitado por más de 300 mil personas, una cifra, hasta ahora, imbatible en la historia de este espacio. La exposición ha tenido mucha popularidad en sus distintas itinerancias, desde Auckland (Nueva Zelanda) y Sidney (Australia) hasta Sharjah (Emiratos Arabes) y ahora Santiago de Chile, su última y única parada en América. En el CA660, las entradas gratuitas -también se puede pagar para ver- se agotan rápidamente.
Ya al interior de la sala nos encontramos con la obra Cylinder II (2012), de Leo Villareal (1967), un cilindro de aproximadamente 2 metros de altura compuesto por 19.600 LEDs blancos que, colgados desde el techo, operan mediante un sistema computacional. El software -hecho especialmente para esta pieza escultórica- hace que las luces fluctúen permanentemente creando secuencias irrepetibles, combinando diversos ritmos visuales que hacen alusión tanto a elementos de la naturaleza como urbanos.
A su lado se encuentra Magic Hour (2004-2007), del artista británico David Batchelor (1955), instalación con acero encontrado, cajas de luz, tableros eléctricos y láminas de acrílico pertenecientes a carteles lumínicos reciclados. Es una obra que busca evocar la luz artificial de la ciudad de Las Vegas. Las cajas, montadas contra uno de los muros de la sala, iluminan sutilmente, dejando el sistema de cables y enchufes a la vista. De este modo, el artista contrapone el color brillante y comercial de las luces de color a la sordidez del material encontrado, haciendo referencia a la estética de las ciudades modernas y a la cultura de consumo desbordada de imágenes.
Prosigue la obra You and I, Horizontal (2005), de Anthony McCall (1946), que mediante un programa computacional, un proyector de video y una máquina de humo artificial intenta dar solidez a la luz proyectada, creando un efecto donde ésta adquiere consistencia visual. Utilizando la técnica cinematográfica del barrido, este artista proyecta distintas formas lineales que atraviesan el espacio y que los espectadores intentan tocar y manipular, en un diálogo corporal y lúdico que revela que la experiencia de las artes visuales ya no se remite a la contemplación estática de la representación, sino que involucra una duración temporal, como una experiencia que transcurre, que ocurre en tiempo presente.
Dos obras de Dan Flavin dan continuidad al recorrido. La primera, llamada The nominal three (1963), es una obra emblemática pues constituye una de las primeras piezas donde este artista utiliza tubos de neón. Dedicada al filósofo William Ockham, cuyo discurso se centra en la precisión, esta obra está compuesta por tres tubos fluorescentes de luz blanca y fría montados intercalada y verticalmente sobre un muro, conformando con gran rigurosidad y pureza un espacio pulcro y simple. El empleo de estos tubos son propios de la estrategia minimalista en su afán por utilizar objetos manufacturados posibles de obtener en el comercio, así como de invocar un purismo perceptual que le otorga a la obra un carácter tautológico. La segunda obra de Flavin, del año 1966/68, está compuesta por un recuadro realizado con neones de colores cálidos, que desde su estilo Minimalista busca establecer una relación específica con el lugar. Los objetos de luz se sitúan como entidades que desde su inherente materialidad buscan superposiciones y disoluciones de ángulos. Así lo manifestaba el autor cuando dice: “Al mirar la luz uno queda fascinado… inhibido de buscar los límites en cada extremo”.
Los tres cubículos con luz fluorescente del venezolano Carlos Cruz-Diez, Cromosaturación (1965-2016), constituyen una obra inmersiva y de gran intensidad sensorial, donde los espectadores son imbuidos en un “baño” de luz y color. Azul, rojo y verde son los filtros utilizados por este artista para pigmentar las salas y crear sensaciones monocromáticas en los asistentes. Los espectadores se desplazan coreográficamente en las salas, intentando asir el espacio con las manos y el cuerpo, en un diálogo interactivo que redefine las relaciones entre espectador y obra, una vez que ésta, desdibujada, se integra a la atmósfera, detonando una experiencia directa y física que desestabiliza la percepción natural que tenemos del espacio, abriéndolo y matizándolo de color.
Si hasta aquí la percepción ha sido desbordada de estímulos, la gran intensidad sensorial que produce Model for a timeless garden (2011) de Olafur Eliasson (1967) constituye una sobre-percepción que involucra los sentidos y la mente. Correspondiente a una de sus más recientes obras, esta instalación proviene de una larga investigación que desde 1996 el artista desarrolla en torno al uso de luces estroboscópicas y agua. Veintisiete fuentes de agua con efectos de sonido aumentado, ubicadas en una sala absolutamente oscura, se dejan ver a través de cientos de flash intermitentes emitidos por luces estroboscópicas. El ruido exacerbado del agua se contrapone al congelamiento visual de las gotas producido por las luces estroboscópicas, que bombardean la percepción y la llevan a un estado de catarsis instantánea. Aquí, el poder de la luz actúa en toda su potencialidad, llevando al extremo la resistencia visual y mental de los espectadores, que exigidos por el potente efecto de los flashes, en muchos casos abandonan la sala.
