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GLOSARIO DE LA PANDEMIA

Estimadx amigx:

Esta es una invitación de Artishock a reflexionar sobre COVID-19 a través de la construcción colectiva de un ‘Glosario de la Pandemia’. Funciona así: piensa en una palabra, la primera que te venga a la mente en este momento –o no, puedes meditarlo, porque ‘tenemos mucho tiempo’ [por cierto que ‘tiempo’ es para mí una palabra clave]. Describe esa palabra con otras palabras, es decir, con un breve texto (o con un texto largo –de nuevo, depende de tu tiempo y de tu ‘concentración’ y ‘ánimo’ [por cierto, dos palabras para mí claves en estas circunstancias]. Ilustra esa palabra, sin limitar tus medios (sin ‘miedos’, otra de las claves). Después de todo, como plataforma online, podemos subir casi cualquier formato. No entran, por supuesto, olores ni sabores, aunque sí reflexiones sobre esas palabras (sobre todo, si te ha dado por cocinar, por no lavar tu ropa, o salir a comprar por 10 minutos y darte cuenta de que la ciudad ya no huele igual). Sacúdete los bichos o deja que te pique el bichito. Libérate y libéranos, aunque sea ‘momentáneamente’ (otra palabra). Ponte en modo lúdico ‘ahora’, en el ‘encierro’. Si te pones dark o pesimista, está OK. De eso se trata, de la expresión de eso que no sabemos bien qué es y a qué nos llevará, a través de la imagen y palabra. Las palabras se irán posteando en la medida que vayan llegando. No importa si se duplican o triplican palabras. ¡Que se propaguen como un virus!

Con cariño,
Alejandra


Por Josseline Pinto

CASA

Por Josseline Pinto (Guatemala, 1996). Curadora independiente, investigadora y poeta.

¿Es un hogar, un techo, un sitio, un refugio? Pienso en mi casa y en mis casas. En las casas que he perdido, las casas que he habitado. Los primeros días de esta crisis estuve en una casa, la perdí. Después estuve en otra, la perdí. Ahora estoy en otra y aún no sé si ganaré o perderé de nuevo. Cuán dichosa soy por poder decir casa. Al final del pasillo hay una escalera y detrás de la pared un bosque al que nunca he ido. Así es la casa hoy, una pared que divide el afuera desconocido y el interior a conocer. Hace falta una escalera para ver lo que no puede verse, para extrañar lo que no puede más sentirse. Esta casa es una casa que debo aprender a conocer mientras me conozco. Una casa con un pasillo y un bosque imaginario. Una casa con una terraza que siempre pensamos sería el escondite perfecto, pero nos ganó el miedo. Una casa con cuerpos, con noticias por la televisión, con puertas que se abren y se cierran constantemente. Una casa con muchas voces. Una casa sin silencio, una casa con amor. Pienso en mi casa y en mis casas. Pienso en que debo habitarlas de otra manera, o habitarlas en primer lugar.


DISTANCIAMIENTO SOCIAL

Por Cristián Silva (Santiago, 1969). Artista, profesor y curador independiente.

En mayo del 2008 tuve la suerte de participar en una residencia de arte en Alemania, organizada por un grupo de jóvenes artistas recién graduados. La idea era congregar a artistas de todas partes del mundo en una pequeña ciudad de la ex-RDA (una localidad que había vivido fundamentalmente de la minería del carbón, pero que, a partir del derrumbe del Bloque Soviético, había pasado de ser una ciudad obrera ejemplar a caer en una profunda depresión económica y cultural). Nuestra residencia, por supuesto, consideraba esencial incorporar toda esa carga histórica y social del lugar; es más, a cada artista participante se le asignó -para trabajar en él durante un mes- un departamento perteneciente a un conjunto de edificios de vivienda social construidos en los años setenta y que había estado habitado hasta pocos meses antes por familias de ex-trabajadores de la industria local. Al final del mes de residencia, tuvimos la oportunidad de compartir con los habitantes locales nuestro trabajo realizado in situ en cada uno de los departamentos. Al día siguiente, los edificios fueron inexorablemente demolidos.

De entre las muchas vivencias inolvidables y las largas conversaciones sostenidas con los demás participantes, hay una que desde entonces me ha acompañado siempre; tiene que ver con una imagen que encontré en un antiguo manual de la Freie Deutsche Jugend que estaba en uno de los cajones del departamento abandonado que me había tocado intervenir. En dicha imagen, es posible ver una especie de fiesta de la FDJ, en la que un grupo de jóvenes parece estar bailando alegre y románticamente.

Amplié esta pequeña foto a gran formato, y la incluí en la instalación que armé en el living comedor de mi espacio asignado. Durante el último día antes de la demolición, cuando a modo de inauguración recibimos la visita de gran parte de la comunidad local, vi entrar a una señora de edad, seguida de un grupo de colegiales bulliciosos. Cuando se detuvieron frente a la foto, la señora les hizo un breve comentario, y de pronto todos los estudiantes guardaron silencio por unos segundos. Luego continuaron su recorrido por las demás habitaciones y hacia los otros pisos del edificio. No pude resistir la curiosidad y antes de irse le pregunté a la profesora qué era lo que les había comentado, a lo que ella me respondió en un inglés muy elemental: “Sólo les confirmé que, efectivamente, así teníamos que bailar en esos tiempos: tocándonos. Bailar solos era considerado capitalista y estaba estrictamente prohibido”.


REFUGIO

Por Juan José Santos Mateo (Valladolid, España, 1980). Curador, crítico e investigador de arte.

A mediados del siglo XIX, Estados Unidos decidía si vendía su piel (de bisonte) por un modelo de capitalismo de lija o si optaba por una fórmula sostenible. En las dos aristas del debate, dos pensadores proponían el refugio como escape. Uno, Edgar Allan Poe, está escribiendo The Philosophy of composition, una especie de guía de cómo distribuir la habitación para estimular la imaginación. El refugio interior. Otro, en los mismos años, piensa en la desobediencia civil y en el refugio exterior: Henri David Thoreau. Se puede trazar un recorrido, a la velocidad del ferrocarril, entre ese cisma y la presente crisis, espabilada y transformada en pandemia clasista y racista merced al capitalismo «a lo yanqui» que convirtió la arena pública en arena movediza. Habrá quien se encuentre cómodo bajo el barro. Lo que no hay es alguien que piense en el que nunca nadie ha pensado: el que no tiene ni espacio para imaginar, el que no tiene ni ley que desobedecer. El mal llamado refugiado: el desprotegido. El desconfinado.

Venezolanos cruzan de Colombia a Venezuela después de comprar bienes para revender, a través de las «trochas», senderos ilegales en la frontera entre los dos países cerca del puente internacional Simón Bolívar, el 21 de marzo de 2019. Foto: Juan Pablo Bayona. Crédito: AFP/Getty Images

RECUERDO

Por Agustín Diez Fischer (Argentina, 1982). Doctor en Historia y Teoría de las Artes, Director de Espigas.

La pandemia me dispara recuerdos de experiencias recientes que ya no son posibles. Recuerdo una en particular: visité por trabajo a Leopoldo Maler en enero en República Dominicana. Me mostró su video de 1964, Men in Silence, hecho a partir de los dibujos que Agustín Ibarrola hizo en la cárcel de Burgos donde había sido encarcelado por el franquismo. Maler toma esos dibujos y hace un video breve donde se suceden esas imágenes hechas en el presidio. El confinamiento de Agustín Ibarrola no tiene absolutamente nada que ver con el mío: mi confinamiento es un privilegio, que además se transforma en un tiempo de lectura y escritura. Lo que recuerdo es que Ibarrola dibuja para un mundo afuera de la cárcel y cuyas coordenadas conoce. ¿Para qué mundo estamos escribiendo cuando esta cuarentena termine? ¿A qué mundo le estamos hablando?

