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Tom Fruin.el Paradigma de la Luz

Luego de que su emblemática obra Kolonihavehus pasara un año en exhibición en el Brooklyn Bridge Park, uno de los paseos turísticos más visitados de la ciudad de Nueva York, Tom Fruin ha pasado a consolidarse como un artista de renombre en esta ciudad. Quince años de producción constante le han valido elogiosas críticas por parte de la prensa especializada y diversas invitaciones a recorrer el mundo con sus instalaciones, llegando a países como Alemania, Argentina, Austria, Dinamarca, Bélgica, República Checa, entre otros.

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Tom Fruin, Kolonihavehus, 2010, acero, plexiglas encontrado, pintura. Cortesía del artista

Arte democrático, pensado desde y para la ciudad. No sólo por instalarse en espacios públicos, sino también por querer convertirse en parte de su esencia: modelarlos, documentarlos, vigilarlos, intervenirlos. Volverse –temporal o definitivamente- parte del paisaje urbano.

Una tendencia con décadas de tradición en el arte contemporáneo y que sienta sus raíces en las vanguardias de los años 20, que con especial énfasis en la arquitectura y el diseño impulsaron la creación de un arte comunitario dispuesto en espacios abiertos y que hacía un rescate valorativo de los cambios que por ese entonces experimentaba la sociedad europea. Casi un siglo después, y bajo un  paradigma ideológico bastante menos moralizante, algo de esto hereda y toma lugar en la obra de Tom Fruin.

Originario de California, donde estudió arte y psicología en la Universidad de California en Santa Bárbara, Fruin se mudó recién graduado a la ciudad Nueva York. Una ciudad viva que, según el mismo artista, le ha servido de escenario perfecto para el despliegue y evolución de su obra. “Inspirado por la ciudad y por la gente que me rodeaba, comencé a recoger basura. Estaba tratando de explorar y entender esta nueva ciudad, además de ser un adulto por primera vez solo. Comencé entonces a darme cuenta que en el Lower East Side habían pequeñas bolsas de droga botadas en la calle… yo las recogía curioso sobre cuál era su historia: todo parecía tener una historia detrás. Y eventualmente llegué a la idea de hacer una colcha con todos estos pedazos de basura y eso de algún modo me llevó hasta el trabajo que aún hago hoy en día. Continúo recogiendo distintos vestigios de la ciudad y uniéndolos para construir una historia mayor. Estoy tratando de retratar algún tipo de experiencia común”.

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Tom Fruin, Overview: Lilian Wald Houses, 2005, bolsas de droga encontradas, hilo, 168 x 256.5 cm. Cortesía: Galerie Sébastien Bertrand

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Tom Fruin, Flag: Alfred E. Smith, 2004, bolsas de drogas encontradas, etiquetas de habanos, 44.45 x 53.34 cm. Cortesía: Galerie Sébastien Bertrand

Fruin alcanzó notoriedad en el circuito neoyorquino en el año 2001 al realizar una de sus primeras exhibiciones individuales en Stefan Stux, en Chelsea. El título de la muestra fue Cultural Narcotics (Narcóticos culturales) y consistió en una serie de 19 coloridas colchas bordadas hechas a base de pequeñas bolsas de droga transparentes cocidas a mano, recolectadas en la calle por el artista durante 18 meses. Algunas de ellas aún contenían residuos de hachís, heroína y semillas en su interior, o simplemente polvo y piedras del sector donde fueron encontradas. La muestra tuvo gran éxito y la lista de compradores incluyó a celebridades como el actor Willem Dafoe, quien pagó 30.000 dólares por una de las piezas. Por ese entonces el New York Times reseñaba: “Haciendo un trabajo tan antropológico como artístico, Fruin compone sus piezas generalmente de acuerdo a una geografía o cronología (…) Con cierta información acerca de los orígenes de las bolsas, el artista logra dar un giro a sus propias historias”.

