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Paul Delvaux:paseo por el Amor y la Muerte

El Museo Thyssen-Bornemisza presenta una exposición dedicada al pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), un artista representado tanto en su colección permanente como en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Realizada en colaboración con el Musée d’Ixelles y comisariada por Laura Neve, su agregada científica, la muestra Paul Delvaux: Paseo por el Amor y la Muerte reúne en un recorrido temático más de medio centenar de obras procedentes de colecciones públicas y privadas de Bélgica, mereciendo una mención especial la de Nicole y Pierre Ghêne, en la que se asienta fundamentalmente este proyecto, para el que han cedido 42 piezas.

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Paul Delvaux, La Anunciación, 1955, óleo sobre multiplex, 110 x 150 cm. Musée des Beaux-Arts de Charleroi

Fascinado por la obra de Delvaux desde 1962, Pierre Ghêne inició su colección a principios de la década de 1970 y desde entonces no ha dejado de crecer, sumando ya varios centenares de obras, la mayor parte de las cuales se encuentran en el Musée d’Ixelles. Tras haber experimentado con el realismo, el fauvismo y el expresionismo, Delvaux descubre la obra de Magritte y Giorgio de Chirico. El surrealismo se convierte en la revelación más decisiva para el artista, aunque él mismo no llega nunca a considerarse propiamente un pintor surrealista. Le interesa más la atmósfera poética y misteriosa del movimiento que su lucha iconoclasta, por lo que, a partir de la década de 1930, crea un universo propio y original, libre de las reglas de la lógica universal, y que se sitúa entre el clasicismo y la modernidad, entre el sueño y la realidad.

Su obra destaca por la unidad estilística y está marcada por un ambiente extraño y enigmático. Sus protagonistas, de la mujer a los trenes, pasando por los esqueletos y la arquitectura, son parte de este universo, seres aislados, ensimismados, casi sonámbulos, que se ubican en escenarios a menudo nocturnos y sin relación aparente; el único vínculo entre ellos son las propias vivencias del artista.

En la exposición se abordan los cinco grandes temas de su iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte: Venus yacente, un motivo recurrente en su obra que remite a su amor incondicional por la mujer; El doble (parejas y espejos), el tema de la seducción y la relación con el otro, el alter ego; Arquitecturas, omnipresentes en su producción, en especial de la Antigüedad clásica pero también de la localidad de Watermael-Boitsfort (Bruselas, Bélgica), donde reside; Estaciones, esenciales en la construcción de su personalidad pictórica; y, finalmente, El armazón de la vida, que pone de manifiesto su fascinación por los esqueletos, que sustituyen a los humanos en sus actividades cotidianas.

Procedente de una familia de abogados, Delvaux consigue el permiso de su padre para acceder a la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde, tras un breve periodo dedicado a la arquitectura, estudia pintura decorativa, graduándose en 1924. En sus primeras obras se observa la influencia de los expresionistas flamencos, como Constant Permeke y Gustave de Smet, que constituyen la vanguardia belga del momento. Ya entonces comienza a mostrar interés por la representación del ser humano, sobre todo de la mujer, que se mantiene como una constante a lo largo de su carrera. A mediados de la década de 1930, descubre el surrealismo y, aunque participa en la Exposición Internacional del Surrealismo en París, en 1938, y en otras posteriores en Ámsterdam y México, se mantiene al margen del grupo, preocupado por conservar su independencia de pensamiento.

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Paul Delvaux, La Venus dormida I, 1932, óleo sobre lienzo, 100 x 100 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

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Paul Delvaux, El sueño, 1944, tinta china y óleo, 65 x 81 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

Venus yacente

El interés de Delvaux por el motivo de la Venus dormida se remonta a 1932, cuando visita el Museo Spitzner, una de las principales atracciones de la Feria de Midi de Bruselas, que exhibe figuras de cera para mostrar avances quirúrgicos, enfermedades y deformaciones humanas, junto a otras curiosidades conservadas en botes de formol. Le impresiona sobre todo una pieza que se titula precisamente La Venus dormida y, ese mismo año, pinta su primer lienzo sobre el tema, reinterpretándolo después en múltiples ocasiones con variaciones sorprendentes. En esta versión de 1932 la ejecución es especialmente original. Delvaux estaba entonces próximo al expresionismo y en ella puede verse la influencia de James Ensor, sobre todo en el recurso a lo grotesco y en la atmósfera extraña que lo invade. Todavía no ha creado su universo surrealista, pero ya muestra algunos elementos esenciales como la mujer, el esqueleto, lo insólito, la angustia…

Dos años después admira la obra de De Chirico en la exposición Minotaure, celebrada en 1934 en Bruselas, y en El sueño (1935) muestra ya los nuevos planteamientos creativos, en los que la realidad onírica se impone a la objetiva. La protagonista de este lienzo no remite directamente a una Venus, sino que representa a la mujer en sentido general, como una portavoz del género femenino. Debido probablemente a que su relación con el sexo opuesto no fue fácil (tuvo una madre autoritaria, un amor platónico, un matrimonio frustrado…), el tema de la mujer es una de las obsesiones de Delvaux y se refleja en su obra con jóvenes bellas y misteriosas, inalcanzables para él.

