
ALEXANDER APÓSTOL Y LA MÁSCARA DE LA TRANS-NACIÓN
En la última edición de la Bienal de Shanghái (Proregress, 2018), el venezolano Alexander Apóstol presenta el trabajo Régimen: A dramatis personae. Compuesta por un muro de 60 fotografías, la serie muestra un compendio de retratos personificados de la sociedad venezolana en sus muchos ámbitos actuales; por su parte, los actores de las imágenes -en la cotidianidad, fuera de la interpretación- son personas transexuales y travestis vinculadas a distintas ONG de derechos humanos relacionados a la identidad. La obra de Apóstol, compleja en su naturaleza, llena de guiños, sátira y kitsch, plantea en esta nueva propuesta una serie de evidencias históricas, en las que tras un primer proceso de identificación iconográfica propician nuevas reflexiones que superan a la imagen, pues ¿qué sucede al enmarcar estos personajes, de apariencia ficcional, en un contexto histórico y político real? O, no menos importante, ¿qué hay más allá de la personificación y la teatralidad, en la relación entre estas figuras de poder y contrapoder?

Alexander Apóstol, Régimen: A dramatis personae. Vista de la instalación en la 12º Bienal de Shanghái, 2018. Cortesía del artista
La idea recurrente de la historia como un tiempo que se repite a sí mismo encuentra una posible explicación en la Antigüedad Griega, momento en el que Tucídides afirmó que “no es que la historia se repita, sino que siempre están presentes los mismos factores”. Entre estos últimos, destaca el hombre como reiterativo actor protagónico, y por ende, como mayor causa del errante transitar al que ha sentenciado su propia existencia. Así, el pensamiento humano retoma episodios de un pasado ya andado para revivir tanto épocas de plenitud como momentos de oscuridad, en cuya oscilación resurgen ideales evolucionistas antónimos a utopías revolucionarias, procesos de transformación contrapuestos a estacionamientos reflexivos, además de grandes democracias que dan lugar a temibles dictaduras. La sociedad venezolana no se aleja de este patrón histórico, en el que ciertas imágenes brindan pistas de comportamientos y personajes que configuran roles posteriormente convertidos en figuras icónicas, tanto por el papel que desempeñan en la historia como por las características arquetípicas que facilitan su proceso de “iconización”, hecho que corrobora que -según el régimen escópico imperante- cada país y época ve el mundo de una manera determinada, y por ende, produce imágenes que le correspondan.
En la serie Régimen: A dramatis personae (2017-2018), Alexander Apóstol parte de un imaginario visual de la Venezuela reciente para elaborar un catálogo fotográfico de la identidad nacional en tiempos de autoritarismo. A través de sujetos sociales concretos, Apóstol muestra retratos de la sociedad civil a partir de la exaltación de sus clichés, físicos o discursivos que, tras ser escogidos de manera sistemática, son convertidos narrativamente en estereotipos, y así proyectados hasta configurar una identidad cultural, a sabiendas de que al hablar de Latinoamérica, los discursos identitarios “son producciones simbólicas vinculadas a determinadas prácticas institucionales de carácter populista” (Castro-Gómez, 1996). Estas prácticas, según Foucault, funcionan en base a mecanismos internos de inclusión y exclusión; pero en este proceso se hace necesario precisar ¿cuáles grupos son suprimidos por dichas “culturas nacionales”?

