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DOMINIQUE GONZALES-FOERSTER Y SUS DERROTEROS POR LOS ÁMBITOS DE LA CULTURA

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Erase una vez el año 1887. Mientras en Milán el compositor italiano Giuseppe Verdi presentaba su ópera Otello, y en Madrid se construía el Palacio de Cristal, en Blainville-Crevon, Normandía, Marcel Duchamp veía la luz del mundo. Entretanto, Arthur Rimbaud pasaba sus días en Etiopía, y su reconocimiento como poeta se extendía en el círculo de intelectuales y estetas de Fin de Siècle. En su poema Après le déluge (Tras el diluvio), el poeta menciona un invernadero y un hotel, el Splendide-Hôtel, construido en el caos de hielo y noche polar. Más de cien años más tarde, en 2014, la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster (Estrasburgo 1965), aludiendo a Duchamp, Rimbaud, y Verdi, presenta una instalación en el Palacio de Cristal titulada Splendide Hotel. Un trabajo que marca el punto de partida de su actual exposición en Düsseldorf en el K20, 1887-2058, una muestra con carácter retrospectivo realizada en cooperación con el Centre George Pompidou en París.

Los elementos de Splendide Hotel son austeros: una alfombra extendida sobre el suelo del recinto, mecedoras decimonónicas dispuestas para ser ocupadas por el espectador, algunos libros, un gramófono, un sombrero de cilindro. El espacio se abre hacia el exterior a través de grandes ventanales que se reflejan en sendos espejos en la pared lateral. El apacible ambiente generado por el recinto, en cuya entrada figura su año de referencia, contrasta con la instalación contigua que a su vez refiere a otro año, situado, sin embargo, en el futuro: 2066. Se trata de la instalación que la artista realizó en 2008 en el Turbine Hall del Tate Modern en Londres.

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La instalación construye un escenario en un tiempo desligado 50 años del presente. Un tiempo que la artista presenta como lúgubre, caracterizado por lluvias incesantes, según informa un texto a la entrada. El lugar en sí sugiere ser un dormitorio gigante, un refugio sin ventanas, pero con suficiente luz artificial, con camarotes de metal desprovistos de colchón, pero sobre cada uno de los cuales yace un libro, entre otros: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Vurt de Jeff Noon, El mal de Montano de Enrique Vila-Matas, Le Goût de l’immortalité de Catherine Dufour, Ficciones de Jorge Luis Borges, 2666 de Roberto Bolaño, The Man in the High Castle de Philip K. Dick. Así mismo, la instalación presenta réplicas a escala ampliada de obras plásticas contemporáneas: Two Pieces Reclining Figure (1970) de Henry Moore, Pointes et courbes (1970) de Alexander Calder, Cross Section of a Toothbrush with Paste, in a Cup, on a Sink: Portrait of Coosje’s Thinking (1983) de Claes Oldenburg, Madonnenfigur (1987) de Katharina Fritsch, Untitled (1999) de Joel Shapiro, y Nashorn (2002) de Johannes Brust. En una pantalla gigante se proyecta entretanto una película, The Last Film, que, recreando la “ficcionalidad” de la ficción, presenta secuencias de cine experimental y ciencia ficción, impregnando acústica y visualmente el espacio.

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Las dos instalaciones marcan los polos de una compleja red de referencias culturales e históricas que Gonzales-Foerster despliega en ambientes desligados entre sí, pero enlazados en la creatividad de la artista, en su interpretación del tiempo y la cultura. El recorrido por la exposición, que semeja un recorrido por derroteros del mundo moderno, continúa con una referencia clara y sin embargo ambigua al año 1986. Se trata del corredor de entrada al pabellón principal del museo. Una instalación in situ producida con la simple intervención de pintar las paredes y el suelo del lugar de colar rosa, generándose así un espacio artificial y homogéneo en donde el color se vuelve una entidad envolvente. Space 86 (rosa), como se llama el trabajo, recuerda un pronunciamiento de la artista en una entrevista de Flash Art en 1992: “El color es la entrada en una narración.”

La narración de Gonzales-Foerster recurre tanto a lugares comunes en la representación de la cultura como a su experiencia individual dentro de la cultura. Así, la instalación titulada Brasilia Hall (2000), que refiere al año 1960, recrea un espacio y un Zeitgeist. Brasilia, como un proyecto de arquitectura modernista y como lugar de utopías de progreso, le permite a la artista proponer un ambiente objetivado en su propia espacialidad: una sala de formas básicas y notable amplitud espacial, con paredes blancas y una alfombra verde que remarca tautológicamente el área. En un costado relumbra en letras de neón el nombre del lugar, Brasilia Hall. Empotrado en otra pared, un monitor diminuto presenta secuencias de Brasilia que, sin idealizar o caricaturizar la utopía detrás de la fundación de la ciudad, ofrece imágenes del devenir en un paisaje urbano desprovisto de la idealidad que le erigió.

