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9. ¿POR QUÉ JERRY SALTZ ES EL CRÍTICO DE ARTE MÁS POPULAR?

Afirmar, querido lector, que Jerry Saltz es el crítico más popular del mundo parece algo tan obvio que dedicarle una columna a ello sería poco más que malgastar el tiempo.

Una simple comprobación de su presencia en redes sociales nos da 513.000 seguidores (y más de 10.000 publicaciones) en Instagram, 100.000 entre amigos y seguidores en Facebook y 527.000 seguidores en Twitter. La suma asciende a la nada desdeñable cifra de 1.140.000 seguidores en redes. ¡Ay bendito!

Ahora bien, si tomamos, por ejemplo, los 513.000 seguidores de Saltz en Instagram, la cifra nos va a impresionar aún más si la comparamos con actores de cine como Sean Bean de la famosa saga The Lord of the Rings con sus míseros 274.000 fans en Instagram o con el mismísimo Christian Bale de American Psycho con sus escasos 280.000. Para ser un mero crítico de arte, las huestes de seguidores son altísimas. Y ya, para completar la imagen, una comparación intramuros con el respetado crítico de arte norteamericano Barry Schwabsky y sus ‘raquíticos’ 6.974 seguidores en Instagram, nos hace ver la magnitud del extraordinario fenómeno Jerry Saltz.

No vamos a analizar aquí el descalabro o insignificancia de la crítica de arte dado que eso daría para un largo y polémico ensayo. Eso se lo dejo a los chicos de AICA para sus divertidos congresos. Grosso modo, podemos afirmar que históricamente ha habido un trasvase de la función del académico o historiador de arte de finales del siglo XIX hacia el crítico de arte, que alcanza su momento álgido en los años 60 con personajes como Clement Greenberg y Harold Rosenberg, y que éste empieza a ceder su poder ‘contextualizador’ al curador a partir de mediados de los años 90. En otras palabras, en el sistema actual, que he denominado el dealer-collector-curator system, el crítico ni aparece ni se le espera, como dice el coloquial dicho. Y Jerry Saltz es, como espero poder argumentar, la perfecta excepción a esta regla.

Recordemos, no obstante, a algunos teóricos que han filosofado acerca de la crisis de la crítica de arte y sus espacios discursivos dado que ello nos servirá para contextualizar la gigantesca figura de Saltz.

En una mesa redonda en el año 2002 dedicada al estado de la crítica de arte, Benjamin Buchloh afirmó tanto como que el mercado había desmantelado la competencia del crítico de arte “dado que la esfera pública del museo ya no convoca a esa tercera voz independiente entre el productor y el receptor”. Y acababa concluyendo conque “es en ese momento cuando queda patente que el crítico ya no desempeña un papel en nuestras estructuras culturales.”[1]

También es ineludible referirse a la idea de post-criticism o “post-crítica” de Hal Foster lanzada allá por el año 2012, cuyas palabras bien merecen ser citadas al completo: “[y] hoy queda poco espacio para la crítica, incluso en las universidades y el museo. Atacada por comentaristas conservadores, la mayoría de la comunidad académica ya no enfatiza la importancia del pensamiento crítico para un ciudadano comprometido. Y la mayor parte de los curadores, que depende de patrocinadores corporativos, tampoco promueve ese debate crítico que una vez se pensó era esencial para la recepción pública del arte de vanguardia.”[2] Algo de razón deben de tener cuando hoy día vemos a la gran mayoría de críticos de arte publicar y recomendar en sus redes exposiciones de museos y galerías de arte como si fueran sus agentes de prensa.

Estoy de acuerdo con Buchloh cuando incide en la idea de la pérdida o desaparición de la figura del crítico. Tal vez este proceso haya ido de la mano de la desaparición o pérdida de poder de las revistas de arte. Pensemos solo en Contemporary, Modern Painters, Lápiz, Art in America, la menguada FlashArt, Artnews o mismamente Artforum, que más que una revista parece un catálogo de Ikea. Solo basta, querido lector, hacerte la siguiente pregunta: ¿cuándo fue que compraste la última revista en papel? ¡Yo ni me acuerdo! Y, por otro lado, también coincido sobre todo con la idea de Foster de la “post-crítica”. Jerry Saltz sería el ejemplo perfecto de ese crítico reciclado o “post-crítico” que es el que triunfa hoy.

