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MARIO DE VEGA: “EL SONIDO TIENE UNA FUERZA MAYOR QUE LA VISUALIDAD”

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A través de instalaciones, esculturas, intervenciones para sitio específico, y el uso del sonido como narración, el artista mexicano Mario de Vega (1979) explora el potencial de sistemas inestables, la vulnerabilidad en materiales e individuos y el abuso de poder. Buena parte sus trabajos exponen al espectador a una amenaza latente llevando los límites de la percepción a un nivel inquietante. Viene por primera vez a Chile para participar en la X edición del Festival de Arte Sonoro Tsonami que se realiza en Valparaíso y Santiago entre el 5 y el 13 de diciembre. Acá presenta Monólogo, un acercamiento al aspecto físico de la escucha, a través de fenómenos acústicos y la exploración de las realidades espaciales impuestas por el contexto de la acción.

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Alejandra Delgado: ¿Qué es para ti el sonido?

Mario de Vega: Lo veo como un material, una piedra o una madera o cualquier otro volumen. Un fenómeno tridimensional que puede ser manipulado en su morfología y que tiene una preponderancia peculiar en la forma en la que percibimos el mundo, tiene una fuerza mayor que incluso la visualidad. Todavía tenemos la facultad de si no queremos ver algo no lo vemos, pero no podemos no escucharlo, porque el sonido o el fenómeno de escucha no es sólo a partir del oído, y esa es la parte que me interesa más.

AD: ¿Por qué te interesa el sonido en su lado más áspero y poco amable?

MdV: Según mi forma de entender el arte, el sonido tendría que ser un catalizador de la condición actual del mundo, que no es amable. La forma en la que entiendo mi trabajo es una respuesta ante eso: reflexiono ante el estado actual de las cosas.  Es un trabajo muy áspero, tiende a ser muy explícito y directo, y en ocasiones replica ciertas estructuras de poder, de cómo funciona, de cómo el autoritarismo se aplica al más débil. Si lo ves desde otro ángulo, mi trabajo tiene que ver con el valor de la vulnerabilidad.

AD: ¿Por qué te atrae llamar la atención sobre la vulnerabilidad humana, sobre lo impredecible de una intervención imposible de controlar?

MdV: Bueno, porque justamente así es como funciona la vida. Creo que si algo es evidente es que somos vulnerables. La seguridad como tal es un fenómeno humano. En la naturaleza no existe. No sabemos qué va a ocurrir mañana, no sabemos si vamos a salir a la calle y nos va a atropellar un auto, estamos en un estado permanente de alerta. Poner el valor de la vulnerabilidad tiene que ver con ofrecer un estado de alerta, tiene que ver con la vida misma.

AD: Y en ese sentido, ¿qué te interesa de explorar los límites de la percepción?

MdV: Concluyo que los sentidos humanos funcionan como un filtro. El espectro del ser humano es bastante limitado y creo que hay muchos fenómenos que ocurren alrededor de nosotros que afectan nuestra condición cognitiva y nuestras relaciones humanas, sociales, emocionales, de las cuales no somos conscientes. No sabemos que eso está afectándonos y que está teniendo cierta incidencia en cómo nos relacionamos con las personas y con el mundo. Es ahí cuando los límites de percepción aparecen y es justo esa necesidad de explorarlos la que me interesa. Gran parte de mi trabajo tiene que ver con enfrentar los límites entre ficción y realidad.

AD: ¿Ha sido complejo negociar siempre con las instituciones dado el riesgo de tus intervenciones?

MdV: Sí, por supuesto. Me da gusto que lo preguntes porque creo que una parte importante del trabajo es esa negociación, esa confrontación con el sistema. Por un lado, es hablar de la vulnerabilidad en personas, en sistemas vivos, y por otro lado, sobre cómo un material reacciona frente a ciertos procesos. Pero también cómo un sistema es vulnerable, cómo puede ser corrupto, en dónde se activa esa corrupción, cómo puedes desmantelar ese sistema. Cada una de las intervenciones implica un proceso de negociación en la que se aborda esta complejidad de lo ilegal y lo legal. La posición del artista en este espacio neutro donde un civil posiblemente no podría hacerlo, es cómoda. Mi trabajo tiene que ver con este fenómeno de lo ilegal desde el terreno del arte, pues tiene algo que te ampara. Para mí ese es un juego de poder también.

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“Evitar que la gente sepa es realmente siniestro”

 

AD: ¿Consideras político tu trabajo?

MdV: Yo creo que se politiza, no es que yo tome una postura política. Mi trabajo busca participar, unirse a ese desacuerdo, a esa indignación de cómo funciona el poder. Para mí es delicado posicionarme y decir que mi trabajo es político. Creo que la política no tiene que ver con el arte en sí, se politiza por los contenidos, por cómo se abordan, por lo que provoca.

AD: Investigaste sobre las frecuencias que generan los dispositivos inalámbricos, sus implicaciones biopolíticas por parte las empresas de telecomunicaciones. ¿A qué conclusiones llegaste?

