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Migraciones y Desplazamientos en el Trabajo de Cecilia Jurado Chueca

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La identidad profesional de Cecilia Jurado Chueca (Lima, 1977) es resultado de una hibridización de prácticas y una serie desplazamientos. En efecto, a lo largo de su trayectoria no sólo ha desempeñado e intercalado los roles de artista, curadora y galerista, sino que ha desarrollado una carrera que desafía las rígidas estructuras de especialización del mundo del arte contemporáneo con el fin de tender puentes entre las heterogéneas comunidades nacionales y culturales que se concentran en la ciudad de Nueva York.

Es así como, en el 2003, con tan sólo 26 años, la artista decide viajar a Estados Unidos durante un sabático de tres meses, encontrándose con oportunidades profesionales que eran inviables en Perú, un país que había recuperado la democracia recientemente (2000) tras atravesar una de las crisis más severas de su historia republicana y un conflicto armado interno de casi dos décadas (1980-2000).

Ya instalada en Nueva York, la artista construyó una red de soporte compuesta de emprendedores y profesionales que, como ella, formaban parte de una cultura diaspórica. Fue en este contexto que Jurado sintió la urgencia de fundar Y Gallery, un espacio con el que buscó articular una escena artística latinoamericana capaz de ampliar la representación y los debates en torno a la cultura “latina” que ocurrían en la ciudad. Con el paso de los años y la incorporación de diferentes socios, Y Gallery iría redefiniendo y ampliando sus propias fronteras, para finalmente apostar por proyectos de artistas de orígenes disímiles que, sin embargo, comparten un interés por reflexionar en torno a las dinámicas políticas y sociales de una de las ciudades más cosmopolitas y diversas de Norteamérica.

Luego de más de diez años de trabajar casi exclusivamente como galerista y gestora cultural, desde el 2015 y bajo el seudónimo de C.J. Chueca, Jurado ha comenzado a retomar su práctica artística. Desde entonces, ha formado parte de exposiciones colectivas en Nueva York, Toronto Estambul, Viena y Lima. En el 2018, y después de 13 años sin mostrar su trabajo de manera individual en Perú, la artista finalmente vuelve a exponer en Lima gracias a la invitación del Instituto Cultural Peruano Norteamericano-ICPNA. Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar es el título de la nueva muestra individual de la artista.

Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar aborda un tema transversal a la vida de Jurado: la migración. No obstante, para su individual en Lima, la artista se “des-centra” y tiende puentes con la experiencia de millones de ciudadanos peruanos que cada año se desplazan del campo o de centros urbanos pequeños a la capital, sin la conciencia de los efectos psicológicos del desarraigo y la falta de integración que generarán sobre ellos. Y es que como señala Jurado, a diferencia de Nueva York, Lima es una ciudad todavía muy racista, que se aferra a su pasado colonial en sus estructuras y vínculos sociales, manteniendo a los sujetos migrantes en los márgenes socio-políticos, económicos y culturales.

En diversos soportes en los que la artista vuelve a un trabajo manual o cuasi-artesanal, y haciendo uso de distintas tonalidades de azul -que evocan un atmósfera afectiva melancólica-Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar constituye una metáfora del proceso de migración y las encrucijadas identitarias que el mismo genera. En la muestra Jurado habla desde la diáspora de la identidad creada a partir del origen de los antecesores. De esta forma, en la sala de exposición encontramos una pared hecha de mosaicos que dan materialidad a la idea de límite o frontera; un sendero de papas de cerámica que poco a poco se transforman en piedras de un río y, más tarde, en zapatos; una pintura de gran formato que nos presenta a un personaje masculino introduciéndose en el mar después de lo que podemos intuir como una larga caminata; y, finalmente, una serie de retratos de personajes a los que Jurado llama “caminantes callejeros”–danzantes de tijeras, cantantes de música folclórica, vendedores de dulces ambulantes, etc. Todos sujetos desplazados provenientes del interior del país que han convertido en herramienta o recurso tradiciones milenarias que la cultura hegemónica los obliga a olvidar, y a los que Jurado rinde homenaje en su lucha cotidiana por sobrevivir en la capital peruana.

Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar propone visibilizar la diversidad de nuestras raíces como comunidad nacional y celebrar la reconstrucción de la tradición fuera del lugar de origen como manera de crear nuevos mundos y generar espacios de colectividad y resistencia. Haciendo cruces entre su trayectoria profesional y vida personal, en la siguiente entrevista converso con Cecilia Jurado a acerca de las migraciones y desplazamientos por los que ha atravesado en los últimos años, para terminar hablando acerca de su nueva individual en Lima.

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Florencia Portocarrero: Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar propone una reflexión en torno al proceso de inmigración. Me gustaría comenzar preguntándote por el sustrato autobiográfico del tema. De hecho, la migración y los desplazamientos también definen tu vida personal y profesional. Así, en los últimos años no sólo has estado cuasi nómada (entre Lima y Nueva York), sino que además has intercambiado las funciones de artista, galerista e incluso gestora cultural o curadora. ¿Podrías contarnos cómo has construido esta suerte de identidad móvil y cómo influye en las diferentes facetas de tu trabajo y, específicamente, sobre tu último proyecto en Lima?

Cecilia Jurado Chueca: Tal como lo mencionas, la migración es un tema que siempre me ha acompañado. A los dos meses de nacida me llevaron a México D.F y a Oaxaca. Ahí viví los primeros cuatro años de mi vida, en tres casas distintas. Luego volví a Lima, y hasta los 10 años viví en una sola casa, pero después me mudé más siete veces, con mi madre. Entonces, siempre el mudarme o moverme ha sido una constante en mi vida. Luego, a los 26 años, migré a Nueva York donde me he mudado al menos otras seis veces más. Nunca he parado de cambiar de casas y esto siempre me fascinó. Recuerdo que una vez le pregunté a unos chicos en un shelter qué entendían por casa, y uno de ellos me respondió: “Donde pongo la cabeza en el suelo”. Es decir, donde sea ¿entiendes? Al final tu casa o tu hogar es tu cuerpo. Al menos esa es la forma como yo la entiendo.

Yo me fui a Nueva York sin pensarlo mucho. Ya había pasado una buena temporada en la ciudad, y me había gustado mucho. Tenía un receso del trabajo (en esa época trabajaba para publicaciones en el diario El Comercio) y había ahorrado dinero para comprarme un carro hermoso que había visto en un estacionamiento. Me había gustado tanto que le dejé una nota al dueño diciéndole: “Señor, si alguna vez quiere vender su carro, éste es mi teléfono”. Resulta que el señor me llamó y me dijo que me lo vendía (risas). Pero al final la vida me llevó por otro lugar. Usé el dinero destinado al carro para ir a Nueva York por tres meses, y al final me quedé. Y es que en esa época Nueva York era un lugar bastante abierto y experimental. Te permitía vivir como querías y emprender nuevos proyectos. Además, había un estímulo para que formes tu propia “isla”. Como dice el refrán, “perro, pericote y gato” se mezclaban todo el tiempo, de una manera bastante más horizontal que en Lima.

Desde muy joven yo traspasé barreras sociales. Siempre tuve amigos muy disímiles: gente con mucho dinero, gente muy humilde y gente de clase media, como yo; y disfrutaba de las situaciones híbridas que se generaban mezclándolos. Creo que, de alguna forma, ese impulso resulta de que yo misma soy una mezcla cultural. Mi papá es de Jauja y llegó a Lima con todo el historial del centro andino. Hasta el día de hoy él es un hombre severo, militante de izquierda. Se casó con mi mamá, también de izquierda, pero no compartían mucho más que eso, pues la familia de mi mamá era bastante más progresista.