Izq: Cárcel de Burgos - Mi ventana (tinta sobre seda), Agustín Ibarrola, ca. 1963-1964. Ubicación actual desconocida. Der: La espera (tinta sobre seda), Agustín Ibarrola, ca. 1963-1964. Ilustración de la portada del libro “Burgos Prisión Central” de Antonio Giménez Pericás.
Izq: Cárcel de Burgos – Mi ventana (tinta sobre seda), Agustín Ibarrola, ca. 1963-1964. Ubicación actual desconocida. Der: La espera (tinta sobre seda), Agustín Ibarrola, ca. 1963-1964. Ilustración de la portada del libro “Burgos Prisión Central” de Antonio Giménez Pericás.

PUNKU

Por Gala Berger (Argentina, 1983). Artista, curadora y gestora cultural. Vive en San José, Costa Rica.

Puerta. Portal.
Entrar por un lugar y salir por el otro. Si. No.
El único mundo que se acaba es el del capitalismo. Tal vez.
La única llama que se extingue es la que no escucha.
Mirar por la mirilla -aprovechar la ocasión- para ver. Si. No.
Todo lo que creías no era cierto. Si. No.
El ocaso del pensamiento occidental. Tal vez.
Al cruzar, en un segundo, lucha con todas tus fuerzas
para que nada vuelva a ser como antes.

Gala Berger, Boceto para afiche “La montaña que come hombres”, acuarela sobre papel, 15 x 20 cm, 2017. Cortesía de la artista

LI WENLIANG

Por Claire Jaureguy (Lima, 1978). Gestora cultural, historiadora y periodista.

Li Wenliang (Beizhen, Liaoning, 12 de octubre de 1986 – Wuhan, Hubei, 7 de febrero de 2020). Médico oftalmólogo chino que quiso alertar a su país y al mundo de la gran amenaza que suponía el coronavirus en diciembre de 2019. Después de usar medios digitales para alertar a sus colegas, la policía china lo intervino y lo hizo firmar un documento en el cual se arrepentía de haber dado un falso aviso y lo amenazaron con hacerle un juicio en caso insistiera. Murió contagiado de coronavirus en los primeros días de febrero.

Imagen: Captura del Twitter de Li Wenliang
Imagen: Captura del Twitter de Li Wenliang

VIRUS CHINO O CHINESE VIRUS

Por Claire Jaureguy (Lima, 1978). Gestora cultural, historiadora y periodista.

Es la forma en la que Donald Trump, POTUS, llama al virus COVID-19 en sus discursos públicos de manera recurrente. Esto ha creado un enorme malestar en la comunidad china residente en EE.UU. y ha sido considerado un acto racista y discriminador. Muchas voces continúan alertando sobre los discursos del gobierno chino que ha mentido en varias ocasiones a la comunidad internacional sobre la gravedad de la enfermedad y ha creado una imagen de control sobre la pandemia en su territorio. No existe certeza a la fecha del origen del virus, si es natural o artificial y por error se extendió fuera del laboratorio.

Foto: The Washington Post vía Getty Images
Foto: The Washington Post vía Getty Images

Jan Steen, Autorretrato como músico. Cortesía: Carlos Palacios

BEBER

Por Carlos E. Palacios (Venezuela). Curador independiente y profesor de Maestría en Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos en Cuernavaca (México).

Para mi esta pandemia está asociada a tomar plácidamente una copa de vino o una cerveza acompañando las largas horas muertas después de atender los asuntos que el teclado de la computadora facilita. Encerrado en la casa, al caer la tarde, la lectura de un libro ameno o ver una película se hace más agradable bebiendo un trago.

Hacia 1663, en Ámsterdam, comenzó una plaga de peste bubónica al parecer proveniente de Algeria que la diezmó. Al año siguiente, más de 24.000 personas fueron enterradas tan sólo en esa ciudad. Entre los contagiados holandeses que fallecieron estaba el gran amor de Rembrandt después de enviudar de Saskia, su esposa.

Es el Siglo de Oro Holandés. Los años de su maravillosa, innovadora pintura de lo cotidiano y lo menudo. Bodegones y retratos interiores. Me hubiera gustado tener oído musical y tocar la guitarra acompañado de un trago, como Jan Steen se autorretrató tocando el laúd y acompañado de una jarra de cerveza el año del comienzo de la pandemia.

Yo entiendo sus cuadros alegres de gente achispada por la cerveza, todos en habitaciones cerradas. Al mal tiempo buena cara, diría Steen.


Carolee Schneemann, Eye Body 11, 1963, fotografía (gelatina de plata), 34.3 x 26.7 cm. Cortesía: P.P.O.W Gallery, Nueva York
Carolee Schneemann, Eye Body 11, 1963, fotografía (gelatina de plata), 34.3 x 26.7 cm. Cortesía: P.P.O.W Gallery, Nueva York

ESPEJO

Por Carolina Martínez Sánchez (Chile, 1984). Fundadora y Editora en Jefe de Rotunda Magazine; curadora y directora de contenidos de Gabinete Arte Contemporáneo.

“Ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño ni la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos”.

Arendt, 1958, 19

El encierro, distanciamiento social, o el cese de la vita activa, me han hecho pensar más bien en las condiciones que están detonando los diferentes estados que cada un_ está pasando. Pena, estupor, miedo y delirios de encierro entre varios otros. O incluso hasta la excitación provocada por la idea de empezar de nuevo.

El futuro, que siempre se ha presentado como una promesa, se volvió tan borroso que ya ni sabemos qué es, y ante eso, por primera vez en mucho tiempo, estamos forzad_s a quedarnos en este presente, un tiempo extraño que corre más rápido que nosotr_s, pero al mismo tiempo petrificado. Exiliarse del mundo, de la puerta para afuera, implica que la existencia, nuestras decisiones, deseos y comportamientos no se dan en relación directa a la reacción del otr_, es_ que confirma nuestra existencia en el mundo.

Me he visto preguntándome ¿quién soy yo?, perdida y confundida un día y al siguiente pudiendo responder esa pregunta con certeza, para luego volver a desarmarme una vez más. Ocho libros sobre la cama, block de notas con anotaciones y lista de cosas para hacer. Tomar un libro, luego el otro. Mirar la lista. Necesitar un recreo y ver alguna de las muchas películas o documentales en las ventanas abiertas permanentemente en mi computador. Pararse, vestirse, recostarse. Deambular que se siente como una posible develación para esa respuesta. Mirar la habitación, mirar la sala. Pensar en mi casa, en los elementos que la habitan, por qué los he elegido, cuánto tiempo seguiré acá. Me miro al espejo, pienso nuevamente en quién soy. Pienso en l_s otr_s, mis cercan_s, pienso en una sociedad perdida con valores erráticos. Pero también pienso en l_s que están tratando de hacer las cosas mejor.

Nos hemos perdido tanto tiempo buscándonos en l_s otr_s porque tal como en el lenguaje, donde la palabra nunca es alcanzada por el significado, tampoco somos capaces de alcanzar nuestra imagen, esa que en dónde pensamos podremos saber de qué va la existencia. Y es así que la sociedad ha ideado una serie de aparatajes, tecnologías y devices para contener esa ansiedad, que incluso hoy, no somos capaces de dejar a un lado, para volver a pensarnos, sin un espejo.

