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MEMORIA ESCINDIDA. ARQUEOLOGÍA DE LA POSMODERNIDAD EN RUINAS

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Por Luisa Fernanda Lindo | Curadora 

La memoria se configura como un reservorio de imágenes. Un lugar al que volver a través del recuerdo. Por ello se dice que recordar es hacer memoria. Sin embargo, esta no puede dar cuenta de una totalidad, no solo por ser fragmentaria, sino por ser selectiva. Esta parcialidad abre una serie de interrogantes acerca de los límites de la memoria: ¿De qué manera el recuerdo nos determina en el presente? ¿En qué se basan nuestros recuerdos? ¿Qué se esconde detrás de un recuerdo encubridor? ¿Cómo una huella u objeto es capaz de activar un recuerdo? ¿Qué determina el olvido?

Si bien las comunicaciones han avanzado aceleradamente gracias al desarrollo tecnológico y la aparición de internet, estos también han potenciado la ausencia y el olvido. La individualidad ha llegado a su cumbre y la humanidad marcha a ciegas, abstraída en las pantallas de sus teléfonos móviles y entregada a la realidad virtual donde todo es posible. El cuerpo ya no significa una presencia, sino que configura un medio para la ausencia. La alienación y la falta de empatía van ganando terreno.

Hemos ido perdiendo la capacidad de comunicarnos con la naturaleza, dejando de lado los ritos ancestrales que conmemoraban a la madre tierra. El ambicioso e insaciable antropocentrismo ha buscado dominarla, convirtiéndola en objeto de uso e inagotable fuente de extracción, vulnerando sus derechos y los de las comunidades que conviven en armonía con ella. Sin embargo, la naturaleza no es un objeto ni tiene por función servir al ser humano, como malamente nos han enseñado. Esta objetualización de la naturaleza, que es uno de los principales problemas de nuestro tiempo, comprende también al cuerpo humano, en particular al de la mujer: convertido en objeto de deseo, de placer, de intercambio, sobre el cual se cree poder decidir y ejercer poder al punto de forzar su mutilación.

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La memoria escindida es resultado de la acción de un sistema que se ha empeñado en controlar los recuerdos de los individuos a través de la manipulación de la información (imágenes, archivos y testimonios), valiéndose de una maquinaria de supresión, invisibilización y destrucción que forma parte de una necropolítica en la cual todos participamos de manera activa o pasiva. La memoria continuará siendo el lugar al que volver, pero en su condición de escindida ese retorno implicará el encuentro con un lugar devastado, como quien retorna a una selva hecha cenizas.

La posmodernidad no solo ha significado un cambio de paradigma sino la instauración del neoliberalismo y la crisis de las instituciones, cuyas estructuras se han visto resquebrajadas, revelando un vacío insondable. El quiebre de estas estructuras incide también en la memoria de los individuos: una casa cuyas columnas están agrietadas, es más propensa a derrumbarse. Esta fractura de la memoria es el resultado de un sistema colapsado que, como un cáncer, ha ido consumiéndose a sí mismo y convive con sus propias ruinas.

Es en este escenario donde las artistas de esta exposición intervienen, a manera de arqueólogas, para hurgar entre los restos y escombros de la posmodernidad. La arqueología se vale de los objetos para estudiar y conocer el pasado, en tanto estos refieren acerca de las personas a las que pertenecieron y su función en determinados contextos y épocas. Los objetos emergen como pesquisas, huellas o restos evidenciando el vacío, pero también configurando piezas claves para la reconstrucción del pasado y la comprensión del presente; se trata de una arqueología de los objetos que alberga en ellos mismos su propia memoria.

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Sin embargo, ¿cuál es nuestra relación con los objetos? Habría que analizar de qué manera estos han modificado nuestras relaciones y cómo han determinado nuestros comportamientos, deseos y necesidades. Esta muestra aborda el concepto de memoria a partir de las cosas naturales y materiales que conforman el entorno. Así, la memoria no solo es concebida desde el sujeto que recuerda sino desde los objetos que nos relatan sus propias historias y la misma naturaleza, concebida como sujeto de derecho.

Por una parte, las obras de Rossana López-Guerra, Natalia Revilla y Mariana Riveros se acercan a la concepción del buen vivir que supone una visión integradora entre el ser humano y el aire, el agua, los suelos, las montañas, los árboles y los animales. Esto se manifiesta en la representación de la hidrografía de la cuenca del lago Chinchaycocha –uno de los más contaminados del mundo por recibir agua de ríos que arrastran relaves mineros– para cuestionar la invisibilidad de los distintos componentes del paisaje; en el señalamiento de la ausencia del Estado a partir de la presencia de espacios olvidados o invisibilizados que muestran la transformación violenta del panorama debido al extractivismo indiscriminado; y en la adopción de un ritual andino como ofrenda para contrarrestar las múltiples ocupaciones, construcciones y destrucciones vertidas sobre la Costa Verde a causa de los intereses de los gobiernos de turno.

Por otra parte, los desplazamientos, la gentrificación y los nuevos modelos arquitectónicos se presentan en las obras de Iliana Scheggia y Ana Cecilia Farah. Esto se muestra en la representación escultórica de las Unidades Vecinales, surgidas entre el 45 y 60 del siglo XX como solución económica y moderna a la sobrepoblación, producto de la migración del campo a la ciudad, así como en la instalación sonora que refiere a la resistencia del barrio de Santa Cruz, en el distrito de Miraflores, ante la gentrificación disimulada que no termina de convivir con el sentir popular del barrio antiguo.

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Finalmente, la memoria y la identidad a partir de los sujetos se expresa en las obras de Lucía Cuba y Patricia Villanueva. Esto se revela en los doce vestibles que nos recuerdan el vacío de un Estado que hasta la fecha es incapaz de reconocer y reparar la mutilación ejercida sobre los cuerpos de mujeres y hombres de la sierra y selva peruana; y, por último, en la suspensión de la memoria a través de siete cajas de acrílico selladas, que representan treintaicinco años de la artista, en cuyo interior cada una contiene una memoria personal a la cual nadie puede acceder.

Memoria escindida. Arqueología de la posmodernidad en ruinas configura una arqueología de las ruinas de la posmodernidad a partir de la representación o presencia de aquellos objetos y/o sujetos que han sido silenciados y/o relegados a los márgenes de la historia, esa delgada línea donde todo termina naturalizándose de manera artificial y volviéndose norma(l).

 


Memoria escindida. Arqueología de la posmodernidad en ruinas se podrá ver hasta el 27 de octubre en la Sala Raúl Porras Barrenechea, Salas Larco 770, Centro Cultural Ricardo Palma (Av. Larco 770, Miraflores), Lima. Artistas participantes:
Lucía Cuba, Ana Cecilia Farah, Rossana López-Guerra, Natalia Revilla, Mariana Riveros, Iliana Scheggia y Patricia Villanueva. Curaduría: Luisa Fernanda Lindo. Un proyecto de X-Change Art Project, plataforma independiente y autogestionada para la difusión del arte contemporáneo desde Perú.

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