Este crash cultural al interior de mi familia siempre me pareció muy interesante. Y ahora que yo migré a Nueva York y me casé con un estadounidense se ha hecho más profundo para mi hijo, que es mitad gringo y mitad peruano; y en relación a la parte peruana es mitad andino y mitad costeño. Entonces, él es mucho más hibrido de lo que yo soy. Las transiciones o transacciones que genera la migración a nivel identitario me interesan muchísimo y es lo que busco abordar en Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar. Sin embargo, más que entenderlas, lo cual es muy complejo, lo que busco es conversar sobre ellas.

Sobre la otra parte de parte de tu pregunta, pues partiría por decirte que para mi el arte siempre fue un canal de conversación y diálogo. Fue la disciplina que yo escogí para poder conversar con otros y para que los otros se interesen en conversar conmigo. Entonces creo que, a nivel creativo, como artista, pero más adelante también como curadora o gestora cultural, como dices tú, crear puentes siempre ha sido algo primordial para mi. Esta tendencia o necesidad se hizo más fuerte estando fuera de mi país y en una ciudad como Nueva York. Entonces, creo que el paso de artista a galerista y curadora fue muy fluido. Como inmigrante me parecía que era importante generar comunidad; más en Nueva York, donde la conversación sobre “latinidad” estaba bastante “folclorizada” y bastante lejos de representar la diversidad que caracteriza a nuestra región. Por lo mismo, la apuesta de Y Gallery fue traer a artistas latinos, de diferentes backgrounds y con vocabularios diversos para, en la heterogeneidad, generar nuevos puntos de encuentro. Por otra parte, mi trabajo personal -como artista- indaga sobre nuestros bordes, nuestras fronteras, y cómo podemos hacerlas más flexibles.

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FP: Mencionabas que Y Gallery surge de la voluntad de generar comunidad en Nueva York y ampliar las representaciones de “lo latino”. ¿Podrías contarnos cómo ha evolucionado el proyecto desde sus inicios hasta el día de hoy?

CJCH: Y Gallery surge inesperadamente. Yo estaba viviendo en un edificio que tenía una galería abandonada en SoHo, un distrito que se puso de moda en Nueva York en los ochentas por su movida artística. Curiosamente en esa época estaba exhibiendo activamente y haciendo obra a tiempo completo. Parece que mi arrendatario se dio cuenta de esa energía de trabajar fuerte y un buen día me propuso unir fuerzas para reflotar la galería.

El fue la primera persona que me hizo pensar en la posibilidad de abrir un espacio. Para ese momento yo ya había hecho un par de proyectos curatoriales, pero la verdad es que había algo en la propuesta que no me terminó de convencer. Sin embargo, al poco tiempo, Augusto Yallico, un buen amigo dueño de una cadena de pollerías peruanas en NY, que además es de Muquiyauyo (el mismo pueblo que mi padre) me dijo: “Cecilia, ¿Por qué no ponemos una galería en Queens?” Y sin pensar me encontré respondiéndole: “¡Me parece genial, hagámoslo!” (risas).

Queens, que es el segundo barrio más diverso del mundo. Encuentras literalmente al mundo entero en este distrito: gente de Corea, de India, de China, de Colombia, de Ecuador, de Rusia, en fin, de todos lados. Si bien el otro proyecto era bastante más safe, no me logró movilizar lo suficiente. Pero esta vez sí sentí que lo debía hacer y nos lanzamos a abrir este proyecto en el medio de la “nada”, pues literalmente no había ningún otro espacio cultural cercano, salvo a varios kilómetros. Sin embargo, poco a poco nos hicimos más conocidos gracias al apoyo de mucha gente que encontramos en el camino.

Llamamos al proyecto Y Gallery porque en inglés suena como Why, que significa ¿Por qué? Y en realidad esa es la pregunta que está a la base de nuestro proyecto, ¿no? Why Not? o sea ¿Por qué no? Estamos siempre cuestionándolo todo y ampliando posibilidades de los proyectos artísticos que puedes ver en Nueva York. Por otro lado, también me gusto Y porque es “capicúa”, es decir, la mitad se lee por todos lados funcionando casi como un logo. Además, gráficamente me hacía recordar un pubis y me parecía interesante que el nombre tuviese una impronta femenina.