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Paul Delvaux, Las amigas, 1940, tinta china y aguada sobre papel, 40 x 55 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

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Paul Delvaux, Mujer ante el espejo, 1936, óleo sobre lienzo, 71 x 91,5 cm. Museo Thyssen Bornemisza, Madrid

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Paul Delvaux, El retiro, 1973, óleo sobre lienzo, 85 x 129 cm. Colección privada

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Paul Delvaux, El incendio, 1935, óleo sobre lienzo, 140,2 x 85,5 cm. Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique, Bruselas

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Paul Delvaux, ¿El incendio?, 1935?, óleo sobre lienzo, 139,6 x 75,5 cm. Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique, Bruselas

El doble (parejas y espejos)

Otra de las constantes en su obra es la seducción. Desde comienzos de la década de 1930, pinta tanto parejas heterosexuales como de lesbianas, una relación que le llega a fascinar por pertenecer a la intimidad femenina y que representa de manera mucho más sencilla, íntima y espontánea que la heterosexual. La visita a un prostíbulo hacia 1930 puede estar en el origen de este tema de las «amigas», que pronto se hace recurrente. Durante los meses siguientes, representa a numerosas mujeres abrazadas en unos apuntes y bocetos que transmiten una gran libertad de expresión. Más vivos y expresivos que sus lienzos, estos dibujos le permiten dar rienda suelta a la imaginación y explorar temas tabú. Para algunos expertos, Delvaux recurre al lesbianismo para indicar su decepción con las relaciones heterosexuales, a las que tiende a estigmatizar en sus obras, condenando a los personajes de sexo opuesto a la falta de contacto y de diálogo.

En Pigmalión (1939) –en la exposición se muestra un estudio previo–, el personaje femenino prefiere una escultura de piedra a un hombre, invirtiendo el mito original por el que un escultor se enamora de la estatua que él mismo ha tallado. En el cuadro, cada miembro de la pareja posee en segundo plano su alter ego. Es el tema del doble, muy presente también en la producción del artista, y que remite así mismo a los espejos como elementos relevantes de sus obras. En algunas de ellas, tituladas explícitamente Mujer ante el espejo –como la perteneciente a la Colección permanente del Museo, de 1936–, atribuye un papel activo al reflejo, prefiriendo la realidad imaginaria a la tangible.

Merece un apartado especial en este capítulo El incendio (1935), un lienzo que, según se ha podido confirmar recientemente, es solo la mitad derecha de otro más grande, cortado en dos por el artista antes de exponerlo en el salón anual de Amberes de ese mismo año. Al cabo del tiempo, el coleccionista particular Pierre Ghêne adquirió la mitad perdida para después donársela a los Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique. Las dos partes pudieron verse juntas por primera vez el año pasado en el Musée d’Ixelles y se expondrán de nuevo en esta muestra.

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Paul Delvaux, Palacio en ruinas, 1935, óleo sobre lienzo, 70 x 90 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

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Paul Delvaux, La terraza, 1979, óleo sobre lienzo, 150 x150 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

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Paul Delvaux, La mesa, 1946, óleo sobre lienzo, 86 x 76 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

Arquitecturas (Acrópolis)

La arquitectura ocupa un lugar preferente en la obra de Delvaux desde mediados de la década de 1930. Ya de niño le apasiona la mitología clásica y dibuja batallas como las que lee en la Ilíada y la Odisea. Entre 1924 y 1925 dedica su primer lienzo a la mitología, El regreso de Ulises, anunciando ya la importancia que tendrá el mundo clásico en su producción, aunque lo trata sin grandes libertades interpretativas. El resultado no le convence y abandona la temática en favor del expresionismo, para recuperarla en 1934.

