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ENREDOS Y ECONOMÍA NARANJA

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La Colombia de Iván Duque posiblemente sea el país que con más energía ha acogido el concepto de “Economía Naranja” en Latinoamérica. El hoy presidente de la República se ha erigido en un verdadero apóstol en la publicitación y valoración de esta área de desarrollo económico sustentada en las industrias creativas y culturales, incluso desde los tiempos que representaba al gobierno de Juan Manuel Santos en el Banco Interamericano de Desarrollo, cuando publicó a dos manos el libro “La economía Naranja, una oportunidad infinita” junto con Felipe Buitrago. Lo cierto, es que la “Economía Naranja” representa un área de desarrollo sostenible que ha mantenido notables índices de crecimiento en la economía mundial. La apuesta de Iván Duque por este sector ha propiciado la programación de sendos encuentros entre especialistas de la materia en ciudades como Medellín y Bogotá, incluso con la participación del británico John Hawkins, inventor del término.

Todo hasta el momento suena muy bonito en los papeles y en la teoría,  pero en la práctica la cosa es distinta, pues existen elementos a tomar en cuenta debido a que ya a inicios de su aplicación parecen contradictorios. Uno de ellos se debe al hecho de que la creación se mueve en terrenos incómodos al poder. Ejemplos de esto existen a borbotones, incluso en tiempos muy recientes. Echemos un vistazo a la última edición de la Bienal de La Habana en Cuba o a la Trienal de Aichi de Japón, para darnos cuenta de la forma tan aparentemente sofisticada cómo estos mecanismos de control aparecen y se ejercen de forma vertical sobre los creadores que no encajen en las preferencias y comodidad de quienes detentan el poder.  Y es que el concepto de “Economía Naranja” no calza muy del todo con lo que es el arte debido a que éste representa, al final de cuentas, un acto de resistencia a contracorriente, difícilmente codificable y en la mayoría de los casos rebelde. Entonces, puede que a través del tiempo las piezas de la ecuación empiecen a sufrir un tipo de relación entrópica, de tira y encoje, de incomprensión disciplinaria y de autoritarismo idealizado que propicie, antes que una cultura naranja, una cultura moreteada y golpeada.

En Colombia, muy recientemente, estas contradicciones han aparecido de manera muy clara, aún en tiempos en que el proyecto de “Economía Naranja” se nos muestra de forma muy idílica, sobre todo cuando a partir del pasado jueves 31 de octubre el propio Presidente Iván Duque inauguró en el Distrito de Arte del Barrio San Felipe en Bogotá la primera Área de Desarrollo Naranja de la nación, como uno sus primeros pasos dirigidos a la consolidación de su proyecto de economía cultural y como consecuencia de una ley que él mismo impulsó desde el Congreso de la República cuando todavía era senador. Su financiamiento se dará a través de una inversión privada que rondará los 500.000 millones de pesos y, según algunos cálculos, generará aproximadamente un número no menor a los 5.000 empleos. La idea es que este proyecto se replique y se expanda por distintas regiones del país.

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Paradójicamente, a menos de un mes de este grandilocuente lanzamiento, junto a los grandes anuncios y publicitaciones anteriores al mismo, fuerzas policiales allanan de manera sorpresiva y con una actitud hostil una serie de espacios culturales, entre los que se encuentran La Otra Danza y la revista “Cartel Urbano”, ubicada, por cierto, muy cerca del edificio donde el primer mandatario inauguró su proyecto modelo de economía creativa en el Barrio San Felipe de Bogotá.

