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Correspondencias de Ultramar 1:alicia Kopf y Marco Montiel-soto

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“¿Se esconde un paraíso tropical bajo las aguas heladas de los fiordos?”

Alicia Kopf en Hermano de Hielo (1)

 

 

Por Patricia Hambrona, curadora

La mente debiera bastarnos para viajar, pero con dificultad alcanzamos a imaginar. Hoy, sin saber a qué atribuir más culpa, si a la caída de los grandes relatos, a la exaltación del ahora o a la sobreexposición comunicativa, podemos constatar que son muchos los que acusan una impotencia simbólica, así como señalara Marc Augé (2). Cuando la globalización pudiera habernos hecho creer que hemos dado la vuelta al mundo en varias oportunidades o que nos hemos puesto a prueba con un sinfín de experiencias vitales, constatamos, ante el destino más distante o la vivencia más relevante, que la melancolía nos acecha.

¿Es posible, en la época de Google Earth, que el viajero sufra de síndrome de Stendhal? Cuando basta una pantalla y una conexión a internet para que recorramos geografías remotas, cuya distancia equivale a un click, ¿cómo predisponer la sensibilidad a una experiencia virtual, instantánea?, o al revés, ¿cómo apreciar la magnificencia y no concebirla como una experiencia de consumo? Guy Debord se convierte en profeta de nuestro tiempo cuando advierte la alienación del espectador en favor del objeto contemplado, un espectador que “cuanto más contempla, menos vive” (3). En esta conquista platónica, el viaje y la imaginación transitan por el mundo de las apariencias, es decir, se reducen a una mera representación o imagen. Y no podemos dejar de advertir que es la imagen, como forma de representación del mundo, la que encontramos en la génesis de las artes visuales.

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Apartando momentáneamente estas consideraciones, una carta de navegación recibe al visitante cuando accede a la Sala Mendoza, en Caracas, alertándolo del viaje que está por emprender. Las obras de la española Alicia Kopf y del venezolano Marco Montiel-Soto se entremezclan en el espacio y se confundirían también si no fuera por su iconografía disímil, así como por responder también a una estética distinta: la una, de expresión mínima, con predominio del gélido blanco, hostil; el otro, exuberancia en estado puro, vida. “Existe siempre una geografía que corresponde a un temperamento” (4), sostiene Michel Onfray, y por lo que podemos comprobar observando estos ‘cuadernos de bitácora’, tanto Kopf como Montiel-Soto parecieran haber encontrado la suya.

La de Alicia Kopf es sobre todo una geografía poética, una apropiación del imaginario de exploración y de conquista del círculo polar para representar las promesas frustradas de toda una generación (la suya) que como consecuencia del último decenio de crisis económica vio alteradas sus oportunidades de acceso a la vivienda y de incorporación al mundo laboral.

La idea de exploración adquiere, en la obra de Marco Montiel-Soto, una deriva completamente diferente. “Así me reconozco, viajero, arqueólogo del espacio, tratando vanamente de reconstruir el exotismo con la ayuda de partículas y residuos” (5). Aunque pudiera confundirse fácilmente con el testimonio del artista, la frase pertenece al padre de la antropología moderna, Claude Lévi-Strauss. Montiel-Soto comparte con él la melancolía por los grandes viajes y exploraciones científicas de mediados del siglo XVIII y XIX, pero su aproximación al objeto de estudio es diametralmente opuesta. Comprobamos, no sin cierta sorpresa, que las muestras de flora y fauna tropical que encontramos en sala han sido manipuladas por el artista con fines poco científicos, un divertimento irónico que aguarda al atento observador y que le sirve para cuestionar los tópicos asociados al Caribe.

Maracaibo se distingue como la única geografía concreta en sala en un contexto de geografías sentimentales, aunque Montiel-Soto, en un ejercicio de etno-ficción (6), no renuncie a mitificarla y la relacione con sus recursos naturales (petróleo), así como con sus orígenes, con una referencia a la etnia Wayúu, artífices de las maracas que escuchamos y vemos en sala, nativos de la península de la Guajira, para quienes no existen las fronteras, y que a día de hoy continúan viviendo entre las naciones de Colombia y Venezuela.

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“Ordenar el mundo, dominarlo: ésa sería la aspiración de los viajeros occidentales” (7), sentencia Estrella de Diego, recordándonos que el viaje es una estrategia de construcción del discurso más que establecida en Occidente. Ordenar el mundo para poder contarlo: las costas vienen delineadas y nombradas, cartografiadas; los grupos étnicos, observados en sus costumbres; las especies clasificadas. Un cometido que ocupa a la humanidad desde que nuestras fronteras geográficas se dilataran y que ahora se convierte en práctica tanto para Kopf como para Montiel-Soto, en la obsesiva exploración de la (controvertida) línea que separa la realidad de la ficción.

Quizá esta exposición no sea más que una invitación a observar la manifestación artística y a reconstruir el respectivo camino de vuelta hacia su referente real, a elucubrar el viaje, en una nueva tentativa porque recobremos nuestra capacidad de imaginación. Pero antes de que el viaje se dé por concluido, el viajero-espectador descubrirá que el relato del mundo y el relato de uno se entremezclan en una misma odisea, porque las más de las veces, el gran asunto del viaje es uno mismo.


(1) KOPF, Alicia. Hermano de Hielo. España: Ediciones Alpha Decay, 2016, p. 238.

(2) AUGÉ, Marc. La guerra de los sueños. Ejercicios de etno-ficción. España: Editorial Gedisa, 1998 (1997), p. 21.

(3) DEBORD, Guy. La sociedad del espectáculo. España: Pre-Textos, 2012 (1967), p. 49.

(4) ONFRAY, Michel. Teoría del viaje. Poética de la geografía. España: Taurus, 2016 (2007), p. 25.

(5) LÉVI-STRAUSS, Claude. Tristes trópicos. España: Austral, 2016 (1955), p. 51.

(6) AUGÉ, Marc. Cit. p. 153.

(7) DE DIEGO, Estrella. Travesías por la incertidumbre. España: Seix Barral, 2005, p. 57.

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