Y es que efectivamente cada una de las colchas de esa serie es un mapa de una locación particular. Como recolector empedernido, Fruin posee un sistema de trabajo que consiste en escoger espacios que estén geográficamente definidos, como parques públicos o proyectos de vivienda social, para luego visitarlos con frecuencia, generalmente de mañana para encontrar intactos los vestigios de la noche anterior. “Colecciono lo que encuentro allí, sin intervenir nunca los materiales. Una vez en mi estudio tomo esos objetos, los agrupo y diseño un patrón que represente mi experiencia de estar en ese lugar. Y siempre será distinto. Recuerdo por ejemplo estar en lugares como el Harlem donde todas las pequeñas bolsas Ziploc estaban limpias de droga pero estaban sucias con tierra porque estaban en un parque cuyo pasto se había secado. En cambio en Williamsburg, Brooklyn, las bolsas eran de colores, tenían diseños. En el Bronx o en Queens hay un mercado de heroína bastante grande y también hay un tipo de envoltorio específico para eso. Entonces, donde sea que yo iba, aprendía algo con las huellas de estas comunidades”.

De esta primera etapa creativa mucho habló la crítica sobre la metáfora alquímica que proponía la obra de Fruin: cómo tomaba los vestigios de una sociedad quebrantada para luego bordarlos cuidadosamente en una nueva unidad, armónica, bellamente compuesta pero que, sin embargo -dotada de cierta transparencia- dejaba entrever luminosamente la cruda realidad de donde había obtenido sus materias primas. Al respecto, el también artista Mark Kostabi comenta: “Los coleccionistas aman lo que él hace. No a causa de sus cualidades adictivas, sino porque encarna tantos de los sellos distintivos de la modernidad: controversia, repetición, cuadrículas, objetos encontrados, subversión y la elegancia de la decadencia, mientras que –al mismo tiempo– es simplemente una colcha; finalmente uno de los símbolos por excelencia de la inocencia del hogar norteamericano”.

Consultado sobre sus intenciones, el artista insiste en tomar distancia de cualquier juicio crítico o voluntad moralizante, sin embargo finalmente concede: “Sabía que iba a ser un símbolo contradictorio, y que la asociación de los opuestos iba a ser inmediatamente hecha. Pero esa es la idea, tomar todas estas cosas pequeñas y unirlas en un todo; porque es obvio que la historia está imbuida en ellos, no hay nada que ocultar, es un material traslúcido, todas las imperfecciones están ahí. No estoy tratando de comentar sobre esto;  sí pensé que una colcha era interesante como un elemento que posee múltiples significados: familia, calor, etc. ¿Qué es lo que pasa cuando la gente usa drogas?  Sabía que por los colores y las formas estas colchas podían ser atractivas, pero no estoy tratando de hacer un juicio de valor al respecto. Estoy trabajando con las huellas digitales de la ciudad, donde la gente deja su marca, su reflejo, lo quieran o no. Los residuos de actividad como una forma de entender el mundo”.

Tom Fruin, Watertower, 2012, acero, plexiglás encontrado, pernos. Cortesía del artista

Si bien el trabajo de Fruin evolucionó en los últimos seis años hacia la instalación, es importante entender el contenido de esta primera etapa pues fue de estas llamativas colchas documentales -que incluían a veces pedazos de latas o papelillos para enrollar marihuana- de donde surgió la grilla traslúcida que hoy utiliza para diseñar el patrón vitrado que posee su obra de arte urbano. “Luego de hacer un montón de colchas/mapas y banderas con bolsas de drogas, comencé a pensar cómo recogía y seleccionaba elementos que eran emblemáticos de un lugar. Cada elemento me llevó a una área de investigación nueva. Entonces pensé: ¿qué es emblemático de nuestra cultura, de esta o esa ubicación? Es así como llegué a la serie Icon (Ícono), un día cuando estaba mirando las torres de agua que resultan ser icónicas de Brooklyn. Por ejemplo, para la torre de agua que está en el Brooklyn Bridge Park usé como modelo de referencia una de mis colchas de droga. De hecho la escaneé y después la mandé a trazar con un programa, luego ese patrón fue cortado a láser en gran escala. Hice otra donde estaba usando exactamente los mismos colores de las pequeñas bolsas transparentes, sólo que cambiando el bordado de hilo por láser y acero”.

