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JOSÉ VERA MATOS. NOSTALGIA POR EL INFINITO

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Por Gustavo Valdivia Corrales

 

El curso de la historia, representado bajo el concepto de catástrofe, no puede reclamar más del pensador que el caleidoscopio en las manos de un niño, que destruye mediante cada giro lo ordenado para crear así un orden nuevo.

Walter Benjamin, Central Park, 1938.

 

¿Cuál fue la primera historia que se contó en la Historia? ¿Quién la narró y quiénes la oyeron? ¿A qué cosas, seres y poderes extraños e inciertos se habrá referido? ¿Por qué esta historia siguió -o no- transmitiéndose después de ese encuentro primitivo? La necesidad por comprender el origen de las sociedades y el mundo que las rodea ha sido una preocupación desde el principio del pensamiento humano. Más aún, podemos imaginarla como precedente a la separación del pensamiento de la vida. Visto así, el mito más que una simple narración es la Naturaleza misma en comunicación con la humanidad, el cosmos entero desplegando su propia organización a través de la especificidad del orden humano.

La Razón y la Ciencia prometen el acceso a un conocimiento universal del mundo, es decir, a una comprensión que trasciende la experiencia y los símbolos de los que esta surge. Pero, ¿es acaso posible escapar de las fuerzas que han dado forma a nuestro lenguaje y conciencia? Siguiendo el camino abierto por Nietzsche, no es posible que ni siquiera las ideas más abstractas, o la Verdad misma, puedan llegar a ser más que simples analogías. Ellas son apenas un conjunto de ilusiones, simples metáforas desgastadas que han perdido su poder para afectar a los sentidos. Incluso la metafísica, nos dirá luego Derrida, es tan solo una forma especial de mitología: la mitología del hombre blanco.

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La conquista de América fue fundamentalmente ambigua. En el ‘Nuevo’ Mundo, el colonizador europeo jamás logró producir una descripción objetiva de las sociedades ni del entorno natural. Sin embargo, ni la simpleza ni la complejidad ni la utopía ni la barbarie americanas recién descubiertas fueron inventadas puramente a partir del vacío absoluto. De tal modo, lo más importante que Europa descubrió en América fue un texto profundamente extraño: uno compuesto por múltiples textos previos y cuya compleja articulación terminó desbordando ampliamente los supuestos fundamentales que, en un inicio, pudieron haberlo hecho legible para los conquistadores. En ese encuentro con lo indescifrable, quizás tan vasto como el cosmos, Europa descubrió el enigma de la otredad tanto en el otro como en ella misma.

Schelling anticipó que la mitología solo puede ser auto-interpretativa. Es decir, al provenir de la inmersión del espíritu humano en las fuerzas cósmicas, que son las mismas fuerzas que producen los fenómenos que precisamente los mitos buscan representar, es el cosmos mismo, el origen absoluto del significado. En cualquier caso, el mito, como Lévi-Strauss y estas líneas ya míticas nos han mostrado, es una máquina que logra suprimir el tiempo. Es necesario volver entonces a nuestra inquietud inicial: ¿Dónde termina la mitología y dónde empieza la Historia?

 

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El trabajo de José Vera Matos nos recuerda que la escritura, o la comunicación en su sentido más abstracto, solo puede existir en común, mientras sea creada para el otro, y siempre de una manera inacabada e interminable. De este modo, al situarnos en el límite (entendido como el principio y fin) de la escritura, la obra de Vera Matos no solo revela la imposibilidad intrínseca de cualquier idea compartida de comunidad, sino también el carácter no-mítico del ser-comunal humano. De este modo, en el sentido sugerido por Jean Luc Nancy, antes que crear una nueva mitología para Occidente (entendida ya sea como un origen o fin universales), Vera Matos logra interrumpir radicalmente el mito para permitir que nos acerquemos, finalmente, al descomunal universo que nos acontece en común.

 


*Texto que acompaña a la exposición Profecía es Memoria, de José Vera Matos, en la galería 80m2 Livia Benavides, Lima.

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