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BIENAL DE CUENCA. LA MUTACIÓN DEL ARTE EN UNA SOCIEDAD MATERIALISTA

La 13° Bienal de Cuenca, en Ecuador, se llevará a cabo entre el 21 de octubre y el 31 de diciembre de 2016 en la Casa de las Posadas, Museo de la Medicina y Alianza Francesa, bajo la curaduría de Dan Cameron, y con el chileno Cristián Gallegos como el primer curador pedagógico en la historia de esta bienal.

Entre los artistas participantes se encuentran Ignasi Aballi (España), María Jose Argenzio (Ecuador), Kader Attia (Francia/Argelia/Alemania), Francisca Benítez (Chile/EEUU), Alejandro Cesarco (Uruguay/EEUU), Elías Crespin (Venezuela/Francia), Elena Damiani (Perú/Dinamarca), Leandro Erlich (Argentina), Gianfranco Foschino (Chile), Lucia Koch (Brasil), Miler Lagos (Colombia), Los Carpinteros (Cuba/España), Rafael Lozano-Hemer (Canadá/México), José Carlos Martinat (Perú), Yucef Merhi (Venezuela), Rosangela Renno (Brasil), Óscar Santillán (Ecuador/Holanda), Karina Aguilera Skvirsky (Ecuador/EEUU) y Adán Vallecillo (Honduras).

No es la primera vez que Dan Cameron se vincula a la Bienal de Cuenca. Lo hizo en la primera edición, en 1987, al escribir un texto para el catálogo. Sin embargo, esta es la primera vez que visita la ciudad. “Entre mis preocupaciones más grandes está el mercado del arte… cuando la prensa habla de arte, se centra en las subastas, precios y récords… eso me molesta”, dijo Cameron a la prensa durante una visita reciente a Ecuador.

Es así como su concepto curatorial para esta edición de la bienal apela a la sensibilidad interna del espectador, buscando una relación con las obras de arte en las que éstas son más el patrimonio de toda la humanidad que de un solo museo, estado o individuo.

«Acontecimientos actuales en el arte contemporáneo, que enfatizan su aplicabilidad social en favor de su monetización dentro del mercado global, parecen sugerir una separación de la comunidad artística internacional en dos campos: aquellos cuya función es la de especular en la rentabilidad del arte a futuro, y aquellos que usan el arte como una herramienta para mirar el statu quo del planeta y sugerir otras posibilidades de ver el mundo para compartirlas con nuestros coetáneos […] Al liberar el arte de la obligación de permanecer más allá de nuestra memoria, lo experimentamos como una expresión del rechazo a aferrarnos fútilmente a aquello que, para comenzar, nunca fue nuestro», dice Cameron en su texto curatorial, que reproducimos a continuación.

Impermanencia. La Mutación del arte en una sociedad materialista

Por Dan Cameron

Durante la mayor parte de su historia documentada, una cualidad esencial del arte visual ha sido el esfuerzo que se ha hecho para prolongar su existencia. Si es que una obra de arte se consideraba verdaderamente importante, la responsabilidad de asegurar su transmisión de una generación a la siguiente recaía en sus dueños o custodios; la incapacidad de hacerlo solo podía deberse a calamidades como una guerra o un gran incendio. Sea montado en la pared de una iglesia, colgado en las habitaciones de un mecenas de las artes, o guardado cuidadosa y herméticamente dentro de una bóveda suiza, un aspecto absolutamente primordial del valor material y simbólico del arte ha sido siempre su capacidad ilimitada de obligarnos a protegerlo de los daños causados por el tiempo, un estado de permanencia que nosotros –los mismos espectadores cuya devoción ininterrumpida mantiene su reputación con un pulso vital–, solo podemos especular.

Las obras de arte están lejos de ser los únicos artefactos diseñados para perdurar. Los seres humanos construimos pirámides y monumentos, bancos y museos con paredes, pisos y techos de solidez impresionante, en parte porque estamos hechos primordialmente de superficies suaves y flexibles suspendidas en líquidos viscosos que pueden ser manipuladas e impregnadas de manera relativamente fácil, de modo que necesitamos más protección que aquellas especies dotadas de pelaje o de un caparazón grueso. A diferencia de las paredes seguras que nos rodean, las características esenciales del tejido humano requieren que se conecte y, a veces, que se una con otros tejidos para que estructuras dinámicas puedan relacionarse, y aun desconectarse después, y juntarse nuevamente. Hasta hace poco, esta mutabilidad esencial de forma y materia, que nos define como seres vivos, no había sido una característica que hayamos buscado en el arte que consideramos más significativo, pero hay señales de que esto está cambiando. Acontecimientos actuales en el arte contemporáneo, que enfatizan su aplicabilidad social en favor de su monetización dentro del mercado global, parecen sugerir una separación de la comunidad artística internacional en dos campos: aquellos cuya función es la de especular en la rentabilidad del arte a futuro, y aquellos que usan el arte como una herramienta para mirar el statu quo del planeta y sugerir otras posibilidades de ver el mundo para compartirlas con nuestros coetáneos.

La XIII Bienal de Cuenca, Impermanencia, propone juntar un grupo de artistas geográfica y estilísticamente diversos, quienes comparten un interés por reflejar las debilidades y locuras de la existencia humana vinculadas a nuestra condición esencialmente fugaz. Así, la exhibición reconoce que los desafíos de hacer arte comparados con algunos de los obstáculos más grandes de la existencia humana, pueden parecer menores y triviales para quienes no están al tanto de su relevancia, de la misma forma que nuestra especie probablemente parece insignificante cuando se compara con la totalidad del cosmos que nos rodea. Y, sin embargo, hacemos y apreciamos el arte por razones profundas y primordiales que a veces incluyen el deseo de preservar nuestro nombre después de la muerte. En este contexto, quizá sea el arte de lo inefable, de la indefensión y lo transitorio el que habla de un modo más elocuente a nuestra constitución de envoltorios temporales y transitorios de energía que se dispersa gradualmente dentro de un universo frío y en continua expansión. En su apelación a la sensibilidad interna del espectador, la XIII Bienal de Cuenca cambia sutilmente ciertas condiciones previas de relación con las obras de arte, las cuales, en el análisis final, son más el patrimonio de toda la humanidad que de un solo museo, estado o individuo.

Como un concepto temático, Impermanencia es también uno de los principios centrales del budismo, según el cual toda existencia, sin excepción, está sujeta al cambio, y esta transitoriedad es cada vez más una característica de la vida y del arte que tenemos hoy en día, un arte cuyo valor reside menos en mantenerse intacto cien o mil años, que en su habilidad para conectarnos en el momento presente y fugaz de nuestro intercambio con el mismo, incluso si en una semana éste ha desaparecido sin dejar rastro. Dicho acercamiento requiere que consideremos las formas en que las condiciones previas de una vida llevada materialmente son más maleables y menos predeterminadas que lo que muchos de nosotros nos imaginamos. Al liberar el arte de la obligación de permanecer más allá de nuestra memoria, lo experimentamos como una expresión del rechazo a aferrarnos fútilmente a aquello que, para comenzar, nunca fue nuestro.

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