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WALTERIO IRAHETA: NATURALEZA MUERTA

Por Érika Martínez Cuervo

Perfumes
Detergentes
Bebidas
Medicamentos
Jabones
Salsas
Esencias
Cremas
Aceites
Especias
Jarabes
Menjurjes
(…)

Un inventario, una lista, una colección, una acumulación, un acopio.

Unas fotografías. Unos objetos.

[Es difícil decidir qué es una lista figurativa. Se ha dedicado poco tiempo a la poética de las listas; nos hemos limitado a las listas verbales, porque es complejo decir de qué modo un cuadro, una colección de imágenes o un mueble lleno de objetos pueden mostrar y presentar cosas o bien sugerir un etcétera, como si admitiésemos que los límites obligan a silenciar un resto inmenso … un infinito]. Parafraseando a Umberto Eco[1]

Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista

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Hay en este proyecto de Walterio Iraheta algo inquietante que aparece a partir del ejercicio de sublimación de unas materias desechas que él mismo ha recolectado casi como piezas arqueológicas. La búsqueda de botes o envases, contenedores de todo tipo de sustancias, se ha convertido en una obsesión voraz y en la materia prima de una obra serial y acumulativa que desborda cualquier significado que se le pretenda atribuir. Esos botes de plástico o de vidrio entran al estudio del artista para ser examinados y clasificados. Posteriormente, son intervenidos o fotografiados para concederles un carácter preciosista que reanima su aura[2].

Iraheta nos enuncia con altivez visual lo que revelan estos objetos sobre las experiencias vitales de las sociedades contemporáneas. La nueva materialidad de esos envases y la disposición montajística con la que se muestran subvierten la idea fútil de lo residual: son indicios de comportamientos, temporalidades, sensaciones y latencias, de grupos humanos que consumen productos similares. Lo ordinario se erige -con fotografías y objetos escultóricos- como extraordinario.

Naturaleza muerta (2015 – 2023) es entonces el inventario caprichoso de unas cosas inanimadas que habitan el mundo. Es el acto estético de embellecer unas materias brutas. Es la apuesta del artista por invocar el hecho de que las imágenes tienen su propio lenguaje, que estas se manifiestan de forma autónoma y se potencian cuando entran en juego con otras; que la materialidad es un documento para la consolidación de la memoria y que los fragmentos puestos sobre una superficie (horizontal o vertical) activan asociaciones múltiples y a su vez una ficción cultural que encarna un tiempo histórico dislocado.

Con el título de esta exposición, Iraheta revitaliza un género de la pintura que durante los siglos XVI y XVII se catalogó como “una mera reproducción caótica de objetos inmóviles” (Schneider, 2003) que no encajaba en los cánones estéticos de la época. Sin embargo, estudios contemporáneos han recuperado su importancia: “Las naturalezas muertas, aparte de servir como documentos de la cultura, dan testimonio de los cambios sufridos por la consciencia y las mentalidades. Nos instruyen, unas veces muy directamente, y otras muy discretamente, sobre cambios históricos esenciales para la humanidad” (Ibídem, 2003).

Los montajes hechos con fotografías u objetos son, en la propuesta de Walterio Iraheta, un campo de experimentación en el que operan relaciones de similitud y contraste; las formas se contaminan unas a otras. La sofisticación que les ha concedido el artista hace aún más deseables esos envases: su carácter fetichista se ha potenciado.

Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista
Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista

El mural con casi 500 fotografías, las instalaciones organizadas en filas rectas o los bodegones impolutos funcionan como un templum dispuesto para un ritual (el más sagrado o el más perverso), “un espacio que hace coincidir órdenes de realidad heterogéneos (…) Se trata de un espacio donde se reúnen algunas cosas dispares, cuyas múltiples conexiones íntimas y ocultas tratamos de establecer, apariciones significativas que resultan paradigmas de una relectura del mundo” (Didi – Huberman, 2010).

Walterio Iraheta, en su proceso creativo, desprende las etiquetas de los botes seleccionados, los “limpia” de su categorización como producto para el consumo. Sin embargo, y paradójicamente, una vez intervenidos y dispuestos como series visuales o acumulaciones ordenadas, los valores imputados por el diseño y la publicidad continúan latentes.

El espectador de arte no logra arrancar del todo la esencia utilitaria de los envases, justo porque la trampa del lenguaje se lo impide: al observar esas “materias inertes”, se activan de inmediato los vínculos que estas tienen con su vida cotidiana. En un mismo instante, hay un acto de consumo duplicado: el consumo de la evocación del producto que habitualmente aparece en los estantes del supermercado, y el consumo del sentido poético que ha elaborado el artista.

Actúa en este proyecto el carácter seductor de la repetición, de la serialidad y la pulsión de deseo que encarna el mirar. El poder de una imagen -enunciaba J.L. Godard- se potencia cuando otras imágenes la exceden, la incomodan, la escoltan.

El shock en esta exposición se revela justo cuando se manifiesta la tensión que produce ese “consumo duplicado”, y esa tensión -solo y únicamente- es posible por las estrategias estéticas de las que se vale el artista.