El espejo se vuelve un halo presente desde la mañana hasta la noche. Se nos dispone mostrándonos qué es lo que hemos construido y qué hemos priorizado como conjunto. Nos habla de estructuras que no son amables con nuestros anhelos y vidas, sistemas que deberían haber cambiado hace tanto tiempo. Nos dice también que deberíamos encauzar nuestros esfuerzos en otra dirección, donde se encuentren los anhelos compartidos y haya espacio para los individuales. Las cosas siempre están más cerca de lo que parecen. Que no se nos pase el tren esta vez.


Foto: Marisa García-Abrines Casamayor
Foto: Marisa García-Abrines Casamayor

AUSENCIA

Por José G. Birlanga Trigueros (Madrid, España, 1966). Profesor Estética y Teoría de las artes (UAM)

Ocurre en estos días como en esas cenas navideñas de reencuentro con amigos de aquellos años de Facultad, y que dadas las circunstancias ya no conviene acompañar de calificativos como “típicas” o “usuales”… Las ausencias amenazan con crecer ya desde la primera frase.

Así es. En esas cenas es inevitable que en algún momento o/y ante cualquier comentario o circunstancia nos descubramos en otro lugar: con la mente ocupada en algún recuerdo de los siempre presentes ausentes. De aquellos que no pudiendo ya acudir a la con-vocatoria, sin embargo ocupan un lugar tan predominante que ninguno de los físicamente presentes, de los sentados en Con-vivium, dejamos de tener-los tan vivos que ellos, que no están, con-tinúan con-nosotros. Nadie los nombra, nadie osa a con-vocar-los con la palabra. Y aunque algunos comensales nos crucemos miradas de complicidad y de coincidencia… ni así nos atrevemos a hablar de ellos. Sabemos lo que valen en su presente ausencia, por eso ni los nombramos.

En estos días de pandemia y confinamiento acontece algo similar. Es también muy difícil no descubrirse “tropezando” con el recuerdo de las siempre presentes actividades y experiencias, ahora ausentes, pero que quieren aprovechar la pandemia y así, en su desaparición fenoménica, juegan poéticamente a querer dejar de ser nouménicas.

Y en esa ausencia se hacen presentes, muy presentes los que siempre, aunque ausentemente, habían estado allí. Ahora, con la ausencia, se hacen efectivamente presentes… Aquella reciente desaparición del hombre de las últimas páginas de Las palabras y las cosas de Michel Foucault, Las Meninas de José Manuel Ballester, y desde luego con mayor motivo La Anunciación que emerge como La Apología de la contradicción… En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, que ni con una presencia de siete volúmenes es capaz de hacer sombra a la ausencia. Los 4,33 de John Cage que saben más que nunca a eternidad, efímera pero eternidad… Con la ausencia lo vemos claro: pero cuánta razón asistía a Samuel Becket en su continuar Esperando a Godot… Con todos estos y tantos otros, ahora de nuevo el arte, y la creación, son la clave. Siempre han estado ahí, sí, pero ahora, con una ausencia como nunca, vuelven a imponer su presencia como siempre. Así igualmente nos revelamos a nosotros mismos en ausencia, ausentes de nuestro presente. La sonrisa con la que nos descubrimos enmarañados entre esa presente ausencia y aquella ausencia presente, esa sonrisa que se nos dibuja, nos delata tanto como el acorde en el teclado del piano… pues también nosotros estamos ausentes.


Lorenzo Aillapán, el Hombre-Pájaro (Chile). Foto cortesía de Patricia Domínguez
Lorenzo Aillapán, el Hombre-Pájaro (Chile). Foto cortesía de Patricia Domínguez

REZO PLANETARIO

Por Patricia Domínguez (Chile, 1984). Artista visual

En una entrevista que escuché la semana pasada sobre una visión espiritual de la crisis del COVID-19, la Cote Junemann comentó que cuando uno va a tratarse con una Machi, la primera pregunta que te hace es ‘¿Quién te reza?’. Si nadie te reza, es muy difícil mejorarse. Si nadie te reza, ella te va a empezar a rezar.

En el 2017 visité a Lorenzo Aillapán, uno de los seres-pájaro de Chile. Con él aprendí a rezar planetariamente, en un rezo que nos incluye a todes. Es una rogativa que llevo conmigo desde entonces. Me gustaría recolectar muchos rezos planetarios y hacer un glosario de ellos. Me gustaría también compartir con ustedes su rezo, el del hombre pájaro:

Hoy día me entrego en palabras, en oración, en meditación, Primer Gran Espíritu de la Fecundidad Universal. Yo soy Lorenzo Aillapán Cayuleo. Te pido que llegue tu poder en mi mente, en mi cabeza, en mi corazón, en mi cuerpo, en mi sangre, y permanezca para siempre. Para que yo sea sabio, para que yo sea justiciero, para que yo sea bondadoso, para que yo sea poderoso (no en dinero, ni en tierras). Sino que te pido esto, Primer Gran Espíritu de la Fecundidad Universal, para que la enfermedad, la mala energía, SE VAYA. Y mi familia y todos mis amigos, incluso ustedes que los acabo de conocer, todos ellos estén bien. Estén tranquilos.

Esa es mi visión. Esa es la forma de la oración. Eso a mí me lo enseñaron los filósofos. Tienes que orar así. Tienes que llevarlo como la comida que come en la mañana. Aunque nosotros no desayunamos. La oración tiene que ser en la mañana. El primer alimento que consumo. Sea pan, sea mate, sea te, ese va a la par con la meditación. Eso debe llevarlo a diario. Y si no lo haces, te vas a enfermar. Te vas a debilitar. Y eso se lo enseño a las personas, pero me dicen que es muy difícil. ¡Pero hombre!, le digo, ¡si quieres te lo entrego escrito! ¡apréndalo!


Foto: Matthias Pfaller
Foto: Matthias Pfaller

SUPERMERCADO

Por Matthias Pfaller (Alemania). Historiador del arte e investigador especializado en fotografía

Lugar de contacto y peligro.
Lugar de negociación de los nuevos modales sanitarios.
Lugar estratégico y altamente protegido.
Lugar de nuevos héroes (todavía mal asalariados).
Lugar de coraje y de pensar en ellos a quienes ayudamos con sus compras.
Lugar donde surgen el egoísmo, la insensatez, y los instintos crudos.
Lugar donde se demuestra lo que tenemos todo en común, el papel higiénico.
Lugar donde se evidencian deseos desconocidos, como el afán de hacer pan.
Lugar de una sensación de libertad.
Lugar de lucha tanto como de diversión.
Lugar de la cotidianidad vuelta excepción.


Antonia Taulis, Personal Chapel, Totoral Lab, Chile. Foto: Felipe Ugalde
Antonia Taulis, Personal Chapel, Totoral Lab, Chile. Foto: Felipe Ugalde

QUIETUD

Por Antonia Taulis (Santiago de Chile, 1989). Historiadora del arte y artista visual

Buscaba, desde siempre, la quietud. Pero soñaba con desastres. Cielos oscuros. Estados de guerra. Pareciera que al tener tan de frente la realidad, ya no hiciera falta nombrarla. Está presente. Redunda en su presencia. Nombramos, en cambio, lo que nos falta, lo que queremos. El lenguaje se inventó para alcanzar algo. Con él capturamos cosas, las conocemos. El silencio también es parte de la quietud. La palabra que se guarda, que espera, que escucha. Que está atenta. Mi papá me contaba que, en dictadura, desde su casa en la calle El Aguilucho, se escuchaba rugir al león del zoológico. Yo una vez meditando en clases de yoga pude percibir a través del oído, por unos minutos, todo Santiago. El valle vacío. Aún sin casas, sin el exceso de capitalismo que se reproducía sordo hasta que vino la pandemia. Ahora estoy en Lastarria y la quietud es irreal. Contrasta con el estallido. Pienso en la sístole y en la diástole del corazón, en esa fuerza que se contrae y se expande. Pienso en la próxima primavera. También pienso en la quietud del mar antes de un maremoto. En el silencio del luto. Nos quedamos quietes, pero el silencio no llega. La efusión del habla y del pensamiento copa nuestros espacios. Nuestras cabezas viajan lejos, se conocen a sí mismas. En algún momento la quietud física y la espiritual tal vez encajen. Tal vez se parezca al ensimismamiento, o a lo que se siente justo antes o después de la catástrofe.