La influencia de De Chirico se revela en esta vuelta a la cultura clásica, pieza clave de su iconografía que se manifiesta no solo a través de la arquitectura, sino también de la mitología o la vestimenta de las figuras femeninas. La Antigüedad supone para él una escapatoria del mundo cotidiano, una forma de liberar la imaginación que, además, le resulta reconfortante. Sus obras adquieren un carácter teatral, incluso cinematográfico, por el protagonismo de los decorados, las composiciones estructuradas en planos sucesivos y las posturas hieráticas de los personajes. Unas veces, la Antigüedad se sugiere con detalles arquitectónicos que se funden en el decorado. Otras, pinta auténticos paisajes antiguos, ciudades enteras en las que, sin embargo, incluye elementos incongruentes y mezcla diversos estilos, lo que confiere a la escena un carácter absurdo.

Palacio en ruinas (1935) es su primera obra realmente surrealista y sienta las bases de su estilo, caracterizado por un clima de misterio poético sometido por el silencio. Las arquitecturas que aparecen en sus lienzos están pintadas con precisión. Delvaux se documenta sobre cada elemento que utiliza a partir de maquetas y de fotografías, deseoso de representar la realidad de una manera fiel. La arquitectura clásica se hace cada vez más exacta, sobre todo tras los viajes a Italia, en 1937 y 1939, y a Grecia, en 1956, y la iconografía de la ciudad antigua se vuelve también más recurrente, en detrimento de las ruinas, haciendo referencia a edificios y vestigios reales. En esta época aclara la paleta y concede una nueva importancia al color.

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Paul Delvaux, El viaducto, 1963, óleo sobre lienzo, 100,3 x 130,8. Colección Carmen Thyssen Bornemisza en depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

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Paul Delvaux, Las sombras, 1965, óleo sobre lienzo, 125 x 231 cm. Colección privada

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Paul Delvaux, La edad de hierro, 1951, óleo sobre tabla, 152 x 240 cm. Mu.Zee, Ostende

Estaciones

Desde muy joven, Delvaux se interesa por el mundo del ferrocarril, símbolo de una modernidad emergente que le fascina. Ya en la década de 1920, la Estación de Luxemburgo en Bruselas es uno de sus temas de inspiración favoritos e incluso se convierte en su lugar de trabajo al aire libre. Pinta una decena de cuadros de gran formato donde representa la intensa actividad del lugar, su ambiente invernal y las condiciones laborales del personal ferroviario, prolongando el realismo social iniciado en Bélgica por Constantin Meunier.

Abandona después el mundo de los trenes para volver a él, más preparado académicamente, en la década de 1940; será desde entonces indisociable de su identidad pictórica, hasta el punto de que se le llega a conocer como el «pintor de estaciones». Sin una referencia real sobre su trayectoria, Delvaux sitúa trenes y tranvías en decorados de la época o en ciudades de la Antigüedad, en escenas protagonizadas por mujeres que aguardan en andenes o salas de espera la llegada de una cita o el inicio de un viaje. En referencia a sus propios recuerdos infantiles, a partir de 1950, pinta una serie de escenas nocturnas en las que unas niñas esperan en estaciones desiertas, ilustrando sus miedos frente al mundo de los adultos. La tensión erótica de los años cuarenta da paso a la tranquilidad y la calma, como en El viaducto (1963), donde todo está paralizado, como a la espera de un acontecimiento que no acaba de producirse.

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Paul Delvaux, Los esqueletos, 1944, óleo y tinta china sobre tabla, 84 x 90 cm. Colección privada en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas

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Paul Delvaux, Mujer y esqueleto, 1949, tinta china, aguada y acuarela sobre papel, 56 x 74 cm. Colección privada

El armazón de la vida

La fascinación del pintor por los esqueletos se remonta a su etapa escolar, cuando no pierde de vista el que hay en su aula de biología, y que le provoca a la vez miedo y curiosidad. A partir de 1932 hace del esqueleto un elemento de su vocabulario plástico, dotándolo de una especial expresividad. En ocasiones los esqueletos sustituyen al personaje principal y reinterpretan por él la historia, como un alter ego. Cuando no es el protagonista, aparece al fondo, fundiéndose con el decorado y adoptando un papel secundario, pero no menos importante, y comportamientos típicos de los humanos.

En la década de 1950, realiza una serie de versiones de la Pasión de Cristo (la Crucifixión, el Descendimiento o el Entierro) protagonizadas también por esqueletos, que se exponen en 1954 en la Bienal de Venecia y cuyo lema es Lo fantástico en el arte. Provoca un escándalo sin pretenderlo, magnificado por el cardenal Roncalli –futuro Papa Juan XXIII–, que las condena por herejía.

Paul Delvaux: paseo por el amor y la muerte

Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Del 24 de febrero al 7 de junio de 2015

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