Sin ir muy lejos, durante lo que va de año conocemos de varios casos que van en esa misma dirección y que en su conjunto arman un brutal expediente que muestra la situación real de la libertad de expresión en este país. Antes de todo este nerviosismo generado en la víspera del paro nacional, el 16 de septiembre, a comienzos del 45° Salón Nacional de Artistas de Colombia, un mural ejecutado en el Instituto Colombo Americano por los artistas Lucas Ospina y Power Paola que aludía al presidente norteamericano Donald Trump, al expresidente Álvaro Uribe, el presidente Iván Duque y el Alcalde Mayor de Bogotá, Enrique Peñaloza, fue borrado evidentemente por ser una obra que, por su sentido crítico y punzante, se hacía incómoda para algunos sectores de la sociedad colombiana. Sin embargo, y aunque pareciera evidente la procedencia de la orden, tanto el portal Esfera Pública y la Revista Arcadia sugirieron en su momento que el Ministerio de Educación aseguró no ser la institución que ordenó esta acción, y que, muy por el contrario, apoyan y protegen al Salón Nacional y el derecho que tienen los artistas de expresarse; en resumidas cuentas, todo apunta a que fue el mismísimo Instituto Colombo Americano el autor y ejecutor de la orden.

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Un poco más adelante, en el mismo mes y muy cerca del lugar de lanzamiento del Área de Desarrollo Naranja por parte del Ejecutivo Nacional, un mural ejecutado por mandato de familiares de las víctimas de los llamados “Falsos Positivos” (se denomina de esta manera a los casos de personas civiles ejecutadas por las fuerzas militares que posteriormente los presentaron como miembros de la guerrilla a principios del siglo XXI), fue eliminado por brigadas del ejército colombiano sin ningún tipo de explicaciones. Como este, sabemos de muchos casos ejecutados en tiempos y lugares distintos en donde el acto creativo representa una amenaza para los de arriba y el resultado predecible y previsible es el mismo, la censura.

La corporativización de la cultura a través de su mercantilización trae como consecuencia estos dimes y diretes, estos enredos, pero además, si se la aplica desde arriba de seguro mantendrá una relación conflictiva con los sectores creativos. No se trata sólo de encontrarle una viabilidad económica a la cultura (que de entrada es positivo), sino de estructurar tipos de políticas culturales en el marco de una relación de tolerancia y respeto hacia sus creadores, debido a que, en definitiva, el arte es el territorio de la especulación y la libertad, esa que nos reafirma en nuestra condición humana.

 


Imagen destacada: Mural de los artistas colombianos Lucas Ospina y Power Paola en la fachada del Instituto Colombo Americano, después de ser censurado el 23 de septiembre de 2019. Foto vía Esfera Pública

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Néstor García

Nació en La Fría, estado Táchira, Venezuela, en 1981. En el año 2007 egresó como Técnico Medio en Arte Puro de la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas de Caracas y en 2012 como Licenciado en Arte Mención Pintura de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Antiguo IUESAPAR). En el 2016 estudió guión cinematográfico en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. Entre sus exposiciones colectivas recientes se encuentran “XV Premio Mendoza, Sala Mendoza, Caracas, 2019; “Lo uno y lo Múltiple”, Galería Mariela Lairet, Lima Perú; “Lecturas Urgentes”, Sala Asab de Bogotá, 2019, “El Vitrinazo”, Galería Valenzuela Klenner, Bogotá, 2017; “Razón”, Galería Abra Caracas 2016-2017; “Colectiva”, El Anexo Arte Contemporáneo de Caracas, 2016; entre otras. Entre sus exposiciones individuales se encuentran “El dominio de las estructuras”, Galería Jacob Karpio, Bogotá, 2019; “Hoy es la Danza del agua sobre el fuego”, Galería Abra Caracas, 2018; “Las paradojas de la representación”, Galería Jacob Karpio, Bogotá Colombia, 2018; “Pinturas Impresentables”, El Anexo Arte Contemporáneo de Caracas, 2017 y “Gran Ferrocarril del Táchira” en El Anexo Arte Contemporáneo de Caracas, 2014. En el 2012 participó en “Conexiones Emergentes” de la fundación Cisneros y en el 2013 con el proyecto “Crónicas desde el Arte” en el Taller Curatorial del Periférico Arte Contemporáneo de Caracas. Vive y trabaja en Bogotá.

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