Batalla de Carabobo (1887) (detalle), de Martín Tovar y Tovar (Venezuela, 1827-1902)
Batalla de Carabobo (1887) (detalle), de Martín Tovar y Tovar (Venezuela, 1827-1902)
Batalla de Hogwarts. Harry Potter and the Deathly Hallows
Batalla de Hogwarts. Harry Potter and the Deathly Hallows

EPOPEYA ≠ HISTORIA (DE ‘VENEZUELA HEROICA’ A ‘LA BATALLA DE HOGWARTS’)

Por Manuel Vásquez-Ortega (Aragua, Venezuela, 1994). Arquitecto, investigador y crítico de arte

Cuando la edad de su cuerpo no le permitió más que estar sentado, mi abuelo Rafael se dedicó a leer todos los días de vida que le restaban. Leía periódicos (cuando aún se imprimían en Venezuela), revistas dominicales y novelas pero, sobre todo, leía la epopeya Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, un clásico de la literatura nacional. Mientras tanto en la misma casa, yo leía Harry Potter y la Orden del Fénix. Confieso hoy, tras analizar ambas narraciones, que me cuesta reconocer cuál de los dos leía algo más fantasioso.

Cuando con cierta madurez me acerqué al épico libro de mi abuelo, no encontré más que hipérboles, ideales exacerbados y esa noción hinchada que -a muchos- tanta repulsión nos causa: el patriotismo injustificado. “Despreciada por unos, maldecida por otros, por todos relegada al olvido, la revolución era un cadáver que sólo una voluntad superior podía galvanizar. Bolívar se juzgó capaz de tanto esfuerzo, y lo intentó”, poetiza Eduardo Blanco con más adjetivos que conceptos. Años después, sigo prefiriendo la Batalla de Hogwarts.

Sin embargo, no juzgo (ni puedo juzgar) a quienes sienten la patria en su propia carne; mi abuelo nació en un momento en que era necesario creer en algo: 1922, periodo aquél en el que, si no morías de peste, morías de influenza, tuberculosis o malaria (“cuando no es el chingo es el sin nariz”, dicen). Si no morías allí -tal vez, tal vez, y solo tal vez- podías llegar a viejo. Entre tanto, había que convivir con el siglo XX, ese “analfabeto, pobre, enfermo, deprimido, a medio vestir y descalzo” que era (¿o es?) nuestro país.

Por otro lado, mi mamá me contó hace poco de una odisea adolescente de mi abuelo: cuando su hermana menor falleció y tuvo que caminar, caminar y caminar de Villa de Cura a La Majada (un buen número de kilómetros del Estado Aragua) para informarle la tragedia a su padre, quien trabajaba en el más recóndito de los campos aragüeños haciendo escobas. La pequeña hermana de mi abuelo murió entre una de esas muchas epidemias que azotaban a la tierra gloriosa de Bolívar (¡Oh, patria heroica!). No hubo diagnóstico más allá del “le dio algo”, y es que, en una breve vista a la historia, sabemos que las pestes y pandemias han estado siempre ligadas a ideas supraterrenales, a la ira de dios o al castigo de los cielos. Pocas veces es culpa de la negligencia del Poder, pues recordemos que patriotismo e ignorancia tienen más de 7 horrocruxes.

Lejos del enmascaramiento de la realidad, otra literatura retrataba el sórdido país del primer tercio del siglo XX, las Casas Muertas y Fiebre de Miguel Otero Silva, Memorias de un venezolano en la Decadencia de Rafal Pocaterra o Puros Hombres de Arráiz, fieles narraciones de la Venezuela de conspiraciones reprimidas y torturas, diezmada por la dictadura, la malaria o el paludismo. Mi abuelo también las leía, lo sé por su biblioteca, pero, ¿por qué insistía en la epopeya romantizada? ¡Qué lejos estamos de la Venezuela Heroica! ¡Qué cerca estamos de 1920! ¿Por qué la fantasía pesa más que la realidad? Entre tanto, el término Historia llega para cuestionarnos, hacernos “perder la ingenuidad de creernos inexpugnables, de vivir con la presuntuosa inconsciencia y seguridad de un adolescente” (en palabras de Tomás Straka). Definitivamente, enterrar el pasado nunca ha sido la solución, como tampoco es convertirlo en épica de las mentiras o temer nombrarlo como a Lord Voldemort. Venezuela Heroica es bella, sí, pero no es historia. En todo caso, una definición de Patria se hace más cercana a nuestro presente, aquella descrita por Armando Rojas Guardia, concebida con “voluntad precisa de fracaso”. Finalmente, en nuestra guerra constante con la existencia, la pandemia es solo una batalla más, en la que solo creer que la Patria de Bolívar puede con todo, no basta en absoluto.


Por Pablo Castro
Por Pablo Castro

NORMALIDAD

Por Pablo Castro Zamorano (Santiago, 1970). Gestor cultural, artista y diseñador. Director de la feria de arte impreso Impresionante

Cada mañana como un soplo se va
y llega el atardecer
por donde subo al desván de tu piel.

La noche se apodera de la ciudad
y nos quedamos tú y yo jugando con el hada del amor.

Normalidad, en tus ojos cuando miran así
Normalidad, es el nombre que encontré para ti

La misma sombra, el mismo viento que ayer
nuestras salivas juntó.
Hoy no me quiso traer tu canción.


MINGA

Por Ana Gallardo (Rosario, Argentina, 1958). Artista visual autodidacta

Mis propósitos para el año 2020 fue dejar de hacer tantas cosas que hago. Me dije que necesitaba tiempo para mí, para concentrarme en mi trabajo personal. Tenía ganas de estar un poco encerrada y aprender a deshacer lo que tengo aprendido.

Y aquí estoy, encerrada en una pajarera.

Vivo en un condominio de edificios y en un tercer piso por escalera. Estoy guardada a la altura de la copa de los árboles y solo veo lo que está a estas distancias. El cielo se ve más claro en esta colonia sur mexicana y creo que hay una gran cantidad de pájaros cantando, tengo la certeza que más que antes.

Parece que ahí afuera algo ocurre y no se bien qué es.

Hay días en que me siento concentrada y ejecutiva con mis propósitos para ese encierro.

Pero mis propósitos no se cumplen.

Solo he logrado estar encerrada.

Desde la mañana, cuando salgo de la cama y durante todo el día tengo un gran espacio para sentir la violencia. Me levanto pensando cosas que quiero discutir con mi compañero. Me pongo loca.

Quiero hablar todo lo que pienso, de cómo haremos más adelante y de lo que no sé cómo hacer porque soy grande y estoy encerrada sobre todo porque soy una mujer añosa y no sé qué hacer y tengo miedo que me dejen morir, que me falte el aire y me dejen morir por vieja.

Hace años que pienso en la violencia del envejecer, hoy se mi hizo carne.

Pero me gusta cómo me queda el barbijo.

Fantaseo con las teorías conspirativas de que este virus está programado, para que desaparezca lo que “ellos” creen que es inútil. Y de pronto estoy en la línea de largada.