¿Qué es entonces un “post-crítico”?

La crítica de arte refleja fielmente una sociedad donde se manifiesta una curiosa mezcla de medios de masas, consumismo, cultura popular, populismo, celebridad y redes sociales. Una sociedad que se halla inmersa en pleno proceso de transición de la sociedad de la palabra hablada o escrita hacia la sociedad de la imagen (Régis Debray, Fredric Jameson) y del advenimiento de la cultura pop y kitsch en los ámbitos de la alta cultura (Umberto Eco), trayendo consigo el cambio de rol o autoridad validadora del crítico. Memorización, contextualización, concentración, habilidad de lectoescritura o capacidad de razonamiento escrito o verbal han ido desapareciendo, dando paso a los denominados short attention span y multitasking. Asimismo, hoy aquello que se entiende por “verdad” es algo que se limita al ámbito de la pura opinión, sin necesidad de aportar ningún tipo de prueba, sea ésta una fotografía o una imagen en movimiento.

Todo ello ha traído la sociedad de la opinión, pero no del conocimiento. El exceso de información hace que cada vez estemos más informados y que cada vez sepamos menos. Es absolutamente incongruente, lo sé. Lo que importa es participar de cualquier discusión, aunque no tengamos mucha idea del tema, dado que la sociedad de la información de la democracia garantiza a cada ciudadano el derecho a expresarse.

Y las redes sociales han hecho realidad ese sueño de opinar sobre el próximo viaje a Marte o el color preferido de ropa interior de Victoria y David Beckham. “Vivimos en la sociedad de la opinión y no en la sociedad del conocimiento (y la diferencia es importante)”, señala en su artículo Juan Pablo Carrillo Hernández, lo que ha traído consigo el desplazamiento de la famosa “sociedad del conocimiento” a la “sociedad de la ignorancia”. Vivimos, según él, en una sociedad donde los necios “tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel.” Es el cacareo en redes sociales al que el filósofo coreano Byung-Chul Han en En el enjambre (2016) ha denominado shitstorm, o tormenta de mierda: las reacciones afectivas, exageradas, ruidosas de las redes sociales que imponen solo ruido y no generan respeto. Y yo añadiría: que no generan respeto al conocimiento o a aquel(la) que lo tiene. Pero ya nos lo venía avisando el fallecido Zygmunt Bauman desde el año 1992, cuando afirmaba esta flagrante pérdida de autoridad intelectual en la sociedad y cultura contemporáneas: el intelectual se había ganado su “derecho a proponer determinados estándares de verdad, moralidad y gusto.”[3]

Parafraseando a George Orwell y su Animal Farm (1945), podemos tranquilamente afirmar que all opinions are equal, but some are more equal than others. En otras palabras: tu opinión es válida si eres un experto en la materia y lo has demostrado (libros, publicaciones, ensayos, etc.) o si articulas tu opinión basándote en opiniones de personas reconocidas en ese campo. Si no se da ninguno de estos dos casos, tu opinión es muy respetable, pero carece de autoridad. Leer a críticos de arte o curadores opinar sobre el nuevo montaje de la Frick Collection y no ser capaz de articular ni un solo argumento museológico-museográfico, sino un simplemente “me gusta”, es absolutamente ridículo, como si te llamas Ben Davis, que por muy crítico-estrella que seas de Artnet no tienes autoridad sobre la materia.

¿Y qué rayos tiene todo este sermón que ver con Jerry Saltz?