Desde las primeras exhibiciones en Y Gallery arrancamos con el tema de la migración. Nos parecía importante generar un link directo con el contexto donde estábamos operando de forma que la gente se sintiera identificada con el proyecto. Luego, nos pusimos más abstractos, más políticos, conceptuales, o experimentales, de acuerdo a los artistas con los que trabajábamos; pero nuestras primeras cuatro exposiciones apuntaron directamente al perfil del vecindario.

Por ejemplo, tuvimos un par de muestras de Teresa Margolles que hablaban sobre el narcotráfico: Operativo 1 y 2. En un barrio donde había comercio de drogas y en el que mucha gente se había visto afectada por el narcotráfico. Entonces la reacción de la gente fue inmediata y visceral. Hubo personas que venieron especialmente a agradecer el show, y otra gente que reaccionó de forma muy agresiva, que no entendía por qué éramos tan frontales con el tema. De hecho, una de las piezas de Margolles era una frase gigante cincelada en la pared central: “Para quienes no la creen, hijos de puta”, que era un narco mensaje dejado en el cuerpo de una mujer asesinada en Sinaloa, en México.

Entonces, era bien interesante ver qué tan honestas eran las reacciones de la gente del área. Y es que realmente son personas que normalmente no se acerca a los espacios de arte y que de pronto se encontraba en diálogo con nosotros. Más tarde empezamos a hacer relaciones con el festival de música, con el festival de cine, con el festival de comida, con un banco que nos dejaba poner obras en sus vitrinas, con el museo de Queens, con el Queens Council on the Arts, con otras galerías de Queens que estaban más cerca al PS1 MoMa, etc. Así fuimos construyendo una red que generaba un sentido de comunidad muy interesante.

Después de estar en Queens por tres años nos mudamos a Bowery, donde tenía mi estudio. Mi socio y yo teníamos un compromiso de tres años, que no tenía ninguna pretensión de extenderse, pero yo si quise continuar con el proyecto y Bowery era el único lugar donde yo podía sostener económicamente seguir haciendo exhibiciones. De manera similar a lo que ocurrió en Queens, comenzamos a trabajar con la gente que teníamos alrededor e incorporar artistas de diversas nacionalidades, pero con los que sentíamos que había una visión compartida A mí, personalmente, me parece que es importante que la obra sea formal y conceptualmente potente. Pero también me interesa que tenga un filo poético, que creo que finalmente es lo que caracteriza el arte. Luego comenzamos a ir a ferias, y los vínculos con el mundo del arte se fueron expandiendo y estrechando, hasta llegar donde estamos hoy. Actualmente estamos en un periodo de receso y reestructuración. Aún no sabemos bien qué nos depara el futuro…

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FP: Recordando la historia de Y Gallery mencionaste la colaboración con la artista mexicana a Teresa Margolles. Sin embargo, la lista de artistas con los que Y Gallery ha trabajado a lo largo de estos años es muy extensa. Haciendo una suerte de recuento, ¿qué relaciones de colaboración con artistas consideras más fundamentales?

CJCH: A lo largo de los años hemos tenido varios socios, como desde hace cuatro años Carlos García-Montero, y varios cómplices, como Aldo Sánchez, Nacho Valle, Yoab Vera, Adriana Farietta, Meyken Barreto, Alexandra Goldman y Jenni Crain, y todos hemos fomentado que Y Gallery se convierta en un terreno de experimentación. Con ello me refiero a que sea un espacio en el que los artistas se sientan libres. Literalmente hemos hecho exhibiciones invendibles, que curiosamente se vendieron (risas), y por otra parte algunas que parecían muy comerciales, que nunca se lograron vender. En líneas generales, creo que hemos creado un nicho para que los artistas puedan tomar riesgos en una de las capitales del arte contemporáneo mundial.

