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Esto no es un Museo

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A finales de 2014, la Alcaldía de Quito encomendó a la artista Rosa Jijón, al urbanista Jaime Izurieta y a la curadora Anamaría Garzón la encomiable tarea de concebir un museo de arte contemporáneo para la capital ecuatoriana, dada la carencia allí de una institución propiamente como tal. Pero como suele ocurrir con muchos proyectos políticos, se disolvió y quedó archivado. Sin embargo, los tres quedaron “prendidos” con la idea de, más que construir un museo -como espacio físico-, establecer un espacio para pensar en temas de arte contemporáneo, planificar intervenciones artísticas pop-up, maneras de rehacer tejidos urbanos maltratados y organizar complots para mejorar las condiciones de vida en la ciudad.

Fue así como, tras muchas discusiones y trabajo en equipo, decidieron crear en agosto pasado el Museo Nómada, una parainstitución sin muros ni sede, itinerante, que se proyecta como un ente dinamizador del arte, la cultura y las formas de habitar el espacio urbano. “Nos dimos cuenta que nuestra propuesta no necesitaba paredes y que podíamos encontrar formatos sencillos de intervención, ocupando lugares ya existentes, con dinámicas propias, que interrumpimos con nuestras actividades”, cuenta Garzón.

El Museo Nómada tiene tres líneas básicas de trabajo: exhibiciones pop-up, comisión de obras y organización de charlas y conferencias. Su primer proyecto, Derivas, consiste en una serie de charlas sobre cómo se habita la ciudad, a propósito de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible, Hábitat III, que se realizó entre el 17 y 20 de octubre pasados en Quito. El resultado de esas conversaciones derivó en una exhibición en la galería +Arte con obras de los artistas Fabiano Kueva, Wendy Ribadeneira, Sofía Acosta (La Suerte), Pablo Andino, Santiago del Hierro y Roberto Vega.

Conversamos con Garzón e Izurieta –Jijón vive en Roma- para conocer más sobre cómo han diseñado tanto la programación como el modelo de autogestión de este inédito proyecto en Quito.

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Alejandra Villasmil: Como muchos proyectos en América Latina, sobre todo los que observamos en aquellas ciudades donde el circuito del arte es atomizado y las instituciones débiles, el Museo Nómada surge ante la necesidad de un espacio activo para la reflexión y el intercambio. ¿Cuándo y cómo se plantearon el nacimiento del Museo Nómada?

Jaime Izurieta: El museo surge de un proceso muy cuidadoso de reflexión sobre cómo hacer un museo de arte contemporáneo desde un espacio gubernamental. Tuvimos la oportunidad de tener un encargo sin restricción alguna, para plantear el proyecto de museo y allí se cocinaron muchas de las preocupaciones que ahora dan forma al Museo Nómada. Desde mi óptica de urbanista, eran importantes el rol de las instituciones culturales en la dinamización de la economía local, en lo atractivo de la ciudad, en la cohesión de la ciudadanía, y desde allí surge una reflexión sobre el rol de los guiones y de las relaciones entre ciudadanía y museo que uniforman el pensamiento colectivo. Para mí, una ciudad creativa es la que motiva el pensamiento crítico y está abierta a propuestas que no necesariamente deben gustar, pero que tienen que ser vistas y empujar los límites para que todos piensen la ciudad de manera distinta. De allí salen las soluciones a problemáticas cotidianas y el museo como institución es exitoso si abona a ese ecosistema creativo.

Anamaría Garzón: Quizás el empujón más grande fue una beca de Producción Creativa de la Universidad San Francisco (Quito). Después de ganar el premio no teníamos más excusas para postergar los proyectos. También obtuvimos el auspicio de Diners Club. Así, con fondos y un premio, pudimos arrancar Derivas, que es nuestro primer proyecto público. Coincide con la llegada de Habitat III a la ciudad y entre tanto programa oficial, tanta línea anti-Habitat, decidimos que queríamos mapear la ciudad con una agenda más ligera, crítica pero lúdica, que reflexionara sobre la experiencia personal en el espacio urbano. Empezamos con siete charlas con siete invitados que tenían que responder a una pregunta: ¿Qué es la ciudad?, y seguimos con una exhibición, en la cual siete artistas tuvieron que salir a caminar por la ciudad, mapear una zona de su elección y crear una obra.

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AV: El Museo Nómada no tiene geografía ni espacio físico, es crítico de la institucionalidad establecida. Acá el concepto de museo se acerca más a un espacio generador de experiencias que de establecimiento de miradas canónicas. ¿No puede el Museo Nómada convertirse en una “institución legitimadora” también?

AG: Claro, es un riesgo. El nombre no es inocente, tiene una carga histórica pesada, que afrontamos desde lo leve, simplificando la función del museo de una forma un poco desacralizadora, quitándole el peso autoritario. Si normalmente la gente tiene que ir hacia el museo, nuestro museo ocupa los espacios donde ya está la gente. Si para comisionar obras los museos tienen que hacer grandes trámites, nosotros lo hacemos de forma sencilla. Si los museos dependen de voluntades políticas y financiamientos públicos, nosotros queremos apoyo privado. Tarde o temprano el Museo Nómada terminará legitimando prácticas, pues parecería que toda institución está abocada a eso. Estoy pensando incluso en personas que son instituciones legitimadoras… Tal vez el desafío consiste en hacer que esas prácticas que podamos legitimar sirvan para pensar en nuevas formas de gestión.