La violencia sobre nostres les viejes, es feroz.

Ya no sé cómo pensar el tiempo.

Y de pronto me doy cuenta que ya soy tiempo.

Y me parece muy poético.

Y, por otro lado, ¿sabes qué?

Minga!!!


Foto por Gloria Cortés Aliaga

SORORIDAD

Por Gloria Cortés Aliaga (Santiago de Chile, 1971). Historiadora del arte y Curadora del Museo Nacional de Bellas Artes, Chile.

Las políticas del cuidado, recaídas históricamente en el ámbito de lo femenino, se han visto  duramente pronunciadas desde los inicios de la pandemia. La doble presencia laboral y doméstica —ampliada en tiempos de cuarentena—, autocuidarse y cuidar a lxs otrxs (infancias, vejeces diferenciales, personas enfermas), acompañar a lxs hijxs en las tareas escolares, responder a las exigencias del hogar, trabajo, pareja, familia (incluidas mascotas) e, incluso, las propias (mantener la salud física y mental) y, finalmente, sobrevivir frente a las desigualdades simbólicas, sociales y económicas, se ha transformado en los últimos 40 días en una carga que reafirma que para las mujeres la manoseada “normalidad” nunca ha existido.

Convivir con el agresor ha expuesto a muchas mujeres en estos días a un peligro inminente y hasta mortal, a una doble victimización y a un debilitado sistema judicial que las expone una y otra vez. Aun para quienes vivimos solas, mantenernos en nuestros espacios-hogar ha derivado en el juicio social sobre una aparente libertad, despreocupación y goce. Explicar que la ausencia de hijxs no nos hace indolentes al cuidado de quienes están en nuestras redes afectivas, que vivimos este proceso en soledad, lidiando con nuestros pensamientos, los estados anímicos y sobrellevando la carga económica, muchas veces ampliada a otros miembros de la familia, evidencia las dificultades que todavía existen en la tarea diaria de erradicar la violencia de género.

En estos cuarenta días he mirado con más atención los objetos que me rodean. Las imágenes de mi entorno no son inocentes. Parada frente a mi refrigerador vi en detalle las representaciones de los imanes que rigurosamente traigo —y me traen—de las rutas de viaje. Las ordené, las cambié de lugar día tras día, generé relatos, los desarmé. Allí estaban todas ellas, mujeres subversivas, brujas, prostitutas; mujeres desnudas en su goce, leyendo, rezando; musas insumisas; mujeres diversas, indígenas, las llamadas “otras”; todas ellas desplegadas en mi refrigerador. La puerta donde me alimento, me provee también de las genealogías femeninas y me recuerda que nuestras luchas son extensas, que siempre hemos vivido en cuarentena, en estado de sitio, de alerta. Y entonces, ¿quién nos cuida? Nos cuidan nuestras hermanas, nuestras amigas, abuelas, madres, vecinas, hijas. Nos cuidamos entre nosotras a través de redes inter-generacionales que colectivizan el cuidado, de espacios de solidaridad, de políticas afectivas, de alianzas sororas que nos permiten encontrar apoyo y descanso mutuo, protegidas y a salvo. No se nace curadora, se llega a serlo parada frente a un refrigerador y en cuarentena.


CHILENIDAD

Por Raúl Miranda (Santiago de Chile, 1966). Artista Visual. Creador y hacedor de proyectos entre Santiago y Lisboa

Nacer, Terremoto de 1971, Golpe de Estado, Dictadura, Crisis Económica de 1982, Terremoto de 1985, Pandemia del Sida (invicto), Democracia de los Acuerdos, Crisis Asiática, Torres Gemelas, Bachelet 1, Crisis Financiera Sub-Prime, Gripe Porcina, Terremoto de 2010, Piñera 1, Bachelet 2, Cambio Climático, Piñera 2 con Estallido Social, COVID-19 y Recesión Global por Pandemia, todo esto en 53 años…


Foto fija del cortometraje “Inventario” (2012), de Raúl Miranda.

ENCIERRO

Por Raúl Miranda (Santiago de Chile, 1966). Artista Visual. Creador y hacedor de proyectos entre Santiago y Lisboa.

De un periódico me pidieron que mencionara qué momentos o personajes del arte en torno al concepto del encierro me resultaban oportunos y porqué. Respondí que la “peste” o la “enfermedad” como figuras metafóricas y reales del encierro han dado mucho material a lo largo de la historia del arte occidental, por lo que prefería alejarme de ellas recordando la obra de dos “artistas malditos” que vivieron y crearon desde el encierro social: la cárcel. El primero es Oscar Wilde, escritor irlandés quien, estando condenado por el delito de sodomía, creó dos de las principales obras de habla inglesa del siglo XIX: La epístola In Carcere et Vinculis, una de las cartas más largas escritas en la historia de la literatura, en la que repasa amargamente parte de su vida, y La Balada de la Cárcel de Reading, obra lírica contra la pena de muerte que sirvió para modificar el brutal sistema carcelario de Gran Bretaña. El segundo es el escritor francés Jean Genet, quien paso gran parte de su juventud preso por distintos delitos y quien escribió muchas obras sobre su experiencia criminal, pero aquí, destaco su único film: Un chant d’amour, donde presenta a dos reclusos que se comunican entre ellos a pesar de las paredes que los separan.


Fabio Rincones, De la serie «Quarantine speed paints» #50, Tanque lleno. Cortesía del artista

GASOLINA

Por Luis Romero (Caracas, 1967). Ciudadano, artista, editor, curador y gestor cultural

Aunque en principio suene raro o fuera de lugar este término para esta convocatoria, en el contexto donde vivo es la gasolina el olor que más anhelamos los venezolanos en este momento.

La cuarentena por el COVID-19 no sabe igual sin este volátil líquido al que por muchos años tuvimos pagándola a un precio subsidiado e irreal.

Aquí donde las cosas siempre pueden ir peor, desde casi el día 0 de la entrada en vigencia de la cuarentena -y van ya 45 días- no existe la gasolina en el país con «las más grande reservas de petróleo del mundo». Antes del «encierro», ya en muchas ciudades de las provincias los habitantes hacían colas de hasta tres días para intentar surtirse de combustible.

Poco a poco, los que tenemos vehículo vemos cómo nuestros tanques han pasado de la F de Full a la E de «échame».

Este es un problema mayor que agrega volatilidad a la situación de la pandemia. Quizás podamos hacer un ejercicio de prefigurar el guion del capítulo que vivimos, terrible y oscuro seguramente, pero mejor será no invocarlo.  Aun así, me vienen imágenes y preguntas:

¿Dónde quedarán los alimentos si no hay quien los transporte? ¿Cómo se pueden trasladar los enfermos en caso de alguna emergencia? ¿Cómo se surtirán las plantas termoeléctricas que operan con combustible y que proveen de electricidad a pueblos o ciudades? ¿Cómo van a llegar a sus lugares de trabajo el personal de salud o de expendio de alimentos? Es imposible no pensar en un gran desabastecimiento, hambre y caos.

Mientras, al día de hoy en el mundo un barril de petróleo con el que se hacen 66 litros gasolina cuesta menos que cero dólares.

En Venezuela, ante la imposibilidad de surtirse de combustible, un mercado negro florece y se vende el litro de gasolina entre 3 y 4 dólares. Precio que no todos pueden pagar. Esperamos que con la llegada del olor a gasolina lleguen los cambios y que circulemos pronto en Libertad.


Lejos/Cerca, 2020. Gabriela Mesones Rojo y Mr. Owl

LEJANÍA

Por Gabriela Mesones Rojo (Caracas, 1989). Periodista, poeta y cuidadora de gatos. 