Yo creo que la galería ha crecido con los artistas que ha trabajado y los artistas también han crecido con nosotros. Pienso, por ejemplo, en Ryan Brown. Ryan comenzó haciendo performance, y luego pasó a tener una práctica más objetual. Todo su proceso comenzó en Y Gallery y me encanta ver cómo ha evolucionado. Lo mismo con Christoph Draeger, quien ya tenía un público cautivo en Nueva York, pero cuya práctica ayudamos a introducir en el circuito latinoamericano. También está Santiago Villanueva, al que conocimos cuando era muy joven y donde el trabajo pasó, más bien, por mover su obra en circuitos que no necesariamente eran latinoamericanos. El desarrollo de Carlos Motta también ha sido increíble. Cuando empezamos a trabajar juntos, él era muy conocido institucionalmente, pero no comercialmente, y con nosotros empezó a vender mucho, y se metió muy fuerte en el mercado digamos “latino”. Hace cuatro años que dejamos de colaborar directamente con él, pero ha sido muy gratificante ver como su carrera despegó. También pienso en Tamara Kostianovsky, Manuela Viera-Gallo, Miguel Aguirre, Andrea Galvani, Artemio, G.T. Pellizzi, Alberto Borea, Juanli Carrión, Norma Markley, Mie Olise, Eung Ho Park, Carlos Martiel, Natalia Iguiñiz, entre muchos otros.

FP: Volviendo al presente y la situación política en EEUU… ¿Cómo ha afectado a la comunidad artística el clima racista y xénofobo que se vive desde que Trump está en el gobierno?

CJCH: Creo que Nueva York es uno de los estados que más abiertamente se resiste a Trump. Curiosamente, Trump es de Nueva York, pero puedo hablar por la mayor parte de la ciudad al decir que lo detestamos. Entonces todo el tiempo hay protestas, y se abren nuevos proyectos de resistencia. De hecho, ahora mismo estoy exhibiendo en un espacio que se llama The Border, específicamente diseñado para presentar artistas migrantes.

Lamentablemente lo que sí ha producido Trump es un debilitamiento del trust, o dicho con otras palabras, de la confianza en los artistas emergentes. Entonces, lo que está sucediendo con el mercado del arte en la “era de Trump” es que la gente se está comprando cosas un poco menos arriesgadas. Como resultado, siento que en el último par de años la producción de arte contemporáneo se ha vuelto más safe, más trendy. Con ello no quiero decir que no haya cosas que están en boga que son buenísimas, y que no solamente respetamos, sino que también exhibimos. Pero nuestro programa ha tendido a ser más arriesgado, y la verdad es que sí se ha visto impactado por la coyuntura política. En general, todas las galerías están reestructurándose, porque ya las ventas no son como antes. Sin embargo, creo que es importante no perder la perspectiva. Nosotros vamos a seguir siendo experimentales. Mi objetivo nunca fue volverme un monstruo comercial. Me parece genial que lo sean otros, pero ese no es el foco de Y Gallery. Es más, en el último año hemos organizado exposiciones que evidentemente dialogaron antagónicamente con el contexto.

FP: ¿Me puedes contar acerca de algunos de estos proyectos?

CJCH: Por ejemplo, el año pasado invitamos a la curadora Isabela Villanueva a organizar una exposición. La muestra se llamó Subverting the Femenine: Latin American (Re)marks on the Female Body y reunió ocho performers mujeres latinoamericanas. Las artistas de la exposición eran Regina José Galindo, Elena Tejada-Herrera, Yeni y Nan, Teresa Margolles, María Evelia Marmolejo, Polvo de Gallina Negra… Casi todas las piezas eran videos. Es decir, se trató de una exhibición que usualmente estaría en un museo y bastante difícil de vender. No obstante, creo que es importante que otro tipo de público vea estas propuestas, sobre todo en un contexto donde el #MeToo y el Ni una menos van tomando cada vez más fuerza.