MdV: Me parece que son estructuras de poder, que el poder opera en el mundo evidentemente basado en monopolios. Como usuario, tienes un dispositivo móvil que te da acceso a una comunicación permanente, al consumo de información en una velocidad acelerada, a tener una cámara que te resuelve un problema técnico, puedes documentar un evento fidedignamente, puedes hacer una grabación de sonido, ver una película, pero todos estos factores lo que ofrecen es la evasión del problema. Estamos haciendo ahora el segundo volumen del libro (LIMEN) que toca un tema biopolítico, es una publicación sobre un fenómeno actual, la agnotología, que refiere a la promulgación de ignorancia como el arma más eficaz para el control humano. Evitar que la gente sepa es realmente siniestro; habla de estructuras de poder que son mucho más complejas. Nuestra conclusión es que es importante cuestionar eso.

AD: No tenemos mucha conciencia del impacto que generan estas frecuencias en nosotros, abrazamos la tecnología y estamos entregados a ella desde una ignorancia consciente…

MdV: Me alegra que abordes ese tema y que de alguna manera se cuestione. Creo que es pertinente el por qué acudimos al sonido como material de traducción, por qué decidimos investigar sobre este fenómeno, materializarlo en sonido y producir también un contenido estético que tiene ciertas cualidades formales. Si caminas por la calle escuchas sonido y hay una fascinación por descubrir ese mundo opaco u omitido, pero realmente lo que ocurre es que estás irradiando tu cerebro de esa forma super violenta. Vivimos rodeados de frecuencias, de actividad, de energía no en un término metafísico, sino que es una cuestión puramente física.

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“Estoy en completo desacuerdo con la idea del artista como el centro del universo”

 

AD: ¿Cuál consideras tu obra más lograda en cuanto a haber podido mostrar tu posición en contra de estos sistemas de control?

MdV: No sé, yo quisiera verlo como una cosa entera. Para mí no tiene que ver con el trabajar con un solo soporte, sino con un principio de vida y de restricción, de síntesis, de reducción de elementos. Para mí sería muy difícil decir cuál de estas aportaciones ha sido mejor. Creo que también tiene que ver con adquirir conocimiento, negociar, dialogar, tener cierta claridad y eso lleva tiempo. En eso está mi búsqueda: lograr adquirir esa claridad y contundencia; es como ejercitar un músculo.

AD: ¿Qué hay de tus esculturas? ¿Cómo aportan a una nueva manera de leer el sonido?

MdV: La posición que yo tomo tiene que ver con cómo aludir a la materialidad del sonido. Cuando hablas del arte sonoro a lo que suena es a algo que utiliza el sonido como material. Pero en mi caso sí se utiliza como material, pero es más dialogado sobre la materialidad del sonido. Son objetos silentes que buscan estar cargados de sonoridad porque el sonido como tal no está. Está la materialidad del sonido, pero el sonido no está como un fenómeno acústico. Esa es una parte que me fascina, que realmente me abre todo un horizonte de posibilidades para explorar cómo una imagen sonora o un objeto puede emitir sonoridad sin emitirla físicamente.

AD: En esta experiencia de confrontar al espectador y de sacarlo de su zona de confort, ¿qué reflexión te trae?

MdV: Yo creo que replicar ciertas estructuras de poder y sus consecuencias no es una zona de confort. Creo que lo que ocurre o yo esperaría que ocurriera ahí es que aparezca ese estado de alerta permanente y que el espectador se asuma vivo y consciente de las cosas, vulnerable. Es un aplauso por la vida. Poder decir estoy aquí. Eso tiene un valor. En ese sentido mi postura es, en ocasiones, una especie de antagonismo hacia un trabajo que habla en primera persona, que dialoga sobre el artista o sobre las emociones del artista, o sobre la forma de ver el mundo del artista. Yo esperaría que si ves el trabajo que hago te des cuenta que no habla del artista, pues no ves al artista, ves un problema expuesto o un problema discutido. Tomo una postura muy diferente al artista como una idea antropocéntrica que seguimos viendo en el 2016. Estoy en completo desacuerdo con la idea del artista como el centro del universo.

AD: Como mexicano y como artista que lleva al límite las percepciones humanas ¿qué es para ti la muerte? Está imperceptiblemente presente en tu trabajo…

MdV: El crecer en México implica una relación con la muerte que está de forma permanente. Por un lado es esta visión sincrética de las cosas, esta relación sumamente cargada de contenido, de historias, pero por otro lado, a veces ves la muerte como una especie de celebración. Me gusta mucho que lo preguntes porque yo no creo que mi trabajo realmente aluda a la muerte como tal, la sugiere, no muestra el final, no muestra el momento de culminación de la historia, especula sobre qué ocurriría, pone una variable. La muerte como tal no se expone, no está en forma explícita. Por un lado muestra el cadáver, la fatalidad, la muerte, por otro lado la politización de la fatalidad, cuáles son las implicaciones de por qué eso se convierte en una relación fatal y es claro en mi trabajo que ella (la muerte) articula, pero en un paso anterior que tiene que ver con la confrontación. Está a punto de suceder, pero no ocurre en esta historia.

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Alejandra Delgado Flores

Directora de La Juguera Magazine. Periodista por la Universidad de Chile. Desde 2003 ha colaborado en diversos medios de comunicación como The Clinic, Revista Rocinante, El Periodista, La Nación, Radio Tierra, y Radio Valentín Letelier de la Universidad de Valparaíso. En 2009 formó la agencia de difusión de proyectos culturales Medium Comunicaciones. Ha dictado clases de periodismo y edición en Balmaceda Arte Joven, y en Teatro de la Universidad de Valparaíso, entre otros espacios.

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