El trabajo actual de Tom Fruin celebra formas arquitectónicas de ciudades del mundo reconstruyéndolas a través de esculturas de vidrio que simulan visualmente las tonalidades cromáticas de un vitraux tomando como patrón de referencia las colchas mencionadas anteriormente. Cada uno de los íconos representa un símbolo único, levantado también con la misma lógica recolectora de sus trabajos previos: a base de pedazos de elementos muertos, abandonados en rincones agrestes de la ciudad, reciclados de su otrora pasado glorioso en la vitrina de una tienda de juguetes, en la señalética urbana, o en un escaparate del barrio chino.

La producción hasta el momento incluye una chimenea de cristal de colores en Detroit y una valla en Los Ángeles, un obelisco creado especialmente para la ciudad de Buenos Aires, diversas torres de agua expuestas en la vía pública y techos de Brooklyn, Maxi Kiosco -una pequeña casa de plexiglás fragmentada-, y el famoso Kolonihavehus, que desde su creación en 2010 ha itinerado por distintas ciudades del mundo. Según cuenta Fruin, la obra tomó su nombre de la Kolonihavehus de Copenhague, una humilde caseta de jardín pensada como refugio para los trabajadores estatales mientras realizaban trabajos de mejoras para la ciudad.

Ubicadas estratégicamente en espacios abiertos, estas instalaciones invitan a los transeúntes a traspasar en un sentido literal los límites tonales y muchas veces agrestes de la realidad para sumergirlos en un mundo de fantasía que da nuevo brillo a la cotidianeidad, iluminando las sombras de lo que en la calle se torna adverso. “Me gusta cuando las cosas se hacen y luego hablan por sí mismas. Me gusta cuando las cosas me son dictadas desde la realidad, que es la razón por la que cuando coleccionaba bolsas de droga me gustaba que esa paleta de colores me fuera entregada desde la calle. Todo lo que yo trataba de hacer con mi obra era desplegar mi experiencia.  No estaba tratando de convertirla en un mi ego y poner allí toda mi personalidad, mis juicios o prejuicios. No quiero que cuando la gente vea mis objetos me reconozca a mí, quiero que se vean a ellos mismos: por la razón que sea que se sienten atraídos hacia esos objetos”.

Distanciamiento deliberado que el mundo del arte parece agradecerle a Fruin, pues como herramienta de trabajo ha permitido que, a ojos de la ciudad, un mapa frío de adicciones se torne nuevamente en memorias de un pasado idílico, recuerdos de la infancia, o simplemente imágenes de ensoñación hechas a medida de sus habitantes.

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Tom Fruin, Flame, 2014, acero, plomo vidrio de ventanales de fábricas de Detroit. Cortesía: Mike Weiss Gallery, Nueva York Tom Fruin, Flame, 2014, acero, plomo vidrio de ventanales de fábricas de Detroit. Cortesía: Mike Weiss Gallery, Nueva York

Por estos días Tom Fruin trabaja en varios proyectos paralelos, como la construcción de algunas fachadas y señaléticas por encargo, la instalación de una nueva torre de agua verde para el turístico barrio de Greenpoint, en Brooklyn, y la conclusión de su más reciente e importante apuesta: la Llama de La Libertad. Pensada para instalarse esta vez en la isla de Manhattan, se trata de una escultura construida a escala real en base a pedazos de vidrios quebrados de la ciudad de Detroit, urbe que durante un siglo fuera la capital mundial de la industria automovilística y que actualmente se encuentra abandonada debido a su bancarrota. “Es una copia uno a uno de la llama real de la Estatua de la Libertad; quiero que sea un símbolo de esperanza. Sigue el mismo estilo de mis trabajos anteriores pero es un poco más desafiante: además de las luces interiores me gustaría que externamente la iluminara una llama real de fuego, estamos viendo cómo vamos a hacerlo”. Un trabajo que sin duda dará que hablar, no sólo por la ciudad en la que se inspira y donde se ubicará finalmente, sino porque además 130 años de historia, simbolismo y migraciones emergen con fuerza propia de la superficie traslúcida de sus cuadrículas.

Alicia Ceron

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