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La idea del espacio como lugar de manifestación humana reviste para Gonzales-Foerster una posibilidad natural de configuración plástica. Un pasaje de la guía de exposición precisa tal visión: “Para mí —explica la artista— el espacio es una dimensión natural del arte. Es el primer lugar en donde se cuelgan cosas personales y colectivas. Es un espacio mental en donde surge un clima. (…) Mis espacios son como imágenes en las que se puede entrar. Se está rodeado físicamente por la imagen, como en el cine. Por cierto, tengo una obsesión con las narraciones, incluso por las historias espaciales.” Tal postulado señala una aproximación libre al espacio no sólo como dimensión plástica, sino también como posibilidad narratológica más allá del lenguaje. Las instalaciones R.W.F (room) (1993), una reconstrucción del dormitorio del cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, Une chambre en ville (1996), una habitación con referencias al aislamiento y el flujo simultaneo de información en impresiones lumínicas en la vida urbana, y Séances biographiques, 3e session (2015), una oficina como proyecto para el registro de datos biográficos, evidencian aquella idea.

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En otros trabajos, el modo de aproximación de Gonzales-Foerster a referentes de la cultura pluraliza su dimensión semántica al recurrir simultáneamente a citas y alusiones de índole autobiográfico, artístico, y literario. En la instalación Euqinimod & costumes (2014), la artista presenta un ambiente construido a partir de objetos privados, en su mayoría vestidos de ella misma, algunos dibujos y fotos, algunas sillas, además de recrear la instalación Mile of string de Marcel Duchamp, realizada para la exposición First Papers of Surrealism en 1942. El lugar, que semeja un gran vestidor, no configura un referente concreto, sino un espacio de alusiones culturales, privadas y colectivas. Su relación no postula una sentencia específica, sino un tejido de impresiones y referencias abiertas, imbricadas en los imaginarios de la cultura moderna. En el trabajo mural Textorama (Desertic, Tropical) (2009), la artista puntualiza el aspecto intertextual y asociativo implícito en su práctica de apropiación. Al construir gráficamente un tejido de citas tomadas de textos referidos a topografías concretas, crea un paisaje textual en torno a un tema específico, recordando visualmente la idea postestructuralista que Roland Barthes propuso en 1968 en La muerte del Autor respecto a la contingencia fundamental del texto: “El texto es un tejido de citas provenientes de diferentes centros de la cultura.”

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La deconstrucción del autor es a su vez la proclamación de su emancipación de los constreñimientos modernistas respecto a las nociones de originalidad y origen. En este sentido, la exposición postula el derecho de reclamar para sí la disponibilidad diacrónica de la cultura como archivo generador de contemporaneidad. La coherencia de aquel programa, que en su esencia se ha convertido en la médula de la postmodernidad, no es un postulado programático en sí, sino la propia subjetividad de Gonzales-Foerster como artista contemporánea, su determinación en tanto posibilidad asociativa en un presente en el que la cultura emana como producto de sus sucesivas transformaciones. Quizás, el ciclo de performances M.2062 (2012 – ), en el que la artista se presenta en diferentes contextos en el rol de figuras históricas o ficticias como Edgar Allan Poe, Lola Montez, Scarlet O’Hara, o Fitzcarraldo, ejemplifica vívidamente esa postura en la que la posibilidad de lo nuevo emerge como pantalla de proyección de lo existente. En la laboriosa video-instalación M.2062 (Fitzcarraldo) (2014), la artista escenifica al excéntrico personaje de la película de 1982 de Werner Herzog. Gonzales-Foerster, vestida como Fitzcarraldo según el estampado que Klaus Kinski le dio a la figura, encarna el pathos de su causa por la cultura, la edificación de una ópera en la selva, el drama de la cultura como condición inevitable de su propia posibilidad.

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Alejandro Perdomo Daniels

Historiador de Arte Ph.D., Ruhr Universität Bochum; M.A., Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität Bonn; M.F.A., Universidad Nacional de Colombia. Autor, crítico y curador con énfasis en arte moderno y contemporáneo. Tiene experiencia profesional en el área de museos, colecciones, catálogos, enciclopedias y revistas de arte.

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