Para mí Jerry Saltz ejemplifica mejor que nadie los males de la sociedad actual y su éxito se debe precisamente a esa tan manifiesta ignorancia o falta de conocimiento del que hace gala una y otra vez, y que tanto les gusta a sus seguidores. Es el ejemplo de esa deriva superficial que afecta al mundo del arte en todos sus estamentos. No es necesario aducir más nombres aquí.

Los que seguimos a Jerry Saltz en Instagram estamos acostumbrados a sus boutades (If you want to make a painting, start thinking like a painting), sus infantiles encuestas (Is there art that you just loved as a teenager or when you were young that you no longer love now?) y sus opiniones poco meditadas (“A good critic always puts more into writing about the art work than the artist put into making it. The artist only creates. The critic must plumb that creation & also write creatively enough to deliver the full volume of the art while also creating a thing of beauty & clarity itself.”  (Twitter, 25 de enero de 2021), donde llegó a afirmar que la labor del crítico de arte es más importante que la del propio artista, que solo se dedica a crear… ¡A ver si el artista se entera de una vez de que no hay lugar para él en el sistema! Saltz lo puede decir más claro, pero no más alto.  

Saltz ha pasado del estado de crítico a auténtica celebridad del arte. ¿Cómo lo ha conseguido?

Pienso que hay básicamente cinco elementos que caracterizan su estilo y contribuyen a ese alto grado de identificación entre un amplio sector del mundo del arte: 1) un estilo de crítica de arte popular y directo 2) un uso constante e inteligente de las redes sociales 3) la estrategia del photocall con otras celebridades 4) apuntarse a la última novedad y 5) un seguimiento que no requiere un esfuerzo intelectual por parte del seguidor.

Comencemos con su divertido estilo. Jerry Saltz se presenta a sí mismo como una suerte de “anti-sistema”, como una especie de hooligan, que representa el punto de vista de los de abajo en contra de los perversos jerarcas del arte. Se jacta de no tener estudios y ser un self-made man, a pesar de que después curiosamente se vanaglorie de tener tres doctorados honoríficos (you can call me doctor doctor doctor), entre ellos uno de la School of the Art Institute of Chicago. Su estilo o house style es tremendamente popular, accesible y llano, recurriendo a menudo a un lenguaje adrede anti-académico. Además, es tremendamente populista, aderezado con toques de falsa modestia, a sabiendas de que lo que dice es una falacia, pero que le va a granjear aplausos y likes: como cuando escribió en el año 2018 el artículo en la revista digital Vulture A Modest Proposal: Break the Art Fair. Hay que romper las ferias, mas no importa que luego él sea el que no se pierde ni una dichosa feria ni que éstas también sirvan para que artistas vendan sus obras. Como diría Woody Allen: “Don’t let the truth ruin a good story”. Y el estilo de crítica es, además, tremendamente opinionated, es decir, basado en su mera opinión sin aportar ningún argumento histórico-artístico de peso o apoyarse en otros historiadores de arte o expertos en la materia. Es su opinión expresada de manera sencilla, directa y accesible para todos (sin tener que saber de arte ni esforzarse en aprender). Y su palabra sienta cátedra.

Como ejemplo de esa gracia populista, quiero recordar alguno de esos episodios que hace periódicamente, como cuando se metió en el metro de Nueva York con un poster de Guernica y paraba a la gente a explicarles el cuadro. Divertidísimo. ¡Aunque luego en su muro demuestre no tener mucho conocimiento de Guernica más allá de un puñado de lugares comunes! Ya que Guernica es uno de mis temas preferidos, pensé que haría bien en añadir a su muro unas minuciosas anotaciones con nombres, fechas y lugares para indicarle que lo que argumentaba no era correcto, pero solo me gané un burocrático I like. ¡Qué decepción! A diferencia de lo que suele hacer con sus seguidores, no se sintió conmigo con el ánimo de argumentar. ¡Siempre tan peleón y va y se me queda mudo! No hay quién entienda a este señor…

Hace unos meses yo andaba enfrascado investigando acerca de posibles estrategias prácticas para que el artista consiga dar más visibilidad a su obra. Vi el muro de Jerry y me dio por comprar su último libro titulado How to be an Artist (2020). (Debo admitir que a la hora de investigar un tema específico prefiero pecar de exceso que quedarme corto. Admito también que hasta soy capaz de leer a autores que a primera vista no me interesan tanto. ¿Devoción? ¿Masoquismo? Call it whatever you like!)

