
UNA BOCANADA DE AIRE. LA BIENAL DEL BIOCENO
El contexto actual puede definirse con una palabra, “asfixia”, y no es necesario explicar las múltiples lecturas del desesperante ahogo; cada lector comprende perfectamente la referencia porque desde hace un tiempo todos hemos sido peces fuera del agua, boqueando -a veces con carteles o algún post- por el cambio climático sin mucho logro, otras con el miedo de parar en la UCI y demás infiernos. Pues qué cerca estamos de hermanarnos con los muertos vivientes de la ciencia ficción bajo el actual control social (Foucault) y una necropolítica expandida de la que nos venía advirtiendo Achille Mbembe, avergonzados además por inacciones a las que nos hemos sumado.
En una realidad precarizada y con tantos desniveles, la verdad es que era difícil imaginar que el arte contemporáneo se convirtiera en una bocanada de aire (no siempre tiene que serlo). Esta oxigenación para el cerebro aturdido no es azarosa, sino una elección que tuvo su origen en la claridad de Katya Cazar, la actual directora ejecutiva de la Bienal de Cuenca, quien supo que había que trabajar de manera coherente con el aquí y el ahora. Su postura administrativa (la de artista y curadora formada) la llevó a hacer una apuesta -y las apuestas siempre implican tener la valentía de tomar riesgos-, así que eligió como curadora de la bienal andina a la historiadora del arte Blanca de la Torre (España, 1977), cuyo concepto del Bioceno se aplicaría como hilo conductor. La propuesta: el fin del mundo tal como lo conocemos para la construcción de uno mejor, en lugar de una mirada fatalista. Un aliento: poner a la vida como centro.
Pero, ¿qué ha pasado en esta edición 15? (“quince” y no decimoquinta, porque así se decidió desde el concepto de su nomenclatura, una fórmula, en realidad un gesto simbólico, que ya utilizó Cazar en la edición 12).
Es interesante dar una vuelta por los cauces de esta propuesta directamente relacionada con el agua que, en el cambio de cromática del verde al azul, traza una reflexión sobre el greenwashing. Nos recuerda que en temas de ecología no hay que ser tan ingenuos, que no es raro que el capital y el poder se suban al discurso de defensa medioambiental dejando como siempre sus escrúpulos por fuera. Siempre habrá alguien capaz de imaginar a la energía nuclear como verde, y en la 15 hay espacio para la ironía y el combate.



Contracorriente
La Bienal de Cuenca arrancó allá por 1987, hermanada con el proyecto de La Habana (1984), bajo el mando de una artista visionaria, Eudoxia Estrella, y una gran cantidad de cuencanas y cuencanos, quienes pusieron todo su talento para hacer lo que han hecho a lo largo de la historia de este territorio: ir a contracorriente del centralismo y lograr cosas que parecían imposibles. Hoy habría que decir que el primer gran mérito entonces es algo que no tiene nada de simple: hacer una Bienal, defenderla y cuidarla, hacerla presencial en tiempos de recortes e incertidumbres causados en su mayor parte por la Pandemia de COVID-19, pero no solo por ella.
La 15 Bienal de Cuenca partió con un presupuesto reducido y estaremos de acuerdo en que hay espacios en el ámbito cultural que han costado muchísimo construir y que no se deben abandonar, a pesar de tener todo en contra, porque el riesgo de desaparecer todo un legado es muy alto; por eso el empeño ahora en la autogestión y en cuidar de su acervo.
Uno de los grandes hitos antes del 10 de diciembre de 2021, el día en que se abrieron las puertas de la muestra oficial, fue la recuperación de la Colección Bienal, que deja ver los cambios orgánicos del arte desde una región particular, Sudamérica. La Colección está constituida principalmente por los premios-adquisición a lo largo de su historia, una figura normada en su estatuto. Lo cierto es que hay una gran responsabilidad en la continuidad.
La 15 Bienal, un proyecto cuidadosamente sostenible, consecuente con el momento, su gestión, su concepto curatorial y producción, desde su concepción hasta su cierre —así también con su historia, su memoria, su acervo, su patrimonio— se viabiliza gracias a su mayor sponsor —la municipalidad— y a la importante cooperación de plataformas artísticas internacionales, así como de la empresa privada local.