La inundación visual del ojo provoca un efecto físico que ensaya las formas de poder de la tecnología, en cuanto ésta es capaz de implantar modos de percepción que establecen un nuevo ordenamiento mental o, mejor dicho, un único estado mental. En este sentido, esta obra reproduce las formas y las estéticas de interacción producidas por la tecnología, conformando una visión próxima a aquello que Paul Virilio definió como una visión sin mirada, como un intenso enceguecimiento, cuyo objetivo sería la industrialización de la no mirada. En efecto, ante esta experiencia nos enfrentamos a lo que según Gombrich se conoce en psicología de la percepción como efecto enmascarador, el que gatillado por una impresión fuerte, en este caso causada por un flash, impide la percepción de umbrales inferiores, es decir, una luz fuerte enmascara posibles matices o elementos próximos, al igual que un ruido ensordecedor impide captar variaciones o diversidades de sonidos. Así, la luz puede actuar como un elemento de shock en la percepción, disfrazándola como un manto envolvente, en una economía visual que acapara y unifica la mirada.
Al salir de la sala donde se ubica Eliasson nos encontramos con Lamentable (2006), de François Morellet, compuesta por 8 tubos de neón azul correspondientes a secciones de un círculo. Este artista trabaja con la geometría y las matemáticas para hacer composiciones con tubos de neón. Junto a él se encuentra Bill Culbert (1935) y su obra Bulb Box Reflection II (1975), montaje con ampolletas y caja de madera que remite a una investigación sobre la luz y su percepción.
A continuación, ingresamos por un pasillo absolutamente oscuro y angosto que genera desorientación e incomodidad al transitar. Caminando a tientas, se ponen en alerta los sentidos, pues no se sabe hacia donde el cuerpo se dirige. De pronto, se abre un espacio diagonal en el muro que intenta producir la ilusión de profundidad. Es la obra de James Turrell (1943), Wedgework V (1974), que mediante luz fluorescente y fibra óptica recrea un espacio tridimensional, abriendo un muro y generando distintos planos de color. Aquí, el artista trabaja con la sensación de incertidumbre y el efecto sorpresa como recursos que desatan un efecto psicológico en el espectador.
En la siguiente sala se encuentra la obra del chileno Iván Navarro titulada Reality Show (2010), una especie de cabina telefónica a la que se puede ingresar para que desde dentro el espectador vea su propia imagen replicada infinitamente a través de un juego de espejos. Es una obra inmersiva, iluminada con LEDs para que desde afuera se observe el espectáculo. Jugando con lo visible versus lo invisible, adentro versus afuera, la obra remite a las salas de interrogación, siendo así tal vez la única de contenido socio-político de la exposición.
Brigitte Kowanz (1957) presenta Light Steps (1990-2013), instalación/intervención con lámparas fluorescentes que, en un juego formal minimalista de ordenamiento y ubicación, genera una forma ascendente. En la sala contigua se encuentra la obra perteneciente a Ann Veronica Janssens (1956) titulada Rose (2007), la cual mediante planos de luz color rosa conforma una rosa de los vientos. Es una instalación con un foco teatral que, al igual que McCall, utiliza humo artificial para dar consistencia sólida a la luz, estableciendo un juego perceptual en el que la forma se integra a la atmósfera produciendo la sensación de desvanecerse en el aire.
La obra de Ceal Floyer (1968), Throw (1997), está compuesta de un foco teatral y un globo para dar la apariencia de un charco de agua sobre el piso. En la siguiente sala nos encontramos con Conrad Shawcross (1977) y su obra Slow Arc inside a Cube IV (2009), instalación realizada con un sistema mecanizado, luz y motores que mueven un cubo de aluminio, generando un juego de luces y sombras sobre los muros y techo de la sala, remitiendo, según el autor, a una metáfora de las ciencias.
Al final del recorrido nos encontramos con otra obra de Iván Navarro, Burden (Lote World Tower) (2011), realizada con una caja de luz y neones y perteneciente a una serie que habla acerca de la monumentalidad de los rascacielos como símbolos del poder político. La obra parece hundirse en el muro, replicándose infinitamente a través de un juego de espejos. Hasta aquí, el recorrido no se detiene ni vuelve atrás, dejándonos el sabor de lo mediatizado y efímero, emulando una experiencia que se escapa tan rápido como la luz.
Considerando que el encuentro entre arte y ciencia y en particular el trabajo con la luz se articula a partir del poder de un potente estímulo visual, algunas de estas obras se pierden en este espectáculo, especialmente si se corresponden con los mundos visuales que habitamos hoy, saturados de imágenes y luces fugaces. En efecto, podríamos decir que las imágenes traídas a esta exposición imitan los anuncios y técnicas del mercado. La teatralidad de la luz efímera, el humo, los espejos, los efectos visuales y de sonido atraen de seguro a muchos espectadores, al poner en obra su propia cultura visual.
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