Alexander Apóstol, La revendedora de bienes regulados. Vista de la instalación en la 12º Bienal de Shanghái, 2018. Cortesía del artista
Entre las diversas agrupaciones marginadas, las minorías sexuales en Latinoamérica se encuentran en una condición de notable particularidad: ser rechazadas por una población considerada en varias partes del mundo, en sí misma, excluida. Dentro de ésta, aquellos comportamientos biológica o esencialmente no propios de la naturaleza humana son rechazados al punto de la intolerancia. Sin embargo, respecto a la condición natural de la orientación sexual, la identidad sexual o la expresión de género, la filósofa Judith Butler (2001) asegura que son éstas resultado de una construcción-producción social-histórica y, por ende, “todo lo natural constituye una naturalización de la construcción cultural”.
Fundamentadas en la idea de Butler de que “todo sujeto es resultado de interpretación o del asumir performativo de alguna posición fija”, las imágenes de Alexander Apóstol enfrentan constructos tanto simbólicos como regulativos, cuya aparición reiterada en la cotidianidad de un país constantemente convulso consolida la idea del pueblo-nación, una forma de razón colectiva que supedita su conciencia política ante los ideales clásicos y primitivos de lo telúrico y lo cultural.
La complejidad y aparente lejanía entre planteamientos crea en torno a la serie de Apóstol una pregunta fundamental: ¿cómo el artista logra un retrato “real” a partir de una situación teatralizada? Y a su vez, ¿cómo la identidad nacional se relaciona a la identidad sexual? En fotografía, “lo que convierte a un rostro en producto de una sociedad y de su historia es la máscara”, término heredado de Barthes (1989) que plantea a su vez un doble propósito, el de esconder la verdadera identidad o el de revelar aspectos que el rostro no puede mostrar. Así, bajo la simultaneidad de una máscara que evidencia la identidad de un pueblo-nación copado de clichés, en paralelo al ocultamiento de la presencia de minorías sexuales condenadas a la penumbra, Apóstol retrata a El opositor preso, El héroe histórico antiimperialista, El elegante golpista, La revendedora de bienes regulados, La votante populista de antes, El miliciano apoyado, El policía militar, El empleado siempre dependiente de la administración pública, entre otros muchos personajes que componen una actualidad dominada por la cultura de la inmediatez, circunstancia donde el presente se convierte en el horizonte único de significación, a falta de un proyecto futuro.

Alexander Apóstol, “El oportunista exiliado con el bolsillo en el sistema” – “El líder carcelario con buenos amigos” – “El refugiado que aprieta fronteras” – “La nepotista primera dama”. Vista de la instalación en la 12º Bienal de Shanghái (2018). Cortesía del artista

Alexander Apóstol, “La madre del hijo muerto”. Vista de la instalación en la 12º Bienal de Shanghái (2018). Cortesía del artista
Más allá de cubrir o descubrir, la máscara de la fotografía de Alexander Apóstol libera el caos en el que consiste el abismo patrio de 500 años de retraso socio-económico, y por otro lado, se muestra como la metáfora de un país que, tras vestiduras y maquillajes, sólo exige el reconocimiento de su verdadera identidad nacional, en la que el “pueblo” se desplaza al otro lado, para auto comprenderse como conciencia y expresión política de su propia cultura.
Mientras tanto, la certeza de que lo humano consiste precisamente en “invocar identidades en distintos momentos, a partir de un cierto repertorio tan estable como fluctuante”, nos permite ver en el prefijo de lo trans (o en su acepción del “al otro lado”) la verdadera naturaleza del hombre: la de una identidad en movimiento que, aunque aparentemente repetida, siempre responderá a una situación contextual, condensada por Alexander Apóstol en sus fotografías teatralizadas, cuya condición de imagen supera un ideal de composición o belleza para optar por la finalidad real del retrato (Francastel, 1978): “interesarnos en la figura del modelo por sí mismo”, en este caso, los personajes de una trans-nación en perenne conflicto.
Referencias:
- BARTHES, R. La Cámara lúcida. Nota sobre la fotografía (1989). Editorial Paidós Ibérica SA. Barcelona, España.
- BUTLER, J. El género en disputa (2001). Ediciones Paidós. México.
- CASTRO-GÓMEZ, S. La crítica de la razón latinoamericana (1996). Puvill-Editor. Barcelona.
- FONTCUBERTA, J. El beso de judas: Fotografía y verdad (1997). Editorial Gustavo Gili, SA, Barcelona, España.
- FRANCASTEL, G & P. El retrato (1978). Cátedra, Madrid.
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