El libro de Saltz es un perfecto vademécum de su particular estilo con todas sus bondades y verdades. Aquí una selección de citas que, pienso, ejemplifican su mantra: If you want to make great art, it helps to ask yourself what art is (p. ix); But doubt is a sign of faith: it tests and humbles you, allows newness into your life (p. x); You are a total amateur (p. 1); Don’t be embarrassed (p. 3); Recognize the Otherness of art (p. 8); Cast your nets into the waters (p. 14); There’s no road map for art. Get lost! (p. 17); Work, work, work (p. 19); Start working when you wake up (p. 25); Make your mark (p. 27); Imitate… then separate (p. 34); Listen to the wildest voices in your head (p. 47); Find your own voice, then exaggerate it (p. 49); No, you don’t need graduate school (p. 83); Be delusional (p. 123) y Oh, and once a year, go dancing (p.125).

Estoy seguro de que si el artista se levanta por la mañana, trabaja, trabaja, trabaja, escucha las voces más locas en su cabeza, duda, se pregunta qué es arte, va una vez al año a bailar y (el que más me chifla) gets lost o se pierde, alcanzará el éxito a decir de Jerry.

No tengo nada en contra de un estilo directo y sencillo, pues pienso que el reto del escritor hoy más que nunca es saber unir instrucción y divertimento. Ahora bien, cuando todo se limita a una mera retahíla de recetas simples a cuestiones complejas sin ningún tipo de armadura teórica más allá del “porque yo lo opino” (como el famoso anuncio de L’Oréal Elvive), entonces el discurso carece de credibilidad y se convierte en un mero ego-trip. Al fin y al cabo, el (político) populista siempre tiene recetas sencillas para cuestiones complejas y para él solo existe el blanco-y-negro. Me encanta Saltz: quememos la feria y el galerista ya no va a tener problemas financieros o eliminemos al galerista y el artista va a vender su obra directamente y tendrá más ganancias. Difícil oponerse a semejantes bonitas soluciones, ¿verdad?

El segundo elemento de su éxito radica en el inteligente e incesante uso de las redes sociales. Podemos recurrir a la “teoría de interacción para-social” de Donald Horton y Richard Wohl, acuñada en 1956, para analizar el caso de Saltz y su comportamiento en las redes sociales: la aparente familiaridad que existe entre Saltz y sus seguidores fomentada a través de Instagram, Facebook y Twitter.[4] Esta “ilusión de intimidad” es incentivada a través de una “relación constante” de posteos o publicaciones, imágenes, encuestas, comentarios y likes que genera entre los seguidores esa “ilusión de reciprocidad”. Saltz se convierte así no solo en un crítico ‘familiar’ sino en alguien con el que nos podríamos encontrar fácilmente en la próxima exposición o feria de arte (e, incluso, tomarnos una cerveza). Además, Jerry también nutre a sus fervorosos fans de imágenes de lo que Andreas Kitzmann denominó como public privacy: momentos privados que se comparten a través de la tecnología con los fans y que sirven para acrecentar una determinada imagen pública, como cuando comparte imágenes de su escritorio y su café favorito Double Gulp de la marca 7 Eleven, o fotos con su mujer Roberta Smith tomadas en la intimidad de su casa.[5] A diferencia de las cuentas de redes sociales de muchas estrellas, que son gestionadas por agencias de relaciones públicas o Community Managers, es el propio Saltz el que constantemente contesta e interactúa con sus seguidores haciendo que la relación entre el seguidor y la/el crítico-celebridad sea más fluida. (Vaya, ahora voy a pensar que me tiene castigado…)

