Las esculturas de Elba Bairon (La Paz, Bolivia, 1947 – vive en Buenos Aires desde 1967) se caracterizan por una simpleza de formas que las llevan al límite del “anonimato”. En sus representaciones de personas y animales, la artista dibuja siluetas en el espacio, contornos tridimensionales que nos guían y nos sitúan en ese campo de percepción aprendida, donde solo ciertas claves son suficientes para componer mentalmente la imagen.
Las figuras de Bairon no tienen identidad propia, y está bien que sea así. ¿O es una declaración de la artista ante la homogeneización identitaria impuesta por la maquinaria de consumo? Después de todo, vivimos en tiempos en que las identidades se mezclan a tal punto que se difuminan. Somos consumidores.
En su actual muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Bairon da un giro de tuerca a esta representación de incógnitos, y lo hace desde su mismo título: Sin título. Lo hace también al instalar en una gran sala a oscuras una estructura que, con su composición básica, su blancura impoluta, su escala entre irreal y humana -asistido todo esto por una iluminación dramática-, bien podría calificarse como genérica. ¿Estamos ante una casa, un templo, un santuario, una ruina? Todos y ninguno a la vez. La percepción de lo aprehendido, del espacio y la arquitectura, se trastoca durante nuestro encuentro.
Producida específicamente para la sala del segundo subsuelo del Moderno -años después de haber sido maquetada-, esta construcción trasciende la geometría. Según la artista, lo que vemos es la manifestación física de estados mentales y sensoriales, más que una imagen concreta. Una “geometría blanda”, una “geometría afectiva”, “un estado de compensación de la curva”.
En varios textos sobre la obra escultórica de Bairon se habla de su carácter silencioso y metafísico. En el caso particular de esta exposición, nos enfrentamos a un monumento con escaleras inútiles, espacios ciegos y terrazas con vista a la nada, capaces de generar estados mentales de calma e introspección. No hay relato, sino forma que trasciende la forma, “una síntesis mental o intelectual de lo que puede llamarse un hábitat”, según lo describe la propia artista. Un hábitat, también, para ser tomado; una escenografía rara para un acto que está a punto de comenzar, o acaba de concluir. El tiempo se detiene en esta puesta en escena que nos desborda.
Acompañan a esta arquitectura reducida a su forma esencial algunas figuras ya reconocibles -un carnero, una oveja, una mujer- y, sin embargo, en el espacio no se termina de construir una historia. Estas figuras parecen estar allí para ser miradas solo por sus formas, así como para darnos pistas de las maneras de construir de Bairon, una técnica laboriosa inventada por ella misma que consiste en la aplicación de capas sucesivas de pasta de papel sobre yeso. La forma es resultado del proceso.
“Estas figuras, al poner en juego tanto curvas como direcciones en fuga, recuperan y reinventan el lenguaje de la escultura clásica y moderna, llevando al extremo la simplicidad de las formas”, explica la curadora de la muestra, Sofía Dourron.
Esa reinvención del lenguaje escultórico hace precisamente inclasificable este proyecto, el de mayor escala realizado hasta el momento por Bairon. Una sensación de extrañeza, agradable y elevada, nos invade en el recorrido por esta obra intitulada. La artista recupera una experiencia de aquello que no se puede nombrar, que no narra el mundo, sino que lo devela.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR
Alejandra Villasmil
Latest posts by Alejandra Villasmil (see all)
- UNA ‘FERIA DE FERIAS’. PABLO CASTRO Y RODRIGO DUEÑAS TRAZAN LOS CUATRO AÑOS DE RECORRIDO DE IMPRESIONANTE - 16 octubre, 2019
- BAJO EL ESPÍRITU DE LA COLABORACIÓN. UNA RADIOGRAFÍA DE TRES FERIAS DE ARTE IMPRESO DE LATINOAMÉRICA - 14 octubre, 2019
- CONVERSATORIO AGAC: RESISTENCIA, CONFIANZA, COOPERACIÓN Y UNA NUEVA INSTITUCIONALIDAD PARA LAS ARTES VISUALES - 3 octubre, 2019