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LO CRUDO, LO COCIDO Y LO PODRIDO (O LOS EMPEÑOS DE PAULA DE SOLMINIHAC)

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Bajo la idea de “el peso de las cosas” el trabajo de Paula de Solminihac se resiste a hablar a través de las palabras para encarnar, en sí mismo, los inevitables padecimientos de las cosas. Es una obra que se autosostiene en su experimentación sobre la materia y el tiempo. Inserta en el pensamiento de Levi-Strauss, se ofrece como puesta en acto de la metáfora culinaria que el antropólogo francés elabora en su libro El origen de las maneras de la mesa, que la artista tomó como referencia inicial de su obra.

Levi-Strauss establece una relación cíclica entre lo crudo, lo cocido y lo podrido para explicar los tránsitos de la naturaleza (crudo) a la cultura (cocido) y a la decadencia (podrido). Señala que los alimentos pasan directamente del estado crudo al podrido cuando no hay acción del fuego; mientras que cuando hay fuego de por medio, lo crudo se preserva en lo cocido. Aunque, tarde o temprano -qué fácil se nos olvida- lo cocido también se pudre. Y es que la cultura trabaja para que se nos olvide lo podrido. La cultura, la cocinería, opera en contra de la naturaleza retardando la decadencia.

En el trabajo de Paula las cosas actúan procesos que oscilan circularmente entre estos tres estados. Las obras se explican a sí mismas desde su materialidad cambiante. Su actitud se resiste a los códigos externos que reducen las cosas a sus definiciones. Por ello, para elaborar un guión que no sea reduccionista habría que transcribir los hechos más que “explicarlos”. También así actúan las ciencias naturales: tomando apuntes de los procesos observados, dejando que sea el fenómeno el que “hable”, como decía el neurocientífico Francisco Varela. Y es el mismo método de Paula: ella activa procesos que luego observa, interviniendo en ciertos momentos, pero dejando mucho espacio a la emergencia y el azar. Antes y durante, repleta cuadernos con anotaciones, dibujos y esquemas que refieren, más que a obras terminadas, a situaciones susceptibles de variar.

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Entonces, para hablar de su obra en el último tiempo, uno tendría que apegarse a las acciones que se desarrollan en su taller, como en un laboratorio. Decir que encontró unas arcillas secas que eran restos de trabajos anteriores (ella siempre está reciclando) y que las envolvió en paños fabricando unas especies de imbunches. Que después puso estos paquetitos en baldes con agua esperando que se moldearan solos.  Y que meses más tarde los sacó del agua. Que cuando retiró los paños le encantaron las marcas que tenían producto de la humedad y los hongos. Entonces fotografió esas telas y las imprimió en negativo. Y que el resultado de ese proceso, en el cual apenas había intervenido, le fascinó: la belleza de la podredumbre.

La muestra con que Paula egresó como artista visual de la Universidad Católica, en 1999, se llamó Moldes y Series. Consistía en moldes de cerámica y series de objetos de arcilla cruda del tamaño de un puño que iba sacando de los moldes semana a semana, los que al estar crudos se mantenían en permanente proceso de modelado. Ya entonces, la artista asumió las implicaciones del conflicto entre naturaleza y cultura que rondarían toda su obra posterior.

Recién egresada, en el año 2000, Paula tuvo otra experiencia temprana que confirmó su actitud como artista. Estuvo seis meses viviendo en la casa de Ticio Escobar, director del Museo del Barro, en Uruguay, dentro del marco de un proyecto llamado Identidades en Tránsito, financiado por la fundación Rockefeller. Allí realizó impresiones en cerámica de telas bordadas, que eran una serie de reproducciones a escala de la obra de Osvaldo Salerno, otro de los directores del museo. Entendió entonces que lo “contemporáneo” no se oponía a lo indígena ni a lo popular y que estas eran también categorías culturales desde las cuales se podía producir arte crítico. Este trabajo  abrió su interés por el traspaso y la impresión fantasmagórica de momentos, que luego se manifestaría en su obra de distintas maneras.

En 2002 Paula ingresó al Magister de Arte de la Universidad de Chile. La obra que realizó allí fue anotar, clasificar y asignar colores a sus acciones cotidianas, replicando el ejercicio con otras personas que colaboraron. Es entonces que se instala la práctica de traspasar recorridos y territorios a un sistema de códigos que no logra atrapar la realidad.

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El peso de las cosas y su imposibilidad de traducirse, pero, al mismo tiempo, la necesidad de registrar y codificar: Paula se instala en la contradicción. El deseo de retener y dar sentido queda amarrado a las vulnerabilidades del mundo doméstico. Cuando nace su segunda hija, Paula trabaja con fotografía, como otra técnica que intenta suspender el avance del tiempo, fijándolo para poder archivarlo. En el 2008 realiza una obra cuyo título podría nombrar toda su trayectoria: Nadie quiere morir. Una confesión, pero también una constatación y una denuncia. Nadie quiere morir, pero la muerte es inevitable.

La obra se trata de secuencias fotográficas que miran el devenir del tiempo a través de situaciones cotidianas en las que no interviene, como un hielo derritiéndose, una tina que se vacía, harina que pasa por un cedazo, buscando producir encuentros entre cadenas de hechos que comparten la misma duración temporal.  

Del mismo modo que el fuego interrumpe  el avance continuo hacia la pudrición de los alimentos preservándolos en su estado de cocidos, también convierte lo maleable de la arcilla (naturaleza) en lo rígido de la cerámica (cultura).  Operación similar a la de la fotografía, que se empeña en fijar un momento dentro del continuo avance temporal. Pero sabemos que una foto no impide la muerte del ser fotografiado (aunque lo preserve para la ilusión de los vivos), y también sabemos que el fuego no impide que finalmente lo cocido se pudra, ni que la cerámica se quiebre. Quizás todo arte sea un voluntarista ejercicio contra la degradación, empeñado en la promesa de la trascendencia. La obra de Paula puede ser vista como una puesta en evidencia de este empeño y su fracaso.

En 2013 Paula inicia una nueva etapa: es la aceptación de la contradicción como elemento productivo. Las operaciones de fijar, archivar y ordenar trabajan ahora permitiendo que las cosas se vayan arruinando. Ruinar para conservar. Y sí: nada más estable que una ruina.

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PAULA DE SOLMINIHAC: EL PESO DE LAS COSAS

Curaduría: José Roca

Del 2 de agosto al 22 de septiembre de 2017

Sala Gasco Arte Contemporáneo, Santo Domingo 1061, Santiago de Chile

*Obra realizada con el aporte de la Dirección de Artes y Cultura, Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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Catalina Mena

Es periodista especializada en artes visuales, área en la que participa activamente como curadora y crítica. Desde 1994 hasta la fecha ha realizado diversas curadurías y publicado más de 250 textos de arte en libros, catálogos y revistas especializadas como Art Nexus y Arte al Día. Su ensayo más difundido internacionalmente es "Tocar al otro", publicado en el libro Copiar el Edén, editado por Gerardo Mosquera (Editorial Puro Chile, 2006).

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