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JORGE TACLA. SEÑAL DE ABANDONO

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Recientemente, la editorial chilena Metales Pesados ha publicado un volumen sobre la obra de Jorge Tacla (Santiago de Chile, 1958), titulado Señal de Abandono. Dicha publicación no solamente exhibe parte importante de su producción artística, sino además reúne escritos realizados por destacados autores, a saber, John Yau, Francesca Pietropaolo, Raúl Zamudio Taylor, Richard Vine, Dan Cameron, Donald Kuspit, Christian Viveros-Fauné y Florencia San Martín.

A continuación, presentamos un extracto del texto Tacla, el destructor, de Christian Viveros-Fauné, incluido en este nuevo libro y originalmente publicado en el catálogo de la muestra Identidades Ocultasen el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (Santiago de Chile, 2014).

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Jorge Tacla es barbárico. Es un terrorista del arte. Un pintor que ha pasado años en una batalla literal con la muerte. Con la realidad marchita de la memoria crea remembranzas de color ceniza de edificios colapsados, aterradoras implosiones gaseosas y civilizaciones en ruinas. Su tema es la aniquilación histórica pero — cuidado— no está solo preocupado de sus ineficaces y tan alardeados poderes. La más grande y sola ofensa de Tacla —y tiene muchas— es su celebración de lo sublime. Una idea tan peligrosa que es capaz de drenar, por medio de la alquimia, la maldad en la virtud, aporta un terror extra a esta figura engreída que lanza gasolina al estruendoso vacío del desastre. Es horror vacui.

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Considere por un momento el papel de Edmund Burke en la ejecución de los crímenes deTacla.

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Desde los tiempos de Burke hasta la fecha, la noción de que el horror puede inducir al placer ha forzado a batallones de artistas-terroristas hacia la investigación de lo sublime. Para citar algunos ejemplos prominentes, existen trabajos extremos como los siguientes: los náufragos caníbales de Théodore Géricault en su Raft of the Medusa; la representación despiadada del incendio del Parlamento de J.M.W. Turner; los paisajes de Caspar David Friedrich, que él mismo describió como «inhóspitos y muertos»; la respuesta salvaje de Pablo Picasso a los primeros informes sobre campamentos de muerte de los nazis en The Charnel House; y el ciclo Baader-Meinhof de Gerhard Richter, una cruel suite de quince telas que muestran, de manera demasiado adecuada, las primeras imágenes de los terroristas que el mundo vio a través de la televisión. Estas pinturas y otras obras de arte han servido como patrones para lo que un intérprete ha apodado la «visión negativa de la historia» de Jorge Tacla. Aquella visión, como ha quedado registrada en arte del pasado y, ciertamente, en las despiadadas telas de Tacla, nos cautivan como una embarcación destrozada y humeante, que no ofrece ninguna posibilidad de albergar sobrevivientes.

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Tacla fue testigo de los sucesos del 11 de septiembre de 1973 en Santiago; yo también. Ese día gris, los Hawker-Hunters, armados en Estados Unidos, ametrallaron y bombardearon La Moneda, el palacio presidencial de Chile. Tras una intensa balacera, Salvador Allende, el presidente de Chile y el primer socialista elegido democráticamente en el mundo, se quitó la vida, abortando un experimento político y social en el cual millones de personas cifraban sus esperanzas. Escuché entonces estas palabras, que hoy me son familiares: «Era como una película». Esa fue la primera vez que me fijé con detención en esa frase, la cual más tarde se convertiría en la respuesta obligada al terror experimentado en Manhattan el año 2001. Tacla también estaba entonces en Nueva York, absorto en su pintura. Yo también estaba allá. Éramos dos pequeñas manchas en el amplio lienzo de las ocho millones de almas de Nueva York. En ambas fechas, la película terminó siendo muy, muy real. Inspirándose, décadas más tarde, en sus recuerdos de los hechos en Santiago, Tacla pintó varias versiones de La Moneda en llamas. En un estilo a lo Turner en su abstracción cercana, estas obras son conflagraciones en serie que se inclinan mucho más hacia lo alucinatorio que lo realista. Tacla tituló estas pinturas con ánimo vengativo, feroz.

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Del fuego infernal de sus representaciones en serie de La Moneda, Tacla pasó a confeccionar imágenes que reflejan desastres más recientes, que absorben el alma y astillan los huesos: Granada tras la devastación sufrida por acciones de la FARC de Colombia, el Edificio Federal Alfred P. Murrah de Oklahoma, edificios destruidos en Beirut, el Líbano, tras otro intercambio de cohetes entre Israel y Hezbollah. Cargadas con una luz radiante y color saturado que sugieren tanto un papel de periódico desteñido como campos desérticos al atardecer, las reproducciones de estos eventos por parte de Tacla cobran la grandeza de la famosa pintura trascendental de Albert Bierstadt Sunrise On the Matterhorn. Rara vez el olvido se había mostrado tan asombroso.

Lo que Jorge Tacla ha aprendido a incorporar de un modo consistente en sus pinturas es el «shock y el asombro» del acto de pintar. Incitado por la destrucción de una amplia gama militarizada de series recientes — de hecho, lucen títulos como Trauma, Escombros y Camuflaje— su obra nos lleva a un mayor conocimiento de la catástrofe y, al menos una vez, incluso más allá de nuestra inteligencia. Este es el caso con un trabajo de Tacla acerca de la destrucción del World Trade Center. Aunque parezca increíble, es posible sostener que Tacla «anticipó» los atentados efectuados por los aviones comerciales el 9/11 en contra de las Torres Gemelas en una obra que realizó el año 2000.Titulada Cargador de Carne, la pintura de Tacla representa de un modo inquietante la cabina de un 767 desde un punto de vista de una figura acechante. Bañada en una luz azul eléctrica, la imagen muestra sucesos históricos de una manera que nadie, salvo los mismos perpetradores, podría haberlo imaginado.

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Un gran artista, ha trascendido el horror antes que el resto de nosotros al representar el trauma de una manera tan precisa. Si se escucha con detención, casi se pueden oír los gritos.

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