Además, el experto en teoría de la celebridad -entre el que no te encuentras tú, querido lector, que aún desconoces la diferencia ontológica entre ‘fama’ y ‘celebridad’ y continúas desprejuiciado pensando que son intercambiables- me echaría en cara no mencionar a Daniel J. Boorstin y su archi-conocida teoría de los pseudo-events o “pseudo-eventos”, acuñada en 1962: actividades que existen o se conciben con el único fin de alcanzar publicidad mediática y que solo se convierten en ‘realidad’ una vez que son vistas a través de las noticias y la televisión y, desde hace unos decenios, a través de los medios sociales. Boorstin matizaría que los “pseudo-eventos” son dramáticos, planificados, repetibles y que contribuyen a crear la idea de que “uno está informado”.

Es evidente que los medios sociales han disparado y transformado la idea del “pseudo-evento” y que la mayoría de ellos son pensados para subirlos a redes como Instagram: Jerry bebiendo un café Double Gulp en el 7 Eleven; Jerry tumbado sobre una escultura de crochet de Orly Genger en Madison Square Park; Jerry acariciando una vaquilla; Jerry solo caminando (no caminando solo); Jerry hablándole a la cámara en una galería de arte porque criticism never sleeps; Jerry esto y Jerry aquello.[6]

Me imagino por un instante que Daniel J. Boorstin en sus sueños más salvajes jamás se hubiera imaginado que sus pseudo-eventos se convertirían en algo rutinario y espontáneo, que no necesitan de ningún tipo de planificación dado que conforman el ADN del ser humano en la era de las redes sociales. Estos pseudo-eventos son acciones o situaciones que escenificamos a diario solo pensadas para las redes sociales y nuestros seguidores, desde los posteos hasta nuestras stories. En el fondo, los pseudo-eventos de Boorstin también han derivado hacia los gossip events: la sección de Artforum que más lectores acumula con diferencia es la famosa Scene and Herd, la conocida sección de cotilleos del who-is-who del arte al estilo del mejor celebrity journalism que permite al lector construir la ficción de que está —como diría el gran comunicador Ronald Reagan— in the loop.

Además de esa amplia categoría de sesudos eventos, el éxito de Saltz se debe no solo a que postea muchas cosas que pueden llegar a generar como 16.000 likes, sino también (y más importante aún) a que consigue un alto nivel de engagement entre su audiencia, que puede alcanzar la locura de unos 3.000 o 4.000 comentarios.

El tercer elemento de su estrategia es lo que podemos denominar el celebrity photocall. Jerry Saltz no desperdicia ninguna oportunidad de salir fotografiado con otras celebridades, sean políticos (los Clinton, Obama o Biden), mega-galeristas (Larry Gagosian y David Zwirner), coleccionistas (Eli Broad, Rubell) o estrellas de cine, televisión o de la música (Brad Pitt, Willem Dafoe, Steve Martin, Oprah Winfrey, Anderson Cooper, Jay Z y un largo etcétera). Todo ello ensalza su propia imagen de celebridad. También el haber participado en 2010 como jurado en Work of Art: The Next Great Artist, una suerte de reality donde 14 jóvenes artistas competían por una exposición individual en el Brooklyn Museum, le otorgó a Saltz una gran popularidad más allá del reducido público del arte. Podríamos decir que Saltz emula perfectamente el dictum warholiano: “Don’t be pushy, but let everybody know you’re around.”[7]

El cuarto aspecto del fulgurante éxito de Jerry Saltz se debe a su necesidad de estar a la última, es decir de “ser moderno” y mostrarse a la vanguardia de los acontecimientos. Cualquier cosa que ocurra, Saltz intentará estar presente para trasmitir a sus seguidores esa imagen de updatedness que es tan importante para él. En el fondo no es más que seguir emulando la vieja idea de las vanguardias. El último y perfecto ejemplo es el del NFT: juntamente con Kenny Schachter, Jerry se subió al carro de la modernidad para crear un NFT que luego fue subastado para beneficio de alguna fundación benéfica. ¡Hoy es el NFT y mañana será el WTF!