Luego invitamos al curador Miguel A. López a organizar una exposición de artistas peruanos para celebrar los 10 años de la galería. La exposición se llamó Be My Memory: A Selection of Contemporary Art from Peru. Miguel fue muy inteligente y sensible, y combinó artistas internacionalmente conocidos con otros más locales, complejizando las visiones que se tienen desde el extranjero sobre el Perú. Creo que este gesto fue muy importante, porque la verdad es que en el Perú somos bien diversos. Que se entiendan estas diferencias pone sobre la mesa reivindicaciones políticas importantes.

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FP: Para cerrar la entrevista, y ya que hemos vuelto a hablar del Perú, quiero preguntarte por Dos Cielos Azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar, tu primera exposición individual en Lima después de 13 años. ¿Podrías contarnos más acerca del proceso de conceptualización de la muestra y sobre tus expectativas en torno a la recepción por parte del público?

CJCH: La idea de hacer esta muestra empezó gracias a la invitación de Alberto Servat, que es el Gerente Cultural del ICPNA. En los últimos tres años yo he estado trabajando en recrear paredes de loseta, que destruyo y reconstruyo. Cuando recibí la invitación a exponer en el ICPNA del distrito de San Miguel pensé que iba a continuar en esa línea, pero mientras imaginaba la exposición la imagen de un rio se me venía constantemente a la mente. Por eso que el show se llama Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar.

Cada vez que vuelvo a Lima, con la distancia que me permite el vivir en Nueva York, se me hace evidente cómo no asumimos nuestra diversidad. Los sujetos migrantes no quieren evidenciar sus tradiciones andinas o amazónicas. En general los peruanos nos avergonzamos de la diferencia. Esto es algo que todos sabemos, pero no hacemos mucho por cambiar. Creo que con esta vergüenza estamos perdiendo demasiado. En ese sentido, Dos cielos azules: el cielo claro del río migra al cielo inmenso del mar es un gesto de reivindicación de la condición migrante.

La exhibición tiene varias piezas con las que vuelvo al craft. Es decir, a la creación con las manos. Pero quizás la pieza que más explícitamente aborda el tema de la migración sea una serie de retratos de personajes andinos que me he ido encontrado en la calle y que utilizan tradiciones milenarias para convertirlas en espectáculos callejeros. Quizás el caso más paradigmático son los danzantes de tijera, una de las danzas peruanas más bellas. En esta serie también incluyo a mi papá, cuya vida es mi puente con la historia de muchos peruanos. Abrir este tema me pone en una situación vulnerable pero también de apertura al diálogo.

Espero que a la muestra vaya mucha gente. San Miguel es un distrito de segunda o tercera generación de migrantes. Me gustaría que la exposición lleve al público a conversar sobre las historias, costumbres y tradiciones que eliminaron de sus vidas con la idea de progresar. Por lo mismo estoy siendo así de literal: de cielo, de mar y de río; y de retratos de nosotros y de los otros. Es un proyecto muy honesto, totalmente transparente, que responde a mi profundo cariño por el Perú y a un momento en el que, en lugar de volverme más conceptual, retorno a las técnicas tradicionales del arte con la voluntad de comunicar.

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Imagen destacada: Cecilia Jurado, Nueva York. Por Jorge Ochoa

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Florencia Portocarrero

Es investigadora, escritora y curadora independiente. Estudió Psicología Clínica en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde también se recibió como Magíster en Estudios Teóricos en Psicoanálisis. Durante el 2012-2013 participó en el Programa Curatorial de De Appel arts centre, en Ámsterdam, y recientemente culminó el Máster en Teoría del Arte Contemporáneo en la Universidad de Goldsmiths, en Londres. Portocarrero ha contribuido con sus textos sobre arte y cultura en numerosos catálogos y publicaciones. En Lima, es co-fundadora y co-directora del espacio de arte independiente Bisagra y es curadora del programa público de Proyecto AMIL.

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