PALIMPSESTO. MUROS DEL ESTALLIDO
La muestra Palimpsesto del fotógrafo Alexis Díaz Belmar[1] en el Centro Cultural Gabriela Mistral – GAM es una invitación a revisitar los muros y marcas que la revuelta del 18 de octubre del 2019 dejó tras de sí. El audiovisual de Díaz Belmar tiene la potencia que tuvo la caminata de esos meses de la revuelta. Con sus proyecciones y paisajes sonoros, las imágenes logran llevarnos de regreso a esos lugares simbólicos de memoria y tensión, no solo en la ciudad de Santiago, sino también en otros paisajes a lo largo de Chile. Porque aquí todos estallamos, los vivos, los muertos y los espectros también.
Palimpsesto
El término Palimpsesto proviene del griego antiguo y significa “grabado nuevamente”. Un manuscrito – texto escrito a mano – en el que se ha borrado, mediante raspado u otro procedimiento, el texto primitivo para volver a escribir un nuevo texto. Un manuscrito que conserva huellas de una escritura anterior borrada por otra mano, en la misma superficie. Un manuscrito que nos abre a la intertextualidad, una relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, un texto en otro. Copresencia que, en el caso de estos muros del estallido se empapa de una serie de otras operaciones, pero que en lo esencial nos llevan siempre a esa relación lúdica y a veces furiosa que es la coexistencia de los estratos y capas sobre un mismo muro. CO – PRESENCIA que es también fricción, diferencia, conversación, grito, lamento y risa que en su cromática de palimpsesto es también polifonía.
Conmemoración de las ánimas
Tres son los muros–pizarrones que la muestra nos ofrece: los muros del GAM, de la calle Irene Morales, y del edificio de la Telefónica. Me quiero detener en uno de los muros, quizás el que más me conmueve, porque allí el palimpsesto y la intertextualidad operaron y siguen operando sin tregua. Es el bello muro-animita de la calle Irene Morales, nombrada así por la costurera de la Chimba, enrolada como sargento segundo y cantinera o enfermera del Ejército de Chile durante la Guerra del Pacífico. En esa angosta y breve calle que une el Parque Forestal y la Alameda, en los muros de un edificio que alguna vez funcionó como el bar restaurant Jaque Mate, el palimpsesto existe y resiste.
La historia de ese palimpsesto, sin embargo, empezó a escribirse hace décadas. Fue en el invierno de 1984 cuando en esa calle, saliendo del bar, la pintora y escultora Mónica Briones fue asesinada. Su homicidio es considerado el primer caso documentado de un crimen de odio lesbofóbico en Chile. Durante años, breves y fugaces homenajes a modo de improvisado cenotafio aparecen y desaparecen en esa esquina que mira al parque Forestal.
Treinta y cinco años después, la noche del 27 de diciembre del 2019, en pleno estallido social, Mauricio Fredes, maestro yesero, muere por inmersión luego de caer a una fosa en calle Irene Morales con la Alameda, tras una fuerte represión a los manifestantes por las fuerzas policiales. Desde ese día, en la esquina opuesta a la de Mónica Briones, pero en el mismo muro, una colorida animita será resguardada por jóvenes de la primera línea y habitantes de la calle. Banderines del popular equipo de fútbol Colo-Colo, restos de bombas lacrimógenas, antiparras, monedas y flores plásticas eran algunas de las muchas ofrendas que rodeaban a la animita. Ofrendas con las que – tal como ocurre en toda animita – los sobrevivientes piden favores para sobrellevar la vida en este mundo; mientras que el muerto pide ayuda para poder llegar al cielo.
Sin embargo, en los primeros días del confinamiento por la pandemia, la animita fue destruida por las autoridades. Aun así, al poco tiempo, la animita reapareció, trepando y encaramándose por los muros de la vieja casona de esa misma esquina. Es entonces cuando toma fuerza el palimpsesto. La animita transmuta en un imponente texto-memorial donde se irán plasmando los rostros y nombres de las demás víctimas del estallido, de la represión y también – a modo de contagiosa solidaridad – de les jóvenes de la comunidad LGTBQ+ violentamente asesinades. Es la memoria lésbica que a modo de palimpsesto inscribe y reinscribe los nombres de Mónica Briones, Nicole Saavedra, Susana Sanhueza, Vanesa Gamboa… Solo que ahora ellas no están solas: a sus nombres se suman también los de Isidora Bravo, Ángeles González, Macarena Valdés, Francisca Sandoval, Paula Lorca, Denisse Cortés, Irma Gutiérrez, Grace Soto, Carolina Trincado, Chico Leslie, Stefanía Breve, Anna Cook, Emilia Bau, y también dos mujeres emblemáticas en su capacidad de lucha, Nicolasa Quintramán (2015) y Luisa Toledo (2021) .
Un memorial para recordar que cuando alguien muere inesperadamente y de manera violenta, las ánimas no pueden descansar, vagan con tristeza por el lugar y se aparecen cada cierto tiempo para exigir justicia. Como grita una de las frases de este palimpsesto: Tras los cuerpos amurallados mis manos se extienden a través. Un palimpsesto que a ratos se viste de lila para anunciar que la calle será feminista o arderá. Es la intertextualidad del memorial-animita de calle Irene Morales la que nos recuerda que no todo es iconoclasia en la protesta. A los gestos del derribamiento y la ira le suceden también gestos y obras que crean nuevos paisajes y horizontes en la ciudad. En cada uno de estos gestos no solo se agencian y gatillan procesos de descolonización del espacio público, también se desmontan estéticas y simbologías oficiales, visibilizando y explicitando las lógicas hegemónicas y excluyentes allí instaladas.