Los públicos y una sensibilidad rara vez vista
La desventaja de esa asfixia en la que se creó esta edición 15 mutó en ganancia, porque no se ignoró que la situación estaba realmente complicada. Es obvio, y visible en los cuadernos de campo de los mediadores, que personas diversas en edades, culturas, economías, intereses —ya más de 25.000 fueron registradas— estuvieron especialmente permeables a valorar la experiencia que proponía el arte contemporáneo en esta ocasión; eso no siempre sucede y ahora fue una constante, definiéndose intensas conexiones entre las obras y el público.
Esta Bienal abandonó la idea de megaespectáculo y se replegó a diez sedes a las que se puede llegar a pie, la mayoría en el centro de una urbe intermedia que se resiste a ser una postal sin vida para sus habitantes. Cada muestra exige a su vez tiempo, paciencia, calma, respirar profundo a 2560 msnm.
Bien apuntaba Cazar, en uno de sus estudios, que la ciudad se vuelve una marca de cada Bienal, una impronta, un sello de origen, que la urbe y su región se convierten en un laboratorio vivo. Esta Bienal logró conectar de manera especial con su gente (la frase esta vez no es el mero lugar común). Un equipo técnico —desde el área comunicacional, investigativa, educativa— acompañó esta administración, teniendo clara la misión para quienes conducirían al público: los mediadores. Ellos mantendrían una labor distante a la meramente informativa o explicativa de cada obra, y buscarían activar preguntas gatilladoras tras sus propias lecturas, de manera que los visitantes serían empujados a revisar por sí mismos las propuestas artísticas en diálogo con su propio bagaje y sentir, y podrían iniciar, ser acompañados o cerrar sus recorridos junto al equipo de mediación.



Los mediadores de esta edición con los que conversé estaban movidos emocionalmente por esa interacción. Me contaron, por ejemplo, de la fuerza de la obra de Glenda León y su llamado a borrar una frontera en un mapamundi de tiza, de cómo arrancó lágrimas de un migrante en el intento de explicar a su hijo lo que significa quitar la línea divisoria entre México y Estados Unidos; de los saltos de ira de unas muchachas sobre las alfombras con frases misóginas que abrían cada una de las sedes, provocación de Avelino Sala y Eugenio Merino; de su impresión ante la densidad en la cabeza que sintió Karla al dejarse leer por la máquina cuestionadora en quichua-español de Vasco Araújo. Y podríamos seguir con la alegría contagiosa de los niños que acuden en grupos de escuela y luego vuelven con sus familias, encantados con las bioesculturas de cactus, con una titanoboa que en realidad era un retrato del agua, con la esperanza que provoca la gente que quiere replicar la acción de Basia Irland para poblar las orillas de semillas endémicas desde un libro.
La Bienal 15 está hecha de una colección de momentos tan personales (lo personal es político) como memorables, que es necesario atesorar las tantas reacciones de quienes hicieron y hacen el recorrido. En algún lugar queda la respiración cortada ante el guiño al cuarto de oro pedido por el rescate de Atahualpa y la voz estremecedora que nos trajo Sandra Nakamura; ante la experiencia vital con la tecnología como un ecosistema de Adán Vallecillo; ante ese impresionante fluir de gente en pie de lucha en Guatemala, registros del performance de Regina José Galindo. El arte contemporáneo nos presentó el grito de las comunidades amazónicas a través de la pantalla y los objetos, el pulso de la Tierra misma, la resistencia, un ruego para que no se repita El abrazo de la serpiente… y la gran mayoría escuchó y se dejó sacudir.



El acierto de la temática y los premios
Las bienales de arte contemporáneo en el mundo se han reforzado, su formato funciona, y deben ser los eventos culturales (aunque habría que definirlos en realidad como procesos) que más acalorada discusión causan, y por eso son tan necesarios; crean filas de desertores y de combatientes, de excluidos, de enojados, de apasionados, de entusiastas, de gente que cree que habría que volver al formato de la pintura, de almas seguras de toparse con la piedra filosofal, de otros que pueden hacer de videntes sin recorrer paso a paso las salas, de ofendidos y de felices, de todo un poco como en botica. Y eso está muy bien, porque no hay peor cosa que la apatía y no hay mejor cosa que una sociedad que respeta las posturas divergentes, cuando estas tienen reflexión, altura, y no atropellan los derechos de las minorías, ni el trabajo bien logrado.
La conexión de la Bienal de Cuenca con el circuito de arte profesional en el mundo permite trazar un paralelismo con los intereses y las propuestas globales -basta dar una mirada a otras muestras de trascendencia en este último período. Pero ello no implicó un copy and paste: se mantuvo la particularidad, una fidelidad al lugar de enunciación. Entonces, la cartografía curatorial de Blanca de la Torre se encontró con un país orgulloso de que los derechos de la naturaleza estén inscritos en su Constitución, pero en especial con un empoderamiento de raíces ancestrales, con pueblos en pie de lucha y resistencia contra la destrucción de sus hábitats, especialmente comprometidos con la defensa de las fuentes de agua, en un paraíso que no es tan paraíso.
Los tres ejes que teorizaron la propuesta de la Bienal del Bioceno, Sabiduría Ancestral, Ecofeminismo Crítico y Escenarios Futuribles, se desplegaron en obras de fuerte carga simbólica que se enriquecieron en territorio. Acciones concretas supusieron cambios: un mayor porcentaje de mujeres artistas; la reducción al 5 % del traslado de obras; la aplicación de las 10R de la ecología; el trabajo horizontal con comunidades y artesanos. Todo un manifiesto puesto en práctica.