1. f. Cualidad de lejano en el espacio o en el tiempo, en el alma y en el cuerpo.

2. f. Parte remota o distante de un lugar, de un paisaje o de una vista panorámica. Como la memoria, los planetas de otras galaxias, los sueños imposibles, los amores platónicos, los libros que no entendemos y la sensación cuando no podemos llevar a cabo nuestras ideas.  

Ej: Resulta que ya no sabemos cuándo volveremos a estar cerca. Tampoco sabemos cuándo vamos a decir: «Qué bien se siente tu pelo en mis manos» o «Qué bien se siente tus manos en mi pelo». Quizás establecemos nuevas sociedades lejanas, donde los únicos que experimenten la cercanía sean líderes de movimientos radicales de origen punk. Quizás en el futuro los apartamentos sean más mini, y las casas más grandes; probablemente sea un futuro donde todo esté hecho en torno a la lejanía; un mundo de ilusión que esconda todas las sombras de una vida remota. O quizás no, porque lejano es el futuro y no podemos amasarlo. 


Antes del Olvido. Foto: Bronco Yote. Cortesía: Cristóbal Cea

HÁBITO Y DIGNIDAD

Por Cristóbal Cea (Chile, 1981). Artista visual y profesor

Una interesante definición de ideología es que esta es, también, una definición de realidad y que precisamente funciona cuando la confundimos con esta. En la misma línea, Žižek dice que la ideología es acción y no -contrario a lo que suponemos- creencia: porque ésta se expresa en acción.

Entonces -a diferencia lo que cree la derecha- no se puede vivir sin una ideología: porque necesitamos una idea de realidad común, y por otra parte esta realidad común no existe porque creamos que exista, sino porque la construimos con acciones, hechos, hábitos.

Hasta que la dignidad se haga costumbre.

Costumbre es hábito: acción que se repite hasta que se vuelve invisible, y lo importante aquí -supongo que es donde juega un rol la creación artística colectiva- es que a partir de acciones artísticas se creen nuevos hábitos, para que eventualmente sean, como una ideología, invisibles de tan habituales que son.

Y otra forma para decir ideología sería entonces… cultura.

Pero cultura no reducida a la conservación de un acervo cultural, la perpetuación de lo recientemente abandonado o la repartición de dinero a una clase precarizada por medio de instituciones colaboradoras; sino Cultura como un conjunto de hábitos creativos, y no costumbres burocráticas, que finalmente tejen comunidad.

En un momento donde la idea de capital y mercado están tan fuertemente cuestionadas; en donde la fuerza ideológica de estos conceptos se ha debilitado, y por lo tanto -cual voldemmort- vuelto visible, me llena de esperanza pensar que la creación artística, en cuanto acción creativa y no producción de mercancía, sea capaz de proponer otros hábitos de creación, convivencia y cultura común, ligados a un horizonte de sentido infinitamente más valioso y enriquecedor que el transaccionalismo en el que nos situábamos. Habrá que aprender todo de nuevo. Abrazar otros modos de creación y co-creación, inventar diferentes espacios y hábitos a los que no estamos acostumbrados y que no son lo que esperábamos. Ahora con el COVID más todavía; pero si lo hacemos, tal vez podemos hacer de la dignidad un hábito -una ideología-, indistinguible de la realidad, y creo que eso vale la pena.


ESTÉTICA DE LA PANDEMIA

Por Carlos Gallardo (Chile, 1954). Artista visual y del grabado

Cuando pensamos en la pandemia del COVID-19 lo primero que aparece en el horizonte son ciudades vacías, centros médicos llenos de personal super protegido y de personas refugiadas en sus casas teniendo que adaptarse a nuevas conductas de convivencia.

Este nuevo conjunto de conductas está re-definiendo por completo los protocolos de comportamiento social, tanto en la esfera pública, como en el diario vivir al interior de las familias.

¿Pero qué otra cosa está sucediendo que no compartimos masivamente en nuestras redes sociales? ¿Qué de nuestra conducta y de nuestra vida interior está siendo modificada con miras a la convivencia social de mediano y largo plazo post COVID-19?

Siendo los seres humanos entes sociales, yo pienso que lo que se está afectando de manera más radical es el modo de habitar nuestro espacio vital.

Esta forma nueva de coexistencia defensiva fracciona y delimita los márgenes para lo prudente y lo saludable, dejando lo pulsional en el ámbito de lo riesgoso.

Y me pregunto si esto no abre la posibilidad para una sociedad restrictiva y controlada, donde la sanidad determina el alcance de los derechos y la persecución de la seguridad el límite de los deberes.

Visto así, creo que se ha abierto un nuevo frente de conflicto. Por un lado, el cuerpo humano pulsional, y por el otro, el espacio de confinamiento. Es aquí donde se jugará lo que restringirá los márgenes de la ética de los cuerpos versus la estética de la convivencia en los espacios de confinamiento.

¿Cuál será la duración del conflicto? Es difícil saberlo. No tengo herramientas que me posibiliten el pronóstico.

Dado que pareciera haber una cierta periodicidad en la aparición de las enfermedades contagiosas, las respuestas en este planeta globalizado no pueden sino tender a la producción de protocolos coercitivos para ejercer un mejor control.

¿Estaremos entrando en una era de super valoración de la ciencia? Ojalá y así sea. Puesto que, si producto de la crisis pensamos en la ultra valoración de la medicina, nuestro pronóstico no es nada prometedor. Con el gremio médico asociado en cofradías de manejo de la muerte, con crecientes niveles pensamiento neoliberal en sus estructuras más sensibles, resulta difícil imaginar una distribución humanitaria y humanista de la medicina que supere la etapa del lucro, para pasar a un estadio de equidad.

La experiencia actual es la de los cuerpos en estados de protección incierta, sometidos a los espacios de confinamiento, o a recorridos malamente planificados en el espacio público.

“Todo preso tiene derecho a intentar fugarse”, dice el jesuita Francisco Suárez (siglos XVI-XVII), o Cesarre Beccario en su breve ensayo Dei deliti e delle pene. Y con esa idea en mente (al parecer) se intenta evadir las restricciones usando todo medio disponible, y todo argumento discernible. Es el cuerpo contra los espacios de confinamiento, la rebeldía de siempre actuando en contra de sí mismos. Por irracional que parezca, es lo que vemos a diario en los noticiarios y en las redes sociales.

El cuerpo no solo se rebela contra los espacios de confinamiento, sino contra la autoridad que dicta las normas que regulan estos estados de excepción.

¿Es una forma de rebeldía en contra del virus? Sería irracional, pero una fracción de la ciudadanía pareciera considerarlo con bastante seriedad. Los sanos se sienten invulnerables, los ancianos temerosos y los adolescentes creen que no es con ellos la cuestión. Pero en este enfrentamiento de David contra Goliat, es nuevamente el pequeño virus el que gana. No sirve ser grande, no sirve ser sabio ni joven. Solo sirve ser cuidadoso. Es la precaución la que salva contra cualquier forma de rebeldía o de intolerancia.

La poética del virus es Dada, ataca probabilísticamente, y los protocolos sanitarios, cuando se cumplen, desarticulan las estéticas de la muerte que acostumbramos, dejando solo un dolor seco carente de acompañamiento, y evitando el regocijo del dolor público, con los desgarros habituales en las ceremonias fúnebres, y la compasión culta de frases pre-hechas o las palmaditas en la espada con sus correspondientes abrazos de consuelo.

Desarticulados los protocolos de la muerte social, lo que queda es lisa y llanamente una muerte austera y clínica, casi paródica, y una ceremonia unipersonal en ausencia, con la sola entrega de las cenizas del muerto.

