¿NATURALEZA MUERTA? GONZALO PEDRAZA: COLECCIÓN NATURAL
En la primera sala, un jardín deshidratado. Entre mustias palmeras de papel se reparte una colección de estatuas de yeso contrahechas, todo bañado por una luz mortecina. Al caminar sobre el suelo ceniciento se tiene la sensación de haber entrado en un viejo parque asolado por la destrucción nuclear, una isla de la fantasía arrasada por un holocausto devastador. De otro modo, se puede también pensar en una “naturaleza muerta”, para usar una temática común de la tradición del arte. Saber que esa sala de exposición donde se encuentra esta escena está ubicada en los sótanos de una de las torres del gran poder corporativo no deja de añadir cierta ironía a la propuesta. Así se accede a Colección Natural, el montaje realizado por Gonzalo Pedraza en las salas del Centro de las Artes 660 de CorpArtes.
Es cierto que el mundo natural es, en gran parte, una creación artificial. Mejor dicho, es una construcción elaborada a lo largo de siglos de aculturación sucesiva: genéticamente le hemos transmitido todos nuestros artes y saberes a la biodiversidad circundante hasta convertir el planeta en un jardín bajo amenaza, un extenso muestrario de especies a punto de desaparecer. Sólo los llamados desastres naturales nos hacen recordar el límite de nuestra condición humana como un animal sometido al poder colosal de los elementos desatados, de las olas gigantescas, de los tornados furiosos, de los terremotos arrasadores. Ahora bien, ¿es ese desastre natural, ese momento posterior al holocausto el que se insinúa en la sala de acceso a Colección Natural? No es fácil descifrarlo. En su soledad, el visitante experimenta cierta indecisión ante la textura polvorienta bajo los pies y la presencia de esas estatuas de yeso que imitan a figuras clásicas como la Venus o el León alado. En general, ese jardín arrasado de la sala de acceso impone un inevitable efecto cartón-piedra, de falso telón que no deja decidir si hay que conmoverse o apurar el paso. Se perfila entonces el signo distintivo que impone su marca al montaje y que se asocia al término kitsch. Como explica Ludwig Geisz en su Fenomenología del kitsch, “podría decirse que el kitsch consigue transformar las ‘situaciones límite’ de la existencia humana en conmovedores idilios”. En sus tres ambientes, Colección Natural recupera ese juego de ambigüedad que plantea la imitación de lo serio, la evocación de una situación tremenda realizada con materiales de maquetería a la vista. De alguna manera, Pedraza, interesado siempre en investigar la formación de las colecciones, introduce por primera vez una mezcla completamente personal y fantasiosa donde hay algo de capricho en su recombinación no convencional que, más que destacar las piezas expuestas, nos propone un juego de ambientes, como el recorrido de un parque de diversiones donde, al entrar a la Casa del Terror, sabemos que todo es maqueta, que el miedo es una emulación del miedo que nos gustaría sentir.
Desde la relectura de un jardín deshidratado hay que pasar a la segunda sala donde se ha instalado el Gabinete: distintas especies almacenadas en vitrinas hexagonales resplandecen en un lugar de luz radiante, como si fuera un laboratorio diseñado para una utopía futurista. El contraste de luminosidad y la blancura hablan de la evolución de la ciencia, de la pureza del laboratorio: esta vez las plantas de papel están catalogadas y dispuestas en grandes muestrarios a los que la luminaria LED les da vida. Desde la isla deshidratada al laboratorio del espacio, la pregunta persiste: ¿cómo concentrar la vida natural en una instancia coleccionable (sin pasar por el naturalismo)?
En la tercera sala, titulada Páramo, las paredes negras crean una zona de vacío sobre la que se extiende una arena blanca. Este desierto indoor está poblado por una procesión de estatuas de yeso destrozadas que rematan en una línea de marcos y bastidores apilados. La sugerencia implícita apunta hacia el límite del arte como ejercicio ruinoso, una especie de recombinación de los restos de civilizaciones pasadas. Esta melancolía de la ruina recuerda esa imposibilidad que menciona Jean Baudrillard al abrir su ensayo El complot del arte: “Cita, simulación, reapropiación, el arte actual se dedica a reapropiarse de manera más o menos lúdica, más o menos kitsch, de todas las formas y obras del pasado, cercano, lejano y hasta contemporáneo”.
Por lo demás, al revisar la destacada trayectoria realizada por Gonzalo Pedraza con su proyecto Colecciones no es descabellado plantear esa filiación con el kitsch: su Colección Vecinal mostrada en la Galería Metropolitana hacía un lúcido rescate de la imaginería barrial al solicitar a los vecinos que compartiesen una obra de arte que guardaban en su casa. Así logró reunir una fabulosa mezcla de imágenes rescatadas de la sentimentalidad doméstica para convertirlas en una “colección”. La pregunta sobre cómo se construye una colección quedaba resuelta por una convocatoria de lo íntimo donde la participación vecinal, el acto de reunión y el reconocimiento colectivo actuaban como criterio unificador de ese potpourri indescifrable de fotos, pósters, cuadros y muebles. Se podría decir que había una buena dosis de encuentro relacional organizado para entender ese despliegue de material inclasificable. Ahora, al mirar pieza por pieza era innegable el guiño a una estética kitsch donde cada pieza aparecía justificada por su valor sentimental.
Por último, Colección Natural se asoma también a la relación entre naturaleza y colección, lo que implica indagar en el origen del museo como espacio de almacenamiento y generación de conocimiento. Los museos que el naturalismo llenó de fósiles y especies en formol se han convertido, en el caso de las artes visuales, en un lugar para la diversión, centros de consumo de la imagen y su merchandising asociado. La polémica sobre si el arte debe o no entretener está servida hace rato. Por lo pronto, según se lee en la presentación oficial, “Colección Natural continua tras un exitoso 2015 en el que la Fundación CorpArtes presentó la muestra Yayoi Kusama: Obsesión infinita -visitada por cerca de 195.000 personas- e Iván Navarro: Una guerra silenciosa e imposible, visitada por 26.500 personas”. Le han impuesto una dura tarea estadística al nuevo expositor. El éxito, denominación cuestionable, no siempre se mide siempre en cifras. Preferible pensar que si Colección Natural alcanza el “éxito” será, según lo aclara en el catálogo el propio expositor, en la medida que la exposición sirva como “conector a la historia natural de cada uno”.
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