El último y quinto punto que explica y resume el fulgurante éxito de Jerry Saltz es que su religión no exige grandes sacrificios, como gran parte del arte hoy: es fácil, digerible, muy a menudo divertido, entra plácidamente por los oídos, no necesita de sesudos estudios ni aburridas lecturas, es, en resumen, un acceso instantáneo a la verdad del arte, a su verdad. El que no modifique sustancialmente nuestro punto de vista ni perspectiva del mundo hace precisamente, como el arte kitsch, que sea placentero sin obligarnos a cambiar. Es más, sus boutades y sus comentarios directos, llanos, sinceros y populares consiguen precisamente generar en nosotros la idea de que las cosas pueden cambiar en el arte, de que existe otro mundo posible (¡quememos las ferias!) y más democrático en el que todos participamos y donde nuestra opinión es igual de válida. Es todo admirablemente lampedusiano: Saltz nos promete el cambio para que las cosas sigan igual. Él forma parte de ese establishment que tanto critica, pero que le otorga la vida que tanto le gusta asumiendo el heroico papel de opositor o renegado. Ya sabemos que una de las virtudes del neoliberalismo es precisamente apoderarse y controlar las voces supuestamente disidentes.

Un contra-ejemplo al crítico post-crítico que tan bien ejemplifica Jerry Saltz sería el también norteamericano Barry Schwabsky. Crítico de arte del periódico The Nation y responsable de la sección de noticias internacionales de Artforum, Schwabsky es uno de los críticos de pintura más relevantes del mundo del arte, que en el año 2005 escribiera el famoso ensayo The Triumph of Painting de la colección Saatchi, que inauguraría ese regreso a la pintura. También es, entre otros, el editor de la famosa serie dedicada a la pintura Vitamine P de la editorial Phaidon. Reconocido poeta además de autor de múltiples libros y ensayos, Barry Schwabsky tiene una formación académica sólida y es ampliamente respetado en el mundo del arte. Schwabsky también fue el autor de la reciente carta al The New York Times firmada por más de 100 artistas, galeristas, curadores y otros miembros del arte con motivo de la cancelación de la muestra de Philip Guston por la Tate Modern y la National Gallery de Washington. Sin embargo, en Instagram apenas alcanza la cifra de 6.974 seguidores y no tiene cuenta en FB ni en Twitter.

¿Por qué a pesar de estar mucho más cualificado que Jerry Saltz, Schwabsky tiene mucha menos visibilidad? La respuesta es sencilla y nos permite revisar lo argumentado: 1) no tiene un estilo directo, popular y populista 2) el uso de las redes sociales es mínimo 3) no busca salir con celebridades en la foto 4) no está interesado en apuntarse a la última moda y 5) no promete el Walhalla del arte sin esfuerzo ni estudio. Básicamente, Barry Schwabsky hace todo lo contrario a lo que hace Jerry Saltz y, por consiguiente, a pesar de que es una persona mucha más preparada y estudiada que aquel, tiene menos seguimiento. En resumen: ¡no es el post-crítico que la sociedad de la opinión y la ignorancia actuales demandan!

Como perfecto complemento al fenómeno Saltz, recomiendo el ágil y revelador libro de Georgina Adam Dark Side of the Boom: The Excesses of the Art Market in the 21st Century (2017). En él Adam nos relata de una manera divertida, aderezada con fechas, nombres, lugares y cifras, la imparable superficialidad, comodificación y banalización que personajes como Hirst, Koons, Richard Prince, Gagosian, David Zwirner, Pinault, Arnault, Stefan Simchowitz o Steven Cohen han traído al mundo arte a partir de finales del siglo pasado. Así, nos enteramos de paraísos fiscales como Le Freeport en Luxemburgo, donde los ricos compran, venden y almacenan sus colecciones sin la molesta necesidad de pagar impuestos y, sobre todo, cómo las grandes mega-galerías abren espacios en lugares anodinos cerca de aeropuertos como Gstaad, Aspen o Mónaco para que los über-rich puedan seguir invirtiendo en arte como instrumento de especulación. Sumamente interesante y clarificador del 1% es el escándalo que tiene enfrentados en tribunales de 4 países al magnate ruso Dmitry Rybolovlev -o el “rey del fertilizador”- y al suizo Yves Bouvier -o el “rey de los puertos francos”. En esta comedia negra Rybolovlev acusa a Bouvier de haberle estafado la cantidad de 1.000 millones de dólares en la compra de varias obras maestras a través del sistema del over-pricing.