¿Qué hacemos con estos palimpsestos?
Para quienes transitamos todos los días por estas calles, la pregunta por el destino de estos espacios públicos nos acompaña. El palimpsesto que Alexis Díaz Belmar nos muestra en el GAM se ha desdibujado con el paso del tiempo, para dar paso al blindaje y camuflaje que todo lo cubre de gris, café y verde militar. Porque el problema de la producción de nuevas retóricas de los lugares es que una vez establecidas pueden volverse viejas y, por ello, invisibles. Con los lugares de protestas puede ocurrir algo similar y terminar convirtiéndose en eventos normalizados y ajenos, al punto que los palimpsestos se vuelvan inútiles en su capacidad disruptiva.
El problema es cómo lograr que la destrucción y el escombro que dominan en la protesta no terminen por obnubilar, fagocitar los gestos expresivos de subjetividades y deseos de la vita activa que se descubre en estos muros. Lo que nos queda claro, mirando esta muestra, es que los procesos de la revuelta y del hacerse presente permitieron revertir la agorafobia porque nos abrieron camino hacia nuevas formas de ocupar los espacios públicos y aquellos donde los procesos decoloniales y de celebración de la condición de lo urbano se impusieron.
Pero ¿cómo resguardar estos sentidos de lo público? Sugiero al menos dos maneras que por cierto van de la mano:
Uno, protegiendo y resguardando el común espacio de los diferentes, del “nosotros” y de los “otros”, de los principios de identificación y también de los principios de distinción y diferencia. Porque si algo nos enseñan estos palimpsestos es que el espacio público no es necesariamente el lugar donde los habitantes de una ciudad ejercen su igualdad, sino quizás, aquel donde ejercitan sus enormes diferencias al modo del palimpsesto que es también polifonía.
Dos, abriendo y ocupando las plazas y los muros-pizarrones para el resguardo de la condición de lo urbano. Transformar los campos minados de lo “patrio-patrimonial” en nuestras ciudades exigirá abrirse hacia las posibilidades de coexistencia intercultural que, en vez de neutralizar nuestros desacuerdos afectivos o morales y nuestros conflictos ontológicos, ideológicos y epistemológicos, permita explorar todo lo que está en disputa o hace fricción. En definitiva, perderle el miedo a vivir en la fricción para encontrar formas de ser juntos siendo diferentes. Más que derribar y operar con la tabula rasa, habrá que aprender que todos estamos invitados al baile; porque la plaza era más linda cuando todas las mañanas al general se lo vestía y travestía de colores para invitarlo a bailar con nuestros muertos en la gran explanada.
En síntesis, el ideario de una ciudad aséptica, ordenada y monumental ciertamente parece hoy no tener cabida. Por el contrario, tal como se nos enseña en esta muestra de Alexis Díaz Belmar, el gesto, la expresión performativa y los palimpsestos cubren la ciudad y sus muros, y la recubren del valor de lo transitorio, fugaz y efímero. Las obras desplegadas invierten los principios de la monumentalidad patrimonial para dejar que el gesto colectivo pueda hablar. De allí que el espacio público no se cierre ni petrifique, porque de lo que se trata, justamente, es que exprese esas disputas que subyacen a la historia patria. Tras el estallido social, lo que queda es entonces un espacio público que, además de rebelarse contra los totalitarismos y colonialismos del siglo XX, nos exige re imaginar los principios democratizadores del ordenamiento urbano.
Tal como hemos visto en este palimpsesto, desbordada la estética urbana la ciudad se nos ha convertido en un pizarrón cuyo complejo texto habrá que cuidar para poder desentrañar, interrogar, interpretar y (re)pensar. Y atrevernos a pensar que la forma trizada, roída, frágil y desplazada de su sitio original puede ser concebida como un nuevo modo de estructuración de lo social y de su inteligibilidad en el marco de las democracias desbordadas. Estos palimpsestos así nos lo muestran.
Palimpsesto. Muros del Estallido, de Alexis Díaz Belmar.
Curador: Jorge Gronemeyer
Paisaje Sonoro: Ana María Estrada
Audiovisual: Alejandro Valdeavellano, Paloma Rodríguez, Constanza Asenjo
Sala de Artes Visuales del Centro Cultural Gabriela Mistral – GAM, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 227, Santiago, Chile
Del 17 de agosto al 23 de octubre de 2022
*Proyecto Financiado por el Fondo Nacional para el Desarrollo de la Cultura y las Artes (FONDART), Línea Artes de la Visualidad, Modalidad Trayectoria, Convocatoria 2021. Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Gobierno de Chile.
[1] Alexis Díaz Belmar (Santiago de Chile, 1977). Fotógrafo, editor e investigador. Sus temas de trabajo e investigación son el territorio, la memoria y sus relaciones con el capital. Actualmente se desempeña como director de Haikén Ediciones, editorial especializada en fotografía y su desplazamiento hacia otras disciplinas.
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