JI: Yo más bien te diría que no, en tanto el objetivo sea que de manera consciente la gente rompa con el guión impuesto y con la relación convencional entre ciudad y museo y entre ciudadanía y museo, y se plantee una relación íntima y propia. Luego de enfrentarse con la propuesta crítica, el visitante es capaz de mirar las cosas de manera distinta: las calles por donde camina, las obras de arte que ve de ahí en adelante, los libros que lee, los edificios que ocupa, etc. cobran una nueva dimensión y es posible armar un guión propio y tener un museo entero dentro de la cabeza. En ese sentido, no es la intención legitimar objetos aunque los objetos sean una herramienta que se utiliza para criticar, replantear y romper paradigmas.

AV: ¿Qué aporta cada quien al proyecto, desde sus prácticas y experiencias?

AG: ¡Creo que nos complementamos bien! Jaime entiende la operación de las ciudades, Rosa y yo la operación del arte. A mí me interesa pensar en la curaduría localizada, ir cambiando el método de trabajo según el proyecto; también me encargo de la parte operativa/ejecutiva. Nos apoyamos también en otras personas; ahora tenemos un Departamento Educativo con dos expertas en el área, Déborah Morillo y Denisse Sarzosa, que están trabajando en planes para Derivas. También a una persona en museografía, Wendy Ribadeneira. Se trata también de aprender a escuchar y dejar hacer: que las invitadas para los proyectos de educación o museografía puedan desarrollar ideas desde su área de expertisse sin que nosotros controlemos todo.

JI: Como dice Anamaría, yo aporto el pensamiento urbano. Lo mío son las estrategias de desarrollo local, y para plantear estrategias viables es necesario mirar la ciudad desde la calidad y complejidad del pensamiento de sus ciudadanos. Profundizar en la intersección entre el desarrollo urbano y la institución cultural nos permite encontrar el valor a la reacción y comportamiento de ciudadanos con pensamientos más complejos y la incidencia que eso puede tener sobre el espacio público, por ejemplo. Y un espacio público que motive procesos de pensamiento más complejos necesariamente va a hacer más sólido el tejido social. De ahí salen ideas, conocimiento, experimentos, oportunidades que cambian la ciudad, que la mejoran, que la proyectan. El valor que yo como urbanista agrego al museo es esa dimensión urbanística, multidisciplinaria, esa conexión con los procesos de desarrollo que, lamentablemente, la institución cultural no termina de resolver.

AV: ¿Cuáles son los proyectos y líneas temáticas que quieren desarrollar?

AG: Tenemos tres líneas básicas de trabajo: exhibiciones pop-up, comisión de obras y organización de charlas y conferencias. Dentro de eso, Derivas es la primera mezcla de las tres líneas. El siguiente proyecto se llama Hambre y tiene tres ejes: soberanía alimentaria, huertos urbanos e investigación gastronómica. Trabajaremos charlas y cenas pop-up, en un intento por crear experiencias y espacios de encuentro para reflexionar sobre la alimentación. Variamos los temas para ampliar los públicos y ocupar distintos lugares. También tenemos pendiente un encuentro con otros emprendimientos independientes que, como somos EL museo, nos han pedido que convoquemos y organicemos. Es divertido como otros entienden nuestro rol.

JI: Cada uno tiene temas prioritarios. Yo tengo mucho interés en explorar la relación entre la comida y la ciudad, en medio de la cual hay procesos riquísimos que podrían generar conversaciones muy interesantes. Me interesa asimismo el rol de la memoria en la conservación de barrios y cómo preservar el espíritu de un sitio sin conservar sus edificios. Planeamos intervenciones pop-up en restaurantes por ejemplo, otras que ocupen edificios históricos, otras de recuperación de memoria en espacios públicos,  siempre con formatos académicos e institucionales, pero también informales, de encuentro entre la institución y la gente, que es donde hay mayor sabiduría, mayor contacto con la ciudad y con sus procesos.

AG: En la agenda hay más cosas que ocupan espacios físicos y también espacios virtuales: conferencias por streaming con curadores y artistas que viven fuera de Ecuador, réplicas de Derivas en otras ciudades, exhibiciones en casas de coleccionistas o gente que quiera prestar su casa por una noche, series de video con distintos temas… Uno de ellos es preguntar a distintos actores del arte ecuatoriano cuándo empieza el arte contemporáneo en el país, cuál es el eslabón, y otro repite el ejercicio de Agnes Varda de invitar a distintas personas a narrar el contenido de una foto, etc. Los espacios virtuales nos van a permitir tener activo al Museo Nómada mientras gestionamos otros proyectos físicos.

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Alejandra Villasmil

Nace en Maracaibo (Venezuela) en 1972. Es directora y fundadora de Artishock, revista online especializada en arte contemporáneo. Licenciada en Comunicación Social, mención audiovisual, por la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), con formación libre en arte contemporáneo (teoría y práctica) en Hunter College, School of Visual Arts y The Art Students League, Nueva York. Es editora y traductora inglés/español de contenidos sobre arte, trabaja en campañas de difusión y escribe regularmente para publicaciones, galerías y artistas de América Latina y El Caribe.

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