El maravilloso relato de Adams no solo nos recuerda, según ella, que el arte no solo se ha convertido en un commodity y en un instrumento de inversión y especulación, sino también que cada vez se va pareciendo más y más a la industria de la moda de lujo, al producir arte pensado exclusivamente para su comercialización.

Me encantaría equivocarme, pero para mí que el éxito de un ‘post-crítico’ tipo Jerry Saltz nos sugiere, en definitiva, que el arte y el sistema institucional han cambiado. Dicho con otras palabras: que, en definitiva, los valores simbólicos, intelectuales y críticos del arte ya no son tan necesarios ni relevantes.

Y tal vez sea mejor así.

¿Ha llegado el momento de adaptarnos a los nuevos tiempos?


—Jerry Saltz, How to be an Artist (Nueva York: Riverhead Books, 2020)

—Georgina Adam, Dark Side of the Boom: The Excess of the Art Market in the 21st Century (Londres: Lund Humphries, 2017) 


[1] Benjamin Buchloh, George Baker, Andrea Fraser, Rosalind Krauss et al en “Round Table: The Present Conditions of Art Criticism”, OCTOBER, No. 100 (primavera 2002), 200-228.

[2] Hal Foster, “Post-Critical”, OCTOBER, No. 139 (invierno 2012), 3-8.

[3] Zygmunt Bauman, Intimations of Postmodernity (Londres: Routledge, 1992), 14.

[4] Donald Horton y Richard Wohl, “Mass Communication and Para-Social Interaction: Observations on Intimacy at a Distance” en J.D. Peters y P. Simonson (eds.), Mass Communication and American Social Thought: Key Texts 1919-1968 (Lanham: Rowman and Littlefield, 1956), 373-386.

[5] Andreas Kitzmann, Saved from Oblivion: Documenting the Daily from Diaries to Web Cams (Nueva York: Peter Lang, 2004), 80-87.

[6] Daniel J. Boorstin, The Image: A Guide to Pseudo-events in America (Nueva York: Harper and Row, 1962).

[7] Andy Warhol, The Philosophy of Andy Warhol (Londres: Penguin Books, 2007), 146-147.

Paco Barragán

Tiene un doctorado internacional por la Universidad de Salamanca (USAL) con residencia en la Universidad Alvar Aalto de Helsinki. Ha obtenido el Premio Extraordinario al doctorado en el año 2019-2020 por su tesis "La narratividad como discurso, la credibilidad como condición: arte, política y medios hoy." Es colaborador habitual de la revista norteamericana Artpulse. Entre 2015 y 2017 dirigió la sección de Artes Visuales del Centro Cultural Matucana 100 en Santiago de Chile. Prolífico curador, Barragán ha comisariado 91 exposiciones internacionales entre las que figuran "No lo llames Performance" en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia (2003), "¡Patria o Libertad! On Patriotism, Nationalism and Populism" en el Museo COBRA de Ámsterdam (2010), "Erwin Olaf: el imperio de la ilusión" en el MACRO-Castagnino de Rosario (2015) y "Juan Dávila: Pintura y Ambigüedad" en el MUSAC de León (2018). Barragán es autor de "From Roman Feria to Global Art Fair, From Olympia Festival to Neo-Liberal Biennial: On the 'BIennialization' of Art Fairs and the 'Fairization' of Biennials" (ARTPULSE Editions), publicado en noviembre de 2020.

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