“Con el montaje no es posible hablar de la imagen, sino de imágenes múltiples, parciales, desiguales, fragmentarias, las cuales adecuadamente dispuestas pueden ocasionar choques dinámicos que dan lugar a relámpagos de inteligibilidad” (Ureña, 2017).

Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista

Lo que nos dicen las cosas del mundo…

Los relatos de la historia del arte y de la cultura visual nos han develado que la fijación de los artistas en las cosas más mundanas ha sido una constante. Han registrado en sus obras la fisicidad de sus entornos cotidianos. Han hecho listas interminables de las acciones más simples que hacen en el día a día. Se han enloquecido con la constitución de las materias que dan forma a los espacios que habitan. Se han aprendido de memoria los lugares que ocupan los objetos en una mesa, en un mueble o cuando reposan en cualquier superficie. Han guardado piezas rotas que contienen recuerdos invaluables. Han observado como unos obsesivos de lo que está hecho el mundo.

Ese devorarse con los ojos los universos triviales plagados de cosas útiles e inútiles, ha sido parte fundamental de los procesos creativos de Walterio Iraheta. Con el paso del tiempo, ha ido recolectando envases y otro tipo de objetos que guarda en habitaciones como materialidades indispensables para la configuración de sus proyectos.

Lo excesivo de esas compilaciones es una característica que no se desvanece en ninguno de sus trabajos seriales; para él, apropiarse de esos cuerpos inanimados abre una posibilidad de decir cosas sobre los seres humanos, de levantar imágenes absurdas del acontecer mínimo de la existencia, de la rutina repetida, del tiempo que va muriéndose y que sobrevive en esos objetos.

Las maneras como Iraheta resuelve estéticamente el uso de esos compilaciones son producto de experimentos técnicos e investigaciones en las que el estudio de la historia del arte y de la fotografía han sido determinantes; en particular, hay dos referentes que cobran presencia en Naturaleza muerta: las bellísimas pinturas de Giorgio Morandi en las que se muestran botellas y recipientes domésticos de diferentes formas y tamaños organizados sobre alguna superficie horizontal (montajes cuidadosos); y Sol Lewitt, con la serie de 1101 fotografías que hizo de cada uno de los objetos de su apartamento en Nueva York como una forma de llevarse con él ese espacio habitacional.

En ambos casos, hay un registro maniático del tiempo que se traduce en imágenes. De igual forma, Iraheta lo hace con sus propias estrategias, y el resultado de sus extensos procesos son obras realizadas en diversos medios que están cargadas de tragedia y humor exquisito.

Ninguna obra de Iraheta se libera de enunciados críticos; sus producciones de factura perfecta incomodan por sus contenidos coyunturales. La belleza que levanta Iraheta es irritable, produce una deliciosa extrañeza como la que sugiere, por ejemplo, Wes Anderson con sus películas, o Joel-Peter Witkin con sus fotografías. Bien señalaba el fotógrafo Alfredo Boulton en plena mitad del siglo XX: “La imagen difícil o no familiar puede ser en realidad una importante y compleja declaración humana”.

Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista
Vista de la exposición Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, en Galería 123, San Salvador, El Salvador. Cortesía del artista

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Al comienzo de este escrito (fragmentario, por cierto) se señala el sentido inquietante de Naturaleza muerta, sentido que surge justamente porque lo que ha hecho Iraheta desde que dio inició a su proyecto es observar con insistencia las propiedades materiales de unos envases que tienen presencia en la cotidianidad actual. Son índices del consumismo frenético y de la globalización.

Con esos envases, Walterio Iraheta -como un expedicionario con instinto de etnógrafo- fabrica una ficción sobre la paradoja del acontecer contemporáneo. Sus artificios técnicos le permiten configurar una taxonomía del mundo. Como unos “altares” de estéticas pulcras, el artista presenta las imágenes de unos objetos insignificantes; con lucidez, sugiere un ritual que en simultáneo invita a la contemplación meditativa y al shock que aniquila para dar paso a la mudez. No hay lenguaje para enunciarse frente a la exquisitez de esos envases: estamos aterrados y extasiados en un mismo tiempo y espacio.


[1] Pedazos del prólogo de Umberto Eco en su libro El vértigo de las listas (2009)

[2] Iraheta deshace los envases de su esencia de producto masificado y con sus procedimientos técnicos les devuelve cierto halo de originalidad, de piezas únicas. Un juego audaz que entra a poner en pugna los alcances de las técnicas visuales contemporáneas para devolver el aura a esos objetos y las posibilidades de aniquilar esa aura con la “puesta en escena” de los mismos objetos estetizados; una pugna nada menor en estos tiempos. Para Walter Benjamin (1936), el aura es “la manifestación irrepetible de una lejanía” y no representa otra cosa que la formulación del valor cultural de la obra artística en categorías de percepción espacial y temporal. La técnica que posibilita de reproducción de las imágenes desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición, lo desauratiza.


Naturaleza Muerta, de Walterio Iraheta, se presenta hasta el 27 de abril de 2023 en Galería 123, San Salvador

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