Todo esto es nuevo, requiere ajustes, requiere rearticular los dolores familiares en coordenadas de consuelo online, requiere revalidar el dolor privado y sus consecuencias. Alguno lidiara con la depresión que le provoque el encierro, otros redescubrirán el valor menospreciado de la familia, y también se reactivarán las actividades colaborativas en vista de la obligación de permanecer aislados, pero juntos.


Cortesía: Rodrigo Barcos

BAILE

Por Rodrigo Barcos (La Plata, Argentina, 1991). Artista y curador.

Una mañana de julio de 1518 una joven mujer llamada Frau Trofea apareció por una estrecha calle de Estrasburgo bailando sin razón aparente. Los vecinos recibieron con gracia y aplausos los movimientos alegres y delicados de la mujer, pero en el transcurso del día se fueron tornando toscos y desenfrenados. El paso de las horas trajo la luna y la luna un nuevo escenario. El trance de Trofea continuó hasta que su cuerpo se desplomó en el suelo por el cansancio. Pero para ese momento, no era ella sola la que bailaba, sino que se le habían unido unas seis personas más que movieron su cuerpo enérgicamente durante toda la madrugada. A los días siguientes se podían ver formas abstractas de sangre seca en las calles de tierra causadas por las lastimaduras en los pies de los distintos habitantes que no paraban de bailar.

En vistas de que el número de personas que se entregaban al fulgor de baile crecía, las autoridades junto a médicos y monjes decidieron tomar medidas concretas al ver que el diálogo y la persuasión eran inútiles. Designaron al mercado de granos ubicado detrás de la catedral como espacio público para aglutinar a todas las personas afectadas por el pulso inesperado del baile. Se instalaron plataformas y contrataron músicos para acompañar a los danzantes. Para fines de agosto se contaba con más de 400 personas que bailaban sin parar y con más de un centenar de fallecidos por infartos, derrames y agotamiento. Más tarde la historiografía denominó a este suceso como la epidemia del baile. En el registro de la época se concibió como un castigo religioso, aunque más tarde varios científicos adjudicaron este hecho a un caso de psicosis colectiva provocada por fuertes hambrunas y múltiples enfermedades que azotaban constantemente a la población.

Desde hace unos días que estas imágenes de una rave renacentista se me aparecen constantemente como una forma de pensar la futura organización de los cuerpos. El aislamiento obligatorio que vengo llevando hace más de un mes cambió radicalmente mi percepción del tiempo, que ahora se volvió un tanto viscoso. El cuerpo, en cambio, se convirtió en algo mucho más denso y pesado. Como si los pasos de cada nuevo día cargaran con todo el peso del cuerpo del día anterior y se fuera acumulando. Un tedio insoportable.

Leo por arriba los distintos artículos que hablan sobre la pandemia: desde los conspirativos hasta los conciliadores. Ninguno me interesa demasiado. Me tocó estar en un país donde se tomaron medidas a tiempo. Tenemos una tasa de infectados y muertes bajas y las medidas de contención social por ahora funcionan. Con suerte quizás en un futuro cercano se discuta un impuesto a la riqueza. Pero en verdad lo único que puedo pensar en estos días de inmovilidad corporal es en cómo vamos a bailar en el futuro. Cuánto tardarán en volver las fiestas. Qué recaudos tomaremos. Cómo serán los nuevos lugares destinados a los encuentros. Me resisto a pensar que la respuesta son las pantallas digitales.

Lo único generoso de la incertidumbre para quienes habitamos ciertos privilegios como el del techo y la comida es el abanico de posibilidades que abre a la imaginación. Es claro que en algunos territorios surgirán políticas totalitarias que intentarán suplir las fallas del capitalismo, que la economía caerá y el desempleo crecerá alrededor del mundo. Pero de verdad me interesa pensar en cómo bailaremos. Si el SIDA se instaló en los años ochenta para reconfigurar la manera de encuentro de las disidencias a través del pánico, ahora trato de pensar en cómo afectará el COVID-19 a la relación con nuestros cuerpos. ¿Surgirá un nuevo under? ¿Habrá fiestas laberínticas que nos obliguen a mantener una distancia fluida? ¿Nos acostumbraremos a los tapabocas tuneados y a los guantes de látex con uñas de fantasía? ¿A las máscaras protectoras? ¿Aprenderemos a mezclar palabras con gestos para ampliar nuestra manera de comunicarnos? ¿Perderemos de a poco la forma humana?

No tengo respuestas a estas preguntas, pero multiplicarlas me ayuda a lidiar con la sensación de que las cuatro paredes en las que me encuentro se reducen cada día un poco más.


VIGILIA

Por Cheril Linett (Chile, 1988). Artista de performance e investigadora escénica | Iv-n Figueroa Taucán (Chile, 1998). Estudiante de sociología, agitadora transfeminista y performer.

Ejercicio de composición estética a distancia en torno a los estados del cuerpo en cuarentena. Forro el interior de mi vivienda actual con las sábanas impregnadas de sangre menstrual que anteriormente cubrieron el frontis de mi casa natal. En paralelo, Iv-n Figueroa Taucán propone una escritura sensible, sintética y detallista que se entrecruza, en un mismo plano, con mi visualidad. Ambas poéticas se hibridan, creando una imagen a doble mirada. Vigilia evoca la violencia doméstica y la tradición de los velorios en casa, dos prácticas que se hacen presentes (por su incremento o prohibición) en tiempos de pandemia y encierro prolongado.

Performance e Instalación: Cheril Linett
Intervención escrita: Iv-n Figueroa Taucán
Registro Audiovisual: Rafael Allendes
Montaje y Foley: Andrés Valenzuela
Agradecimientos: Matías López y Dinko Covacevich


Cortesía: www.banksy.co.uk
Cortesía: www.banksy.co.uk

PLAGAS

Por Nohora Arrieta Fernández. Investiga sobre arte contemporáneo en Brasil y El Caribe. Escribe sobre literatura, poesía y artes visuales.

Pensemos en la mujer. Pensemos en el escalofrío que le recorrió la espalda cuando abrió la puerta del baño (ese oráculo de la limpieza) y descubrió la última obra del marido: dibujadas al carbón con el trazo que reconocería con igual facilidad un grafitero de Buenos Aires que uno de Tokio, nueve ratas gigantescas orinaban en la tasa del wáter (recién lavada con lejía), hacían malabares sobre el rollo de papel higiénico (imposible de encontrar en el supermercado), exprimían sin ninguna consideración el tubo de la crema dental (el último). La mujer cerró la puerta de un portazo. Banksy, el marido, publicó en su cuenta de Instagram una foto del jaleo del baño con una leyenda brevísima: “Mi mujer odia que trabaje desde casa”.

Además de dueños, gerentes, camareros y new yorkers entristecidos por la imposibilidad de la copa del happy hour, quienes más sufren el cierre de los restaurantes de Nueva York son las casi dos millones de ratas de la ciudad. Rob Carrigan, especialista en roedores, cuenta que en las últimas semanas ha visto manadas de ratas corretear a plena luz del día en los parques y avenidas de New York y New Orleans. El encierro de los humanos cambió los hábitos alimenticios de los roedores que recorren distancias imposibles buscando el alimento que no encuentran en los tachos de basura colindantes a restaurantes y bares. Además, la escasez de alimento les produce un síndrome de estrés al que responden incluso canibalizándose entre ellas. Como los roedores seguirán su olfato a dónde les indique que hay alimento, Carrigan advierte a los humanos en cuarentena que presten atención a los agujeros y las puertas de sus casas. Las ratas son causantes de por lo menos 55 enfermedades, y las ratas negras son portadoras de la pulga que transmite la yersina pestis, responsable nada más y nada menos que de la peste bubónica.

