ANTE CUERPOS LIMÍTROFES, REBOSANTES Y VACIADOS
Lo primero que salta a la vista tras abrir la publicación cuerpos limítrofes (2021), editado por el proyecto Kikuyo Editorial – Gráfica de Combate, en la ciudad de Valencia, es su edición y encuadernación manual realizada de forma colectiva. La delicadeza de lxs cuerpos en común, que hilaron cada página cosida en el lomo, es claramente visible y táctil ante la piel de las manos que sostienen la publicación. Así, el cuerpo, en la multiplicidad de dimensiones que se presentan en este libro, comienza por el sentir que suscita el tacto de sus páginas.
La publicación da vueltas en torno al concepto de cuerpo, bajo las intervenciones, visuales y escritas, de Olmedo Guerra, Natalia Alarcón Pino, Pachaqueer, Lucrecia Masson Córdoba, Rocío, Victoria Ramírez Mansilla, Paula López Droguett y Daniela Catrileo. Cada uno de estos nombres aporta una partícula que perfila y esculpe los delgados lindes del ente humano y no humano que nos da lugar, y que se agrupan en las fronteras móviles de aquel concepto.
La mayoría de las imágenes contenidas en el libro son encuadres en primer plano, que van directo al detalle: la piel, los pliegues, las cicatrices, marcas y hendiduras, los tejidos internos, las paredes de los órganos, la crudeza del plasma sanguíneo. A ratos, no sabemos qué estamos mirando como referencia directa, pero sí percibimos la calidez biológica que brota de este y cualquier organismo vivo, porque las fotografías de Rocío y Paula López Droguett y las pinturas de Natalia Alarcón Pino delinean su propia acepción de uno y más cuerpos.
Rebosantes
“Un cuerpo no es un cuerpo hasta el momento de autorreconocimiento (…) tiene una autonomía física y una mirada ajena que le da contexto”, nos dice Olmedo Guerra al comienzo de su ensayo. Entre la intimidad personal que es consciente de la complexión física desde donde nos movemos y proyectamos cada día, hasta los estímulos, convenciones y matrices que nos devuelven la mirada hacia la propia piel, se teje una noción de cuerpo que se modifica y adapta en su tránsito por ambos polos.
Esto también es enunciado por Lucrecia Masson Córdoba cuando sostiene que “cuestiones como el tamaño, la funcionalidad, la salud, etc. se ven atravesadas por patrones en común”, lo que luego se complementa con el apartado siguiente de su escrito, titulado técnicas de esquivar el bulto. Allí se cuentan los tips que usualmente se indican para verse mejor en una fotografía, cuyas bases se asientan en la idea de que se perciba la menor cantidad de cuerpo posible, cuando éste es considerado una presencia en exceso, desbordada. Además, Masson Córdoba nos cuenta la supuesta diferencia entre gorda y flaca que siempre la separó de su hermana en el relato de su madre, para luego desentrañar toda la ficción construida en torno a esa supuesta distancia física y numérica.
Al correr la página, aparece la serie de fotografías de Rocío titulada Inmensidades. Allí observamos fragmentos de cuerpos en distintas posiciones. Parecen cómodos, naturales, como cuando cada quien sale de la ducha, deja caer la toalla y juguetea con la propia piel por breves minutos, hasta secarse. En ninguna de las imágenes se ve la identidad del rostro y en todas ellas se extiende la inmensidad de una piel anónima, y por lo mismo, universal.
En contraposición al resto de las obras presentes en el libro, la serie Materialidades de Natalia Alarcón Pino es la única en pintura y no captura fotográfica. La artista condensa escenas que remiten a interiores de cavidades orgánicas e inexactas y también a pieles, gestos y cuerpos flectados, que se asoman en cada composición como si fueran visibles al rabillo del ojo. “Espalda arqueada. Duele de tanto escritorio”, dice una frase del ensayo de Olmedo Guerra, cuya cadencia se entrama con lxs cuerpos ejecutados por la artista en las páginas siguientes, entre cada borroneo de pintura.
Por su parte, en la fluidez de su propio manifiesto, Pachaqueer nos presenta unx cuerpx desplegadx entre la aspereza de la realidad y sus problemáticas para ciertas identidades, devenires y cuerpxs visibles. Allí, la piel es una frontera líquida, que transmuta entre el adentro y el afuera, y la doble fortaleza y fragilidad que implica la violencia, la lucha y el ardor ante lxs cuerpxs de quienes son restadxs cada temporada.
Vaciados
“El cuerpo, que es trayectoria, nunca anda solo”, reza el final del ensayo de Lucrecia Masson Córdoba. Esto último nos conecta al relato de Victoria Ramírez Mansilla, titulado Una semilla se adentra en mi oído. Como es habitual en la autora, el tono narrativo y biográfico se entremezcla con otros cuerpos, formados por astillas de memorias que chocan con el ruedo del presente y entes vegetales que conforman y se comunican con la narración de su hablante. Todo ello, para dar lugar a la actualidad del propio cuerpo de Ramírez Mansilla, traducido en estas páginas de su escritura. Aquí, el perfil de su organismo se proyecta a través de los vacíos que aparecen en la relación con su padre y la interacción con sus órganos a través de las semillas fijadas en la oreja izquierda de su hija, untadas con pegamento tibio. El cuerpo, intervenido por medicina china, atraviesa distintas densidades, recuerdos, sensaciones y se sumerge en las aguas del Pacífico, donde se despegan las semillas y remueven las propias raíces familiares que han llevado a su colocación en la piel sobre la oreja de quien escribe.
En las páginas siguientes, la serie de fotografías Este cuerpo no es mío, de Paula López Droguett. Cuerpos intervenidos, con secciones en falta, marcas, cortes, protuberancias y extracciones que se evidencian en las cicatrices sobre las pieles que aquí se muestran. Deseos y ansias por ser contenidxs en otras siluetas y figuras componen lxs cuerpos en transformación capturados en estas imágenes.
Hacia el final de la publicación, La lucha por las aguas: oralidad, arte y resistencia del Pueblo Mapuche, de Daniela Catrileo, evidencia y matiza la relación entre las consignas de activismo por la privatización y escasez hídrica, así como también su importancia dentro del Pueblo Mapuche, donde el agua se concibe como un ente vivo –un cuerpo–, análogo a las filtraciones de palabras en mapudungun que, tal como indica la autora, corren como un cauce vivo que se hereda. Así, a partir de estas memorias, Catrileo introduce obras de artistas visuales contemporáneos, como Seba Calfuqueo, Paula Baeza Pailamilla y Francisco Vargas Huaiquimilla, que integran la historicidad húmeda de este legado dentro de su trabajo artístico, y en cuyas obras decanta el paralelismo entre cuerpo y colectividad (“Los cuerpos nunca son presencias sin relación, sin comunidad”).
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