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CLAUDIA MÜLLER Y MAITE ZABALA: LA LUNA Y DOS CABEZAS

Tenemos un montón de goteras en nuestra realidad

Philip Dick

 

Hace poco tiempo se reveló la historia de cómo el científico británico Isaac Newton (1643-1727) inspiró sus teorías físicas a partir de la caída de una manzana. Los detalles están en los archivos de la Royal Society de Londres y fue escrita por el amigo personal de Newton, William Stukeley.

En él, Stukeley relata: “Me dijo que había estado en esta misma situación cuando la noción de la gravedad le asaltó la mente. Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud contemplativa. ¿Por qué esa manzana siempre desciende perpendicularmente hasta el suelo?, se preguntó a sí mismo».

La gravedad es un lugar recurrente, ya sea por sus particularidades físicas, o por sus derivas en torno al peso de las cosas. Pero la ciencia y el mito de origen en torno a la gravedad nos proponen una pregunta que, en el arte contemporáneo local, pareciera estar anclado en determinados discursos de la emancipación: ¿cuán grave es el arte? Y su gravedad sólo se contesta en función de cuanta exploración, ya sea territorial o experimental, pueden transmitir las obras.

Vista de la exposición La Luna y Dos Cabezas, de Claudia Müller y Maite Zabala, en Baco, 2014. Cortesía: Baco

Claudia Müller, Meteorito, 2014. Cortesía: Baco

La exposición de Claudia Müller y Maite Zabala posee un énfasis exploratorio, no sólo en cuanto a los dispositivos, sino que también a cómo construyen un imaginario en un espacio sobrecargado de significaciones. De esta manera, las obras distorsionan y manipulan el flujo informativo para evidenciar, precisamente, los elementos de ese flujo. La imagen en movimiento transforma las ruinas de lo estático en un discurrir, donde el tiempo avanza documentado, archivado y desplazado. La confrontación con “lo patrimonial” del lugar asume ribetes de trascendencia, sin embargo, resuelve –en sutilezas– el agotamiento simbólico de la misma imagen.

Por una parte, Müller enfatiza el movimiento centrípeto con una cámara a través de un remolino en el agua. Cada giro es un parpadeo hacia el abismo de la imagen, a la caída, a la pérdida de la gravedad. La imagen nunca se nos presenta nítida, posee una cuota de misterio que nos suspende en el espacio y tiempo. Su control mediante la misma imagen insiste en la repetición, en la puesta en abismo que toda replicancia plantea.

Si en el primer video el movimiento es centrípeto, el segundo movimiento es centrífugo. El encuadre se abre para mostrarnos más una imagen ficcionada y escenográficamente diseñada para mostrar una totalidad parcial, un punto de vista imposible para el espectador que se ve obligado a participar y a confrontar lo que ve con su ubicuidad.

De esta manera, los vídeos de Müller logran revelarnos algo trascendental, y es que con la pérdida de capacidad de asombro, con la saturación de imágenes hoy en día, hay una pérdida del silencio, del vacío de la imagen, de la velocidad pensada como ritmo visual.

Claudia Müller, El lado Oscuro de la Luna, 2014, cámara de seguridad y luna, para video en tiempo real. Cortesía: Baco

Claudia Müller, proyección de «El lado Oscuro de la Luna» y el video «Salto al vacío», 2014. Cortesía: Baco

Claudia Müller, «El lado Oscuro de la Luna», 2014. Cortesía: Maaike Anne Stevens

Proyección «El lado oscuro de la Luna», de Claudia Müller, y ala derecha: Granate, Fotoemulsión sobre papel lija, de Maite Zabala. Cortesía: Baco

Maite Zabala, Prisma, 2015, tríptico de minerales sobre papel lija y pila bautismal. Cortesía: Baco

Maite Zabala, Prisma (detalle), 2015, tríptico de minerales impresos con fotoemulsión sobre papel lija y pila bautismal con terciopelo objeto de yeso. Cortesía: Maaike Anne Stevens

Maite Zabala, Vega, 2015, tríptico de video y fotografía. Cortesía: Baco

Maite Zabala, Dos cabezas, 2015, impresión sobre papel poliéster, acrílico, bronce, terciopelo y pila de agua. Cortesía: Maaike Anne Stevens

Zabala presenta una video instalación a modo de retablo, y de pequeños ensamblajes con el lugar. Tal Newton, Zabala apela a la escala del artefacto, generando una intimidad dimensionada para la experiencia que el cuerpo permite. Las ciudades y sus detalles aparecen como filigranas de un políptico, fragmentadas por los encuadres, los marcos y las evidentes relaciones formales entre los retablos y las arquitecturas del credo cristiano.

Los soportes que utiliza Zabala hacen referencia a iconografías religiosas, específicamente a las que sirven como adoración y exhibición, y se convierten en emblemas de la riqueza, poder y perpetuidad, así como nos invitan a preguntarnos y replantearnos las frágiles funciones simbólicas del aparato religioso, y a reflexionar acerca de la naturaleza esencial de nuestras creencias.

La luna y dos cabezas es una exposición precisa en su forma, que nos hace caer para observar hacia todos lados, que muestra una conexión entre fenómenos o situaciones de la realidad sin mostrarnos tal cual es. No es casualidad que sea realizada en BACO (iglesia del lugar), en la localidad de Batuco (agua de totora en Mapudungun) y que a la vez sea un lugar donde el paisaje colinda con las creencias, donde el tiempo espera ser contado, y donde lo colaborativo es parte insaciable del hacer.

Patricio Kind

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