Mi amiga Cecilia, que vive sola y a diez cuadras de casa, estuvo las dos primeras semanas del encierro compartiéndome en WhatsApp sus “crónicas ratoniles”. De un día para otro, una familia de ratones le invadió la casa y levantó campamento en la estufa. Cuando yo me dedicaba a hornear panes y pescado, mi amiga pedía domicilios (dos horas de espera). Para lo inevitable – hervir agua para un té o el huevo del desayuno-, mantenía una distancia de tres pies entre ella y el fogón. Como les tiene fobia, comenzó a andar en casa con zapatos. Mientras el resto de los mortales con privilegios atravesábamos el día en pijama y pantuflas, Cecilia no se quitaba las botas de montaña por miedo a que alguno de sus nuevos inquilinos le saltara a los pies. Cada noche me contaba de un nuevo encuentro; en el baño, en el cuarto de la lavadora, pero lo peor, decía, es el que chilla debajo del horno. Desarrolló en quince días un oído absoluto. No los veía, pero los escuchaba dar saltitos de un rincón a otro del salón (¡a las cinco de la tarde!), chillar debajo del ruido de la calefacción (la calefacción de Cecilia suena como una locomotora) o escabullirse -las patas diminutas rasgando la superficie- entre la estructura de madera del interior de la casa.

El dueño del apartamento mandó a un inspector de plagas que repartió trampas y gomas llenas de veneno -parecen un condón usado, dijo Cecilia- por toda la casa. Después fue el turno de un brasilero que se apareció sin máscara ni guantes a tapar los agujeros de la sala, el cuarto y el baño (la casa es vieja y está llena de huecos, había dicho el inspector). Al final Cecilia probó a embadurnar los rincones de la casa con aceite de menta, un repelente natural del que se enteró por Google. Las tengo a raya, escribió aliviada la semana pasada.

¿Ahora entienden por qué no puedo parar de pensar en la mujer de Banksy? ¿Qué tipo de refugio es la casa cuando nosotros creamos al enemigo? Generamos el desbalance en un ecosistema (el murciélago), del que nos defendemos con otro desbalance en nuestro modo de vida (el encierro), que crea un desbalance en la vida de otros organismos (los roedores), que responden con un desbalance (la toma de la casa de Cecilia y la toma figurada del baño de Banksy). Me hizo gracia ver a mi amiga en su cruzada contra los ratones. Pero fue una gracia momentánea. Porque el problema, intuyo, era precisamente ese, verlo en términos de una cruzada del hombre contra el animal y no como una escena más del infinito ciclo de la vida al que pertenecemos, en el que no estamos solos, y contra el que -incansablemente- atentamos. La escena no es cómica. Elijan ustedes el adjetivo.


Jhonathan De Aguiar, Umbral, 2019. Óleo sobre papel, 20 x 20 cm. Cortesía del artista.

HUMANIDAD

Por Rigel García (Caracas, 1977). Investigadora. Curadora del Museo de Bellas Artes de Caracas, Venezuela.

Hace muchos años leí un relato de Ray Bradbury, ese gran creador de imágenes, donde se describía el sentimiento de estupefacción que debieron experimentar los primeros seres humanos (o aquellas criaturas en vías de) ante el advenimiento de la noche. Una mezcla de asombro, terror y fascinación invadió seguramente los corazones y mentes de quienes se preguntaron entonces si el sol volvería a brillar. La narración refiere una incertidumbre similar en relación a la experiencia inicial del invierno –la Gran Noche–, esa prolongada ausencia de luz y de calor que no solo ponía en duda la vida sino que obligaba a esperar sin garantías, a guardar el fuego e insistir –unidos– en la subsistencia. Hasta que la primavera fue un hecho comprobado, cada invierno cimbró el alma humana con inseguridades y expectativas. Todos los rituales de la luz relacionados con la estación más fría del año provienen de esta vivencia ancestral –básica y contundente–, grabada en nuestro código genético e inconsciente como parte de un tránsito ininterrumpido a lo largo de la historia.   

En estos días de pandemia, confinamiento y vacilación, a menudo imagino esa clase de eventos trascendentes que están en la raíz de lo que somos. Pienso en la continuidad milenaria de la vida y en la conmovedora actualidad de nuestras experiencias más básicas: la enfermedad, el temor y la muerte; pero también en el deseo inquebrantable de la vida por ser, o en el esfuerzo terco y minúsculo de todo un mundo por lograrlo. “Hacía mucho que no nos pasaba esto”, suelo decirme, como si la vida fuese una sola desde el principio del tiempo. Probablemente habíamos olvidado que vivimos en un auténtico planeta, que formamos parte de un ecosistema y que somos susceptibles a las catástrofes naturales. Siempre habremos de estar sin habla frente a la naturaleza y lo que más me estremece de la pandemia del COVID-19 es su radicalidad en tanto experiencia humana total. Global. Por primera vez en centurias estamos viviendo algo todos juntos y al mismo tiempo. No por ello somos más fuertes o tenemos más esperanzas.  

Como aquél primer invierno de la prehistoria, esta es una noche larga y nadie nos preparó para ella, aunque nuestro núcleo seguramente conecta con esos acontecimientos atávicos que han acompañado la larga y única vida de todo lo humano. Pienso en esas aldeas de los siglos pasados cuyas noches transcurrieron con horror interminable en medio de una epidemia. Sin noticias, sin saber del familiar o del amigo, sin espectáculos; con el tiempo dilatado (o truncado) por la ineficacia de la medicina y la precariedad del transporte y la comunicación. Pienso en las huellas que esas inquietantes esperas dejaron en el alma humana. Esperar nunca fue extraño, pero se nos ha olvidado. El coraje de tantas gentes que tampoco sabían a qué se enfrentaban acompaña mi compasión sobre el presente, sobre nuestra fragilidad y nuestro valor, sobre nuestra ignorancia e indefensión, sobre nuestras pretensiones y torpezas. Cuando pienso en Venezuela, dolorosamente veo que ese pasado común no está en el inconsciente colectivo, en el anima mundi, sino en la realidad diaria, pues gran parte del país ha vuelto a experimentar la miseria de una aldea del siglo XV: sin electricidad, sin agua, sin gasolina y sin acceso a un sistema de salud. La humanidad y sus carencias son, aquí, de un anacronismo injustificable, mezcla de noche antediluviana y futuro de ciencia ficción. Estamos en la sorprendente coyuntura de volver al ciclo vital, de estar viviendo un parteaguas y de enfrentar sin respuestas la inminencia de un futuro (presente, desde ya) desdibujado. Suelo pensar –porque desde que esto comenzó me he quedado un poco sin palabras–, que la historia y la imaginación se encargarán de dar sentido a este relato que ahora nos asombra y nos confunde. Queda en evidencia cuáles son las prioridades y dónde –lógicamente– seguimos siendo (a veces sin perdón) tremendamente vulnerables. Por ahora, conectar con eso humano, tan luminoso y oscuro, parece ser un trance inevitable: desde la fogata invernal del primer miedo hasta la devastación que representa cada persona perdida en esta pandemia del año 2020. Somos esto, y aquello. Una comunión de experiencias atemporales convertida hoy en caja de resonancia, pues no hemos cambiado mucho cuando se trata de enfermar o sentir temor; tampoco cuando se trata de sobrevivir y salvar al otro. El intenso amor por la vida constituye también (paradójicamente) la más preciosa lección de ese pasado que a menudo se subestima pero que sigue latiendo en nuestro más profundo centro.

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