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Canogar o la Belleza Sublime

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Si algo han demostrado las dos exposiciones más recientes de Daniel Canogar en Madrid es que la oposición entre bello y sublime que estableciera Edmund Burke y fundamentara rigurosamente Inmanuel Kant puede ser anulada o por lo menos neutralizada.  Con las obras expuestas en la galería Max Estrella y la feria ARCO, este notable artista español demostró hasta qué punto conceptos como los de belleza natural y belleza adherente, sublime matemático y sublime dinámico, no son realmente irreductibles, y que por el contrario pueden dar lugar a síntesis inesperadas.

Así ocurría en las seis obras incluidas en Echo – la muestra de Canogar en Max Estrella -, que podían considerarse tranquilamente esculturas, aunque de hecho consistían en pantallas con formas curvas complejas que, puestas contra los muros o colgadas del techo, dejaban ver sus entrañas: el entramado de cables y dispositivos que les permiten operar. Era tal la elegancia de cada plegamiento, tan seductoras las luminosas formas abstractas que se sucedían ininterrumpidamente en cada una de las pantallas, tan armónica la relación entre las partes que componían el conjunto de cada pieza y tan equilibrada la distribución de todas ellas en las distintas salas de la galería que uno no podía menos que quedarse asombrado ante tanta belleza. Belleza natural, como la de las flores o de las fantasías musicales, que diría Kant, pero también belleza sobrevenida, belleza adherente, por cuanto las pantalla, aún en sus insólitas curvaturas, seguían siendo pantallas que cumplían a cabalidad como los palacios o los teoremas, la función para la que habían sido diseñadas. Sólo que la belleza que ellas realizaban de manera tan plena y exquisita se articulaba fluidamente con el hecho de exponer al espectador a la experiencia ciertamente sublime de confrontarse con poderes que le desbordan  y sobrepasan. Así, la pieza titulada Basin emitía una animación generativa que reaccionaba en tiempo real a las precipitaciones meteorológicas en las 195 capitales de países reconocidos por la ONU. La animación generativa emitida por Ember reaccionaba en tiempo real a la cantidad de incendios activos por todo el planeta. En Magma, en cambio, la animación reaccionaba cada 12 horas a la media de los estados de 1.627 volcanes repartidos por todo el planeta. En Gust, la animación daba cuenta en tiempo real de la intensidad y la dirección del viento en Madrid, y en Latitude, la animación de la pantalla puesta arriba aceleraba su ritmo según bajaban las temperaturas en Verjoyanks, la ciudad de Siberia más fría del mundo, mientras que la animación de la pantalla puesta debajo reaccionaba a las subidas de temperatura en la ciudad más calurosa, Kuwait.

Todas estas piezas encajaban en la definición de sublime matemático elaborada por Kant por cuanto permitían captar intuitivamente la magnitud de fenómenos desbordantes que sin embargo la ciencia ha logrado cuantificar de manera precisa. E igualmente encajaban en la definición de sublime dinámico, por cuanto producían simultáneamente la impresión estremecedora de hallarse frente a los poderes de una naturaleza que nos sigue resultando omnipotente, incluso ahora cuando su omnipotencia es desafiada seriamente por el calentamiento global y amenazada por la que sería la sexta extinción masiva de la vida sobre el planeta. En cualquier caso, este catastrófico choque de soberanías inconmensurables resulta ciertamente sublime y una consecuencia inesperada de la realización del proyecto de dominio tecno científico de la naturaleza.

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La otra exposición de Canogar era de una sola obra y ocupaba el stand de promoción institucional que el diario El País de Madrid montó en la feria ARCO. Se titulaba Ripple y consistía en un mural digital de nueve o más metros de ancho y aproximadamente tres de altura que era, en realidad, la proyección de una animación generada a partir de los 500 vídeos más vistos en España. El programa, diseñado por Diego Mellado, seleccionaba un color dominante en una secuencia elegida aleatoriamente de cada uno de esos vídeos y lo transformaba en una delgada banda de color que funciona como el rastro de color que va dejando tras de sí dicha secuencia  mientras  se desplazaba de arriba a abajo en la pantalla. Esta operación se repetía simultáneamente a lo largo y ancho de esta proyección, produciendo el efecto conjunto de un tapiz de colores luminosos en continuo  movimiento.

Canogar resumió en el breve texto de presentación de la obra  la intención a las que ésta responde: “Ripple explora cómo el  incesante ritmo de la sociedad de la información altera nuestra capacidad para recordar, asimilar y archivar nuestra realidad”. Y ciertamente lo es, porque consigue transmitir una imagen convincente del hecho de que las noticias con las que nos bombardean diariamente desaparecen de la escena tan rápidamente como han irrumpido en la misma. Pero creo que hace todavía más, porque gracias a su ritmo sosegado del despliegue armonioso de las coloridas huellas que dejan los videos camino de su desaparición, ofrece un remanso de paz, un jardín de cándido si se quiere, a unos ojos como los nuestros agredidos sin miramientos por el hiriente aluvión de imágenes informativas y publicitarias.

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Carlos Jiménez

Nace en Cali, Colombia, en 1947. Es ensayista, crítico de arte y blogger. Profesor de Estética de la Universidad Europea de Madrid. Estudió arquitectura en la Universidad del Valle, donde fue Profesor Titular de la Cátedra de Teoría e Historia del Arte. Es Maestro en Teoría e Historia del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Ha colaborado con los diarios El País y El Mundo, de España, y con las revistas especializadas Lápiz, Exit, Artecontexto y ArtNexus. Es también autor de varias publicaciones.

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