Encontramos innegablemente un enérgico cruce del arte con la antropología, la arqueología y la historia, por ese puente ilegal que significa el concepto de ‘tráfico’ planteado desde la otra vía por Georges Marcus y Fred Myers. La realidad como materia prima aparece atravesada de gestos tan potentes y certeros como poéticos. Y se podría hablar de muchas obras, pero si damos la voz a los que más saben, un jurado experto compuesto por Cuauhtémoc Medina, Alexia Tala y Carlota Álvarez Basso otorgó premios de adquisición a Fabiano Kueva (Ecuador), Tania Candiani (México) y Cristina Lucas (España).
Kueva ficciona de manera sacrílega (y bien merecida, véase Buffon) a Humboldt y Bonpland, y su manera de inventar América. En su obra de múltiples soportes, otro Humboldt hace el recorrido en paralelo y documenta sus investigaciones, un trabajo cuidadoso de casi una década del artista ecuatoriano. Candiani, por su parte, creó arpas musicales a partir de máquinas que cuentan la historia textil de la ciudad y las entreteje con los ríos de Cuenca; y Lucas, con una de las obras más aplaudidas por el público, muestra un collage-texto construido con maestría a partir de frases y personajes dispares, imágenes de la tan decidora región de Svalbard, y una instalación in situ que replicaba un espejo de agua y un ambiente especialísimo.



Imposible que no se llevaran menciones de honor la laureada videoartista Ursula Biemann, con esa forma suya de inyectarnos ADN de la selva, y Amor Muñoz con su escultura sonora que aúna tecnología y artesanía en una canoa invertida que tocó las fibras más profundas del público, al lograr sumergirlo en la esencia de la luz, el agua en conexión eterna con cada pueblo.
Finalmente, el Premio París, que entrega el Gobierno de Francia a través de su embajada, fue otorgado a la ecuatoriana Pamela Cevallos, quien nos trajo la surrealista historia de los artesanos de la Pila que, por un evento fortuito del mar, aprendieron la técnica cerámica precolombina de la cultura Bahía de Caráquez y sus gigantes.
Quien pueda y quiera sacudirse un poco del polvo armagedónico, y no rendirse al hastío, que aproveche los días que le quedan a la muestra (hasta el 28 de febrero). Se abre la espera de un catálogo que registre lo sucedido para que permanezca.








Karina Aguilera Skvirsky (Ecuador); María Thereza Alvez (Brasil); Eugenio Ampudia (España); Vasco Araújo (Portugal); Augusto Ballardo (Perú); Ana Teresa Barboza (Perú); Ursula Biemann (Suiza); Rossella Biscotti (Italia); Tania Candiani (México); Carolina Caycedo (Inglaterra/Colombia); Elizabeth Cerviño (Cuba); Pamela Cevallos (Ecuador); Juana Córdova (Ecuador); Natalia Espinosa (Ecuador); Regina José Galindo (Guatemala); Basia Irland (Estados Unidos); Fabiano Kueva (Ecuador); Glenda León (Cuba); Cristina Lucas (España); Mary Mattingly (Estados Unidos); Rosell Meseguer (España); Asunción Molinos Gordo (España); Amor Muñoz (México); Sandra Nakamura (Perú); Nohemí Pérez (Colombia); Marjetica Potrč (Eslovenia); Wilfredo Prieto (Cuba); Paúl Rosero (Ecuador); Avelino Sala y Eugenio Merino (España); Adán Vallecillo (Honduras); Marie Velardi (Suiza); Cristian Villavicencio (Ecuador); y Juan Zamora (España).
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